El cómic underground surgió de la prensa contracultural norteamericana a finales de los ‘60, expresión de los movimientos sociales más críticos con el ‘sueño americano’. De altísimo contenido político, la nómina de críticas y denuncias era extensa: la guerra de Vietnam, la guerra fría, el control social, la violación de los derechos civiles… así como una denuncia sobre la censura que el sistema de publicación tradicional imponía a los contenidos de los cómics. Nacidos a la sombra del coloso Marvel, la falta de recursos económicos hizo agudizar el ingenio y la autoproducción, de tal manera que la mayoría de las publicaciones eran revistas colectivas de impresión económica.
Como en todas las expresiones culturales y sociales, las mujeres estuvieron tomando parte desde el principio, pero pasados unos años fueron conscientes de que el cómic underground masculino invisibilizaba e incluso ridiculizaba las luchas sociales y culturales feministas, y el tratamiento del sexo, omnipresente en sus cómics, era tan sexista cuando no misógino como los anteriores.
Como en todas las expresiones culturales y sociales, las mujeres estuvieron tomando parte desde el principio, pero pasados unos años fueron conscientes de que el cómic underground masculino invisibilizaba e incluso ridiculizaba las luchas sociales y culturales feministas, y el tratamiento del sexo, omnipresente en sus cómics, era tan sexista cuando no misógino como los anteriores.
Cada número era una pequeña antología de un grupo de los muchos del momento. Su característica estética era una expresión del rechazo a los trazos armoniosos y agradables de la industria más tradicional. Su propuesta era una mezcla de cómic en blanco y, sobre todo, negro; de trazos radicales y expresivos, así como a color, en este caso colores ácidos marcados por la psicodelia, influencia del contemporáneo movimiento hippie y su experimentación con las drogas. La novedad, fuerza y atractivo de estos cómics se basaba tanto en sus trazos como en sus guiones, historias de perfil autobiográfico, sin inhibiciones, muy honestas y cercanas que facilitaban la identificación. Producidos principalmente en San Francisco y la costa Oeste, aunque tuvieron dificultades para la distribución y venta, su éxito e influencia fue tal que consolidaron una manera alternativa de hacer cómic, en todos los sentidos, que sigue su estela incluso a día de hoy.
Son famosas las revistas Dirty Plotte, Zap Comix y los nombres de autores como Gilbert Shelton y Robert Crumb, pero la historia del cómic underground femenino sigue sin conocerse.
Revistas propias
Convencidas de que las mujeres necesitaban un espacio de expresión propio donde analizar y reivindicar sus temas, preocupaciones y propuestas, se unieron para crear revistas muy políticas y reivindicativas, cerca del tono más radical del feminismo y lesbianismo de la época. La revista pionera fue It ain’t me baby, creada en 1970 por Nancy ‘Huracane’ Kalish, Lee Marrs, Willy Mendez y Trina Robbins. El instantáneo éxito de su propuesta les animó a crear en 1972 una más amplia y continuada que se convirtió en el referente de toda la década: Wimmen’s Comix, a la que se unieron los nombres y trabajos de Lisa Lyons, Carole, Michelle Brand Wrightson, Meredith Kurtzman y las más conocidas, Aline Kominsky y Diane Noomin. Pero la revista era un experimento más allá del gráfico. Las autoras eran también editoras e iban rotando la edición de los números buscando una horizontalidad muy femenina. La única condición para presentar trabajos a la revista era ser mujer, lo que supuso ejemplares muy ricos y distintos en cuanto a planteamientos temáticos y visuales.
Estos cómics permitieron a sus autoras elaborar propuestas temáticas y gráficas muy audaces que difícilmente habrían podido publicar en otros espacios y formatos. Para todos los gustos Trina Robbins, pionera absoluta, conocida por ser la autora de Rosie the riveter, durante los ‘80 fue una de las dibujantes de Wonder Woman, aunque también en series como Las Supernenas. Además de ser autora, ha estudiado y publicado varios monográficos sobre la historia de la cultura pop en general y del cómic de las mujeres estadounidenses en particular. Desde el año 2000 publica junto con la ganadora de un premio Eisner, Anne Timmons, el cómic de superheroina Go Girl! Lee Marrs creó su propio cómic: Pudge, girl blimp (1973-77) (Pudge, la chica gorda). Pionera, ha tenido gran éxito en el mundo de la animación por ordenador, con Emmy incluido.
Sharon Rudahl creó su propio personaje en Adventures of Cristal Night, un cómic de aventuras con heroína nada al uso. En el año 2007 se publicó A dangerous woman, una biografía gráfica de la famosa anarquista Enma Goldman, todavía sin traducir. Terry Richard ha seguido su carrera como ilustradora, e incluso ha realizado una película animada: Private eye. Aline Kominsky, creó junto con Diane Noomin la antología Twisted Sister: A Collection of bad girl art, editada en la actualidad por Viking Penguin. Durante los años 1981-1993 editó Weirdo, la revista underground de mayor importancia e influencia, junto a su compañero, el famosísimo Robert Crumb.
Diane Noomin, todo un referente en el mundo del cómic, creó al personaje Didi Glitz, admirado y reflejado en la obra de Gloeckner Diario de una adolescente en 1975. Joyce Farmer y Lyn Chevely editaron en 1973 un cómic pionero sobre el aborto, Abortion Eve. Posteriormente, crearon la también revista de cómic de mujeres Tits and Clits, muy crítica con el sexista mundo del underground masculino. Con ellas han colaborado otras mujeres como Dot Bucher, autora de la heroína Bosomic woman, que vencía a sus enemigos con la fuerza de sus dos inmensas tetas.
Grandes logros
Los logros de la primera década de Wimmen’s Comix son impresionantes: visibilizó los nombres y trabajos femeninos; ayudó a crear revistas propias con las que profundizar, matizar o radicalizar el discurso y propuestas de las mujeres e incluso criticar la propia cultura underground; creó una red de ilustradoras por toda la costa Oeste; realizó una aguda y constante crítica a los modelos femeninos sexistas y construyó figuras, personajes femeninos más reales. Igualmente, usaron todo el potencial reivindicativo que tenían personajes femeninos de cómics anteriores (Olivia, Little Lulu, Wonder woman, Juliet Jones…) y sobre todo, hablaron y dibujaron sobre sexo de una manera no sexista, lejos de los modelos masculinos de la época, visibilizaron a las lesbianas y el sexo lésbico, y por primera vez en la historia se trataron temas como el feminismo radical, el control de la natalidad, la maternidad impuesta, el aborto legal y el ilegal, la violación, los abusos sexuales, la regla… de una manera directa, honesta, crítica y nada victimista. Todas estas obras están llenas de una ironía y un irreverente y cáustico humor muy atractivo, incluso en la actualidad.
Como se puede comprobar, acercarse a la producción femenina asombra por la variedad, riqueza, calidad y compromiso social de sus obras. Los logros de estas mujeres han sido muy importantes y la historia del cómic no sería la misma sin sus aportaciones, aunque la mayoría hayan sido invisibilizadas en antologías e historias del cómic. Esperamos que este artículo pueda estimular el interés por visibilizarlas, reivindicarlas y lo que es más importante para conocerlas, traducirlas. //
Los años ‘80
J.M.
Lee Binswanger revitalizó la revista en los ‘80, con contenidos menos políticos y mucho más autobiográficos, y nuevas autoras como Doris Soda, pionera en el cómic autobiográfico, cuya prematura muerte no impidió un reconocimiento e influencia en su época y posteriores, o Kathryn Lemieux que, además de colaborar en el Wimmen’s Comix, puso en marcha Six Chix. Por su parte, Caryn Leschen, publicó durante casi toda la década la tira cómica feminista Ask aunt Violet (Pregunta a la tía Violeta), al igual que Carol Lay, con la exitosa tira Story minute. Otras autoras serían Lora Fountain, Janet Wolfe Stanley, Chris Powers, Carol Tyler, Penny Van Horn, M.K. Brown, Terry Boyce o Caryn Leschen.
A esta década y posteriores pertecenen las autoras traducidas al castellano. La más representativa y radical es Roberta Gregory, autora de una revista, Feminist Funnies, una tira semanal, Dynamite Damisels, una serie de televisión y tres obras de teatro. Es mundialmente conocida por su personaje Bitchy Bitch, El Putón, en su versión castellana. En Ha nacido un putón (Recerca, 2003) nos cuenta cómo una joven ingenua y confiada llegó a ser la mujer desconfiada, malhumorada, irrespetuosa y sexualmente compulsiva que encontramos en las otras dos entregas: Todo lo guarra que ella quiere ser y De vacaciones y en la oficina con el Putón (Recerca, 2003 y 2006).
El Putón es uno de los personajes femeninos más originales, excesivos y desinhibidos del cómic occidental. Gregory es una maestra en el uso del humor más obsceno y brutal. Su trazo es ágil y muy expresivo, con la boca de la protagonista como zona expresiva. El Putón es una antiheroína inolvidable, una implacable crítica a la doble moral de la sociedad norteamericana. De Mary Fleener, podemos leer El alma de la fiesta (Glennat, 2007). De corte más autobiográfico, deslumbra por la capacidad de la autora de ir modificando el trazo según avanza la narración, cada vez más lisérgica, cubista e irracional. Magnífico retrato crítico del mundo underground, el rock’n’roll, el sexo y, sobre todo, de las drogas, omnipresentes en la historia de una mujer joven que gracias a su lucidez conseguirá salir adelante.
Así inicia una serie de cómics underground femeninos que son esa misma crónica de los arduos procesos de madurez que tuvieron que vivir las mujeres de su época, especialmente expuestas a abusos sexuales y emocionales, pero también refleja las capacidades que éstas tienen para superarlas y seguir adelante. Como en muchos de ellos, la autora utiliza el humor como principal herramienta de crítica social. Fleener también tiene un cómic sobre la autora afroamericana Zora Neale Hurston aún sin traducir. De Melinda Gebbie, de momento, sólo se han traducido los tres volúmenes de la serie Lost girls (Planeta, 2007) creada junto con su marido, el famoso Alan Moore. De alto contenido erótico, queda fuera del cómic underground que aquí comentamos. //
Los años ‘90
J.M.
Muchas de las autoras que hemos comentado han seguido creando y publicando, pero han sido las nuevas incorporaciones las que han llegado al panorama español.
La canadiense Julie Doucet consiguió, gracias a Diario de New York (Inreves, 2001), un rápido reconocimiento. En él se narran las vicisitudes de una mujer joven que intenta sacar adelante su vocación de dibujante en la ciudad de Nueva York, una ciudad sucia, caótica y desequilibrada que resulta inquietante y amenazante. Las habitaciones, los espacios cerrados caóticos y asfixiantes, y la autora se presenta rozando el colapso emocional y nervioso, suma de la tensión vital, una difícil relación de pareja y el abuso de las drogas. El fruto de todo esto es un cómic de viñetas abigarradas y trazos muy intensos con un uso del blanco y negro cercano al grabado expresionista pero que no resulta difícil de leer, ya que el tono intimista, honesto, autocrítico e irónico con leves toques de humor lo aligera, así como el optimismo final. Su otro cómic, El caso de Madame Paul (Inreves, 2002) planteado como un thriller underground, es mucho más ligero y divertido.
Estructurado como historias cortas que se publicaron a lo largo de los ‘90, el impactante pero delicado cómic La muñequita de papá (La Cúpula, 2000) de Debbie Drechsler, enfoca directamente sobre el tema de los abusos sexuales incestuosos. De nuevo con la textura del grabado, las viñetas son oscuras y asfixiantes, y la mezcla de un trazo aparentemente infantil con un detalle extremo consigue transmitir de manera muy acertada la amenaza, el miedo, angustia y trauma con el que la protagonista vive el día a día. Evidencia cómo, en contra de lo que se ha solido pensar, el interior del hogar puede ser el lugar más peligroso y amenazador para las mujeres.
En su siguiente trabajo, Verano de amor (La Cúpula, 2007), la autora se centra en las dificultades para la adaptación y los estados de ánimos, intensos y contradictorios de una adolescente.
Para ello incorpora una personal técnica: al tradicional blanco y negro suma el rojo/pardo y el verde como sombreado y fondo de las distintas escenas. Además de reflejar con acierto el siempre cambiante, a veces cruel, inseguro e incómodo mundo que es la adolescencia (magníficamente metaforizado en el bosque que rodea a la casa), logra reflejar con gran efectividad cómo el estado emocional modifica la vivencia que se hace de los momentos y los espacios.
Vida de una niña y Diario de una adolescente (La Cúpula, 2006 y 2007) ambos de Phoebe Gloeckner, tienen una estética marcada por el cómic underground de los ‘70. De nuevo, la temática es autobiográfica; en el primero se estructura en forma de historias cortas y en el segundo de diario. Una vez más, la infancia, la adolescencia, el alcohol, las drogas y el sexo son parte de la ambientación. Phoebe, de nuevo, denuncia el abandono emocional y los abusos sexuales que sufrieron muchas de las niñas que crecieron durante la llamada ‘revolución sexual’, muy conseguido esta vez vía el sórdido realismo de sus ilustraciones. Y nuevamente, es la crónica de un proceso de madurez que se consigue incluso desde las condiciones más traumáticas.
Hay más autoras: Aniel, Penny Van Horn, o M.K. Brown, quien también ha creado una exitosa tira, Aunt Mary´s kitcken, y otros cómics: Mama! dramas!, Manhut, Wet satin, Bizarre sex, Dyke short… todavía sin traducir.
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