jueves, mayo 28, 2009

Aspectos de género de la globalización y la pobreza

Por:Rosalba Todaro
La globalización es un fenómeno distinto de la internacionalización y la multinacionalización. Es una etapa más de un proceso de evolución del sistema económico, pero tiene características distintivas muy marcadas..

En sentido estricto la globalización es el proceso resultante de la capacidad de ciertas actividades de funcionar como una unidad, en tiempo real, a escala planetaria (Castells, 1999). Así, las decisiones y actividades en cualquier lugar tienen repercusiones significativas en lugares muy distantes, simultáneamente. El proceso ha sido apoyado por la revolución informática y de las comunicaciones que da la base tecnológica para que esa operación en tiempo real pueda producirse. El tiempo y espacio se compactan.

Las economías nacionales se descomponen y se rearticulan en un sistema de transacciones y de procesos que operan directamente a nivel internacional (Boyer, 1997). La creación de riqueza de los países depende de empresas cada vez más integradas en sistemas globales de grandes compañías que operan según una lógica que puede ser diferente a los intereses de los países. La modernización de la economía ya no es función exclusivamente de la industria nacional, y el capitalismo nacional ya no es la única forma de organización del capital (Grupo de Lisboa, 1996). Por otra parte, lo que sea que hoy podamos llamar capital nacional se integra crecientemente a esa lógica global.

Sin embargo, esto no significa que los espacios locales ya no importen. Los mercados globales y las actividades integradas globalmente requieren espacios donde operar. Y allí se concentran también una serie de operaciones de producción y de apoyo para que la gran empresa global funcione, marcadas por las condiciones locales de la mano de obra, la cultura laboral y política, y otros procesos que operan dentro de los estados nacionales (Sassen, 1996).

La liberalización del comercio y de los movimientos de capital, la privatización de sectores y empresas que eran propiedad estatal y la desregulación en distintos ámbitos, incluyendo el laboral, fueron reformas necesarias para permitir la extensión y profundización del proceso de globalización. En este sentido, se trata de un rediseño del sistema regulatorio (Stiglitz, 1998).

De esta manera, se transforma el sistema internacional de producción que permite realizar en sitios muy diversos, fases de procesos antes localizados en un mismo lugar, se crean nuevas formas o se reeditan viejas formas de organización flexible del trabajo, aparecen nuevos acuerdos comerciales, se interconectan los mercados financieros, los flujos de capital se hacen más volátiles y se amplía sustancialmente la economía de mercado.

Lo que se ha llamado ajuste estructural es, entonces, el cambio del marco regulatorio nacional e internacional, necesario para adaptarlo a los requerimientos de la globalización. En muchos casos más que un ajuste ha implicado una verdadera refundación de las bases de la economía y, en este proceso de reestructuración, los estados nacionales cumplen un papel fundamental.

Efectos de la reestructuración


El proceso de adaptación de las economías nacionales y del sistema de flujos internacionales a los requerimientos de la globalización, ha implicado profundos cambios orientados a aumentar la competitividad de las empresas:

Cambio en el sistema tributario con reducción de la carga impositiva, en especial a las utilidades de las empresas;

Reducción del gasto público, lo que implica el achicamiento o desaparición del estado de bienestar y reducción de fondos para políticas sociales;

Reducción de los costos laborales por la vía de la disminución de los cargas sociales como costo para las empresas;

Abandono de las políticas de pleno empleo y disminución del derecho a subsidio de desocupación;

Aumento del riesgo de pérdida del empleo, de las prestaciones de seguridad social y mayor inestabilidad laboral en todo tipo de ocupaciones;

Los sistemas de seguridad social basados en el reparto solidario se convierten en sistemas basados en el individuo con el consiguiente aumento de la vulnerabilidad personal.

El proceso de reestructuración global se produce en forma desigual. Se observan disparidades regionales, entre sectores socioeconómicos y de género, con diferentes consecuencias muchas de las cuales implicaron deterioro de la calidad de vida de las personas.

En algunos países ha dado lugar a un rápido crecimiento. En otros ha llevado a la recesión. Otras regiones han quedado al margen de la economía global. El número de países clasificados por Naciones Unidas en extrema pobreza subieron de 25, en 1971, a 48 en la actualidad, países que no han logrado beneficiarse como otros de la liberalización del comercio. Ellos tenían el 13% de la población mundial en 1997 y sólo el 1% del comercio mundial. Como dijo Gita Sen (citada en Kerr, 1994) "...Lo único peor que estar integrado a la economía global es no estar integrado a la economía global". La globalización no es una ideología o una moda, sino que representa una tendencia irreversible y los países ya no pueden optar por un desarrollo detrás de las fronteras.

Pero muy distinto es la discusión de cómo este proceso se lleva a cabo. Aunque se reconozca la necesidad de las políticas de reestructuración, es necesario reconocer que hasta el momento se han realizado "sin anestesia". Sin anestesia porque el ajuste fiscal ha implicado fuertes reducciones del gasto en salud y educación, recesión y pobreza para amplios sectores de la población y un aumento de las brechas en el acceso a recursos de ricos y pobres.

Ha existido una gran discusión sobre si podía hacerse de otra manera, pero parece estar cada vez más claro que aplicar recetas generales sin tomar en cuenta las condiciones específicas de cada país, de cada momento, de los distintos sectores de la población, es peligroso. Y no solo en términos sociales sino también económicos y políticos.

Los principios del llamado Consenso de Washington, que constituyen las bases del ajuste estructural, fueron considerados fines en sí mismos y aplicados como dogma. Partían del supuesto de que si se lograban los objetivos macroeconómicos, el resto funcionaría automáticamente. Se suponía la existencia de políticas cuyo resultado era que todos ganaban en el proceso; que estas aseguraban el crecimiento y que el crecimiento por sí solo llevaba a la disminución de la pobreza.

El discurso de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que como es por todos conocido jugaron un papel activo en la reestructuración, así como de la Organización Mundial del Comercio (OMC), muestran un cierto cambio.

Michel Camdessus, en su último discurso como director gerente del Fondo Monetario Internacional, pronunciado en la X Reunión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) realizada en febrero de este año en Bangkok, planteó que "no basta con aumentar el tamaño de la torta. La forma en que se distribuye es muy relevante para el dinamismo del desarrollo". "Si los pobres son dejados fuera sin esperanzas, la pobreza debilitará el tejido de nuestras sociedades a través de la confrontación, la violencia y el desorden civil". (Bangkok Post, 14 febrero 2000).

Junto con seguir alentando el libre comercio, ahora estos organismos ponen énfasis en la necesidad de que las naciones más ricas ofrezcan acceso irrestricto a las exportaciones de los países más pobres.

Encontramos aquí distinto tipo de argumentos: el Banco Mundial y el FMI señalaron en dicha reunión el aumento de la brecha entre los países pobres y ricos: "el abismo entre las naciones más prósperas y las más desheredadas son moralmente escandalosos, en lo económico representan un malgasto de recursos y son potencialmente explosivos en lo social". Consideran que la apertura de los países más ricos a las exportaciones de los países pobres, permite incluir a estos últimos en los beneficios del comercio internacional más abierto. Hay un reconocimiento explícito de que los países en desarrollo se han vistos bloqueados por el proteccionismo de los países desarrollados.

El director de la OMC también plantea esta postura con una argumentación diferente y sugiere que las grandes potencias deben abrir sus mercados a los productos de las naciones más pobres si desean el apoyo de éstas para una nueva ronda de negociaciones globales de comercio.

Pero ya sea para avanzar en las negociaciones sobre el comercio internacional o para evitar los riesgos de ingobernabilidad, hay signos de cambio. Para que estos signos se concreten es necesario intensificar el debate con distintos actores y mejorar el conocimiento de las situaciones específicas, incorporando los temas y problemas no considerados hasta aquí en los procesos de reestructuración.

Las especificidades de género


Los efectos de la reestructuración no son iguales para hombres y mujeres. Ellas no sólo se vieron afectadas como miembros de los hogares y grupos sociales desfavorecidos, sino también como resultado de su posición en la división sexual del trabajo.

El hecho de que las mujeres sean responsables del trabajo de cuidado de la famillia las lleva a tener que intensificar el trabajo doméstico para compensar la disminución de los servicios sociales, producto de la caída de gasto público. Esto significa que los cambios en la asignación de recursos y los aumentos de productividad que se supone ocurren con programas de ajuste no toman en cuenta las transferencias de costos desde el mercado a los hogares: el factor oculto de equilibrio es la habilidad de las mujeres para absorber los shocks de estos programas a través de más trabajo o de hacer rendir los ingresos limitados (Benería, 1995).

Las responsabilidades familiares hace a las mujeres más vulnerables a la precarización de los empleos ya que muchas veces deben aceptar trabajos de peor calidad, con menor protección laboral y de seguridad social, a cambio de flexibilidad para compatibilizar trabajo doméstico y trabajo remunerado. Esto permite transformar esta vulnerabilidad de las mujeres en parte de la estrategia desreguladora del mercado de trabajo.

El trabajo doméstico y de cuidado de los miembros de la familia limitan el acceso de las mujeres a la capacitación y a la información necesarias para una mejor inserción laboral. Sin embargo, no hay que subestimar los efectos positivos del aumento de la participación laboral de las mujeres, que les ha permitido mejorar su capacidad negociadora al interior de la familia y aumentar su autonomía personal y económica.

El género también sustenta la división dentro del trabajo remunerado entre ocupaciones masculinas y femeninas a las que se les atribuye distinta valoración. La discriminación de las mujeres asegura una mano de obra barata para un conjunto de actividades y formas de relación laboral necesarias para el funcionamiento de la economía global: manufactura y agricultura de exportación, servicios de apoyo a las empresas globales y servicios personales en las ciudades globales.

Aun con condiciones de trabajo precarios, relaciones laborales inestables y con escasa protección de seguridad social, hay muchos casos en que el acceso a estos trabajos puede representar un progreso respecto a condiciones previas. Por ejemplo, mujeres expulsadas del campo por falta de tierras o por la reestructuración agrícola, que tenían sólo la alternativa de la migración hacia las ciudades en busca del empleo doméstico, encuentran ahora alternativas en el trabajo temporal en la agricultura de exportación. La existencia de alternativas ha mejorado inclusive las condiciones de trabajo en el empleo doméstico. Esto no impide, sin embargo, que una nueva corriente migratoria de regiones más pobres, pueda reproducir esas condiciones superadas para otros grupos de mujeres. Por ello es necesario insistir en la consideración de la especificidad de las situaciones y de la imposibilidad de tener recetas generales.

En otro campo, la privatización de los sistemas de seguridad social, que dejan de lado los principios de funcionamiento de base solidaria para basarse en los aportes y capitalización individual, aunque con efectos en toda la población, inciden en mayor medida en las mujeres. Con la adopción acrítica de una economía de mercado sin restricciones, la reproducción humana, como bien social, pasa a representar un costo que debe ser asumido por el sexo femenino. Las mujeres en edad fértil, tengan o no hijos, deben soportar un costo mayor de la salud previsional, sustentado en el riesgo de que lleguen a demandar mayores gastos de atención en salud que los varones.

En el caso de la jubilación, cuando se ha adoptado el sistema de los fondos individuales, el hecho de que las mujeres gocen de una mayor esperanza de vida, da por resultado pensiones más bajas aumentando la pobreza de las mujeres mayores. Esto agrava el problema de los menores aportes que realizan durante su vida activa, producto de las remuneraciones inferiores que reciben por su trabajo.

También parece haberse producido un distanciamiento en la situación de distintos sectores de mujeres. Este es un aspecto poco estudiado del fenómeno de ampliación de brechas entre sectores de trabajadores que se encuentran en distintas ocupaciones, sectores y regiones.

Perspectivas

A pesar que los estados nacionales ven limitado su accionar en muchos aspectos, no han perdido vigencia. Hemos visto que el proceso de reestructuración para lograr una mayor liberalización y desregulación de la economía global ha sido un proceso planificado. Y a los estados nacionales les ha cabido un papel importante.

Es necesario, entonces, que el Estado intervenga también con políticas integrales que tomen en cuenta las interrelaciones entre distintas áreas de actuación y sus consecuencias indeseadas, así como la especificidad de situaciones y de actores involucrados. En este sentido, se necesitan políticas de género transversales e intersectoriales que tomen en cuenta la multicausalidad de los aspectos de género de la globalización y la pobreza. Por otra parte, las regulaciones internacionales deben ser adoptadas formalmente por todos los países para que puedan ser efectivas.

En las últimas décadas también hemos visto el fortalecimiento de un nuevo tipo de organizaciones de la sociedad civil que han logrado desarrollar tanto su capacidad de interlocución con el Estado, con organismos internacionales, con empresas así como sus acciones directas en la comunidad. Por ello es posible empezar a pensar en regulaciones participativas, en códigos de conducta de las empresas, voluntarios o pactados con organizaciones de consumidores, de derechos humanos, de mujeres, etc. Las instituciones nacionales e internacionales tienen que lograr una mayor apertura a la participación de los sectores afectados por sus políticas y hacia la rendición de cuentas.

La inclusión de estándares laborales en los tratados comerciales han sido objeto de discusión. Por un lado, se sostiene que permite hacer avanzar las condiciones de trabajo de países de menor desarrollo a los niveles de los países desarrollados. Por otro, se objeta esta inclusión porque los países desarrollados la utilizan muchas veces como una forma de proteccionismo para evitar la importación de productos de países de menor desarrollo.

Aunque el capital tiene la tendencia a buscar la ganancia a corto plazo y este proceso se ha visto facilitado por la globalización, es posible en la actualidad buscar formas de avanzar en la superación de las condiciones de precariedad de las condiciones de vida y de trabajo.

Es quizás interesante recordar cómo surgieron las primeras acciones para proteger el trabajo, cuando se hizo evidente que las condiciones laborales del comienzo de la revolución industrial estaban produciendo una depredación de los recursos humanos e impidiendo la reproducción de la fuerza de trabajo. Inclusive, podemos mencionar como anécdota, que el ejército reclamó contra las condiciones laborales de las mujeres y el trabajo infantil, porque los jóvenes llegaban al servicio militar sin la estatura y fortaleza mínima necesaria para cumplir las funciones de soldado.

Hay evidencia suficiente para mostrar hoy día que la alta capacidad de resistencia a las condiciones y organización del trabajo, a la tensión producto de la inestabilidad en el empleo en distintos niveles de la jerarquía laboral, aun los más altos, tiene un alto costo en términos de agotamiento de los recursos humanos y de productividad.

Dependiendo del grupo social y situación del país o región de que se trate, es necesario que las políticas subyacentes a los procesos de globalización se acompañen de políticas sociales compensatorias dirigidas a paliar los efectos más negativos y a cubrir las necesidades más urgentes. La creación de redes de seguridad social, en tanto que recae en las mujeres el papel de "colchón" de los efectos de los programas de ajuste y de las crisis, son parte importante de estas políticas.

Si bien en la mayoría de los países la brecha entre ricos y pobres parece haber aumentado, donde se ha logrado implementar políticas sociales, se ha podido compensar en parte la distribución del ingreso regresiva. Un dato para Chile muestra que, cuando se consideran como ingresos las políticas sociales, la desigualdad entre el 20% más rico y el 20% más pobre de la población se reduce: sin políticas sociales el ingreso del sector más rico es 18,9 veces el del más pobre y con políticas sociales la brecha se reduce a 11,4 veces.

Desde la perspectiva de género, al mismo tiempo que las medidas compensatorias a las mujeres en situación de pobreza, hay que diseñar medidas de más largo alcance que enfrenten el mayor riesgo de caer en situaciones de pobreza, que reconozcan las interrelaciones entre los sectores productivos y reproductivos, que puedan generar cambios en la división sexual en el trabajo remunerado y no remunerado, y creen servicios de apoyo al trabajo de cuidado infantil y de la familia, educación igualitaria para niñas y jóvenes así como programas de capacitación y reciclaje para preparar a las mujeres para los requerimientos del cambio tecnológico. Esto significa que es la equidad de género y no sólo la pobreza lo que deben guiar las políticas. Sin ello, tampoco se puede incidir en la mayor riesgo a la de pobreza que ellas enfrentan.

Las oportunidades de las mujeres están limitadas por las representaciones de lo femenino y lo masculino que establece lo que mujeres y hombres pueden y deben hacer, con una jerarquía en la valorización entre las actividades de unas y otros. Por ello se requieren políticas para promover una cultura de igualdad que establezca en el sentido común la necesidad de otorgar oportunidades para que todas las personas, de cualquier sexo, desarrollen sus potencialidades, decidan el curso de sus vidas y puedan incidir en la evolución de su sociedad, reconociendo, valorando y haciendo posible el ejercicio de la diversidad.

En este sentido se podrán aprovechar ciertos elementos positivos de la globalización de la cultura, que proyecta modelos culturales más igualitarios, y de la afirmación internacional de nuevos derechos humanos de las mujeres, produciendo una sinergia entre las acciones de los movimientos de mujeres, de las políticas antidiscriminatorias de los paises y de las convenciones y conferencias internacionales.

Reflexionando sobre cómo el temor a la ingobernabilidad produce incentivos para considerar los problemas sociales, me pregunto:

¿Pueden las mujeres también llegar a crear problemas de gobernabilidad que incite a que sean incorporadas en la toma de decisiones como socios igualitarios?


BIBLIOGRAFIA

Benería, Lourdes (1995), Towards a Greater Integration of Gender in Economics, en: World Development, Vol. 23, 1995

Benería, Lourdes (1999), Mercados globales, género y el Hombre de Davos, en: Portugal, Ana María y Torres, Carmen (editoras), El siglo de las mujeres, Isis Internacional, Ediciones de las Mujeres Nº 28, Santiago.

Boyer, Robert (1997), Le mots et les réalités, en: Mondialización, au-delà des mythes (varios autores), La Découverte, (Les Dossiers de L'état du Monde), París.

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