martes, septiembre 08, 2009

Feminismo y socialismo: tradición e innovación...

Por: Liliana Vela
¿cómo pueden los individuos administrados -cuya mu-tilación está inscrita en sus propias satisfacciones y li-bertades y así es reproducida en una escala mayor- li-berarse al mismo tiempo de sí mismos y de sus amos? ¿Cómo es posible romper el círculo?
Herbert Marcuse

Resumen
A comienzos del siglo XX, un grupo de mujeres, mayoritariamente socialistas, iniciaron la pugna por derechos de ciudadanía para las muje-res.
El carácter innovador de sus demandas políticas, estuvo anclado sin embargo en los roles tradicionalmente asignados a las mujeres en el ámbito doméstico: “ser mujer” equivalía, también para ellas, a “ser madre”, ya no sólo de su propia descendencia, sino del “hombre nuevo”. Las socialistas feministas no pudieron resolver la tensión entre su posición igualitarista en lo político y el determinismo relativo al rol social de las mujeres. Pero si bien los avances en su condición civil y política estuvieron signados por las funciones tradicionalmente atribuidas a las mujeres, quebraron el círculo de la reproducción acrítica, y aunque no cambiaron de raíz el orden establecido, lo fisuraron irreversiblemente.

Introducción

Hacia fines del siglo XIX se pueden leer los rastros de la herencia pa-triarcal de la colonia en la condición social impuesta a la mujer en la Argenti-na. El tipo de Estado gestado por entonces implicó, respecto de las mujeres, estancamiento y subordinación, expresamente reglamentada por el Código Civil de 1870 que institucionalizó las formas de opresión femenina, al negarles a aquéllas los más elementales derechos civiles y jurídicos. Ya en la década de los noventa los anarquistas y socialistas clamaban por un nuevo orden socio-político, pero mientras los primeros rechazaban todo lo que proviniera desde el estado y subrayaban el valor de la acción directa, los socialistas acentuaban la importancia de la acción parlamentaria (del Valle Iberlucea, 1919) en la cual tuvieron una destacadísima actuación en los proyectos de leyes que reconocieran los derechos de las mujeres . En la primera década del siglo XX una serie de eventos políticos y culturales expresan el clima que se vivía por entonces. Durante los primeros años del siglo, la situación laboral de las mujeres es tratada en los Congresos de la Federación Obrera Anarquista (FOA), entre otras razones, debido al impacto que sobre la opinión pública tuvieron algunas protestas de mujeres. Las anarquistas forman, en la primera década, el Centro Feminista Anarquista y el Centro Femenino Anarquista. El anarquismo cuestionó desde sus bases, el orden sociopolítico de la época pero no otorgó un espacio diferenciado a la cuestión femenina ya que no la conce-bía independientemente de la cuestión social. El matrimonio y la familia fueron blancos preferidos por la crítica anarquista; sólo la unión libre garanti-zaría a la pareja sentimientos auténticos. Sin embargo los patrones familiares tradicionales estaban presentes en los vínculos reales de los y las anarquistas. Consecuentes con la ideología partidaria, las anarquistas se manifestaron contrarias a las reivindicaciones feministas sosteniendo que los cambios profundos que ellas impulsaban comprenderían a la totalidad de la sociedad.

En 1906 se lleva a cabo el Primer Congreso Internacional de Librepen-samiento, realizado en Buenos Aires y las celebraciones del Centenario de 1910 brindan una ocasión a las primeras feministas que organizan, ese mismo año, el Primer Congreso Feminista Internacional, a cargo de la Asociación de Universitarias Argentinas. Allí se plantea la igualdad de salarios por igual trabajo para varones y mujeres; el divorcio vincular; las condiciones laborales de las mujeres; la protección de la mujer trabajadora en tanto madre y desde ese mismo rol, sus derechos civiles y el derecho al sufragio. En esta oportuni-dad se ponen de manifiesto diferencias entre las mujeres que marcan dos tendencias y se expresan en los objetivos perseguidos: la tendencia que propone cierto mejoramiento de la condición femenina, fundamentalmente asociado a la educación con el propósito de que cumpla más acabadamente sus tradicionales funciones de esposa y madre y la vertiente sufragista, que extiende esas mismas funciones al conjunto de la sociedad e insiste en que las mujeres no persiguen intereses propios con estas demandas sino el interés de la raza ya que, depositarias de un orden moral superior, resultan las más indicadas para la protección de la sociedad contra el vicio y el crimen.

Aunque la noción de “raza” encierra una problemática sumamente com-pleja y vasta, que trasciende los objetivos del presente trabajo, me detendré brevemente en ella, por el peso que tuvo en el pensamiento de la época. Como es sabido, la noción de raza no ha mantenido un significado constante a través del tiempo, sino que se trata de un uso polivalente y móvil destinado a funcionar políticamente en más de un sentido (Foucault, 1992).

La creencia de que la sociedad marchaba hacia una instancia superior, producto del constante progreso social y material sostenido bajo el principio de orden, caracterizó el pensamiento dominante del siglo XIX. La incidencia de Auguste Comte en el discurso filosófico y social de la intelligentzia latinoame-ricana significó el predominio de la visión positivista de la sociedad en esta etapa. El positivismo, fundado en una visión triunfalista de la ciencia, concebía a la sociedad como un organismo en desarrollo y tuvo un peso relevante en la intelectualidad argentina y latinoamericana hasta comienzos del siglo XX. Aunque, particularmente en la Argentina, el pensamiento positivista apareció atravesado por una multiplicidad de doctrinas, de tal modo que sería más preciso hablar de positivismos (Biagini, 2000). Dicha multiplicidad hizo posible que sobre ese suelo común se desarrollaran tanto posiciones críticas del orden social de la época como defensoras del mismo. El cruce con la visión spence-riana de la biología como modelo para la teoría social, caló en el pensamiento encontrado de liberales y socialistas. Dentro del sistema evolucionista de Spencer, las particularidades de un pueblo constituían una “raza” destinada a desarrollarse como un organismo vivo a lo largo del tiempo. De manera tal que las razas se distinguen por sus creencias, idiomas y localización espacial y de allí la necesidad de rastrear sus orígenes y características. Poder establecer los rasgos propios de “nuestra raza” se relacionaba con la búsqueda de una identidad nacional. La preocupación por la raza fue tan diversa y extendida que el uso del término resultó sumamente amplio, ambiguo y necesariamente contradictorio en la medida en que fue empleado por posiciones ideológica-mente enfrentadas. Así, en la visión de Alicia Moreau de Justo, las palabras de Spencer respecto de que en la lucha vence el más apto, no autoriza a trans-mutar aptitud por fuerza, así como tampoco Darwin dio al término lucha el significado de dentellada y ataque feroz. El más apto, el más fuerte puede ser el más inteligente, el que carente de fuerza muscular, aguza su imaginación. Por otra parte la mayor aptitud puede no ser individual sino provenir de la asociación. Para Alicia Moreau, lucha significó un esfuerzo constructivo, favorable a la vida humana, necesario para su expansión y perfeccionamiento, cuyo objetivo es el conocimiento y respeto por la verdad, la justicia y la libertad. El resultado de estas búsquedas expresa inexorablemente el sentido de la evolución moral de la especie (Henault, 1983).

La amenaza de la degeneración de la raza era vivida con preocupación por todo el espectro político nacional, ya que la sociedad se halla siempre amenazada por elementos heterogéneos a quienes el estado debe controlar mediante técnicas médico-normalizadoras para garantizar su integridad, asegurar la higiene y el orden social.
La grandeza de la nación dependía entonces de una población sana, fuerte y próspera, pero mientras la oligarquía apuntaba a la inmigración como su más alto riesgo, los anarquistas y socialistas sostenían que el mejoramiento en las condiciones de trabajo de los obreros y muy especialmente de las mujeres en tanto “reproductoras”, aseguraría el mejoramiento de la especie, sobre todo en la faz moral.
Las primeras feministas en nuestro país asumen esta responsabilidad so-cial que es al mismo tiempo la punta de lanza de sus argumentos cuando demandan derechos de ciudadanía.

El movimiento feminista internacional de las primeras décadas del siglo XX, que fuera el referente obligado del movimiento nacional de feministas socialistas, se orientó particularmente hacia el reconocimiento de derechos civiles y políticos. Las luchas por el derecho al voto, al divorcio, a la educación y al mejoramiento de las condiciones laborales, signaron la primera mitad del siglo XX y estuvieron canalizadas fundamentalmente por el socialismo en nuestro país. Por otra parte, el Consejo Argentino de Mujeres fue presidido por Albina Van Praet de Sala a instancias de Cecilia Grierson desde 1900. Este Consejo, que Grierson pretendió como una filial del Consejo Internacional de Mujeres, estuvo conformado desde el comienzo por mujeres de sociedades benéficas, religiosas y de primeros auxilios. El sufragio no fue tema de la agenda del Consejo y a través de los años mostró cada vez más claramente su composición conservadora .

Las mujeres anarquistas y socialistas promovieron las primeras organi-zaciones de mujeres: la Unión Gremial Femenina, integrada fundamentalmen-te por proletarias, y el Centro Socialista Femenino, básicamente formado por las universitarias. Más adelante la Unión Feminista Nacional de tinte netamen-te sufragista, afirma que el movimiento feminista tiende a la total emancipa-ción de las mujeres y por lo tanto no es sólo un movimiento político sino también social y económico. Las diferencias ideológicas y los niveles de instrucción, generalmente asociados a la posición de clase, mantuvieron a las primeras feministas enfrentadas, situación de la cual los sectores conservado-res obtenían provecho sin ningún esfuerzo. Sus posiciones fluctuaban desde actitudes radicales respecto de la emancipación de la mujer hasta la revalori-zación de los papeles sexuales tradicionales, pasando por posiciones reformis-tas. No obstante compartían la idea de que la función social de las mujeres era la de un altruismo sin reparos como proyección del rol hogareño hacia la sociedad.

Estableceremos a continuación un recorrido rápido por las primeras ac-tuaciones feministas en nuestro país, para detenernos luego en las figuras y demandas socialistas respecto de los derechos de las mujeres en las primeras décadas del siglo XX. Por último analizaremos la publicación feminista socialis-ta de la época: Nuestra Causa. Nos interesa mostrar la pervivencia de las tradiciones en las propuestas innovadoras como su condición de posibilidad.

Primeras feministas argentinas

Antes incluso de finalizar el siglo XIX (1889), Cecilia Grierson se convir-tió en la primera mujer universitaria y médica recibida en nuestro país y en América del Sur. El temperamento que la condujo a tan insólita profesión para una mujer de la época, la impulsó a efectuar innovaciones en otros campos. De hecho fue también la precursora de una serie de renovaciones en el orden cultural. Luego de organizar en 1900 el Consejo Argentino de Mujeres, colabo-ró con Petrona Eyle en 1901 en la fundación de la Asociación de Universitarias Argentinas. En los años siguientes presentó numerosas iniciativas al Congreso Nacional como la Protección a la Maternidad (1903), Sanidad y Asistencia Social (1906), Jubilación del Magisterio (1907), Igualdad de Derechos Civiles para la Mujer (1919), entre otras. La profundización en los tratamientos y educación de niños ciegos, sordomudos y con deficiencias mentales, fueron objetivos principales en la actividad profesional de Cecilia Grierson, tanto como la formación de enfermeras, parteras y la atención de primeros auxilios. Sobre estos temas la Dra. Grierson escribió y publicó libros tales como Guía de la enfermera , Cuidado de los enfermos (1912), Primeros auxilios en el caso de accidente (1909) y textos de kinesiología que la constituyen en una precursora dentro de este campo en el país.

Destacamos aquí dos aspectos del problema. Por una parte que las mu-jeres escribieran sobre temas vinculados con sus profesiones era algo ya bastante inusual, que además publicaran era extraordinario. Sin embargo, que una mujer en condiciones de sentar tales precedentes lo hiciera a través de temas que la tradición indicaba como femeninos, debió ser la bisagra que permitió articular innovación y tradición. Si la presencia de las mujeres en los lugares y en las actividades no tradicionales fue en términos generales tolera-ble, ello se debió a que sus acciones fueron impulsadas por lo que la tradición consideraba patrimonio de las mujeres.

En 1910 Cecilia Grierson organizó y presidió el Primer Congreso Femeni-no Internacional, el cual dio cuenta del clima respecto de la condición de las mujeres en la sociedad y los lemas que orientaban sus demandas de cambios sociales. Los objetivos del Congreso apuntaban fundamentalmente al mejora-miento de las mujeres brindándoles mayor educación e instrucción para “que eleven su pensamiento y su voluntad en beneficio de la familia y para mejo-ramiento de la sociedad y perfección de la raza”. El Centro Socialista Femenino apoyó el encuentro. Respecto del Congreso, Ernestina López señaló que el Congreso no tenía posición ideológico partidaria:

es simplemente femenino, lo que significa que se propone exponer los intereses de la humanidad por boca de las mujeres [...] no persigue rei-vindicaciones violentas ni pretende cambiar radicalmente el orden esta-blecido.

Queda claramente expresado que al menos una parte del feminismo de estos primeros años no se proponía cambios radicales sino más bien ciertas rectificaciones a la condición social de las mujeres y que al mismo tiempo que reconocía sus derechos de instrucción y educación, la comprometía a tener un rol activo en el cumplimiento de los deberes tales como la asistencia y el control moral de la sociedad. En su autopercepción, las mujeres eran las portadoras de una mirada universal respecto de la humanidad y no se sospe-chaba de ellas en el ejercicio arbitrario del poder. Irían al espacio público con sus dotes del espacio privado: capacidad de entrega, intuición más que inteligencia y sentimientos hacia los desvalidos. Durante el desarrollo del Congreso se presentaron trabajos que versaban sobre la educación de las mujeres; la influencia social de la madre; la mujer obrera; la prostitución; el alcoholismo; los derechos civiles y políticos de las mujeres y en relación con los saberes: la mujer en la medicina, las ciencias y las artes domésticas. Este último rubro estuvo particularmente a cargo de la Dra. Grierson.

La sociedad argentina de las primeras décadas del siglo XX era el resul-tado de una clara división del orden social en dos espacios nítidamente sepa-rados: el público/varonil y el privado/feminizado. Un mundo sexualmente jerarquizado conmina a las mujeres a aceptar como evidentes, naturales y obvias las proscripciones de las que son objeto constante. Como contrapartida, las expectativas de las mujeres respecto de sí mismas están fuertemente orientadas al desarrollo exitoso de las disposiciones “femeninas” inculcadas por la familia y fortificadas por el resto de las instituciones. Lo que se entiende socialmente como la “natural vocación” asistencialista de las mujeres, pone en evidencia una relación armoniosa entre las disposiciones creadas y sus posi-ciones efectivas en la trama social. El efecto de la lógica implícita en esa relación es que las propias mujeres experimentan como auténticas virtudes la abnegación, la resignación y la entrega. Fue desde este lugar que las mujeres en nuestro país reclamaron el ingreso a la condición ciudadana. Lograron sacar a la luz y cuestionar el lugar subalterno de las mujeres en la sociedad, pero también dejaron al descubierto la fuerza de los modelos socialmente construi-dos a partir de los cuales los sujetos se reconocen.

Las Socialistas, precursoras de los derechos de la mujer

Entre las primeras mujeres socialistas se encuentra Gabriella Laperriére de Coni. En 1902 formó parte del Comité Ejecutivo del Partido Socialista. Su interés particular se orientó hacia la situación de la mujer obrera, destacando que en principio las mujeres no deberían trabajar fuera de sus hogares puesto que iba en contra de los intereses familiares y ponía en riesgo su salud, cuestión directamente relacionada con la salud de su descendencia. En los casos en que la necesidad la obligaba a trabajar, debía ser protegida por leyes que contemplaran su condición de madres.
En relación con la demanda del derecho político al sufragio se destacaron entre otras, Julieta Lanteri y Alicia Moreau, quien apenas egresada de la Escuela Normal, había participado en 1906 del Congreso de Librepensamiento. De esta experiencia resultó su doble inscripción política: en el feminismo y en el socialismo. Hacia 1907 formaba parte del Comité Pro sufragio Femenino junto a Elvira Rawson de Dellepiane, Sara Justo y Julieta Lanteri.

La reforma al Código Civil Argentino que debía otorgar derechos civiles a las mujeres estuvo presente en el Congreso. La Dra. Elvira Rawson presentó su propuesta de reforma que contemplaba el reconocimiento de la autonomía económica de las mujeres casadas, de la patria potestad compartida, el derecho a ejercer profesiones sin intervención del marido, a disponer de sus bienes personales, a asociarse sin consentimiento del esposo, a disponer de los bienes gananciales que le correspondieran en el caso de divorcio. Sobre este último tópico, el divorcio, disertó Carolina Muzzilli, quien aunque no tuvo oportunidades de suficiente formación escolar, fue autodidacta y llegó a fundar y dirigir el periódico Tribuna Femenina, había elaborado ya desde el Centro Socialista Feminino, junto a Fenia Cherkoff, un proyecto de ley de divorcio (Ciriza, 1993:165) A los 18 años se afilia al partido socialista. Alfredo Palacios la impulsa a participar en conferencias en los centros socialistas con el manda-to de organizar a las mujeres gráficas. Para los socialistas las trabajadoras manifestaban desinterés por la asociación gremial, ya que se tomaba como modelo de lucha las formas varoniles de implementarlas (Lobato, 2000). El producto de sus investigaciones en las fábricas queda plasmado en un informe que será el soporte de la defensa de la mujer que en 1905 emprende el diputado Alfredo Palacios ante el Congreso Nacional. Respecto del divorcio expresaba en el Primer Congreso Feminista Internacional:

La mujer en la sociedad actual [...] carece de voluntad propia, teniéndo-sela y habiéndosela tenido en un estado de inferioridad, como si la Natu-raleza, al darle lo que la rodea de luminosidad, la maternidad, la hubiese sellado con una marca indeleble de ignominia (Muzzilli, Mujer/Fempress, 1991:8).

Los espíritus timoratos temen, según Muzzilli, la destrucción de la fami-lia. Sin embargo el divorcio sería el modo de preservarla dándole a dos seres infelices la oportunidad de constituir nuevamente verdaderos hogares:

¿Por qué negarle a la mujer si es joven que satisfaga su suprema aspi-ración formando un nuevo hogar? ¿Por qué negarle el derecho de gozar de las dulzuras de la intimidad de su casa siendo de nuevo esposa y madre? ¿Por qué negarle al hombre que constituya un nuevo hogar en donde imponga la paz el amor, sustrayéndolo así de frecuentar lugares licenciosos. (Muzzilli, Mujer/Fempress, 1991:8)

Aun en una de las más combativas feministas de la época podemos apreciar nuevamente que la sublime misión de las mujeres es la maternidad y su realización personal está atravesada por la función dentro del hogar.

En los años que van desde 1919 a 1921, las feministas del partido so-cialista publican la revista Nuestra Causa donde mensualmente, se destaca el interés por mejorar las condiciones sociales de las mujeres; la información a cerca del movimiento feminista a nivel internacional; la posición “naturalmen-te” pacifista de la mujer; el divorcio y la prédica de los derechos civiles y políticos, aún pendientes para entonces. Cada número reseña y destaca la personalidad y realizaciones prácticas de figuras feministas nacionales e internacionales. La publicación estuvo dirigida por la Doctora Petrona Eyle hasta 1920 y luego por Adela García Salaberry.

En la revista aparecían, entre otros temas, los proyectos para la eman-cipación civil y política, presentados por los socialistas en las cámaras legisla-tivas. Sin duda, los socialistas asumieron la defensa parlamentaria de los derechos de las mujeres, la sostuvieron hasta la conquista en 1926 de los derechos civiles y continuaron bregando por el derecho al sufragio mientras tuvieron representación parlamentaria.

Sin embargo esos reclamos, así como también los relativos a las condi-ciones laborales, estaban atravesados por la constante preocupación de que el exceso de trabajo, la ignorancia y la marginación de las mujeres degenerarían la raza en las futuras generaciones. La tarea fundamental de la mujer en la sociedad y esto está presente por igual en varones y mujeres socialistas, es la maternidad. Mejorar la condición social de la mujer significó para las socialis-tas un progreso que no veía el derecho como un fin para las mujeres sino como un medio para el mejoramiento integral de la sociedad.
Adela García Salberry dice en su artículo “La Hora de Oro”:

El reloj del progreso señala la hora de oro para las mujeres argentinas [...] La formación de las instituciones feministas, ha retumbado pavoro-sa como un trueno en el espacio social, agítanse los arcaicos y rezaga-dos que temen los gigantescos pasos de la mujer hacia el progreso, co-mo a fulminantes olas de la tempestad.
¡Pero, no!... El espíritu de la mujer moderna gravitará por altas regiones [...] será la eterna musa para las idealidades y amores más sanos. ¡Símbolo sagrado de un alto ideal: la dignificación del hogar. (Garcia Sa-laberry, 1919:75).

Las siguientes expresiones de Blanca C. de Hume, aunque son críticas respecto del comportamiento inmoral permitido a los varones, subrayan el mandato de pureza impuesto a las mujeres:

Afortunadamente nuestra sociedad ya sostiene que la mujer que aspira a la santa misión de madre debe ser pura en cuerpo y alma, debe ser siempre capaz de dar a sus hijos elevado ejemplo de virtud, pero le permite al padre que cultive el vicio y lo trasmita a sus hijos. (Hume, 1919:105)

En respuesta a los temores sociales con relación a la figura feminista, escribe María Abella de Ramírez La Mujer moderna ó feminista:

La mujer feminista no es lo que el vulgo supone [...] Lo que la mujer moderna pretende no es el absurdo de convertirse en hombre, no es abandonar el hogar, sino ser la digna compañera del hombre actual, in-teligente y libre, la madre capaz de formar una descendencia culta (Abe-lla de Ramírez, 1919:99).

Ni los socialistas ni el movimiento obrero, pensaban en la emancipación de la mujer como un derecho propio. Se enunciaba a menudo pero se hacía depender el derecho del deber como reproductoras de la especie. No era a la mujer, en tanto sujeto político a quien le correspondían derechos ciudadanos, sino que lo que había que proteger era la figura maternal. No se concebía la posibilidad de que la mujer no tuviera hijos, y mucho menos que no deseara tenerlos. Se la quería más preparada intelectualmente y de una moral inco-rruptible para transmitir verdaderos valores a sus descendientes. El derecho al voto se viabiliza por su deber de moderar, moralizar y humanizar las relacio-nes sociales. Para la sociedad el voto de la mujer sería “política de moraliza-ción” ya que garantizaría la educación, especialmente la de la infancia y la protección de desvalidos, al mismo tiempo que la lucha contra el vicio.
Julia Garcia Games, colaboradora de Nuestra Causa que se destaca por el carácter culto de sus contribuciones, sostiene en defensa del derecho al sufragio:

Pidamos el voto para mejorar las condiciones del obrero, para proteger a la infancia y a la vejez: para luchar victoriosas contra el alcoholismo y la mendicidad... (Garcia Games, 1920:274)

La Dra Alicia Moreau a su regreso de EEUU, a donde asistió como dele-gada nacional a la Conferencia Internacional de Mujeres Médicos (sic) y a la conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras decía al referirse a Miss Ana Howard:

Entusiasta feminista estaba convencida de la acción insuperable para la mujer, el concederle el voto era matar el vicio, era matar el alcoholismo. [...] Lo interesante de esta acción es la claridad del concepto social que anima a estas mujeres [las sufragistas norteamericanas] ellas no se han conformado con pedir el voto; saben para qué lo han pedido; por qué lo han pedido y en qué forma lo han de aplicar. (Moreau, 1920:11)

La líder socialista hace mención a la primera reunión en Nueva York de delegadas de las distintas ligas de mujeres votantes constituidas en los diferentes estados. Luego de enumerar los tópicos sobre los cuales se pedirán las reformas -ciudadanía, educación, abolición del trabajo para niños, aboli-ción del trabajo nocturno para las mujeres y los menores de edad, igual salario por igual trabajo y otros puntos- Moreau señala:

Como Uds. ven no es sólo el interés de la mujer el que prima [...] sino el interés de la raza, a la que quieren evitar la vergüenza, la degenera-ción y el crimen [...] La mujer está en la sociedad en un plano muy dis-tinto del hombre, la mujer es madre ante todo, ser madre significa para la mujer todo en su vida.. (Moreau, 1920:13)

Julia García Games, en ¿Debe votar la Mujer?, sostiene que en los paí-ses en donde se ha otorgado ya el voto a las mujeres:

La influencia del voto femenino en el mejoramiento de las costumbres, afianzando el imperio de la moral única e indivisible para ambos sexos se ha hecho sentir, así como en la depuración de la acción política en general. (Garcia Games,1920:272)

Es la tradición la que impulsa la innovación:
el porvenir es nuestro, en el esfuerzo cotidiano, porque toda nuestra tradición eminentemente democrática, nos impulsa al futuro. Pidamos también el voto para moralizar la política. (Garcia Games, 1920:274)

Emancipada pero dependiente. Extraño formato y familiar a la vez, que no encierra desde nuestro punto de vista una paradoja. Si se atribuye a la condición maternal el carácter de una esencia, todo lo que no apunte a su fortalecimiento será vivido como una falta. Las propias mujeres que encabeza-ron las luchas por la emancipación femenina en nuestro país, no eran ajenas a la construcción social de las significaciones, ya que las mujeres sólo disponen para percibirse y para apreciarse, de esos esquemas gestados en la relación dis-par con los varones . Por ello justificaron sus aspiraciones de independen-cia comprometiéndose a no cambiar el orden establecido, puesto que en ese orden ellas hallaban su lugar.

Conclusión

En la primera mitad del siglo XX, cuando la presencia de las mujeres co-bra en nuestro país una relevancia inusitada e irreversible, puede apreciarse sin embargo una constante tensión entre innovación y tradición. La innovación no estuvo desprovista del doble movimiento de flujo y reflujo, ya que las significaciones heredadas obstruyen la posibilidad de pensar de un modo nuevo pero no lo impiden por completo.

La dificultad para dar paso a innovaciones en cuanto a los roles propios de las mujeres en la sociedad de la época, se expresa en tanto por una parte, pudieron poner en crisis una serie de significaciones sociales vinculadas con el “ser mujer”, tales como la incapacidad civil y política; por la otra, sostuvieron la capacidad de maternaje como esencial a la naturaleza misma de las muje-res, devenida en condición social. Si bien explícitamente apelaron a la igualdad civil y política de las mujeres, las argumentaciones de las socialistas redunda-ron permanentemente en torno de la diferencia fundada en la naturaleza maternal, en la superioridad moral, la tolerancia y el pacifismo propio de las mujeres. De manera tal que, si desapareciera esa dimensión, las mujeres perderían entidad y los derechos carecerían de sujeto político que los encar-nen.

La sociedad argentina del momento recibió como herencia la equipara-ción entre mujer=madre y las propias mujeres innovadoras la esgrimieron para la conquista de nuevos lugares y para la producción de nuevas significa-ciones. Una lectura atenta de esas significaciones pondrá al descubierto las viejas instituciones que las sustentan (Baczko, 1991).

Aun cuando las resistencias a las primeras luchas feministas fueron sos-tenidas, hubo cierto margen de tolerancia social probablemente vinculado con el hecho de que si la mujer es diferente, como sinónimo de des-igual, es la otra en relación con lo uno y el orden queda así preservado. Esta forma de alteridad impuesta por la jerarquía entre los sexos, por los lugares que se ocupan, por la pertenencia identitaria y por el peso de las concepciones heredadas, no posibilitó a las mujeres cuestionar radicalmente, en esta etapa, las claves de su subalternidad. El pensamiento socialista no pudo resolver la tensión entre su posición igualitarista en lo político y el determinismo relativo al rol social de las mujeres.

Pese a las dificultades para producir los cambios a los cuales aspiraban, es innegable que las mujeres argentinas transitamos hoy con naturalidad por los caminos abiertos por aquellas mujeres. Ellas toleraron la incomprensión, el estigma y muchas veces la burla de una sociedad estrecha en sus miras y resuelta a conservar el statu quo de la dependencia femenina. Que los avances producidos por la insistencia incansable de las primeras feministas hayan pagado el tributo de sostener el núcleo duro de la significación más ancestral respecto del “ser mujer” para la sociedad, no le resta valor a sus méritos. Puede que las tradiciones limiten las posibilidades de innovación en una época, pero no pueden evitar las fracturas de un orden hasta entonces cristalizado, ni sus consecuencias. Es en esas fisuras donde arraiga el pensamiento alternati-vo de una época y por ello las propuestas innovadoras trascienden los tiempos en que son formuladas.

Es posible que las propias vidas de las primeras feministas en nuestro país variaran muy poco, pero sacaron a las mujeres de la invisibilidad del espacio doméstico y reclamaron su parte como sujetas a quienes les corres-ponden derechos. Gestaron las condiciones para la ciudadanización de las mujeres y, si bien el proceso no fue lineal, ya no admitió el retorno a la condición primigenia. Tal vez ésta sea la forma en que los círculos a los que se refiere Marcuse pueden ser quebrados.


Publicaciones periódicas

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