Fuente: http://www.partohumanizado.com.ar/
La utilización de esta práctica desde el accionar médico, es un elemento paradigmático de un modelo de atención, que desvía su mirada hacia la consagración de la mujer como "objeto" del trabajo médico. Esta posición denominada litotomía es impuesta sin interrogar a la mujer por su satisfacción, y define todo el carácter del vínculo asistencial: una mujer acostada de espaldas con sus muslos y piernas flexionados y sostenidos por encima de ella, atados, y declarando su inmovilidad.
La inmensa mayoría de los obstetras insisten hoy en día en la imposición de la litotomía como posición excluyente de la madre para parir, sin ninguna reflexión sobre lo que vive y siente cada mujer, y obligando al niño por nacer, en el recorrido por el canal del parto y su curvatura, que nazca hacia arriba. Como se asevera en numerosos libros de la especialidad y muchos obstetras sostienen en su práctica diaria, la litotomía es la posición más satisfactoria, la mejor, porque la mujer acostada con sus piernas colgadas está en la posición ideal que favorece, para quien la atiende, resolver cualquier complicación, efectuar (por rutina) intervenciones obstétricas (monitoreo fetal continuo) y conservar pautas de esterilidad.
¿Pero quién considera la situación de la mujer? ¿Se le pregunta si es mejor y más satisfactoria para ella? Y en función de ésta satisfacción y de la propia biología, ¿es más favorable para el bienestar y la salud del niño por nacer?
La biología no ha previsto que la mujer durante su trabajo de parto permanezca acostada. Puede moverse y cambiar de posición las veces que lo necesite y quiera. Esta movilidad de ninguna manera compromete el bienestar fetal. Esta es la condición de la inmensa mayoría de las mujeres, que usando los códigos médicos, se encuentran en situación de bajo riesgo.
La utilización de esta práctica desde el accionar médico, es un elemento paradigmático de un modelo de atención, que desvía su mirada hacia la consagración de la mujer como "objeto" del trabajo médico. Esta posición denominada litotomía es impuesta sin interrogar a la mujer por su satisfacción, y define todo el carácter del vínculo asistencial: una mujer acostada de espaldas con sus muslos y piernas flexionados y sostenidos por encima de ella, atados, y declarando su inmovilidad.
La inmensa mayoría de los obstetras insisten hoy en día en la imposición de la litotomía como posición excluyente de la madre para parir, sin ninguna reflexión sobre lo que vive y siente cada mujer, y obligando al niño por nacer, en el recorrido por el canal del parto y su curvatura, que nazca hacia arriba. Como se asevera en numerosos libros de la especialidad y muchos obstetras sostienen en su práctica diaria, la litotomía es la posición más satisfactoria, la mejor, porque la mujer acostada con sus piernas colgadas está en la posición ideal que favorece, para quien la atiende, resolver cualquier complicación, efectuar (por rutina) intervenciones obstétricas (monitoreo fetal continuo) y conservar pautas de esterilidad.
¿Pero quién considera la situación de la mujer? ¿Se le pregunta si es mejor y más satisfactoria para ella? Y en función de ésta satisfacción y de la propia biología, ¿es más favorable para el bienestar y la salud del niño por nacer?
La biología no ha previsto que la mujer durante su trabajo de parto permanezca acostada. Puede moverse y cambiar de posición las veces que lo necesite y quiera. Esta movilidad de ninguna manera compromete el bienestar fetal. Esta es la condición de la inmensa mayoría de las mujeres, que usando los códigos médicos, se encuentran en situación de bajo riesgo.
La utilidad de sostener esta posición para la mayoría de las mujeres se expresa por ejemplo en la utilización casi sistemática del control electrónico de los latidos del bebe con la presencia de los cinturones ceñidos a su cuerpo y obligándola a estar acostada.
Es decir que la "posición" de la madre es un procedimiento médico, una intervención médica; que responde a criterios precisos de organización sujetos a la ideología vigente.
Son históricos los trabajos surgidos de muchas investigaciones que establecen inequívocamente que la posición acostada es la peor posición que pueda concebirse para el trabajo de parto y el parto. Entre los problemas enumerados desde el punto de vista fisiológico se destacan la reducción de la circulación y oxigenación del bebé, la alteración de la actividad del útero, la dificultad para pujar, la modificación de la salida de la pelvis, compresiones nerviosas sobre las piernas, alteraciones en la necesaria distensión del periné para evitar la episiotomía.
Estas consideraciones biológicas y fisiológicas, son insuficientes para entender la más vasta repercusión sobre la vida afectiva y emocional de cada mujer, que atraviesa la experiencia del parto y el nacimiento de su hijo, y el impacto que tienen estos aspectos íntimamente ligados a su sexualidad.
El parto es un acontecimiento complejo en el cual intervienen múltiples variables que no pueden interpretarse desde un único discurso médico, sino que debe contemplar y complementarse desde las perspectivas antropológica, psicológica y social.
Es un acontecimiento cargado de emotividad, una escena cargada de simbolismos y de prejuicios, cuando no de ansiedad y angustia, en donde se entrecruzan, la sexualidad, la vida y la muerte; por lo tanto compromete a una diversidad de asistentes profesionales. Estamos frente a un evento biopsicosocial por excelencia.
Pero la medicina aplica un mecanismo de racionalización que reprime aquellos aspectos psicosociales y no biológicos, que no se sujetan al orden médico-social establecido. Así la medicalización del parto tiene en el control de la posición y la posesión corporal del sujeto-persona-mujer uno de sus paradigmas más claros.
No hay un solo estudio que se proponga la posibilidad de interrogar y relevar el grado de satisfacción que esta intervención médica determina en la mujer y que tenga en cuenta las reacciones emocionales de las mismas.
Sobre este parámetro de la medicalización se sostienen y afirman otros dos aspectos que caracterizan y ponen valla a la catarata emocional que irrumpe continuamente, uno de ellos es la despersonalización de la parturienta transformada en un "objeto de trabajo", un "campo de trabajo", rendida en su condición de "paciente", acostada inmóvil y obediente a las prescripciones del "personal".
En esta condición se somete el "torrente animal" de movimientos y sonidos que pulsan internamente por encontrar cauce en su cuerpo "amordazado". La experiencia de desintegración y pérdida de control resulta intolerable e inmanejable. Un cuerpo-objeto despersonalizado es dócil a la exigencia médica.
El otro aspecto de enorme relieve es el que compete al atributo por excelencia de esta experiencia, que es el sexual. La des-sexualización en la negación de la carga sexual del parto, asimilándola a una operación médica "esterilizada". Si afinamos la mirada, tenemos un objeto dentro de un objeto; el "objeto de trabajo" en el cuerpo de la mujer es su aparato genital.
Si reconocemos en el parto un acto sexualizado e íntimo, la participación que tengan otras personas o los profesionales en el mismo, deberá respetar ese momento, tomando en cuenta el lugar distinguido y protagónico que tiene la mujer en el escenario del mismo.
El conocimiento del propio cuerpo y el desarrollo de la sexualidad, se van construyendo vincularmente por género dentro de cada comunidad humana, a través de códigos culturales socialmente compartidos. El conocimiento sexual del propio cuerpo le permite a cada mujer elegir en mejores condiciones, qué posición puede facilitarle el período expulsivo.
La posición vertical, patrón de nuestros comportamientos sociales vinculares, permite a cada mujer estar en un plano de igualdad espacial frentre a los otros asistentes con los que interactúa simétricamente.
La dificultad de muchas mujeres para alcanzar su autonomía emocional, corporal, sexual, social y económica -debido a condicionantes culturales, fundamentalmente de género- hace que sus capacidades y su fuerza de acción y expresión, se hagan invisibles a sus ojos y su conciencia y a las de los demás. Así como en la práctica sexual se refleja frecuentemente este fenómeno, de la misma manera en el momento de parir surge la dificultad para registrar el deseo y la iniciativa para imponerse y asumir las posiciones que sienta necesarias para ella misma. Queda recluída al lugar de mera receptora y depositaria del deseo del otro, aceptando pasivamente que la "acuesten" , dejando a los otros disponer de su cuerpo.
El esfuerzo del dispositivo "médico" por des-sexualizar la situación comienza como un "ritual de iniciación" a través de dos procedimientos generalizados: el rasurado perineal y la enema evacuante.
El rasurado des-sexualiza a la mujer al privarla de los rasgos sexuales adultos que la representan, tornándola prepúber. Es un procedimiento que se suma a todos aquellos códigos verbales y no verbales que se dirigen a la mujer, infantilizándola en la relación médica. La excusa higiénica se halla contradicha por la agresión sobre las células de superficie, que por lo contrario, favorece la introducción de bacterias.
Además es un preámbulo manifiesto de la voluntad de realizar una episiotomía de rutina.
En fin, "pareciera" comenzar con este procedimiento el despeje de los aspectos sexuales de la situación, una purificación que le confirma a la mujer que no está allí como objeto sexual, sino como "objeto de trabajo". Una purificación que se logra, dentro de este orden simbólico cultural, separando las funciones sexuales de las reproductivas.
En estas condiciones , la sumisión de la mujer se potencia también con el propio esfuezo por desexualizar ella misma la situación, en un intento de conservar la dignidad.
La culminación de esta escena encuentra a la mujer pariendo acostada en una cama de partos, dentro de un ámbito de sala operatoria, con las piernas alzadas, flexionadas y sostenidas firmemente abiertas en unos estribos diseñados al efecto. El sexo rasurado, puesto en primer plano frente a los presentes y bien iluminado, frecuentemente rodeada por los cinturones del monitor fetal y la vía de la venoclisis sistemáticamente colocada. La inmovilidad es completa, el acceso a su cuerpo es total, hallándose a disposición para la inspección e intervención continua de los asistentes.
Se incrementa la vulnerabilidad por el fantasma de lo que el otro puede hacer con su cuerpo ya vulnerable.
Esta posición de dependencia que la compulsa a estar en manos de los otros tiene un enorme significado simbólico.
Acostada, no alcanza con su mirada a sus genitales y la imposibilidad de movimiento la inhibe de estar conectada con sus impulsos y sensaciones físicas y emocionales. El esfuerzo de parir es una actividad humana que requiere un empeño subjetivo y una necesidad de contacto de los pies con la tierra.
Ella acostada, con los otros de pie frente a ella , está en una posición considerada "más cómoda" para la intervención pero que tiene un claro significado de poder. Así, es silenciada la voz de la mujer para elegir la posición de parir.
Podemos volver un poco atrás, y decir que los espacios que ella haya elegido ocupar en sus vínculos sexuales de pareja de alguna manera intervienen en el que pueda establecer con el médico en el momento del parto. Cual será la posición que elija para parir y hacer nacer, podrá ser reconocida si se haya preparada para situarse en diferentes perspectivas vinculadas a su experiencia en el tránsito de la escena sexual. Así la posición acostada podrá también ser "su" elección para parir si es propia y no del que "la acuesta", aceptando y reconociendo en "su" decisión esta horizontalidad en el vínculo con el equipo obstétrico.
Es decir que no hay una posición "ideal" para parir, como tampoco hay una posición ideal para la relación sexual.
Es decir que la "posición" de la madre es un procedimiento médico, una intervención médica; que responde a criterios precisos de organización sujetos a la ideología vigente.
Son históricos los trabajos surgidos de muchas investigaciones que establecen inequívocamente que la posición acostada es la peor posición que pueda concebirse para el trabajo de parto y el parto. Entre los problemas enumerados desde el punto de vista fisiológico se destacan la reducción de la circulación y oxigenación del bebé, la alteración de la actividad del útero, la dificultad para pujar, la modificación de la salida de la pelvis, compresiones nerviosas sobre las piernas, alteraciones en la necesaria distensión del periné para evitar la episiotomía.
Estas consideraciones biológicas y fisiológicas, son insuficientes para entender la más vasta repercusión sobre la vida afectiva y emocional de cada mujer, que atraviesa la experiencia del parto y el nacimiento de su hijo, y el impacto que tienen estos aspectos íntimamente ligados a su sexualidad.
El parto es un acontecimiento complejo en el cual intervienen múltiples variables que no pueden interpretarse desde un único discurso médico, sino que debe contemplar y complementarse desde las perspectivas antropológica, psicológica y social.
Es un acontecimiento cargado de emotividad, una escena cargada de simbolismos y de prejuicios, cuando no de ansiedad y angustia, en donde se entrecruzan, la sexualidad, la vida y la muerte; por lo tanto compromete a una diversidad de asistentes profesionales. Estamos frente a un evento biopsicosocial por excelencia.
Pero la medicina aplica un mecanismo de racionalización que reprime aquellos aspectos psicosociales y no biológicos, que no se sujetan al orden médico-social establecido. Así la medicalización del parto tiene en el control de la posición y la posesión corporal del sujeto-persona-mujer uno de sus paradigmas más claros.
No hay un solo estudio que se proponga la posibilidad de interrogar y relevar el grado de satisfacción que esta intervención médica determina en la mujer y que tenga en cuenta las reacciones emocionales de las mismas.
Sobre este parámetro de la medicalización se sostienen y afirman otros dos aspectos que caracterizan y ponen valla a la catarata emocional que irrumpe continuamente, uno de ellos es la despersonalización de la parturienta transformada en un "objeto de trabajo", un "campo de trabajo", rendida en su condición de "paciente", acostada inmóvil y obediente a las prescripciones del "personal".
En esta condición se somete el "torrente animal" de movimientos y sonidos que pulsan internamente por encontrar cauce en su cuerpo "amordazado". La experiencia de desintegración y pérdida de control resulta intolerable e inmanejable. Un cuerpo-objeto despersonalizado es dócil a la exigencia médica.
El otro aspecto de enorme relieve es el que compete al atributo por excelencia de esta experiencia, que es el sexual. La des-sexualización en la negación de la carga sexual del parto, asimilándola a una operación médica "esterilizada". Si afinamos la mirada, tenemos un objeto dentro de un objeto; el "objeto de trabajo" en el cuerpo de la mujer es su aparato genital.
Si reconocemos en el parto un acto sexualizado e íntimo, la participación que tengan otras personas o los profesionales en el mismo, deberá respetar ese momento, tomando en cuenta el lugar distinguido y protagónico que tiene la mujer en el escenario del mismo.
El conocimiento del propio cuerpo y el desarrollo de la sexualidad, se van construyendo vincularmente por género dentro de cada comunidad humana, a través de códigos culturales socialmente compartidos. El conocimiento sexual del propio cuerpo le permite a cada mujer elegir en mejores condiciones, qué posición puede facilitarle el período expulsivo.
La posición vertical, patrón de nuestros comportamientos sociales vinculares, permite a cada mujer estar en un plano de igualdad espacial frentre a los otros asistentes con los que interactúa simétricamente.
La dificultad de muchas mujeres para alcanzar su autonomía emocional, corporal, sexual, social y económica -debido a condicionantes culturales, fundamentalmente de género- hace que sus capacidades y su fuerza de acción y expresión, se hagan invisibles a sus ojos y su conciencia y a las de los demás. Así como en la práctica sexual se refleja frecuentemente este fenómeno, de la misma manera en el momento de parir surge la dificultad para registrar el deseo y la iniciativa para imponerse y asumir las posiciones que sienta necesarias para ella misma. Queda recluída al lugar de mera receptora y depositaria del deseo del otro, aceptando pasivamente que la "acuesten" , dejando a los otros disponer de su cuerpo.
El esfuerzo del dispositivo "médico" por des-sexualizar la situación comienza como un "ritual de iniciación" a través de dos procedimientos generalizados: el rasurado perineal y la enema evacuante.
El rasurado des-sexualiza a la mujer al privarla de los rasgos sexuales adultos que la representan, tornándola prepúber. Es un procedimiento que se suma a todos aquellos códigos verbales y no verbales que se dirigen a la mujer, infantilizándola en la relación médica. La excusa higiénica se halla contradicha por la agresión sobre las células de superficie, que por lo contrario, favorece la introducción de bacterias.
Además es un preámbulo manifiesto de la voluntad de realizar una episiotomía de rutina.
En fin, "pareciera" comenzar con este procedimiento el despeje de los aspectos sexuales de la situación, una purificación que le confirma a la mujer que no está allí como objeto sexual, sino como "objeto de trabajo". Una purificación que se logra, dentro de este orden simbólico cultural, separando las funciones sexuales de las reproductivas.
En estas condiciones , la sumisión de la mujer se potencia también con el propio esfuezo por desexualizar ella misma la situación, en un intento de conservar la dignidad.
La culminación de esta escena encuentra a la mujer pariendo acostada en una cama de partos, dentro de un ámbito de sala operatoria, con las piernas alzadas, flexionadas y sostenidas firmemente abiertas en unos estribos diseñados al efecto. El sexo rasurado, puesto en primer plano frente a los presentes y bien iluminado, frecuentemente rodeada por los cinturones del monitor fetal y la vía de la venoclisis sistemáticamente colocada. La inmovilidad es completa, el acceso a su cuerpo es total, hallándose a disposición para la inspección e intervención continua de los asistentes.
Se incrementa la vulnerabilidad por el fantasma de lo que el otro puede hacer con su cuerpo ya vulnerable.
Esta posición de dependencia que la compulsa a estar en manos de los otros tiene un enorme significado simbólico.
Acostada, no alcanza con su mirada a sus genitales y la imposibilidad de movimiento la inhibe de estar conectada con sus impulsos y sensaciones físicas y emocionales. El esfuerzo de parir es una actividad humana que requiere un empeño subjetivo y una necesidad de contacto de los pies con la tierra.
Ella acostada, con los otros de pie frente a ella , está en una posición considerada "más cómoda" para la intervención pero que tiene un claro significado de poder. Así, es silenciada la voz de la mujer para elegir la posición de parir.
Podemos volver un poco atrás, y decir que los espacios que ella haya elegido ocupar en sus vínculos sexuales de pareja de alguna manera intervienen en el que pueda establecer con el médico en el momento del parto. Cual será la posición que elija para parir y hacer nacer, podrá ser reconocida si se haya preparada para situarse en diferentes perspectivas vinculadas a su experiencia en el tránsito de la escena sexual. Así la posición acostada podrá también ser "su" elección para parir si es propia y no del que "la acuesta", aceptando y reconociendo en "su" decisión esta horizontalidad en el vínculo con el equipo obstétrico.
Es decir que no hay una posición "ideal" para parir, como tampoco hay una posición ideal para la relación sexual.
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