viernes, septiembre 04, 2009

También tiene Género la Escritura...

Por: Cristina Hernández / Revista Mujeres
La intención de determinar si existen rasgos de género en la literatura ha sido una de las preocupaciones más recurrentes de las feministas dedicadas a la crítica cultural en los últimos tiempos. Como es de esperar, sus razones han motivado polémica y cuestionamiento, sobre todo por aquellos que opinan que la creación es asexuada y universal, como si el arte naciera en una impoluta urna cristalina.

La falacia del universalismo y la generalidad constituye una de las estrategias simbólicas desde la que se sostiene la dominación patriarcal y desde ella se ha relegado por siglos el pensamiento y el aporte de las mujeres a la cultura. Remover ese velo de sentido ha sido uno de los objetivos de la crítica literaria feminista, enfrascada en rescatar y llevar a justo asiento todas aquellas mujeres relegadas por el discurso androcéntrico que rige la historia de la cultura universal, a la vez que ir descubriendo modos peculiares de acercamiento a la escritura, en consonancia con la experiencia de vida de las mujeres en un determinado contexto histórico.

Con frecuencia ha sido necesario aclarar los motivos de estudiar la literatura desde una perspectiva de género —o sea, desde el convencimiento de que lo que entendemos por femenino y masculino es el producto de una realidad sociohistórica y cultural y no una determinación biológica y natural— y mucho se ha discursado sobre pertinencias y rasgos en la obra literaria de mujeres.


No son pocos los que con habitual desconocimiento acusan a la crítica literaria feminista de exclusivista y autodiscriminadora, incluso por las propias escritoras a quienes dicha corriente pretende enaltecer. Tal vez lo que sucede es que, por una parte, temen que al clasificar como femenina su escritura esta se considere como algo “menor”, si atendemos a la carga peyorativa con que tradicionalmente se asocia todo lo que implica el universo de las mujeres. Este miedo a quedar recluidas en el gueto de “lo femenino”, unido a fuertes prejuicios antifeministas que perviven en la Cuba del siglo XXI, puede ser una de las razones que motiven dicha renuencia.

El asunto no es tan actual como nos imaginamos. Con sus peculiares miradas, el problema de la inclusión femenina en el canon literario y los aportes de las mujeres a la cultura está presente, por citar solo dos ejemplos de un pasado lejano, en el artículo “La mujer”, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicado en el Álbum cubano de lo Bueno y lo Bello en el siglo XIX o en varias de las conferencias y ensayos de Camila Henríquez Ureña. Es el mismo motivo el que llevó a Luisa Campuzano a escribir su “Ponencia sobre una carencia” en 1984, a Mirta Yáñez y Marilyn Bobes a armar el panorama histórico de narradoras en Cuba Estatuas de sal en 1996 y el que hila gran parte de la obra ensayística de las fallecidas investigadoras Susana Montero y Nara Araújo, así como la de Zaida Capote Cruz, una de las principales autoras dedicadas a este empeño en la actualidad.

Evidentemente, el asunto no ha sido suficientemente esclarecido como para poder trascenderlo, pues ni siquiera la creciente eclosión narrativa de mujeres en las dos últimas décadas, ni el paulatino desarrollo de los estudios de género en la Isla, han podido cambiar las mentalidades más retrógradas. Así, de vez en vez, la discusión se reedita.

“¿Existe una literatura de género?” fue la pregunta que unió a estudiosas y narradoras conminadas por el Centro Cultural Dulce María Loynaz el pasado martes 18 de agosto, a intentar aclarar la susodicha existencia. Necesario es primero apuntar que el consenso del panel integrado por la escritora argentina Luisa Valenzuela, las investigadoras cubanas Luisa Campuzano y Zaida Capote Cruz y las narradoras del patio Laidi Fernández de Juan y Marilyn Bobes determinó que, efectivamente, sí existe una escritura de mujer, pues negarla sería —como aclaró Capote Cruz— desconocer la existencia de las propias mujeres.

“Parece que nunca terminaremos de zanjar esta cuestión casi permanente, y siempre tendremos que empezar la discusión de cero”, opinó esta investigadora casi al inicio de su ponencia en la que procedió a señalar el frecuente error en el que incurre la pregunta, al equiparar género con “de mujeres”, un uso que desconoce la real definición de este concepto. En cuanto a la respuesta, para la crítica literaria, al vivir hombres y mujeres en condición desigual y con distintos niveles de exigencia, se marca de manera particular el posicionamiento de cada sujeto ante la escritura.

Desde su experiencia como narradora, Valenzuela reconoció por su parte que “hay un lenguaje de mujer, que no es distinto, sus palabras no son distintas a las que va a usar el hombre, porque el idioma es uno; pero sí lo es la carga eléctrica con que lo usamos, la manera en que asociamos las ideas, nadando en este maravilloso magma que es el decir, sobre todo el escribir”. Esta carga eléctrica del lenguaje no responde a una esencia que determine rasgos específicos en las mujeres dedicadas a las letras, sino el reconocimiento de una experiencia de vida en la que ellas han ocupado un lugar subordinado a partir de la desigual división patriarcal del poder y, por tanto, pueden tener un sustrato común tanto en temas, como en modos de escritura.

En palabras de Luisa Campuzano, “quienes opinan que no existe diferencia de género, lo expresan diciendo que solo hay literatura buena y literatura mala. Y suelen ser mujeres las que dan esta respuesta. En parte porque casi siempre es solo a ellas a quienes se les formula con irritante reiteración esta pregunta. Y, sin duda alguna, porque siglos y siglos de preterición han conformado un canon en el que los valores, lo bueno y lo malo, lo que debe de estar y lo que no debe de estar, lo encomiable y lo desechable los han decidido aquellos en quienes ha residido el poder, y el poder... puede”.

Las mujeres se han servido de la palabra, de manera consciente o no, para resignificar las relaciones de poder entre los géneros y desde ella han enaltecido los tradicionales espacios a los que han sido confinadas. Como bien señaló la directora de la revista Revolución y Cultura y jefa del Programa de Estudios de la Mujer en la Casa de las Américas, se trata de una cuestión de identidad, pues la diferencia sexual interviene en todos los aspectos de nuestra existencia. La subjetividad, lo íntimo, lo privado tienen en la literatura de mujeres una fuerte presencia. A su vez, modalidades literarias como la autobiografía, las memorias y la literatura de viajes, muestran un abordaje distinto por parte de hombres y mujeres. No obstante, no puede por ello afirmarse que exista un modo único de acercarse a la ficción para cada uno de los géneros.

Lo importante, en opinión de Capote Cruz, es estudiar la literatura según el contexto y sus pertenencias históricas y entender que “hablar de literatura femenina no implica un menoscabo de los valores de esa literatura, sino el reconocimiento de que esa producción proviene de sujetos genéricamente marcados, cuya pertenencia a un género específico puede haber influido en su elección de temas o estrategias de estilo, lo mismo que su acceso a espacios de distribución y circulación”

Desde esta perspectiva discurrió el análisis de Marilyn Bobes sobre las más recientes novelas escritas por mujeres en Cuba. La narradora advirtió que algunas de las autoras contemporáneas desmienten con sus personajes los tradicionales paradigmas de la feminidad, una manera de ser mujer que carece de esquemas y principios y que pudiera estar apuntado un modo de asumir lo femenino a través de cierta neutralidad. “Hay cierto travestismo que nos impide descubrir con ojos convencionales la feminidad del discurso. Sin embargo, el protagonismo otorgado a los personajes mujeres y sus diferencias filosóficas y existenciales permiten hablar de los diversos modos de asumir el género en la época contemporánea y posmoderna donde coinciden divergentes y hasta antagónicos puntos de vista sobre el asunto”, coligió.

Asimismo, Laidi Fernández de Juan puso sus ojos en una arista casi inexplorada por las escritoras y la crítica feminista: “el humor”. Al hurgar en la historia de este género, estrategia o recurso literario en Cuba, la narradora percibió una ausencia casi absoluta de mujeres, incluso en los últimos años cuando florecen en nuestro panorama editorial libros de firma femenina. “La repetición de temas en lo que escribimos hoy las narradoras cubanas como las escaseces del período especial, la prostitución, la violencia, la pérdida de valores sociales, la disminución de los atractivos físicos con la llegada de la vejez, las relaciones homoeróticas y los cuestionamientos éticos quizá no dejan espacio a la sátira, a la mirada burlona, a la desacralización del poder (…) El sentido práctico que la vida nos obliga a las mujeres a desarrollar todo el tiempo frente a la maternidad, el cuidado de la casa, la alimentación de la familia y otras agotadoras tareas, tal vez sea responsable de nuestra incapacidad para establecer distanciamientos emocionales. Para ser implacables y lograr una burla demoledora”, destacó como hipótesis Fernández de Juan.

Debatir estos asuntos abre las miras a nuevas cuestiones desde las que continuar el análisis feminista de los textos culturales. A la vez, reconoce a la categoría género como una herramienta que aporta a la crítica literaria una exploración profunda de los órdenes simbólicos, políticos y sociales. Las mujeres escriben aún como sujetos de una realidad que las desfavorece, también en el campo cultural; una inequidad que se traslada cada vez más a espacios simbólicos y subjetivos y es, por tanto, más difícil de subvertir. Armadas de la palabra, ellas han logrado sustentar sus derechos, su inteligencia y capacidad de acometer cualquier empresa de la vida; narrar su experiencia en el mundo; fabular otra realidad posible; dar cuenta de sus preocupaciones e ir derribando las fronteras simbólicas del género.

La literatura femenina existe porque las mujeres escriben y cuentan. Estudiarla desde el feminismo no es más que un acto de imprescindible justicia social.

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