sábado, septiembre 26, 2009

Exposición reivindica el papel de la mujer en el Surrealismo

Fuente: EFE
Sólo a partir de 1930 comenzó el movimiento surrealista a incluir a mujeres como artistas, aunque fuese con cuentagotas

El movimiento surrealista se propuso romper barreras, violar tabúes y trastornar jerarquías, pero, con muy pocas excepciones, sus principales protagonistas, revolucionarios en tantas cosas, se quedaron anclados en el paternalismo hacia la mujer cuando no en puro y simple machismo.
Para sus protagonistas, las mujeres eran simplemente musas, muñecas que podían descoyuntarse a voluntad, objetos eróticos o simples torsos como ése de Lee Miller, que tanto fascinó a Man Ray y a otros de su grupo.

Como señaló en su día una de ellas, Dorothea Tanning, "el lugar de la mujer entre los surrealistas no eran distinto del que ocupaba entre la población en general".

Ésa es la imagen de la mujer en el surrealismo que se ha propuesto revisar y corregir la austríaca Patricia Allmer en una exposición que bajo el título de "Ángeles de la Anarquía", tomado de una escultura de Eileen Agar, se inaugura este sábado en la Manchester Art Gallery y que podrá visitarse hasta el 10 de enero.

Como señala Allmer, sólo a partir de 1930 comenzó el movimiento surrealista a incluir a mujeres como artistas, aunque fuese con cuentagotas.

En 1943, una exposición de Peggy Guggenheim en su galería neoyorquina Art of this Century exhibió la obra de mujeres asociadas al surrealismo, entre ellas Frida Kahlo, Meret Oppenheim o Leonora Carrington.

Fue, sin embargo, un hecho casi aislado ya que con excepción de las artistas más conocidas, como las tres citadas, las mujeres ocupan un lugar marginal en las historias de ese movimiento.

Es una injusticia manifiesta, como pone claramente de relieve la exposición de Manchester, que permite arrojar una mirada totalmente nueva sobre ese movimiento a la vez que rescata de un injusto olvido a muchas de esas artistas por derecho propio.

No se trata, según explica Allmer, de una agenda "separatista" porque las mujeres surrealistas no eran feministas radicales ni pretendían excluir a sus colegas masculinos, sino que estaban interesadas en colaborar con ellos aunque, eso sí, en pie de igualdad.

"Ángeles de la Anarquía" explora a través de tres generaciones de artistas cómo mujeres artistas de distintos países, desde México (Kahlo y Lola Álvarez Bravo) hasta Checoslovaquia, pasando por Francia, Bélgica o España (Remedios Varo), desafiaron toda suerte de convenciones.

La exposición está organizada por temas como el paisaje, el retrato, el bodegón, interiores o la fantasía, aunque muchas de las obras no respeten esas distinciones temáticas.

Hay en la exposición auténticas joyas, como los diversos bodegones de frutos jugosos y resonancias eróticas de Frida Kahlo o el fascinante doble retrato de la artista mexicana con Diego Rivera, que parece salir de un nudo de ramas como en una especie de injerto o de fusión botánica, todo él enmarcado de conchas de caracol.

Hay paisajes inquietantes como los de la norteamericana Kay Sage o angustiosos como los de la checa Toyen, interiores de pesadilla como los de Dorothea Tanning, imágenes a caballo entre el interior y el paisaje como la misteriosa cama de la checa Eva Svankmajerova, con una sábana que parece abrirse por uno de sus extremos como una gran vagina.

No faltan los escenarios fantásticos con ángeles atrapados en jaulas, esfinges con cara de niña y cuerpo mecánico y otros animales mitológicos, ni tampoco referencias irónicas al Magritte de "Le Viol" como la titulada "Lee mis labios" que muestra la vagina de la artista en el interior de sus labios.

Y hay una imagen realmente impactante de un pecho de mujer amputado en una mastectomía y servido sobre un plato como si se tratase de un bodegón: Lee Miller tomó esa foto en los locales de la revista Vogue antes de que se la llevaran los guardias de seguridad.

Resulta por otro lado particularmente interesante el aplomo y la seguridad que muestran esas mujeres surrealistas en sus autorretratos o cuando captan con el ojo de la cámara a sus colegas, a las que presentan siempre con un aire de confianza en sí mismas que nada tiene que ver con el rol pasivo que les atribuían los hombres de ese movimiento.

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