Eres el agua cristalina del arroyo que corre en los recodos serranos. Eres el cantar del sinsonte dueño de la espesura. Eres, sencillamente, el pétalo de la flor más hermosa de la floresta.
Estás en esos árboles que circundan tu casa. Estás en los cañaverales y en el azúcar que de ellos sale. Estás en el sudor de los obreros, en la humildad del campesino, en la sonrisa de la mujer apasionada que asume tu historia.
Sigues junto a nosotros, los cubanos de hoy que siembran la belleza que forjaste con tus manos de guerrillera y de artista. Sigues acompañándonos en tiempos difíciles, cual bandera lista para iniciar la marcha en aras del bien común.
No descansaste nunca. Desde aquel instante definitorio te mantuviste despierta, preparada para romper las ataduras oprobiosas del pasado y construir una patria digna del mejor de los esfuerzos.
No descansaste nunca porque así te lo propusiste, y porque el descanso para las heroínas suele ser una herejía. Esa es la razón por la que te mantienes viva, como expresión de lo más raigal de la cubanía que se traduce en libertad, independencia, soberanía.
En lo más alto de la montaña se mantiene el eco de tus pasos, las flores guardan tu fragancia, las palmas reales irradian tu rostro desde sus penachos, mientras el tocororo con sus colores patrios, lanza al viento una sinfonía en tu memoria.
Aquí en estas tierras donde eres luz permanente, la arena de la playa dibuja con el esplendor de la mañana, el vuelo de una mariposa que escribe tu nombre en el cielo de la patria.
La dulzura, la lealtad, la firmeza, el amor, la constancia, la sensibilidad y la ternura, tienen un nombre: Celia Sánchez Manduley.
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