La globalización es la forma actual que ha tomado el capitalismo, después de la caída de las economías planificadas del Este y la conversión de China a una economía de mercado. Parece haberse convertido en el único sistema existente en nuestros días, extendido a escala mundial con contadas excepciones. Se trata de la extensión del capitalismo a escala global, por lo tanto, si ya el capitalismo ha sido parcial y discriminador para las mujeres y sus actividades, no se puede esperar de la globalización una mejora relativa. Al contrario, la globalización ha empeorado la condición de las mujeres en todo el planeta con las nuevas condiciones económicas y laborales.
La economía de la globalización niega el necesario protagonismo de las personas. Dominada por las grandes empresas transnacionales y los mercados financieros, el único objetivo de la globalización es el beneficio económico, invisibilizando todas aquellas actividades o tareas no mercantilizadas.
La economía de la globalización niega el necesario protagonismo de las personas. Dominada por las grandes empresas transnacionales y los mercados financieros, el único objetivo de la globalización es el beneficio económico, invisibilizando todas aquellas actividades o tareas no mercantilizadas.
Así, se apoya en organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, etc., que establecen las reglas para “liberizar” el comercio y las ganancias y para privatizar los sectores públicos que antes quedaban al margen del mercado. Esta austeridad fiscal impuesta ha perjudicado enormemente a las mujeres, puesto que las ha conducido a la pérdida del empleo en los sectores en los que había una mayor presencia femenina: sanidad, educación, etc. Las que lo mantuvieron, al privatizarse éstos, lo hicieron empeorando las condiciones laborales, perdiendo protección y servicios sociales, lamentablemente indispensables hasta la fecha para una plena incorporación de la mujer en el mercado de trabajo cuando tiene responsabilidades familiares, favoreciendo la consagración de la doble jornada en la esfera pública y doméstica. Por lo tanto, el ideario político neoliberal que da apoyo al “Estado de mínimos”, recorta ocupación en el sector público, privatiza empresas y servicios, teniendo todas estas medidas restrictivas un impacto de género.
La globalización se construye también a través de los organismos regionales supranacionales, del tipo de la Unión Europea. Se supone que abogan por el libre comercio dentro de sus fronteras, pero no deja de ser una estrategia proteccionista e intervencionista encubierta. Estos organismos también apuestan por los recortes en el “estado del bienestar”; como se ha expuesto en el párrafo anterior, las mujeres son las mayores perjudicadas de estas medidas. Por poner un ejemplo, se vende el trabajo parcial como la panacea para las mujeres para conciliar vida laboral y familiar, pero este no sólo les resta posibilidades de promoción laboral, sino que además proporciona unos ingresos insuficientes para una vida autónoma, contribuyendo a la “feminización de la pobreza”. Además, el hecho de que la mujer acuda a trabajos parciales como complemento de la renta familiar subordina explícitamente el sueldo de la mujer, condiciona su trabajo fuera del hogar a “contingencias” económicas al margen de su propia libertad o voluntad y la condena a la dependencia económica, ya que la remuneración que percibe está por debajo de lo que es necesario para una vida independiente, y más si ha de cuidar uno o más hijos o hijas.
El verdadero motor de la globalización son las empresas transnacionales, que localizan la producción guiadas únicamente por la rentabilidad a corto plazo. No les importan los derechos individuales ni colectivos de sus trabajadores y trabajadoras, llevándose como siempre la peor parte estas últimas. Así, se favorecen condiciones laborales penosas en países hundidos por la deuda, sin normativas laborales ni derechos sindicales de ningún tipo. De esta manera, ha sobrevenido un hecho común: los salarios más bajos de cada país los cobran las mujeres de esos países, y los salarios más bajos del mundo los cobran las mujeres de los países más pobres.
¿Qué hacen los Estados ante la globalización? Pues se convierten en “sirvientes” de este capitalismo global y del capital transnacional. Adoptan políticas monetarias y fiscales para que la globalización sea posible, crean las infraestructuras básicas para la actividad económica global y asumen el rol de aparatos de control ante los subversivos al sistema. El Estado ya no es valga la redundancia un “Estado del bienestar”; aunque siempre se apoyó en la unidad familiar heterosexual en la que la mujer asumía todas las tareas de ámbito doméstico, el Estado contribuía a través de subvenciones o ayudas a esa labor. Sin embargo, estas ayudas cada vez sufren mayores recortes, y en contraposición, la mujer cada vez está más presente en el ámbito laboral, sin que esto se haya traducido en un intercambio de tareas ni en una integración de los varones en la esfera doméstica. Y es que el ámbito privado es diferente para mujeres y hombres; para ellos, supone el refugio para descansar de las obligaciones y actividades públicas. Para ellas, es sinónimo del ámbito doméstico, donde inician su doble e incluso triple jornada.
Quedan mucho elementos por denunciar y cuantificar, como son: las características que ha tomado la emigración en los últimos años, con el aumento considerable de las mujeres; la prostitución, que también ha “globalizado” las mafias de trata de blancas; la pérdida de acceso a la propiedad en los países pobres, etc.
A modo de conclusión, creo que es importante resaltar que la globalización no afecta por igual a tod@s, sino que tiene un impacto específico sobre las mujeres, ya que al ser discriminatoria y marginadora empeora la situación relativa de las mujeres en todos los países del mundo, llegando a condiciones infrahumanas en los países más pobres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario