sábado, mayo 09, 2009

Sin feminismos, otro mundo no es posible

Por: Alba Facio - La Ciudad de las Diosas
A pesar de haber sido uno de los movimientos más importantes del siglo XX, el movimiento feminista1, ha sido vilipendiado por la mayoría de los medios de comunicación, historiadores y líderes de otros movimientos sociales. Tanto así que, ni las mismas mujeres que hoy gozan del derecho a ser electas, de salirse de un matrimonio violento, o de compartir la responsabilidad parental, le reconocen al feminismo estos logros. Y peor aún, en el imaginario social, el feminismo es la inversión del machismo o sinónimo de “depravación” sexual.


No es de extrañar, entonces, que todavía haya muchas personas que, a pesar de estar realmente comprometidas con la justicia social, crean que otro mundo es posible aunque en él se mantengan intactas las estructuras de género gracias a las cuales, la salud de un bebé, de un bosque o de un manto acuífero están menos protegidas que la propiedad intelectual o el agua embotellada, porque no contribuyen al aumento del PIB.

Creo que sin los aportes de las teorías feministas, otro mundo no es posible. Mientras se mantengan las condiciones que posibilitaron el que unos hombres se apropien del trabajo de otras personas y del planeta mismo, aunque se logre implantar sistemas más justos y democráticos en ciertos espacios, éstos serán sólo temporales. ¿Qué mejor ejemplo de esto que el final del Siglo XX? En vez de seguir por el camino de lograr una cierta justicia social, hoy vamos devolucionando hacia una desigualdad aún mayor debido a que no se erradicó la creencia de que el desarrollo de un país se mide en dólares.

¿Y cómo se llegó a esa concepción de desarrollo? Algunas vertientes del feminismo afirman que fue gracias a que ya existía la idea de que producir cosas vale más que producir vida. Pero, ¿cómo se instauró esa idea? Estas vertientes nos explican que, debido a que las mujeres tenemos el enorme poder de reproducir la vida humana en nuestros propios cuerpos, algunos hombres se dieron cuenta que para instaurarse como superiores, tenían que controlar ese poder. Para lograrlo tenían que controlar a todas las mujeres y, eso sólo lo podían hacer estableciendo un sistema de división dicotómica de roles sexuales, que se fue haciendo más y más complejo, pero que necesitó de un pensamiento dicotómico que estableciera muy claramente que los hombres y las mujeres eran seres humanos con características opuestas.

Una vez establecido esto, no fue tan difícil infravalorar todo lo asociado con lo femenino, como lo es la naturaleza, el cuido, la nutrición, etc. El costo del mantenimiento de este sistema es que al asociar a la naturaleza con el lado femenino de las dicotomías, ésta se convierte en un ente a dominar y controlar. Y así como se puede dominar, explotar y controlar a las mujeres y a la naturaleza, también se puede controlar y explotar a otros hombres. Con esta lógica dicotómica, jerarquizada y sexualizada, después de milenios de despreciar los valores femeninos, en el imaginario mundial actual, amamantar vale menos que producir alimentos en una granja. Pero esto último vale menos que construir tractores para esa granja, que vale menos que construir armas para proteger a los dueños de esos tractores, granjas e hijos/as.

En síntesis, lo que nos enseñan muchos feminismos es que mientras se crea que la superioridad o centralidad de lo masculino es natural, o mandato divino, siempre existirá el peligro de que se extienda ese razonamiento a algunos o muchos hombres y a otros seres que pueden ser inferiorizados/feminizados. Es obvio entonces que todos los hombres que quieran una justicia duradera, deberían preocuparse por eliminar los valores patriarcales con sus consecuentes actitudes machistas. Para ello es imprescindible dejar de despreciar o desconocer el potencial transformador de las teorías y prácticas feministas.

Esto no es tarea fácil, pues los aportes de los feminismos son constantemente invisibilizados o tergiversados. No es de extrañar que los diccionarios definan el feminismo desde el punto de vista masculino, como “una doctrina social que concede a la mujer igual capacidad y los mismos derechos que a los hombres”2, como si ser igual a los hombres fuera la mayor aspiración de las mujeres. Al poner al hombre como modelo de lo que quieren las mujeres, esta definición ignora la variedad de explicaciones, que desde múltiples feminismos, han demostrado cómo la centralidad de lo masculino en todas las estructuras sociales, políticas, espirituales y económicas ha redundado en tanta desarmonía e infelicidad para todos los seres de nuestro planeta.

El feminismo es mucho más que una doctrina social; es un movimiento social y político, una teoría y una epistemología que parte de la toma de conciencia de que las mujeres, entendidas como colectivo humano, estamos subordinadas, discriminadas y/o oprimidas por el colectivo de hombres en el patriarcado, sistema que es anterior a todas las formas de explotación y que por lo tanto es necesario erradicar para lograr una justicia social duradera.

El feminismo no se circunscribe a luchar por los derechos de las mujeres, sino a cuestionar profundamente y desde una perspectiva nueva3, todas las estructuras de poder, incluyendo, pero no reducidas a, las de género. De ahí que cuando se habla de feminismo, se aluda a profundas transformaciones en la sociedad que afectan necesariamente a hombres y mujeres.

Las feministas, como ya lo insinué, pensamos que los hombres que pertenecen a colectivos subordinados, oprimidos y/o discriminados por su raza, etnia, clase, edad, orientación sexual, discapacidad, etc. podrían enriquecer su accionar político a partir de un análisis feminista de sus privilegios de género, para entender cómo y cuánto éstos contribuyen a la manutención de su propia discriminación. Más importante aún, para llegar a la raíz de este sistema de opresión que hoy llamamos capitalismo neoliberal.

Los feminismos tampoco “concede(n) a la mujer igual capacidad y los mismos derechos que a los hombres". Al contrario, partiendo de las experiencias vitales de las mujeres, cuestionan profundamente todas las estructuras que han mantenido al hombre como el modelo de lo humano y ser supremo en este planeta. A partir de este cuestionamiento, los distintos feminismos buscan cómo eliminar las desigualdades. Esta aspiración no es una de asemejar a las mujeres con los hombres, sino la de una igualdad que se logra transformando las estructuras que mantienen a unos hombres como centrales a la experiencia humana, a costa de la exclusión de todos los seres que no comparten su sexo, raza, clase, sexualidad, etc.

Además, no se puede hablar de “feminismo” en singular, ya que existen distintas vertientes. Es precisamente su pluralidad ideológica y de prácticas la que permite comprender cómo y cuán profundamente la ideología patriarcal permea todas las cosmovisiones y hasta nuestros sentimientos más íntimos. En esta gran variedad de feminismos hay consensos y disensos, como en cualquier otra corriente de pensamiento o como en cualquier otro movimiento social, pero creo que en todos los feminismos transformadores se pueden encontrar algunos elementos o principios comunes que desarrollaré en otros artículos.

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