viernes, mayo 08, 2009

La mujer en la lógica económica, cultural y simbólica de la globalización

Por: Georgina Alfonso González/Rebelión
Los nuevos significados que provoca en la vida material y espiritual de las mujeres la transnacionalización de la economía capitalista es omitida, con bastante frecuencia, en los debates teóricos y en las discusiones acerca de los modelos de economías y el proceso de globalización. Sin embargo, sin tener en cuenta los cambios valorativos es muy difícil impartirle coherencia a una lectura del mundo contemporáneo donde el nacionalismo, la religión, los conflictos interétnicos y de géneros tienen una influencia equivalente a los aspectos económicos e internacionales. Con una visión centrada exclusivamente desde la economía, la política institucionalizada o las relaciones internacionales, no es posible explicar, dar sentido y proponer alternativas a los problemas multidimensionales que se presentan hoy. Para afianzarse con poderío absoluto no sólo sobre la vida material de los pueblos, sino también sobre su espiritualidad, el capital conforma patrones de conducta, simbólico--culturales y de valoración de obligada aceptación.


Con el objetivo de reproducir las relaciones de dominación, el capitalismo impone reglas a las relaciones genéricas, asignando al hombre la supremacía en el espacio público y en la producción visible del plusproducto (como propietario de medios de producción o vendedor de fuerza de trabajo), mientras que a la mujer se le reserva el ámbito privado (o la esfera de la comunicación social como imagen esteriotipada de acuerdo con la lógica patriarcal) y la reproducción invisible de la fuerza de trabajo en el hogar. Estas reglas del capital intentan homogeneizar (empobreciéndola) la vida social, naturalizando las diferencias, las identidades y el lugar de cada cual en el sistema de nexos sociales.

De esta naturalización no escapan las relaciones de género.
"La asociación conceptual de la mujer con la naturaleza -concepto, claro está, nunca dado por la propia naturaleza, siempre social o ideológicamente construido desde las definiciones que la cultura le da a sí misma- depende del modo de producción de la vida material y de las formas que adoptan las relaciones sociales condicionando a su vez, la manera como la sociedad se ve a sí misma... Pensamos que la recurrencia en la adjudicación de los lugares en las contraposiciones categoriales responden a la situación universal de marginación y opresión -cuando no de explotación- en que se encuentra la mujer... como aquello que requiere ser controlado, mediado domesticado o superado según los casos."[1]

Una crítica a fondo del lugar asignado a la mujer en la lógica económica, cultural y simbólica de la globalización implica colocar en la agenda de debate temas como:

• Neoliberalismo y feminización de la pobreza.

• Dicotomía entre la esfera privada y pública: la politicidad del espacio privado como el estatuto teórico del feminismo.

• Las luchas femeninas por la ciudadanización: Vicisitudes del acceso a la historia del sujeto mujer.

• La violencia invisibilizada: control y expropiación de la sexualidad de la mujer.

• Movimiento de mujeres y feminismo político. La reconección de lo social con lo político en la perspectiva del movimiento feminista.

• Los fundamentos valorativos del feminismo: ideales, símbolos y valores de la mujer.
Los proyectos globalizadores del capitalismo contemporáneo apuntan hacia la conformación de una estructura económica y cultural en el ámbito planetario altamente jerarquizada y excluyente, donde predominan de manera creciente los intereses y valores de las grandes empresas multinacionales. La descontextualización de los referentes valorativos y la desconstrucción de las identidades se ocultan en la ideología globalizadora del neoliberalismo bajo la máscara de una nueva construcción de símbolos y valores multicultural y diversa. Sin negar, claro está, que dicha diversidad cultural debe subordinarse totalmente al mandato soberano del mercado.

Con la llamada «macdonalización» de la cultura, la humanidad sufre una de la s crisis de valores más violentas. La expansión y desterritorialización de las industrias culturales, la concentración y privatización de los medios de comunicación, la expansión y homogeneización de las redes de información, el debilitamiento del sentido de lo público y lo privado son condiciones necesarias para garantizar la eficiencia de la globalización capitalista, pero, son además causas del escepticismo político, la apatía social y el descrédito de los significados más progresistas en la historia humana.

La globalización neoliberal se presenta como una forma moderna de relaciones patriarcales. Ahora a todo aquello que las mujeres se ven obligadas a hacer «gratis», ya sea relacionado con la existencia o la subsistencia humana, se le llama «reproducción», en oposición con la producción y no como su contraparte dialéctica. «Reproducir» connota en términos patriarcales, una actividad menor, secundaria, que no genera en sí valor económico alguno. De un modo «muy racional» se utiliza la «reproducción» cargada de significados y símbolos femeninos para ocultar, más aun, el trabajo de las mujeres que asegura gran parte de la acumulación de capital.

A medida que el capital global se centraliza cada vez más por el control trasnacional, los estados nacionales pierden poder y los trabajadores son cada vez más marginados y excluidos, la situación de la mujer llega a un punto en que no pueden controlar sus medios de producción ni su fertilidad.

La «feminización laboral», tendencia que se manifestó en la economía mundial a partir de la postguerra y alcanzó auge en los años 60, adquiere ahora nuevos matices: las mujeres constituyen la fuerza principal de trabajo para el creciente sector de los servicios, donde realizan tareas de bajo estatus y poco salario. Según datos del PNUD, el 71% de las mujeres empleadas formalmente se concentran en cinco grupos ocupacionales, educación, enfermería, oficina, ventas y servicios, la mayoría en los puestos peor remunerados. El ingreso promedio de las mujeres todavía equivale a sólo el 70% del de los hombres, aunque en los últimos años, el ingreso de las mujeres ha tenido un continuo incremento respecto al de los hombres por la reducción constante de los ingresos y los puestos laborales tradicionales para los hombres. Aun así, para las mujeres aumentan las listas de trabajos con jornada partida y de contratos temporales sin seguridad social, oportunidades de promoción o jubilación. Son raros los programas de trabajo que tengan en cuenta el cuidado de los niños y las bajas por maternidad. La mayor parte del trabajo de las mujeres está excluido del cálculo del Producto Nacional Bruto.

Las apologías de "lo posible y lo necesario" y la justificación de los males existentes es un elemento imprescindible en el discurso neoliberal y en su estrategia cultural. La justificación de la pobreza, de la baja moral pública, de la inseguridad social, de las violaciones de los derechos humanos es el reverso de la crítica al sistema. Con ella se quiebran las nociones sociales y colectivas en el plano simbólico y se instalan, en su lugar, la noción de paradigma hegemónico con sujetos individuales y fragmentados, con esto se pone freno a la creación de conceptos y realidades que promuevan alternativas de liberación.

La globalización neoliberal capitalista ha producido cambios tan vertiginosos, y tantas rupturas teóricas y cotidianas que no es de asombrar, como dice Noam Chomski, el estado de desesperación, ansiedad, falta de esperanza, enojo y temor que prevalece en el mundo fuera de los sectores opulentos y privilegiados y del sacerdocio comprado que cantan alabanzas a nuestra magnificiencia, una característica notable de nuestra cultura contemporánea, si se puede pronunciar esta frase sin vergüenza.[2]

El imaginario capitalista, que reproduce, infinitamente, el discurso hegemónico patriarcal destaca como elemento predominante las bondades del sistema para complacer necesidades materiales. A los individuos se les construye una única conclusión posible: dentro del sistema todo, fuera de él, nada es válido. Un recurso legitimador de este imaginario ha sido proponer alternativas dentro de los mecanismos regulatorios del propio sistema. Las contradicciones y conflictos valorativos se presentan como manifestaciones de disfuncionalidad que se deben a desajustes institucionales o son consecuencias del mal desempeño de ciertos funcionarios públicos.

El feminismo como movimiento político, símbolo y valor de la mujer no ha escapado a este hecho. La institucionalización del feminismo, hecho que se presenta en el discurso político como un paso a favor de la mujer, ha sido la manera de encubrir las aun no resueltas contradicciones y relaciones de poder entre hombres y mujeres, que van más allá de las diferencias de género y sexo. Estos llamados "feminismos institucionales", por lo general, presentan un claro abandono a la búsqueda de soluciones revolucionarias para la emancipación de la mujer, y asumen la convicción de que desde dentro del sistema, con la presión que se ejerce sobre sectores del poder influyen de manera directa en las soluciones y toma de decisiones de esos grupos a favor de las necesidades e intereses de las mujeres.

La chilena Ximena Valdés, al referirse a este fenómeno y su impacto dentro de las luchas de las mujeres en América Latina plantea:

"Los procesos de democratización contribuyeron a la baja de perfil del mundo no gubernamental, comparado con aquel logrado en los ochentas. Así comienza a experimentarse el traslado de los temas puestos en la agenda pública por parte de las mujeres, a las agendas institucionales. Los Estados firman convenciones, redactan informes sobre lo avanzado en materia de mujeres, instalan mecanismos, crean instrumentos de manera tal que asistimos al tránsito de la temática de la mujer desde la sociedad civil al los gobiernos."[3]


Otra reflexión interesante sobre este aspecto la hace Amélia Valcárcel desde la experiencia de los países desarrollados, según ella, se dan tres rasgos característicos en la manera en cómo las mujeres detentan poder: 1-las mujeres detentan el poder otorgado sin la completa vestidura que este supone; 2-las mujeres detentan el poder con los tres votos clásicos:

pobreza, castidad y obediencia; 3-a las mujeres les es permitido detentar este poder siempre que a él lleven las virtudes clásicamente reconocidas como aretario del sexo femenino, que son fundamentalmente: fidelidad y abnegación.

"¿Por qué ocurre todo esto?, ¿por qué no hay completa investidura?, ¿por qué podemos decir que se exigen los tres votos clásicos y probar que en efecto es así? Por qué no hay detentación del poder por parte de las mujeres en el nivel pertinente, en el nivel simbólico pertinente... El poder denota masculinidad, esto es así, es un hecho innegable que no precisa mayores desquisiones... Dado el deber de sumisión, distinto del deber de obediencia, dada lo no completa investidura, dada las condiciones especiales de detentación del poder, este poder es necesariamente inestable: lo detenta alguien, pero ese poder no se hace extensivo como detentación al colectivo completo al que ese alguien pertenece significativamente. Del hecho de que una, dos, tres mujeres detenten un poder, para el colectivo completo de las mujeres no se sigue que el colectivo detente poder. Y para esas mujeres que lo detentan no se sigue que eso las saque de los esquemas normativos a que su colectivo esta sujeto. Es por lo tanto vivido y percibido externamente como inestable, casual, accidental, moda incluso".[4]

Esta autora, llevando el problema hasta sus últimas consecuencias, concluye:

"Genéricamente, una demostración del escaso poder del colectivo de las mujeres es su debilidad cuando los movimientos de repliegue se producen... Cada una queda librada a sus fuerzas. Vuelven a su puesto base, a su red familiar o a nada en absoluto. «de la nada te saque, a la nada volverás» parece ser el enunciado que precide la relación de las redes informales con las mujeres cooptadas. Nada de extraño tiene que entonces las vocaciones escaseen o que en el futuro pudieran escasear. Estos ejercicios son demasiados disuasorios, ejercicios que, por lo demás, con los varones no son tan frecuentes. Por respeto propio ningún grupo deja a alguien, que ha sido en el revelante, en la cuneta. No le conviene a su imagen de autoridad. Pero no se es tan sensible si se trata de una mujer. Es casi como si se considerara «material desechable». Quizá se piense que «hay de sobra».

Valdría la pena profundizar más en esta paradoja que se manifiesta con fuerza en las reflexiones feministas e incide directamente sobre la conformación de referentes valorativos para el accionar político de las mujeres: cómo explicar la existencia de una mayor inclusión política de las mujeres en el momento de mayor exclusión económica de las mismas. Si vemos la política como expresión concentrada de la economía, entonces, la pregunta sería: por qué en los momentos de mayor exclusión económica de la mujer el sistema capitalista presenta alternativas de mayor inclusión política para las mismas. No será acaso esto un nuevo mecanismo de legitimización del dominio patriarcal.

Está tan universalizada la cultura capitalista y tan asimilados sus sistemas de valores que es común rechazar o no aceptar cuestionamientos a su esencia. Por lo general ocurre que resulta difícil ver lo que está fuera de nuestro campo visual ya sea por asumirlo tal y como es o por impotencia. Los disfraces valorativos de la ideología neoliberal impiden en muchas ocasiones determinar con exactitud el valor real de los hechos y las cosas de aquel que se ofrece como tal. Asimismo, se construyen discursos críticos que no escapan a la lógica de explicar la realidad en términos de derechos, contratos, intereses, individualismo, competencia, negociación, ganancia.

El orden capitalista, como bien reconocen se ideólogos liberales y neoliberales, dedica especial atención a la fundamentación valorativa de sus referentes y a la conformación de una estructura subjetiva de valores que garanticen la estabilidad de dicho orden. Dicha estructura oculta el significado real del sistema, la maximixación de la ganancia, pero en su lugar ofrece normas conductuales que guían a los individuos y muestran el modo de cómo asegurar la posibilidad de éxito o el fracaso de una acción, el modo adecuado de relacionarse los individuos, el "modo de hacer las cosas" sin establecer diferenciación entre el saber, hacer y desear.

El patriarcado en su versión neoliberal y globalizado acentúa sus significados clásicos: el individualismo, el divorcio entre lo público y lo privado, la desigualdad natural de género. Como valores del orden, no están en discusión. «Se aceptan, si se quiere vivir y por esta razón se excluye a todo aquel que no los acepte o luche contra ellos».

"En este orden a conseguir ciertos resultados, no existe, en principio, distinción alguna entre lo que procede hacer y lo que correspondería hacer. Hay tan sólo una manera establecida de hacer las cosas. El conocimiento de la relación causa-efecto es algo indistinguible de la forma de obrar adecuada y permitida. Conocer el mundo a este respecto, es saber lo que debe o no debe hacerse en determinadas circunstancias; y para obviar los peligros que nos acechan es tan importante saber lo que en ningún caso procede hacer, como lo que hay que hacer al objeto de propiciar determinados resultados".[5]

Este enfoque que da Hayek, uno de los más importantes ideólogos neoliberales, impide -con toda intención- penetrar en la dialéctica constitutiva del patriarcado. Se trata, según sus afirmaciones, de asumir dicho valor, como un hecho, un producto no intencionado que rebasa toda comprensión racional, todo interés particular y juicio moral. Sólo así podemos acercarnos a esta realidad que se presenta bajo la forma de sociedad capitalista o sociedad civilizada.

Basta leer un pequeño fragmento de los textos para comprender la filosofía sobre la que descansa la dominación y la discriminación de la mujer.

"El hecho trascendental es que al hombre le es imposible abarcar un campo ilimitado, sentir la urgencia de un número ilimitado de necesidades. Se centre su atención sobre sus propias necesidades o tome con cálido interés el bienestar de cualquier ser humano que conozca, los fines de que se puede ocuparse serán tan sólo y siempre una fracción infinitísima de las necesidades de todos los hombres. Sobre este hecho fundamental descansa la filosofía entera del individualismo. Esto no supone... que el hombre es interesado o egoísta o que deba serlo. Se limita a partir del hecho indiscutible de que la limitación de nuestras facultades imaginativas sólo permite incluir en nuestra escala de valores un sector de las necesidades de la sociedad entera, y que, hablando estrictamente, como sólo en las mentes individuales pueden existir escalas de valores, no hay sino escalas que son diferentes y a menudo contradictorias entre sí".[6]

La ética patriarcal se construye, por sobre todas las cosas, ignorando «la recomendación» de que todo semejante sea tratado con el mismo espíritu de solidaridad,

"...a todos nos interesa que nuestras relaciones interpersonales se ajusten a esta otra normativa que corresponde al orden abierto, es decir, a ese conjunto de normas que regulan la propiedad y el respeto a los pactos libremente establecidos y que a lo largo del tiempo fueron sustituyendo a la solidaridad y al altruismo... Un orden en el que todos tratasen a sus semejantes como a sí mismos desembocaría en un mundo en el que pocos dispondrían de la posibilidad de multiplicarse y fructificar. Si decidiéramos en cualquier momento... a favor de un comportamiento caritativo... someteríamos a la comunidad a graves carencias al distraer nuestro esfuerzo de las actividades que con mayor eficacia sabemos practicar y nos transformaríamos, inevitablemente, en meros instrumentos de un conjunto de intereses sectarios o particulares criterios. En nada contribuiría tal actitud a remediar los problemas que a todos legítimamente preocupan"[7]

La transmutación de valores que provoca la aceptación inconsciente o no, de la ideología globalizadora neoliberal somete a las personas a vivir en el mundo del silencio, el miedo y la soledad impuesto en nombre del orden. Bajo el dominio de un tipo de cultura que enlata el ser, el hacer y el desear, pensar es, también, una rebeldía.

La crisis paradigmática que afrontamos hoy incluye la formalización de un tipo de paradigma a partir de un modelo y un esquema patriarcal determinado histórico y culturalmente y al cual la teoría y la práctica social no han podido superar totalmente ni en las experiencias sociales más progresistas.

Dar cuenta de esto no exige construir modelos absolutos y atemporales de intelección y solución de problemas, y mucho menos formas permanentes de actuar a partir de un sistema inmutable de coordenadas, ya la historia nos mostró el final de estas construcciones. No puede imponerse de manera nihilista un cambio paradigmático, sin que haya sido modificada la esencia de los procesos, por la solución real de las contradicciones que lo generan.

Esta crisis no puede ser enfrentada esgrimiendo acríticamente idénticos presupuestos a los que dieron origen al discurso patriarcal de la modernidad. El "proyecto inconcluso" de emancipación sólo puede realizarse superando las limitaciones burguesas capitalistas, transformando las determinaciones cognoscitivas, expresivas, valorativas y simbólicas de los procesos socio históricos y culturales para poder orientarnos hacia los problemas de la realidad con posibilidades modificadoras.

Reconstruir la imagen creíble y atractiva de una sociedad fraterna, solidaria y libre desde una perspectiva emancipatoria de género precisa impulsar procesos permanentes de crítica y creación libres de actitudes o prejuicios que atentan contra una visión genérica cuyo sentido es la transformación de la sociedad. Estamos, pues, urgidos de tejer entre todos y todas la imagen atractiva de un bienestar sostenible.
________________________________________

Notas

[1] Celia Amorós: «Hacia una crítica de la razón patriarcal» Ed. Antrhopos, España, 1985

[2] Noam Chomski: «Democracia y mercados en el nuevo orden mundial» Ed.

Contrapunto. Mexico, 1996

[3] Ximena Valdés: «Rumbo al siglo XXI. Diversas miradas».Ponencia. Congreso REPEM, Rio de Janeiro, Octubre 1996.

[4] Amélia Valcarcel: «La política de las mujeres» Ed. Cátedra, Madrid, 1997, p. 126

[5] Hayek Friedrich, «Derecho, legislación libertad», Unión Editorial, Madrid,m España, 1985, p. 47

[6] Hayek Friedrich, «Derecho, legislación libertad», Unión Editorial, Madrid,m España, 1985, p. 89

[7] Hayek Friedrich, «La fatal arrogancia. Los errores del socialismo», Unión Editorial, Madrid, 1990, pp. 43-44


No hay comentarios: