Por: Marta I. González García y Eulalia Pérez Sedeño.
Una parte importante de los primeros esfuerzos por reconsiderar el papel de las mujeres en la ciencia y tecnología lo constituye la reescritura de la historia para recuperar del olvido mujeres o tradiciones típicamente femeninas que, pese a haber hecho contribuciones destacables en el ámbito científico-tecnológico, han sido silenciadas por la historia tradicional, bien debido a distintos tipos de sesgos, bien debido a concepciones estrechas de la historia de la ciencia que reconstruyen la disciplina sobre los nombres de grandes personajes y teorías o prácticas exitosas y dejan de lado otras actividades y contribuciones en modo alguno colaterales al desarrollo de la ciencia.
Mujeres olvidadas
Un caso paradigmático de figura femenina olvidada y recuperada para la historia de la ciencia es la de Rosalind Franklin. Sus fotografías por difracción de rayos X fueron claves para que Watson y Crick pudieran proponer el modelo de doble hélice del ADN que les proporcionaría el Premio Nobel en 1962 junto a Maurice Wilkins. Sin embargo, silenciada por la historia de la ciencia y una temprana muerte, y ridiculizada en la narración autobiográfica que Watson (1968) hace del episodio, su contribución no tuvo ningún reconocimiento (ninguno de los galardonados la recordó en la entrega de los premios, su nombre ni siquiera aparecía en las reconstrucciones en enciclopedias, libros de texto y museos de ciencia...) hasta la publicación de la biografía que escribe Anne Sayre (1975), en la que se cuenta una historia muy distinta, la de la difícil situación de una científica, mujer y judía, en una institución (el King’s College, de Londres) tradicionalmente masculina y claramente anglicana.
La historia de las científicas y sus logros escrita por historiadoras de la ciencia sensibilizadas con la exclusión de la mujer ha producido resultados sorprendentes. Cuando se habla de mujer y ciencia, la reacción inmediata es la de indicar la ausencia de mujeres en el desarrollo de esa actividad a lo largo de la historia. Sin embargo, la historia de la ciencia hecha por mujeres ha descubierto, por ejemplo, el genio de Madame de Châtelet, cuya traducción de los Principia Mathematica permitió que el continente accediera al newtonianismo. O también a Aglaonike, y a Hipatia en la antigüedad, a Roswita e Hildegarda de Bingen en la Edad Media.
A las italianas Maria Ardinghelli, Tarquinia Molza, Cristina Rocatti, Elena Cornaro Piscopia, Maria Gaetana Agnesi, y Laura Bassi. A las anglosajonas Aphra Behn, Augusta Ada Byron Lovelace, Mary Orr Evershed, Williamina Paton Stevens Fleming, Margaret Lindsay Murray Huggins, Christine Ladd-Franklin, Henrietta Swan Leavitt, Annie Russell Maunder, Charlotte Angas Scott, Mary Somerville, Anna Johnson Pell Wheeler, Caroline Herschel y Maria Mitchell. A las germanas Maria Cunitz, Elisabetha Koopman Hevelius, María y Christine Kirch; a las francesas Jeanne Dumée, Sophie Germain, Nicole Lepaute; a las iberoamericanas Cecilia Ramón Agenjo, Angeles Alvariño de Leira, María Luisa García Amaral, Mariam Balcelss, Laura Carvajales y Camino. O a otras científicas más recientes como Maria Goeppter Mayer, Sonya Vasilyevna Kovalevsky, Lise Meitner y Emmy Noether, por citar sólo algunas matemáticas relevantes (véase Alic, 1986; Pérez Sedeño, 1994; Solsona, 1997).
Esta pequeña muestra refleja la distorsión histórica presente en el hecho de que la mujer raramente aparezca como protagonista en la historia, no sólo de la ciencia, sino de todas las facetas de la humanidad. No hay que olvidar los sesgos habituales que padecen los historiadores: sus explicaciones o interpretaciones han de pasar por el tamiz de lo que el paso del tiempo ha permitido que les llegara, con la subjetividad que eso conlleva.
La historia de las mujeres tecnólogas tiene sus propios problemas y dificultades. Entre ellos está el ocultamiento sistemático de las mujeres que, en muchos casos, ha sido promovido por la legislación sobre patentes. Al no tener la mujer derecho de propiedad, es el padre o el marido o algún otro hombre el que aparece en los registros de patentes como responsable de invenciones hechas por mujeres. Por otra parte, las historias de la tecnología han pasado por alto el ámbito de lo privado, es decir de lo femenino, en el que se utilizaban y utilizan tecnologías propias de las tareas tradicionalmente determinadas por la división sexual del trabajo, teniendo como consecuencia que inventos relacionados con la esfera de lo doméstico y la crianza, y realizados por mujeres, no han contado como desarrollos “tecnológicos” (Pérez Sedeño, 1998b).
Estos estudios no tienen como único fin el de coleccionar listas de nombres de mujeres científicas o tecnólogas. Muchas de ellas hicieron contribuciones notables a los problemas científicos de los que se ocuparon, y la historia de la ciencia ya no podrá ser contada sin referirse a sus aportaciones. Es importante que estos estudios recojan también las circunstancias familiares, sociales y económicas que hicieron posible que estas mujeres destacaran en un ámbito que les era hostil. De este modo se evitará el “efecto Curie”, considerarlas tokens, casos excepcionales que, lejos de constituir modelos para las mujeres de hoy, las abrumen con el peso de una genialidad inalcanzable, porque, en general, fueron mujeres que gozaron de unas oportunidades impensables para la mayoría en su época: hijas o esposas de científicos, de clase alta...
Tradiciones olvidadas
La historia de la ciencia y la tecnología reescrita con una atención especial a las aportaciones de mujeres tiene también la función de reconsiderar el propio objeto de estudio, qué es lo que se considera ciencia y tecnología. Un fenómeno ampliamente documentado es el de que las actividades desempeñadas por mujeres tienden a estar infravaloradas y que su prestigio es inversamente proporcional al número de mujeres que están implicadas. Así, se trata también de recuperar como objeto propio de la historia de la ciencia y la tecnología aquellos ámbitos menos públicos y más alejados de los circuitos oficiales en los que las mujeres tuvieron una participación importante (véase Schiebinger, 1989). Mencionaremos algunos de ellos.
La medicina fue practicada de forma informal por mujeres curanderas, comadronas o monjas en los conventos hasta la institucionalización de la misma a partir del siglo XIII. El caso de la ginecología es especialmente revelador ya que pasó de ser una actividad exclusiva de mujeres a una práctica médica y, por tanto, propia de hombres, que buscaron ocupar su espacio, por ejemplo, mediante el uso de instrumentos como el fórceps (Donnison, 1977; Ehrenreich y English, 1976).
Los salones y academias científicas femeninas de los siglos XVII y XVIII. Excluidas de las academias científicas oficiales, muchas mujeres de clase altas y con intereses científicos dirigían salones en Francia en los que se discutía temas de actualidad y se promocionaba a jóvenes talentos sin medios. Las salonnières no podía entrar en las academias, pero mediaban e influían sobre los hombres que lo hacían. En Gran Bretaña, las mujeres organizaron academias alternativas y grupos de botánica, biología, astronomía..., que realizaron importantes contribuciones sobre todo en tareas de recogida de datos (Alic, 1986, Schiebinger, 1989).
Trabajo invisible y no reconocido que las mujeres realizan en la ciencia: maestras, ilustradoras, editoras, divulgadoras, técnicas de laboratorio, programadoras de informática... El papel de las mujeres ha sido, por ejemplo, valiosísimo en el nacimiento y desarrollo de determinadas parcelas como la botánica, en las que realizaron el oscuro trabajo de recolección.
Estos estudios han puesto de manifiesto que, si bien a lo largo de la historia la presencia de mujeres en las disciplinas científicas y en la tecnología ha sido inferior a la de los varones, su número no es tan pequeño como se suele afirmar. Sin embargo, su presencia queda oculta por prejuicios y concepciones caducas de lo que es la historia de la ciencia y la tecnología.
Barreras socio-institucionales
La recuperación de científicas dio origen a una serie de historias de las mujeres en disciplinas concretas y a biografías en las que se las rescataba del olvido, proporcionado así también figuras referentes para animar a otras mujeres al desarrollo de carreras científico-tecnológicas. No obstante, y a pesar de que este trabajo puso de manifiesto que la ausencia de mujeres era menor de lo que las historias al uso parecían indicar, aún se constata un número mucho menor que obliga a preguntarse por qué sucede esto.
(...)¿Por qué tan pocas? Mecanismos de exclusión
Los resultados de la encuesta de la OEI en Iberoamérica apuntan a la cuestión que se plantea de un modo lógico a partir de los estudios cuantitativos sobre presencia de mujeres en ciencia. ¿A qué se debe esta situación? ¿Por medio de qué mecanismos se perpetúa la invisibilidad de las mujeres y se obstaculiza su acceso a posiciones de poder? Sólo mediante el detallado análisis de los mecanismos explícitos e implícitos de segregación podrán plantearse estrategias adecuadas para el cambio.
* Explícitos o formales. Institucionales
La historia pone de manifiesto cómo las oportunidades de las mujeres han variado con el tiempo y con las barreras estructurales e institucionales existentes desde el nacimiento de la ciencia moderna. Hoy en día, la discriminación por razón de sexo no existe de un modo explícito en las instituciones científico-tecnológicas occidentales, pero esta abolición es muy reciente. Numerosos estudios han documentado esta forma de segregación y se han preguntado por sus razones. El acceso a las instituciones científicas estuvo vedado para las mujeres hasta fechas increíblemente cercanas. En Grecia sólo se las aceptaba en algunas escuelas filosóficas (Pérez Sedeño, 1993). Durante la Edad Media apenas los conventos proporcionaban refugio a las mujeres que deseaban dedicarse al estudio.
El nacimiento de las universidades europeas, entre los siglos XII y XV, redujo las oportunidades de las mujeres pues, debido a su carácter clerical, vetaban su ingreso. Tuvieron que pasar varios siglos para que como grupo, y no alguna que otra excepción, fueran admitidas en las universidades. En las universidades suizas no se las aceptó hasta la década de 1860, en las francesas hasta la de 1880, en las alemanas hasta la de 1900 y en las inglesas hasta 1870. Las universidades norteamericanas, de más reciente creación, no eran muy diferentes. Creadas a partir del siglo XVII, la primera universidad que admitió mujeres fue la de Oberlin, en 1837, pero en un departamento separado del resto y sin que pudieran obtener título. En España, las puertas de las universidades se abrieron para la mujer en 1868, pero una ley de 1880 introdujo el requisito de que la superioridad diera permiso expreso para que una mujer ingresara.
El libre acceso sin permiso no se permitió hasta 1910 y ninguna española pudo enseñar en la universidad hasta 1916, cuando Julio Burrell creó la Cátedra de Literaturas Románicas en la Universidad de Madrid para Dña. Emilia Pardo Bazán. (Castro, 1994). Las academias científicas tardaron más aún en admitir mujeres. Dos mujeres (Marjory Stephenson y Kathleen Londsdale) fueron las primeras en ser admitidas en la Royal Society en 1945, a pesar de que tenía casi trescientos años de existencia. En 1979, Yvonne Choquet-Bruhat fue la primera mujer en entrar en la Académie des Sciences francesa, fundada en 1666. Las primeras mujeres españolas en acceder a las academias científicas fueron María Cascales (Real Academia de Farmacia, en 1987) y Margarita Salas (quien leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1988). En el camino se habían quedado figuras como Marie Curie, que perdió, por dos votos, la posibilidad de entrar en la Academie de Sciences de París un año antes de que le concedieran su segundo Premio Nobel, en 1910. Ni en los estatutos de la Royal Society ni en los de la Academie Royal se prohibía expresamente la entrada de mujeres. Entonces, ¿cómo es que las mujeres no entraron en las sociedades o academias científicas, aunque hubieran formado parte activa de los círculos aristocráticos que precedieron y fueron el germen de la constitución de estas academias?
Esta segregación no se debe a la falta de interés de las mujeres por la ciencia, o a su bajo nivel de calidad, sino que obedece a la condición de la institucionalización en virtud de la cual las normas institucionales no deben entrar en conflicto con los valores sociales, unos valores que en las sociedades de los siglos XVI a XVIII eran política e ideológicamente masculinos. La institucionalización de la ciencia moderna parecería haber legitimado, pues, la exclusión de ella de la mujer. Con el nacimiento de la ciencia moderna se repite —y podríamos decir que a partir de aquí toma carta de naturaleza— la siguiente norma doble: la mujer es admitida en la actividad científica prácticamente como igual hasta que dicha actividad se institucionaliza y profesionaliza; y el papel de una mujer en una determinada actividad científica es inversamente proporcional al prestigio de esa actividad (según el prestigio de una actividad aumenta, disminuye el papel de la mujer en ella).
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