Aunque las estadísticas indican una creciente participación de las cubanas en el mundo de la ciencia, todavía pervive cierta segregación horizontal y vertical, con desventajas para ellas, según diversos estudios parciales.
Si bien su presencia es mayoritaria en las aulas universitarias y entre la fuerza técnica y profesional, no se destacan por igual en todas las ramas ni suelen tener tampoco una representación notable entre los grados científicos más altos y los puestos directivos, incluso en las especialidades donde más ejercen.
"Ellas representan 66 por ciento en la rama científica y apenas 15 por ciento entre las que dirigen", precisó Lourdes Fernández, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.
Si bien su presencia es mayoritaria en las aulas universitarias y entre la fuerza técnica y profesional, no se destacan por igual en todas las ramas ni suelen tener tampoco una representación notable entre los grados científicos más altos y los puestos directivos, incluso en las especialidades donde más ejercen.
"Ellas representan 66 por ciento en la rama científica y apenas 15 por ciento entre las que dirigen", precisó Lourdes Fernández, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.
A este tema dedicó una de sus sesiones el VII Taller Internacional Mujeres en el siglo XXI que, convocado por la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana y la Federación de Mujeres Cubanas, tuvo por sede a la capital cubana, del 18 al 22 de mayo.
Repartidas entre las responsabilidades de la vida familiar y los rigores de su profesión, como casi todas las trabajadoras, técnicas y profesionales de esta isla caribeña, las mujeres de la ciencia se ven obligadas al doble de esfuerzo para que se les reconozca tanto como a sus colegas del sexo masculino.
Con iguales oportunidades que los hombres, las cubanas no tienen limitaciones legales para acceder a cualquier carrera, profesión o puesto de trabajo. Tampoco hay diferencias salariales para uno u otro sexo.
Sin embargo, los estudios indican que la maternidad, las tareas domésticas, los cuidados familiares y otras cargas hogareñas se erigen en barreras que retrasan sus avances profesionales, cuando no las llevan a abandonarlos.
"Mis primeros seis años, cuando me gradué, fueron muy intensos", cuenta a SEMlac Laura Medina, licenciada en Cibernética. En ese tiempo, su currículo se engrosó con los cursos de postgrado y las maestrías.
Pero poco después nació su única hija y las cosas cambiaron para ella. "La profesión dejó de ser lo primero. Tenía que atender a mi hija, cuidarla, estar al tanto de ella, ayudarla en la escuela. No renuncié a lo mío, pero todo eso me robaba mucho tiempo y me dejaba agotada", relata Medina, ahora con 50 años y una hija que sigue sus pasos en las aulas universitarias.
Si bien se aprecian cambios evidentes en los últimos años en disciplinas tradicionalmente desempeñadas por varones y ahora con mayor participación femenina —como Derecho, Economía y Agronomía—, aún no se ha producido este movimiento a la inversa.
"No hay más presencia de hombres en la psicología, en las artes y las letras, en las lenguas", ejemplificó Fernández durante los debates del VII Taller Internacional Mujeres en el siglo XXI.
A la par, en la medida que se asciende en las categorías académicas y científicas más elevadas, que hay que certificar con una ejecutoria académica y científica determinadas, ellas están cada vez menos representadas.
"Las mujeres estamos poniendo las categorías de instructores, profesoras asistentes, investigadoras agregadas, las fases iniciales en las investigaciones científicas y en la ejecutoria docente, pero no en las de postgrado, como doctoras", comentó Fernández.
Datos de la Academia de Ciencias indican que, dentro de la categoría de académica de honor, adjudicada por resultados muy relevantes, hay muy pocas mujeres.
Entre ellas figura, por ejemplo, Concepción Campa, una de las autoras principales de la vacuna contra la meningitis y actualmente directora de un centro de investigaciones, que cuenta con numerosos reconocimientos y premios dentro y fuera de la isla.
Para la psicóloga y profesora universitaria Lourdes Fernández, ese comportamiento se explica por la supervivencia de una cultura patriarcal que sigue privilegiando, entre otros aspectos, los valores de la masculinidad y el fantasma de la ciencia dura.
"Por una parte están las políticas y los cambios legales que propician la igualdad y las mismas oportunidades que hemos reglamentado; por la otra, los cambios en la subjetividad", precisa la especialista.
Así, las llamadas ciencias duras se asocian a la verdad científica que puede ser debidamente comprobada, como las ciencias exactas, experimentales; mientras las mal llamadas blandas o de dudosa calidad, vistas como más "femeninas", se vinculan a la interpretación, la intuición, entre ellas las ciencias sociales, las humanísticas y el arte.
La investigadora llamó a cuestionarse hasta qué punto, sin querer ni proponérselo, desde ese propio lenguaje, se sigue tributando una visión discriminatoria.
Además de ganar conciencia de las potencialidades de unos y otras para acercarse a la variedad y vastedad del conocimiento, hace falta, en su opinión, redimensionar y replantearse la propia definición e interpretación de las ciencias.
"Al nivel de la subjetividad, se ven contradicciones entre los grandes retos que asumimos y las preocupaciones y tendencias que todavía nos llegan del mundo supuestamente privado", asegura Rosa María Reyes, quien coordina el Grupo de Estudios de Género de la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, a 860 kilómetros al este la capital cubana.
Investigaciones en esa zona del país revelan que, entre mujeres con una titulación científica reconocida y que han alcanzado incluso niveles de decisión importantes, se identifican conflictos y malestares, culpas y auto reproches por lo que se han perdido de la vida familiar, en función de la profesional.
Reyes comenta que estas tensiones, aunque de otra forma, se evidencian también entre las más jóvenes, que postergan, por ejemplo, el matrimonio o la maternidad, ante el conflicto de hacerse master o mamá.
"Parece ser que uno de los grandes problemas que tenemos las mujeres es el de abandonar esos ideales de género que hemos aprendido, para movernos hacia modelos que supongan más independencia", comenta la investigadora.
Ello supone romper con el imaginario y los ideales con que han sido socializadas, incluida la idea de ser madre sacrificial, con una entrega total a los otros; de ser la mujer de un hombre, la cuidadora por excelencia.
"A veces las limitaciones no vienen de afuera, de los otros, sino de hasta dónde las mujeres se permiten llegar", apunta Reyes.
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