Repensar América supone repensar a su gente y cuál mejor manera de hacerlo sino reflexionando sobre las familias latinoamericanas donde esa gente es creada y socializada. Las familias latinoamericanas –según la mayoría de los investigadores e investigadoras que abordan su estudio—se encuentra sumergida en una crisis profunda, crisis que abarca simultáneamente la formación en valores. A pesar de lo que se pudiera creer a partir de las abundantes investigaciones realizadas, el tema está lejos de ser bien conocido por lo que las soluciones que reiteradamente se han propuesto, tienden a nuestro juicio a ahondarla aún más.
La socialización que se realiza a nivel familiar es insustituible ya que es allí donde se establece una orientación valorativa que regirá la actuación de los niños y niñas y de los y las jóvenes. Esa orientación, vale decir, los criterios, opiniones, perjuicios, estereotipos, normas morales, principios, ideales y anhelos espirituales, es insustituible en la relación que establecen las personas entre la realidad objetiva y los componentes de sus personalidades, lo que se expresa a través de conductas y comportamientos. Pero esa orientación valorativa familiar solo es útil para la transformación social cuando esos valores son producto de una reflexión que se da en la actividad práctica con un significado asumido, cuando los comportamientos son el resultado de aprendizajes conscientes y significativos en lo racional y en lo emocional (Arana y Batista, 2007).
Lo anterior nos lleva a plantear el carácter vital y estratégico de la formación en valores a nivel familiar, sobre todo cuando en Venezuela estamos empeñados en la transformación social y la integración de la Patria Grande latinoamericana. De manera pues que para repensar a América no solo es necesario sino imprescindible conocer los procesos que han llevado a la estructuración y actualmente a la desintegración de las familias latinoamericanas.
Procesos actuales de estructuración-desestructuración de las familias populares latinoamericanas
Nos referiremos de manera fundamental a las familias populares y dentro de ellas al papel protagónico de las mujeres, así como también a la incidencia de factores socio-históricos, socio-culturales, socio-económicos y socio-ambientales que intervienen tanto en la estructuración como en la desestructuración familiar. Es importante destacar que cuando nos referimos a familia no estamos aludiendo solamente a la familia nuclear patriarcal, la llamada familia victoriana, que nos fuere impuesta a los pueblos americanos desde la colonia como la unidad, el núcleo y el centro de la estabilidad social; incluimos también a las formas familiares matricéntricas, sostenidas por las mujeres populares latinoamericanas, formas que surgen a partir del siglo XIX y que en la actualidad son características de todos los sectores populares de América Latina (Vargas 2006; Dore, 1997). Las tesis europocéntricas sobre la familia patriarcal como una unidad transhistórica, célula social fundamental, están siendo refutadas por la propia realidad, en especial si tomamos en cuenta que en las últimas cinco décadas del siglo XX se dieron transformaciones sustanciales en los valores sexuales, se incrementaron los divorcios, operó una tendencia hacia el abandono por parte de las mujeres de sus espacios tradicionales y se han intensificado los cuestionamientos al poder patriarcal (Vargas 2006).
Factores de desestructuración familiar: el caso de las migraciones
En primer lugar mencionamos el impacto negativo de la globalización del neoliberalismo económico que en los últimos 25-30 años ha acentuado la condiciones de pobreza secular en las cuales viven los pueblos de América Latina que se originan con la condición colonial, ocasionando en gran medida la desestructuración de las familias populares tradicionales. Las cifras que nos ofrece el PNUD señalan un aumento del 60% de la pobreza en todos los países de la región y un 40% de familias que viven en la miseria. Debido a la existencia de las familias matricéntricas en los países latinoamericanos, se ha dado un acelerado proceso de feminización de la pobreza.
Uno de los factores desestructurantes fundamentales en la mayoría de nuestros países ha sido la migración de las mujeres hacia los centros metropolitanos de poder, como respuesta a la crisis económica que ha generado un estado generalizado de pobreza y miseria en sus países de origen. En este sentido es bueno recordar que entre las familias matricéntricas, las mujeres son no solamente las distribuidoras de recursos, como sucede en las familias nucleares patriarcales, sino también las únicas proveedoras.
Otro factor importante a tener en cuenta para que se dé la migración de hombres y mujeres, sobre todo de estas últimas, es la composición diferencial de los sectores populares en los distintos países de América Latina. En aquéllos donde esos sectores están compuestos mayoritariamente por indígenas y por afrodescendientes, han sido más vulnerables a las políticas económicas neoliberales que los han llevado a vivir en terribles condiciones de pobreza y miseria, debido a que siempre se acompañan de formas extremas de discriminación racial, ausencia de derechos civiles mínimos, exclusión y marginación. Todo lo anterior ha generado en esos países una muy baja calidad de vida para los sectores populares. Tal es el caso de Guatemala, Salvador, México, Honduras, Bolivia, Perú, Ecuador, Paraguay, Haití, República Dominicana y Antillas Menores. Lo mismo sucede en aquéllos en donde los sectores populares están formados básicamente por campesinos/as tradicionales, también especialmente vulnerables a dichas políticas, por lo que son golpeados fuertemente por la pobreza y la miseria, en especial las mujeres quienes la ideología patriarcal imperante dentro de sus propias comunidades y en la sociedad general las ha forzado a permanecer recluidas en el espacio doméstico. Tal situación ha caracterizado a países como Colombia, Nicaragua y Panamá. Por el contrario, en aquellos casos en donde predominan mayorías mestizas, sobre todo urbanas, las políticas de beneficencia y asistencialismo del Estado de Bienestar, aunque no impidieron su empobrecimiento y el incremento de condiciones espantosas para su propia existencia, tendieron a paliar los efectos negativos de las políticas neoliberales. Al mismo tiempo, en estos últimos países, el Estado de Bienestar normó la posibilidad de ascender socialmente a los individuos que no a los colectivos; este hecho posibilitó que importantes segmentos de esas mayorías populares se plantearan salidas individuales a la pobreza y exclusión. Tal ha sucedido en Brasil, Uruguay, Chile, Venezuela y Argentina. No obstante, aunado a lo anterior, en todos los casos las mujeres de cualquier condición social y étnica de todas las procedencias deben enfrentar el problema de la violencia doméstica, otro factor que incrementa la migración.
Como podemos ver, la desestructuración familiar se manifiesta de manera diferencial al interior de cada país latinoamericano según cuáles sean sus características socio-culturales, socio-étnicas y socio-ambientales, resultados de procesos históricos concretos, así como también según cuál sea su grado de dependencia actual del sistema económico capitalista mundial. En este sentido es bueno tomar en consideración la existencia en determinados países de recursos naturales importantes para las tecnologías de punta de los países industrializados (gas, petróleo, bauxita, níquel, etc.), recursos acuíferos, biodiversidad, existencia de formas de industrialización, existencia de recursos humanos calificados, etc. que los hace muy apetecibles a las empresas transnacionales imperiales.
Otro factor decisivo ha sido la guerra, cuyas secuelas han originado el desplazamiento de enormes masas de población y la migración de una importante cantidad de mujeres, tal como sucede (o ha sucedido) en los casos de Perú, Colombia y Centro América (sobre todo en Salvador y Nicaragua).
La migración de mujeres latinoamericanas ha generado fenómenos y problemas sociales extremadamente complejos que afectan la cohesión del tejido social ya se trate del país de origen o del nuevo, donde se insertan al migrar. Ello ha determinado la formación de nexos parentales paralelos: unos en los países de origen y otros en los países de inserción.
En los países de origen, podemos caracterizar esos nexos parentales, según el país o región que se trate, atendiendo a la siguiente tipología de problemas:
- Pérdida total del agente socializador fundamental a nivel familiar, la madre. Este problema es común a todos los casos.
- Persistencia de la familia matricéntrica, caracterizada por su construcción y participación en redes de solidaridad y cooperación fundamentadas en el parentesco consanguíneo y en el clasificatorio. Tales formas familiares suponen una resemantización de la familia extensa de origen indígena, con fuerte énfasis en formas familiares de origen africano (Vargas, 2006, 2007); se manifiestan sobre todo a nivel urbano y garantizan a las mujeres migrantes poder viajar, dejar los hijos/as, etc. Las que quedan en los lugares de origen son generalmente las abuelas, hermanas, tías y demás parientes femeninas quienes cuidan a la descendencia. No obstante esta persistencia, las políticas económicas neoliberales continúan agudizando las condiciones de pobreza en las cuales viven esas familias, por lo que el flujo de la migración es casi indetenible. Tal es el caso de las mujeres de Perú, Colombia, Centro América, las Grandes Antillas, Ecuador y Bolivia.
- Se observan diferencias basadas en las tradiciones culturales de cada país. Entre las mujeres de Perú, Ecuador y Bolivia, por ejemplo, parece seguir operando la solidaridad y la cooperación características del aiyúu andino. Sin embargo, al no poder escapar de los efectos nocivos del neoliberalismo, los valores con los cuales funciona ese tipo de familia tienden a actuar mayoritariamente en los espacios rurales y no tanto en los urbanos.
En los países de inserción:
- Establecimiento de nexos basados en el parentesco clasificatorio, sobre todo por adhesión, en los nuevos lugares adonde migran.
- Establecimiento de ciertas formas de solidaridad y en ocasiones de cooperación sobre la base de las tradiciones culturales nacionales compartidas, incluyendo un reconocimiento a la identidad nacional de origen. Ello se manifiesta, particularmente, en el compartir similares referentes culturales --materiales y simbólicos--: tradiciones culinarias, música, lengua, gestualidad, etc.
-Así mismo y con igual relevancia, el contenido de la dicha solidaridad se establece con base a la etnicidad (por ejemplo, entre latinoamericanos/as, o entre afrodescendientes, o entre indígenas) y al género (entre mujeres y entre homosexuales).
- Un importante factor estructurador de la solidaridad entre las mujeres en dichos países refiere también a la identidad que establecen con sus condiciones laborales. En este sentido, es especialmente relevante el caso de muchas mujeres dominicanas dedicadas a la prostitución en Europa y en algunos países latinoamericanos (CAREF, Comisión Argentina para los Refugiados, 2003).
- Las mujeres latinoamericanas populares que migran pasan a formar parte de las minorías étnicas que caracterizan a los países más desarrollados, en donde como sabemos se ven sometidas a nuevas formas de exclusión, marginación, violencia y racismo. Muchas de ellas se ven obligadas a incorporarse a los peores trabajos, incluyendo la prostitución. Por norma general, prestan servicios domésticos, trabajan por salarios irrisorios, muchas no poseen identidad para el país en donde se insertan debido a que la mayoría de las veces no tienen documentación; como consecuencia, son objeto de las más terribles formas de explotación y están sometidas a múltiples vejaciones.
Como se infiere de la caracterización anterior, la pertenencia a una determinada clase social determina la necesidad de migrar y, en consecuencia, ello incide en la estructuración de la familia tanto en el país de origen como el país donde se insertan.
La migración de las mujeres ha creado en muchos casos la disgregación de las familias latinoamericanas, no obstante que, como sucede con las dominicanas y muchas centroamericanas, tratan de mantener la vinculación con sus familias de origen, hijos e hijas incluidos/as, mediante el uso de la tecnología de la comunicación: llamadas telefónicas esporádicas, uso del correo electrónico, pero sin poder incidir de manera real en la socialización de hijos e hijas. Aunque muchas mujeres intentan lograr la migración de toda la familia, muy pocas lo logran.
Si bien es cierto que la mayoría de los gobiernos de los países latinoamericanos conocen la situación de desintegración de las familias gracias a la migración de las mujeres populares, las más de las veces voluntaria, otras forzada mediante la trata de mujeres, ha tolerado esas migraciones e incluso las ha estimulado pensando en las remesas de divisas que esas mujeres aportan.
Como ya ha sido señalado por muchos autores y autoras, existe una estrecha relación entre criminalidad juvenil y familias desarticuladas. En tales casos, los y las jóvenes latinoamericanos populares tienen pocas oportunidades para formar familias estables, menores oportunidades de haber concluido sus estudios y de insertarse en un mercado laboral, sobre todo en empleos regidos por la lógica económica neoliberal. Cuando nos referimos a familias estables no estamos aludiendo necesariamente a la familia nuclear patriarcal, sino que incluimos también a las formas familiares matricéntricas.
Como ya hemos advertido, las mujeres latinoamericanas que migran al exterior pasan a formar parte de minorías étnicas en los países donde se insertan. En dichos países esas minorías son sujetos de políticas racistas, carencia de empleos, acoso étnico, negación de ascensos laborales, discriminación por género (a mujeres y homosexuales), intolerancia hacia los elementos culturales que poseen (especialmente a la lengua), concentración de sus niñas y niños en escuelas públicas de los arrabales de las grandes ciudades, 50% de diferencia en el salario que devengan en relación a los y las locales, negación o restricción en el acceso a las iglesias, clubes y asociaciones existentes ya que las familias locales tienden a constituir círculos cerrados.
Las poblaciones de los países donde migran las mujeres manifiestan una tolerancia represiva, y sabemos que la tolerancia no basta para suprimir la discriminación. Aún cuando el racismo puede no ser abierto, se presenta encubierto en el mejor de los casos, dentro de un racismo de lo cotidiano basado en ideologías fascistoides. Las minorías étnicas son concebidas por la población local como atrasadas dada la incompatibilidad que muestran en la ética del trabajo que existe entre ambos países (el de origen y el de inserción). Dado que los patronos tienen total libertad para emplear y despedir, y puesto que en muchas ocasiones se trata de empleadas “ilegales”, éstas no gozan de los beneficios que posee la llamada “población blanca”. Ello sucede incluso para aquellas personas que han nacido en el país y que constituyen nuevas generaciones, como nos lo mostraron los eventos de 2006 en Francia.
La estructuración y desestructuración de las familias populares venezolanas
La estructuración
Las mujeres populares venezolanas no migran, en general, hacia el exterior; de hecho podemos considerar que cuando ello sucede, no lo hacen de la misma manera, cantidad ni por las mismas razones que las de otros países latinoamericanos. Recientemente (en los últimos diez años) ha habido un incremento en la migración de mujeres de clase media, pero esa migración tiende a ser de toda la familia. Por otro lado, no se trata de familias matricéntricas tal como las hemos caracterizado en este trabajo, no obstante la alta incidencia de divorcios y la presencia de madres solas como sostenes de la familia dentro de esa clase. Por otro lado, esas mujeres clase media no forman parte de las redes de solidaridad y cooperación que se observan en los sectores populares urbanos y rurales, o lo hacen de manera muy tenue, sobre todo si se trata de la clase media baja. En su caso, la migración se origina generalmente por razones políticas, gracias a la alienación de dicha clase social al neocoloniaje, y a que poseen una identidad cultural y política definida por la alteridad en donde no intervienen elementos étnicos, aunque sí algunos culturales. Un aspecto importante de destacar es que esas mujeres siguen vinculadas (y lo reproducen) al modelo de familia patriarcal que se originó en Venezuela a partir de la colonia (Cicerchia 1997, Vargas 2006).
Cariola señala –y estamos de acuerdo con la autora-- que la unidad básica de reproducción entre los sectores populares latinoamericanos no es la familia sino la unidad doméstica, entendida como: “... la organización de un conjunto de personas que conviven en la misma vivienda sobre la base de relaciones de parentesco y afinidad para realizar y compartir las actividades de producción y reproducción de sus miembros de acuerdo a una determinada división del trabajo, distribución de responsabilidades y de un esquema de autoridad.” (Cariola, 1992). Esta definición de Cariola coincide con la nuestra para las familias matricénticas. Es estas últimas no están ausentes los hombres, aunque su presencia tiende a ser eventual (Vargas, 2006, 2007).
En consecuencia, para nosotras la familia, más que una estructura, constituye un sistema de relaciones que varía históricamente (McGuire y Woodsong, 1990, Vargas, 2006). Ese conjunto de relaciones cambiantes está caracterizado por conductas que expresan disimetrías, formas de dominación y subordinación, así como también formas cooperativas y solidarias internas. Por estas razones consideramos que la naturalización de la familia patriarcal por parte de los sectores dominantes desde la colonia en Venezuela ha sido un factor fundamental que ha propiciado la exclusión y discriminación de las mayorías populares. Ha servido, igualmente para considerar a las formas familiares matricéntricas como ilegales, irregulares e inestables. Estas expresiones familiares matricéntricas muestran la variabilidad de formas de relación, de conducta y asociación que obedecen a causas históricas, étnicas, culturales, de género y de clase. Sin embargo, la ideología de la dominación ha convertido esas formas familiares matricéntricas en un anti valor y, en consecuencia, a sus creadoras en elementos disfuncionales del sistema social, lo que ha contribuido a la estereotipación de las mujeres de los sectores populares como promiscuas, amorales, que no obedecen a ninguna autoridad, sin afectos ni sentimientos positivos, cuyas experiencias de vida no son importantes para la sociedad nacional. De esa manera, además de los males sociales que sufren esos amplios sectores de la población como consecuencia de las condiciones de pobreza y marginación social centenarias en las cuales viven, las formas de unión que realizan son naturalizadas al explicarlas como “desviaciones” atávicas (Vargas 2006).
La desestructuración
Los planteamientos que se observan en los autores y autoras que tratan con el tema de la pobreza en América Latina coinciden en señalar que la desocupación laboral y la informalidad son las causas centrales de la pobreza (vg. Kliksberg, 2000). Así mismo, investigadores como Kliksberg señalan que el desempleo, el sub-empleo y la pobreza se conjugan estrechamente en la región. Para el autor, la acentuada desigualdad social que caracteriza a los países latinoamericanos tiene impactos regresivos en múltiples áreas, entre las cuales destaca una reducción en la capacidad de ahorro a nivel nacional, lo cual establece limitaciones en los mercados internos, afectación de la productividad, efectos negativos sobre el sistema educativo, perjuicios a la salud pública, exclusión social y problemas de gobernabilidad democrática.
Kliksberg penaliza a la familia matricéntrica que caracteriza a todos los países latinoamericanos, a la cual culpabiliza de la existencia de niños y niñas con problemas de conducta, con lo que denomina “conductas antisociales y criminales”, con rendimiento escolar disminuido y similares. Por el contrario, defiende a la familia patriarcal nuclear, la cual garantiza, según él, una disminución en la tasa de mortalidad infantil, el desarrollo de lo que llama “la inteligencia emocional” (siguiendo a Goleman, 1995), menor tendencia hacia comportamientos sociales criminales, etc.
A pesar de las conclusiones en torno a ambas formas familiares que se desprenden del acucioso estudio de Kliksberg, su planteamiento parece estar destinado a legitimar la desestructuración de la familia matricéntrica y propender hacia el fortalecimiento de la familia nuclear patriarcal como creadora y estimuladora de los valores conexos con la idea capitalista de desarrollo, pensando que en la solución de las condiciones de pobreza en Latinoamérica deben incidir elementos como aumentos de la productividad, adaptación de los individuos a las normas de convivencia basadas en el individualismo, a una cierta idea del trabajo “productivo”, es decir, aquél que permite una mayor rentabilidad. Se nos habla pues del crecimiento económico como la única manera de combatir la pobreza. Pensamos por el contrario, siguiendo las ideas de Vandhana Shiva, la prestigiosa física hindú, premio Nóbel Alternativo, que la solución a las condiciones de pobreza latinoamericana no reside en estimular lo que la autora denomina el “maldesarrollo”, ya que éste “…rompe la unidad cooperativa de lo masculino y lo femenino y pone al hombre, despojado de principios femeninos, por encima de la naturaleza y la mujer, separado de ambas” (1991:28). Shiva apunta que el “maldesarrollo se ha caracterizado por una violación de la integridad de sistemas orgánicos interconectados e interdependientes, lo que pone en movimiento un proceso de explotación, desigualdad, injusticia y violencia.
Shiva, impulsora del ecofeminismo, define la apropiación masculina de la agricultura y de la reproducción, es decir de la fertilidad de la tierra y de la fecundidad de la mujer, como una consecuencia del desarrollismo impulsado por la civilización occidental, la cual es patriarcal y economicista. Dice la autora que dicha apropiación se ha traducido en dos efectos perniciosos: la sobre-explotación de la tierra y la mercantilización de la sexualidad femenina. Para la investigadora, la opresión que sufrimos las mujeres se relaciona con el deterioro de la naturaleza, ya que los valores patriarcales producen ambos problemas. Por tanto, es necesario reivindicar valores que se consideran femeninos ya que, al tener un origen común la dominación y explotación de la naturaleza y la de las mujeres, ello sitúa a las mujeres en una situación privilegiada para acabar con dichas dominación y explotación (Shiva, Videoconferencia, 2007).
Según Quiroga (1994), quien se inspira en las ideas de Shiva, el maldesarrollo se extiende también a los espacios de la intimidad, donde los seres humanos reproducimos el patriarcado; ello, para la autora, dificulta el desarrollo tanto de las mujeres como de los hombres y, de hecho, hará imposible incluso la conservación de la especie humana. Un tipo de desarrollo alternativo al maldesarrollo constituye para Quiroga una utopía posible (1994: 89-90).
Para Shiva existen tres tipos de economías: la que denomina economía de la naturaleza, en donde prima lo ecológico; la economía de la gente, donde las mujeres juegan el rol más importante; y la economía de mercado, que es destructora de la naturaleza y de la gente (Shiva, Video Conferencia 2007). Puesto que, según dice la autora, las dos primeras nunca han sido tomadas en cuenta, y porque nos parece precisamente que las familias matricéntricas se focalizan en la economía de la gente con sus redes de solidaridad y reciprocidad, resulta a nuestro modo de ver un error culpabilizarlas de los peores males sociales. Hay tesis que apuntan a que el origen de esas familias matricéntricas reside precisamente en que constituyen respuestas a las condiciones de pobreza que ha generado el capitalismo, por lo cual son vistas como formas adaptativas a dichas condiciones (ver por ejemplo, Cariola, 1992). Sin tratar de desmerecer el excelente trabajo de la autora, pensamos que esto no es del todo cierto, toda vez que consideramos que tanto su origen reside en las familias extensas de las sociedades originarias indígenas y africanas, como que su función no es adaptativa sino de resistencia, entendida esta última como lucha, combate, protestas, como tendencias hacia el cambio y como manifestación de las oposiciones que son inherentes a las contradicciones que caracterizan a los procesos de dominación especialmente en el marco de la lucha de clases (Vargas 2007).
La familia extensa indígena fue el modelo familiar al cual se enfrentó la corona española a partir del siglo XVI. Y aunque la familia extendida característica de las sociedades indígenas tribales dio paso –en términos generales-- a la nuclear patriarcal como la forma que mejor se adecuaba al proceso productivo capitalista, no desapareció totalmente. Aunque la estructura de la familia extensa, fundamento de la sociedad indígena y de muchas sociales africanas objetos de la trata de esclavos/as para los siglos XVI y XVII, fue fragmentada al abolirse la utilización de las viviendas comunales, reemplazadas por viviendas unifamiliares, ocupadas por un nuevo tipo de familia nuclear: madre, padre e hijos/as; y aunque ello cortó la relación del colectivo con la tierra y la naturaleza, la cual comenzó a estar mediada por la institución del encomendero o el cura de misión y posteriormente por las instituciones de la república, la estructura de parentesco de los sectores populares femeninos urbanos actuales tiende a funcionar como la familia extensa indígena y africana y se concreta en la comunidad doméstica. Una de las manifestaciones urbanas más conspicuas de esas comunidades domésticas son las nuevas viviendas que se introdujeron en Venezuela, sobre todo a partir el siglo XVII que respondían a la idea de familia nuclear. No obstante, el espacio doméstico de los ranchos o chabolas consolidados o casas estables urbanas, construidos y habitados por los sectores populares se expande y subdivide, de manera que cada una de las hijas, sus descendencias y sus eventuales compañeros tengan una habitación propia (Vargas 2007). Sin embargo, lo más significativo es el tipo y la calidad de las relaciones sociales que hacen posible a esas construcciones y la vida en ellas, caracterizadas por la existencia de redes parentales, consanguíneas y por adhesión, que funcionan como redes solidarias, de reciprocidad y cooperación. Por ello podemos asegurar que de alguna manera, las tradiciones culturales originarias han seguido gravitando en la vida de esa gente.
En este sentido, es vital entender que las redes de parentesco y las redes familiares de los sectores populares urbanos funcionan bajo el mismo principio de la familia extensa. Y es precisamente la preservación de esas nociones de solidaridad, reciprocidad y cooperación la que se constituye como elemento potenciador de alternativas a las condiciones de pobreza, toda vez que los mecanismos tradicionales de solidaridad, ante nuevas condiciones sociales han adquirido un contenido político. La conservación del sistema de relaciones comunitarias tradicionales por parte de los sectores populares expresa no solo formas de resistencia para sobrevivir, sino también la preservación de potenciales formas contestatarias al poder constituido (Vargas 2007). Si esas estructuras solidarias no siguiesen existiendo, los eventos sucedidos en Venezuela entre 2002 y 2003 (el golpe de Estado, pero sobre todo el sabotaje petrolero) serían inexplicables. Y vinculando estas ideas con el tema que nos ocupa, es bueno recordar que tales redes se fundamentan en la existencia de familias matricéntricas.
Comentarios finales
Podemos concluir que las familias matricéntricas no se originan como “estrategias adaptativas para sobrevivir en la pobreza”, como sugiere Cariola (1992), sino que son persistencias resemantizadas de las familias extendidas indígenas y africanas originarias. Pero, no podemos olvidar que esas familias forman parte de los estratos sociales menos favorecidos por la economía capitalista y, por lo tanto, muy vulnerables a los males sociales conexos con este tipo de economía. De manera pues que no es de extrañar que las mujeres que las presiden busquen mejorar sus condiciones de vida y las de sus dependientes escapando –mediante la migración--, como hemos visto para la mayoría de los países latinoamericanos, hacia los paraísos ilusorios de las metrópolis del llamado primer mundo. Y al hacerlo, pierden ellas y pierden sus hijos/as los vínculos reproductores de esas formas familiares.
Por otro lado, no creemos que el aumentar la inserción de los sectores populares latinoamericanos en la economía de mercado vía el empleo en el tipo de trabajo productivo expoliador y explotador y patriarcal que la caracteriza, serviría para disminuir o eliminar las profundas desigualdades sociales que existen en los países de América Latina. En este sentido, conviene recordar a Shiva cuando insiste además en la necesidad de contextualizar la economía de mercado, para convertirla en una economía solidaria y de intercambios equitativos (Shiva, Video Conferencia 2007). Sin embargo, esto es muy difícil toda vez que ese tipo de economía, por propia definición, es la negación de la solidaridad y la equidad.
La lucha de los movimientos ecofeministas, de los movimientos mundiales antiglobalización; de los movimientos sociales en América Latina, como los Sin Tierra de Brasil, los Piqueteros de Argentina; los movimientos de los indígenas americanos, como los Zapatistas de Chiapas, los de Bolivia, los de Ecuador y los de los/as ecologistas que luchan por salvar al planeta, permiten atisbar la construcción mundial de alternativas posibles al Nuevo Orden que no es otro que criminal.
En el caso venezolano, donde la mayoría de la población, sobre todo la popular está empeñada en la construcción del socialismo humanista del siglo XXI, una tarea por demás urgente reside en fortalecer precisamente las redes de solidaridad, cooperación y reciprocidad que caracterizan a las formas familiares matricéntricas populares, dotándolas además de una clara conciencia conservacionista del medio ambiente general, de protección a la naturaleza, de la cual tienden a carecer, especialmente las mayorías urbanas. Pero es necesario, simultáneamente, actuar de manera decidida en la lucha contra las estructuras patriarcales, pues las mujeres que han construido esas redes y se han volcado mayoritariamente a la construcción del poder popular, base del socialismo, sufren la invisibilización de la sociedad. Al fin al cabo, el socialismo humanista que se pretende construir se basa, precisamente, en la existencia de redes transversales y no jerárquicas de solidaridad, cooperación, reciprocidad y en la igualitariedad social.
No obstante, esa misma incorporación de las mujeres populares a misiones sociales, mesas de trabajo, comités y consejos comunales, al continuar trabajando fuera de sus hogares y dentro de ellos, sin ningún tipo de servicios que les permitan cumplir a cabalidad con todas esas tareas, y sobre todo al seguir viviendo en condiciones de pobreza, todos se convierten en factores que afectan su función en la socialización de niñas y niños, que atenta contra la formación en valores humanistas, fundamentalmente cuando en Venezuela siguen actuando impunemente las instituciones educativas (educación formal, medios masivos de comunicación y similares) destinados a reproducir los anti-valores capitalistas del patriarcado, del individualismo y el egoísmo.
Es preciso “feminizar” a los hombres venezolanos, en el sentido de que es necesario que comprendan que las mujeres no solo creamos vida, sino también somos las que tradicionalmente la cuidamos y protegemos. Esa tarea de protección de la vida debe ser de todos y todas, y cuando decimos vida, nos referimos también a la vida en la naturaleza. De esa manera podremos trabajar unidos y unidas en la construcción de la utopía posible de que nos habla Quiroga.
El planeta, y los seres humanos que en él habitamos, requiere de un modo de convivencia pacífica basado en la solidaridad, en la cooperación y la reciprocidad, así como en la aceptación de la legitimidad del otro con sus diferencias.
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