sábado, junio 27, 2009

El feminismo y la crisis mundial. La encrucijada de las mujeres: socialismo o barbarie

Por: Andrea D´Atri
Socialismo o barbarie, dijo Rosa Luxemburgo. Hoy esa premisa adquiere una vigencia inusitada... especialmente para quienes no pedimos, exigimos, nuestro derecho al pan, pero también a las rosas.

El feminismo y la crisis mundial. La encrucijada de las mujeres: socialismo o barbarie

En medio de una campaña electoral en la que se oye hablar de lo que se hizo y de lo que falta hacer y en la que, ni el oficialismo ni la oposición clerical y derechista considera los derechos de las mujeres entre lo que se hizo, ni entre lo que “falta hacer” (y mucho menos entre lo que “hace falta”), me impuse un balance ¿qué podríamos decirles, hoy, a las abuelas de la historia que han luchado por nuestros derechos, sobre lo que hicimos, sobre lo que nos falta hacer?

Y me dije que las mujeres invadimos las escuelas y las universidades. Como un torrente impetuoso corrimos por los oscuros claustros que nos habían sido vedados durante siglos, inundándolos con nuestras voces hartas del silencio.



Nosotras, las “irracionales”, ahora podemos ser filósofas y matemáticas, historiadoras, médicas, arqueólogas, ingenieras, psicólogas, bioquímicas, escritoras, arquitectas y artistas. Nosotras, hoy somos mayoría entre quienes alcanzan altos niveles de educación.

Pero también me dije que las mujeres y las niñas somos el setenta por ciento de los analfabetos del planeta.

Hoy, como nunca antes en la historia, las mujeres ingresamos al mundo del trabajo: en los últimos diez años se multiplicó nuestra presencia en el mercado laboral de manera inusitada y la tendencia no cesa.

Somos maestras, enfermeras, tejedoras y cocineras, como lo hemos sido siempre. Seguimos sembrando la semilla y recogiendo el fruto, limpiamos nuestras casas y las de los demás.

Pero también manejamos el soplete y el torno, camiones y cohetes, perforamos el suelo en busca de petróleo y buceamos en el fondo de los océanos recogiendo corales.

Pero también, ahora, cuando nosotras saltamos las vallas que se interponían entre el “mundo reproductivo” del hogar y el externo mundo del trabajo asalariado, la mitad de las personas que viven de su salario, trabaja en condiciones precarias. Mil ochocientos millones de personas; la mayoría, mujeres.

Todo indica que esto irá de mal en peor bajo el látigo de la crisis económica mundial que acaba de desatarse. En la próxima década, dos tercios de la clase trabajadora no tendrá contrato ni beneficios sociales y también, la mayoría que estará en esas condiciones seguiremos siendo las mujeres.

Pero Mary Wollstonecraft o Flora Tristán ¿habrían imaginado que, alguna vez, lograríamos que la reproducción sexual no fuera un fatalismo?
Hoy, en decenas de países existen derechos sexuales y reproductivos, se respeta legalmente la diversidad sexual y se ha despenalizado el aborto.

Podría decirse que hemos avanzado enormemente, siempre y cuando hagamos la salvedad de que medio millón de nuestras hermanas muere, cada año, por complicaciones en el embarazo o el parto, algo que, a esta altura del desarrollo científico y médico, debería ser perfectamente evitable.

Sí, trágicamente, un simple cálculo arroja que, cada cinco años, se produce la misma cantidad de muertes de mujeres que las que se provocaron en los cinco años que duró el exterminio nazi en Auschwitz. Cada cinco años, se repite un campo de concentración de Auschwitz para las mujeres más pobres del planeta.

Pero ¿acaso no es la primera vez en la historia que las mujeres llegamos, en un número sin precedentes, a la cima de las instituciones del Estado?

Hay mujeres presidentas y parlamentarias, mujeres en carteras ministeriales y a cargo de las fuerzas armadas, también hay mujeres en las cortes y al frente de los sindicatos... ¡sólo nos resta el Vaticano! Por lo demás, hemos conquistado todos los sillones del poder.

Aunque también hay que decir que con el desentendimiento o con el aval, con el apoyo y con la legitimación, con la participación o directamente bajo las órdenes de algunas de estas mujeres, en el mundo habitan más de mil quinientos millones de pobres, que subsisten con menos de dos dólares al día. Y el setenta por ciento somos mujeres y niñas.

El capitalismo encierra estas contradicciones. Y las mujeres, ante el látigo del capitalismo, nos rebelamos contra nuestro destino, protagonizando un movimiento que se llamó feminismo.

Pero el mismo sistema, para limitar el cuestionamiento al orden establecido, opera cooptando, integrando, institucionalizando y, simultáneamente, segregando y empujando a la automarginación.

Por eso ¿cómo responder frente a esta realidad, mirando sólo una de sus caras, cuando ambas están estrechamente vinculadas?

La visión integrada del feminismo que supone que la democracia capitalista es el sistema en el que se puede ir logrando, paulatinamente, mayor equidad de género, a través de algunas reformas, bregó por muchos de los derechos de los que hoy disfrutamos.

Pero también avanzó en la institucionalización del movimiento feminista, generando una “tecnocracia” de género y la fragmentación que convirtió a los reclamos de las mujeres en demandas parcializadas de asistencialismo.

La visión apocalíptica que supone que basta darle la espalda al poder existente para auto-empoderarnos, creando nuestros propios valores y nuestra propia cultura a contracorriente del patriarcado, criticó la institucionalización y cooptación que el sistema capitalista había impuesto al movimiento.

Pero también despolitizó la lucha, replegándola exclusivamente en el terreno de la cultura y limitando al feminismo, en última instancia, a pequeños círculos de “iniciadas”.

El sistema nos quiere encerradas en esta falsa dicotomía... o peleamos por arrancarle derechos a la igualdad a este Estado capitalista y, entonces, terminamos apoyando e incorporándonos a gobiernos y regímenes que se fundan, legitiman y reproducen el orden existente, o bien le damos la espalda a las luchas donde se juega la relación de fuerzas con las clases que ejercen su dominación a través del Estado, sosteniendo que la única vía de emancipación es la auto-emancipación que se consigue cuando se alcanza la verdadera conciencia.

Una falsa dicotomía que se origina en dos visiones parcializadas del desarrollo desigual y combinado del capitalismo al que hacíamos referencia.

Este año probablemente, con las marcadas tendencias a la depresión de la economía mundial, en el planeta habrá veinte nuevos millones de desocupados y desocupadas y doscientos millones de personas pasarán a vivir en la extrema pobreza. Mientras que el “auto-rescate” que el capitalismo se está pagando para salvarse, en todo el mundo, ya supera los cinco billones de dólares.

Pero el impacto de la crisis no será igual para todos y eso, bien lo sabemos las mujeres. El capitalismo nos reserva la más brutal de las barbaries.

Entonces... ¿Qué haremos frente a la crisis que nos amenaza? ¿Qué rumbos adoptará el feminismo ante la solución de guerras, desempleo masivo, destrucción del planeta y más miseria que el capitalismo presentará para sobrevivirse a sí mismo? ¿Será posible, como dijera la feminista costarricense Alda Facio hace algunos años, “montarnos en el tren del futuro socialista, subiendo con nuestro propio equipaje”?

¿Dónde está escrito que la lucha de las mujeres tiene que reducirse, como diría un filósofo posmoderno a “minimizar la crueldad”?

¿Vamos a plantearnos la perspectiva de una nueva sociedad, sin explotación ni opresión de ningún tipo o vamos a elegir el camino de las modificaciones de esta sociedad en la que vivimos, para atenuar, a lo sumo, algunos de sus más brutales abusos?

La disminución de los más brutales abusos, puede caer como migaja, para las mujeres, al pie de la mesa de esta democracia capitalista... pero esas migajas caen y caerán cada vez con menor frecuencia mientras arrecia una crisis descomunal. O serán derechos para unas pocas. O serán conquistas que duren algún tiempo, para luego ser barridas en las próximas embestidas de la clase dominante.

Por eso, quienes nos reivindicamos marxistas revolucionarias, luchamos por conquistar las mejores condiciones posibles de existencia en este mundo que nos condena a las peores iniquidades, lo hacemos sin perder de vista la perspectiva de un mundo liberado de toda dominación, explotación, opresión e ignominia.

Exigimos nuestros derechos, pero no los mendigamos. Y siempre que los conseguimos los consideramos una conquista de nuestra propia lucha y no una dádiva del poder. Tampoco celebramos la “diversidad” en sí misma, porque como dice la feminista lesbiana Valeria Flores (que estará mañana a esta misma hora en este coloquio) eso es propio de una concepción liberal que concibe a los sujetos y los deseos como un menú de opciones que se ofrecen en el mercado.

Por eso consideramos que sólo desde la perspectiva de atacar al corazón del capitalismo es que el reclamo incluso de los derechos democráticos más elementales encierra un potencial subversivo.

Por eso, luchamos para arrancarle a este sistema todos los derechos de los que las mujeres hemos sido privadas a lo largo de la historia; pero lo hacemos desde la perspectiva y con la estrategia del socialismo.

Porque como siempre señalamos, repitiendo las palabras de una socialista de principios del siglo veinte... quien es socialista y no es feminista, carece de amplitud, pero quien es feminista y no es socialista, carece de estrategia.

Y agrego personalmente... debemos recuperar esa estrategia ahora cuando el sistema capitalista, en esta nueva embestida contra las mayorías explotadas y oprimidas del planeta (mayorías feminizadas, como dicen en las academias), no deja más lugar para la ilusión de la integración y reduce aún mucho más el círculo de quienes pueden vivir creativamente al margen de una sociedad que se hunde, cada vez más, en la barbarie.

Socialismo o barbarie, nos dijo Rosa Luxemburgo. Y hoy esa premisa adquiere una vigencia inusitada... especialmente para quienes no pedimos, exigimos, nuestro derecho al pan, pero también a las rosas.

Muchas gracias.

*Ponencia presentada en el Iº Coloquio Latinoamericano “Pensamiento y Praxis Feminista” que se está desarrollando en estos días en Buenos Aires y al que fui invitada gentilmente por Yuderkys Espinosa, para participar en la mesa Pensar la práctica I, junto a Julieta Paredes de Bolivia, Norma Mogrovejo de México y María Lygia Quartim de Moraes de Brasil.

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