El trabajo de promotora es elegido por muchas mujeres jóvenes, al parecer porque permite realizar otras actividades, como continuar con los estudios. Lo hacen aún sabiendo que durante una jornada laboral, pueden ser víctimas de distintas formas de violencia.
“¿Es verdad que todas las promotoras son prostitutas?”, publicó un varón joven hace menos de un año en un foro de Internet. Este tipo de preguntas, e incluso afirmaciones, surgen a menudo cuando a alguien se le consulta sobre el trabajo que realizan las promotoras. El mundo en el que está inmerso el universo de la venta por seducción, es un lugar donde en apariencia todo se permite, incluso a riesgo de convertir a la mujer en un simple objeto sexual para la atracción comercial.
Las empresas que se encargan de dar a conocer un producto, llevarlo a la popularidad e impedir que el público se olvide del mismo, tienen necesariamente que contratar personal eventual. Lo convocan cuando se los necesita, por un tiempo determinado, para una tarea específica, y luego a volver a empezar.
El primer problema surge cuando se toma real conciencia de las pruebas por las que tienen que pasar las mujeres que deciden trabajar de promotoras para poder ser seleccionadas. “Ser rubia, de ojos verdes, alta y flaca es lo que me permitió entrar”, dice Ariadna, que hizo promociones para Turismo Carretera (TC). No importan las aptitudes intelectuales, lo que tiene relevancia es el aspecto físico; una sonrisa con dientes desprolijos, puede dejar en la banca a cualquier postulante.
“En una selección me pidieron que me baje el pantalón para ver si tenía celulitis, y a una compañera le tocaron los pechos para verificar que estuvieran firmes”, relata Ariadna. A la pregunta sobre si este tipo de situaciones se pueden considerar acoso sexual laboral, la respuesta es negativa, aunque el rol las predisponga. Para Monique Altschul, Directora de “Mujeres en Igualdad”, el mundo de las promociones es “una instancia previa a la prostitución”, en la que se insinúa, se promete, pero no se llega al acto propiamente sexual.
“Se trata de un trabajo denigratorio encubierto, ya que es percibido por muchas chicas como el trabajo ideal, pero en el que se las convierte en mujer trofeo”, explica Altschul.
Las leyes nacionales no reconocen explícitamente este tipo de situaciones, pero la Constitución incorpora la Convención contra Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres de Naciones Unidas (CEDAW). Además la ley 26.485, de Protección Integral hacia las Mujeres, habla de la “violencia simbólica” que se da en la publicidad y en los medios.
Si se tiene en cuenta que, según la Oficina de Asesoramiento sobre Violencia Laboral (OAVL), el 92 % de los casos de las denunciantes sufren acoso de sus superiores, y que el 80% de las afectadas son mujeres de entre 18 a 40 años, el trabajo de las promotoras ayuda a relativizar esos números.
Ariadna fue hostigada laboralmente: “Cuando empecé a ser promotora de TC me dejaron bien en claro que habían dos caminos: el largo y el corto. Acostarte con alguien era lo que me decían que tenía que hacer para asegurarme el trabajo”, advierte.
Carolina, de 29 años, que trabajó en esas promociones durante tres, tuvo que poner las cosas en su lugar: “Un día una de las dueñas de la agencia me dijo de salir de a cuatro con el piloto, que estaba interesado en mí, y con el copiloto. Luego de insistir mucho le tuve que dejar bien claro que no hacía ese tipo de cosas”, relató.
La vestimenta y las groserías
Quienes trabajan de promotoras saben también que tienen que soportar no sólo piropos sino insolencias por parte del público masculino. En general, esto está estrechamente relacionado con la vestimenta de trabajo. “He visto chicas hermosas, con pelo largo, rubio, y con chaquetas cortas y pantalones ajustados. Los hombres les decían de todo”, cuenta Clara, de 23 años, que fue promotora por corto tiempo en una importante perfumería. “Te sentís como en la zona roja, pero es un trabajo… y cuando la necesidad llama a tu puerta, no te queda otra que sonreír”, sentencia.
Carolina pasó por todos los rubros de promociones, y para ella no cambia el escenario, ni con el lugar ni con el público: “Lo más incómodo eran las situaciones en que tenías que estar todo el tiempo esquivando groserías, porque te daban como uniforme unos vestidos de cuero con agujeros en los pechos, te ponían música y encima tenías que bailar con el que pasaba”, confiesa.
Para Monique Altschul nunca pueden justificarse los excesivos piropos e indecencias: “Es una de las formas de violencia de género. Esto demuestra que el lugar de la promotora es responder a las fantasías o perversiones del público masculino, caracterizado en muchos de nuestros países por su machismo”.
“Te sentís como en una vidriera. Te ven como un objeto fácil porque estás en exposición. Sos en teoría una puta camuflada”, describe Carolina. También es cuestión de personalidades: “Tenía compañeras que se levantaban hasta la alfombra, pero les encantaba”, continúa.
Otro problema surge cuando se toma real conciencia de que las promotoras cumplen en la sociedad la misma función que las modelos: “Responden a un ideal único de belleza física que no tiene que ver con los cuerpos reales, como lo demuestra la falta de talles en los comercios y los shoppings”, explica Monique Altschul. Esto incide directamente en los trastornos de la alimentación, tales como la anorexia y la bulimia, cuya principal víctima es la juventud.
Hombres promotores: testigos de la violencia
No sólo las mujeres se percatan del acoso del que son víctimas. Mariano, de 28 años, es promotor desde el 2006: “Las chicas se cansan de que se les tiren encima, y cuando hay cerca algún promotor varón, recurren a él para que las proteja del acoso”, dice. Para Mariano, socialmente parece estar aceptado el hecho de que si se ve una mujer ligera de ropa o con atuendos ajustados es lícito decir groserías, porque seguramente quien viste ligeramente, “debe ser también ligera en muchos otros aspectos”.
Para Monique Altschul, los hombres no sufren este tipo de acoso porque no es tan común la figura del promotor, ni se enfatiza en general el aspecto sexual; se lo muestra en general con simpatía, revelando alguna habilidad deportiva o física.
“No está instalado ni en la sociedad ni entre las mujeres el mirar al hombre como objeto de consumo”, finaliza.
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