Las mujeres estamos inscriptas en un orden simbólico heteropatriarcal. Además, las características de inscripción en ese orden, es parcial. Estas dos características, patriarcal y vínculo parcial con el discurso, nos traen consecuencias en la posibilidad de estar posicionadas como sujetos de deseo y en la economía del deseo.
En una simbólica patriarcal es la Mujer la representada y no las mujeres.
El vínculo es parcial porque no todas las experiencias femeninas, las prácticas y los deseos aparecen representados en el orden simbólico. Más veraz sería decir que es más lo que no aparece representado, simbolizado, que las representaciones presentes.
En una simbólica patriarcal es la Mujer la representada y no las mujeres.
El vínculo es parcial porque no todas las experiencias femeninas, las prácticas y los deseos aparecen representados en el orden simbólico. Más veraz sería decir que es más lo que no aparece representado, simbolizado, que las representaciones presentes.
La inscripción discursiva parcial en una simbólica trae disturbios en la economía del deseo. El deseo no encuentra una autorización simbólica y como consecuencia tiene dificultades para expresarse, para exponerse, para ser reconocido. A más Mujer menos mujeres. ¿Por qué? Porque una de las características que no nos reconocen es la singularidad, o sea las diferencias con las otras. Todo lo que no está representado en este discurso pero sí lo está en el deseo de las mujeres les trae a las mujeres la sensación de transgresión o de deseo que debería ser acallado o no reconocido. Por eso decimos que a más mujer menos mujeres. Son deseos que permanecen debilitados porque no tienen autorización simbólica.
Son deseos encarcelados, dificultados, imposibilitados de expresarse. Encerrados en la “camisola” ideológica del género femenino. Solo un pensamiento generizado sabe detectarlos, identificarlos y hacer de ellos un objeto de trabajo. Solo un psicoanálisis feminista puede reconocerlos y/ o apuntalarlos...
La no-inscripción de deseos femeninos, así como también la inscripción de las mujeres del lado del objeto, constituye una violencia simbólica.
En el discurso patriarcal, están ausentes las imágenes y representaciones de mujer sujeto. La identificación de Mujer igual a Madre, ambas representaciones inscriptas en el discurso, debilita el afianzamiento de los deseos. La desimplicación entre la representación Mujer y la representación Madre –según el modelo patriarcal– hace que las mujeres estén más cerca de la posición de sujeto.
Como decíamos anteriormente, el discurso, por ser patriarcal, trae disturbios en la economía del deseo, producto de una prohibición incorporada. Con respecto a ser sujeto, las feministas italianas antecedidas por Carla Lonzi hablan de la revolución simbólica, es decir, “el proceso de entendimiento crítico y de cambio sociocultural por el cual las mujeres acceden a ocupar la posición de sujetos”.
En cuanto a la percepción de la realidad, las mujeres oscilan entre una percepción producida por el patriarcado e internalizada como propia y una percepción crítica a la que podemos llamar simbólica antipatriarcal.
Dice Monique Plaza (1): “¿Qué se puede afirmar sobre los hombres y el discurso? Que los hombres son las modalidades enunciativas privilegiadas del discurso: son ellos los que producen en su gran mayoría los enunciados ubicados en una organización androcéntrica, dominada por la opresión de las mujeres.” Rebatiendo a Luce Irigaray, Monique Plaza sostiene que: “los hombres han producido enunciados (algunos falocéntricos), pero no falomórficos. Esta distinción es esencial: el discurso de los hombres no es motivado por la forma de su sexo, sino que obedece a la organización patriarcal”.
Esta idea de un discurso falocéntrico construido por hombres es un argumento que va a favor de la relación parcial de las mujeres con el orden simbólico.
El discurso falocéntrico esta basado en el deseo del hombre. Por eso, es el deseo masculino el autorizado, mientras que el de la mujer, no. Solo existe un Modelo: el Hombre tiene deseos; lo contrario del Modelo no puede tener deseos como sujeto; su lugar, el de objeto, se coloca en el lugar del deseo del otro.
Sostiene Monique Plaza (2) que: “Las mujeres siempre han hablado y actuado al mismo tiempo que el hombre, lo mismo que él han participado en la historia. Pero ellas han sido excluidas del discurso, de los archivos. Su representación efectiva les ha sido negada.”
Las mujeres identificadas con la representación mujer llevan las marcas de un principio de revolución socio-simbólica: en ellas aparecen, además, indicios de ser sujetos. Cuando las pacientes asocian, por fin, la representación mujer que se construye en un grupo que viene trabajando con óptica feminista con la posibilidad del placer, no se refieren a la Mujer sino a las mujeres, con menos esencialismos y naturalismos. La nueva representación mujer suscita en ellas la asociación con sujeto en devenir, sujeto de placer, de autonomía, de conocimiento, de elección y singularidad. En cambio, a la feminidad la asocian con ser objeto, esencia, negación del conocimiento, sometimiento, espera del “príncipe azul” y dificultad en la individuación.
El orden simbólico patriarcal no da cuenta de la totalidad de la realidad femenina, de las distintas modalidades de la existencia femenina, sus formas de pensamiento, sus modalidades vinculares no están representadas totalmente en el discurso. No existen figuras en lo simbólico que reflejen ciertas modalidades silenciadas: como mujeres molestas con su feminidad, mujeres teniendo en cuenta su singularidad, con sus diferencias, con sus luchas, especialmente el elemento de resistencia al sistema, la oposición es lo que no aparece. Si las mujeres trabajan en el circuito público, no se mencionan las estrategias que realizaron para lograrlo, se enfatiza la armonía cuando en realidad hubo lucha de opuestos; tampoco aparecen simbolizadas situaciones amorosas entre mujeres, que comprenden toda la gama de relaciones afectivas e intelectivas posibles, tanto las del continuum como las parejas.
Un aspecto bastante decisivo que impide la identificación mujer es que las mujeres se identifican con una madre y no con una mujer, en la medida en que la madre que tuvieron como madre real haya sido una madre estereotipada en el modelo del discurso tradicional.
Considero que la identificación con la representación mujer implica cierto nivel de orgullo: sabemos que la aparición de este sentimiento de orgullo es un fenómeno característico de ciertos grupos oprimidos cuando comienzan a liberarse. Estoy hablando de una psicoterapia que base sus fundamentos en la opresión y en la liberación. El primer paso, en el caso de los negros, se llama “negritud”, y en las mujeres la “feminitud”. Es un momento muy importante, es tan importante pasar por él como superarlo.
La nueva representación mujer representa a una mujer que desea y que además sabe. Se autoriza a sí misma a tener deseos propios, múltiples. Su deseo de saber levanta la censura.
Cuando se despliegan las mujeres con su deseo, estallan las diferencias entre ellas. La práctica de la disparidad es una práctica que ayuda al deseo porque, en el ejercicio de ser mujeres con diferencia de nivel, el deseo se libera. Las diferencias convocan a la singularidad, a la individuación y éstas, a la libertad del desear.
Las feministas italianas dicen que la igualación de las mujeres produce un debilitamiento del deseo o se alimenta de ella.
Existen dos tipos de prácticas para el feminismo italiano que, a mi entender se dan en un grupo de mujeres espontáneamente: el confiamiento, y la madre simbólica.
Dice Teresa de Lauretis (3) acerca del confiamiento: “Uno de los principales puntos a discusión es la noción de confiamiento, un término propuesto para designar una relación entre dos mujeres que, aunque ha sido registrada y variadamente tomada en cuenta en escritos feministas y sobre las mujeres, aún no ha sido nombrada o formalmente tomada en cuenta por la teoría feminista. La relación de confiamiento es aquella en que una mujer le da su confianza, –o se confía ella misma simbólicamente– a otra mujer, que entonces se convierte en su guía, mentora o punto de referencia; –en resumen– es la figura de mediación simbólica entre ella y el mundo...” Esto supone que “la función de mediación simbólica femenil, que una mujer realiza para la otra, es considerada, por el poder diferencial entre ambas, contraria a la creencia igualitaria feminista de que la confianza mutua es incompatible con un poder que no sea igual. Sólo una práctica social generalizada del confiamiento a través de la disparidad puede cambiar los contenidos afectivos, el significado simbólico y el valor social de las mujeres entre ellas y hacia sí mismas, y producir otra estructura de intercambio simbólico y otras prácticas de significación...” Aunque los roles y funciones de una respecto de la otra pueden haber sido diferentes como sus poderes sociales y personales, sin embargo, cada mujer de cada pareja valida y valoriza a la otra dentro de un encuadre de referencia ya no más patriarcal o delineado varonilmente, sino hecho de percepciones, conocimientos, actitudes, valores, y modos de relacionarse expresados históricamente por mujeres para mujeres, el encuadre de referencia de lo que el libro llama una “Genealogía femenil o una simbólica femenil”.
En el grupo terapéutico de mujeres, caracterizado por su proximidad con un grupo de autoconciencia feminista, se dan dos fenómenos de la práctica feminista: el confiamiento y la presencia de la madre simbólica, ambas incluyen la experiencia de la disparidad. Según el concepto de madre simbólica: “Las tradiciones intelectuales y sociales de la cultura occidental son genealogías varoniles donde, como en lo simbólico, las mujeres no tienen lugar.” Entre las carencias que sufrían las mujeres antes del discurso feminista se encuentra la dificultad de venir a este mundo sin colocación simbólica, “En otras palabras, tal como sugieren las mujeres de Milán, el espacio conceptual y discursivo de una genealogía femenil puede mediar efectivamente la relación de las mujeres con lo simbólico, permitiéndoles su autodefinición como un ser femenil, o como un sujeto parlante femenilmente generizado...” Esta noción de genealogía no está limitada a las mujeres literarias sino que incluye a las mujeres en la vida diaria” continúa Teresa de Lauretis. Desde mi punto de vista, madres simbólicas serian Adrienne Rich, Emily Dickinson, Virginia Wolf, Simone de Beauvoir. Madre simbólica significa al mismo tiempo poder y capacidad para reconocer y afirmar a las mujeres como sujetos en un marco de referencia, trascendencia en la relación con las subjetividades y diferencia con las mujeres individuales.
En el confiamiento, el pasaje de objetos a sujetos libera a las mujeres de esa violencia originaria que es la interiorización del género. Es por esto que se empiezan a reencontrar como mujeres en posición de sujetos.
La desidentificación del género femenino conlleva a una toma de distancia o distanciamiento del ser objeto. El género femenino ha sido parcialmente modificado por las luchas y prácticas de las mismas mujeres y también parcialmente se ha ido incorporando en el discurso general político y científico. Razonando con un pensamiento generizado se llega a este tipo de conclusiones.
El grupo de mujeres instituye el comienzo de un orden simbólico diferente. Es importante la mediación simbólica terapéutica sobre las integrantes. La relación con la terapeuta forma una de las parejas en la cual existe una práctica de confiamiento múltiple: la terapeuta y las pacientes y las duplas pacientes-pacientes.
La imaginación radical crearía otra simbólica no patriarcal.
El imaginario radical se opone a un orden de significaciones tradicionales, producto y a su vez causa de un dispositivo socioeconómico. Por ejemplo, apunta a un cambio de significación respecto de qué se supone que es ser madre, y es producto de prácticas sociales diferentes de las tradicionales. Las madres que trabajan o las madres jefas de hogar no están representadas en el orden simbólico. Decimos madre y evocamos a mamá, la imagen tradicional de la mamá, y funcionamos con esa imagen que genera culpa ya que se presenta como la que se sacrificó por nosotros, la abnegada, la que todo lo da y nada pide.
Los grupos terapéuticos crean situaciones de mediación simbólica entre mujeres que se obstinan en encontrar espacios autónomos de la interrelación social varonil.
La mediación simbólica, desde la disparidad, ¿es válida para madre – hija, hijo? De acuerdo a Luisa Muraro (4), hay transmisión de orden simbólico de la madre al hijo. Para ella es importante educar en el amor madre – hija, vínculo que abunda en el discurso patriarcal como madre – hijo, pero falta la representación del amor entre madre e hija. Entre las dos se abre un espacio simbólico porque la madre enseña el lenguaje.
Feminismos y construcción
Volviendo al confiamiento, dice Teresa de Lauretis al comentar un concepto de otra feminista, la Italiana Graciela Zuffa, que la atracción del confiamiento, es muy rememorativa de la atracción que la relación psicoanalítica tiene para las mujeres, con su definición controladora de la subjetividad.
Estas situaciones se ven en la práctica del grupo de mujeres, a veces hay una reproducción del discurso patriarcal, situaciones que pueden ser señaladas y corregidas por la terapeuta o por cualquiera de las pacientes, ya que el grupo está atento, centrado en el análisis de los discursos que se ponen en juego.
Porque frente a la exclusión parcial del discurso que señalamos, ¿cuál es la actitud que debemos tomar?
¿Incluirnos en la civilización tal cual está, empleando el discurso patriarcal al mismo tiempo que sostenemos una razón crítica frente a él con una actitud cuestionadora? ¿O generar un nuevo orden simbólico entre mujeres, apartándose de la sociedad general por caracterizarla como masculina y creando sus propios foros o instituciones entre mujeres?
Las feministas francesas radicales como Monique Plaza, optan por la primera opción, en cambio las feministas italianas como Teresa De Lauretis, por la segunda.
El feminismo de la igualdad (Amorós, Plaza) se nutre del pensamiento de la Ilustración, le da trascendental importancia a la asunción del Sujeto, así sea el sujeto blanco, racional y varón. Estas feministas plantean que las mujeres no han estado ausentes de la historia sino que hemos tenido un lugar marginal, les interesa romper con la alteridad negativa y no recíproca (Uno–lo Otro) y afirmar la alteridad recíproca tal como lo postuló Simone de Beauvoir (Uno-una).
El feminismo de la diferencia, en cambio, se apoya en el pensamiento de la post-modernidad, se proponen nuevas posiciones de sujeto, en tanto que excéntricos, escindidos, descentrados o incongruentes, aunque algunas feministas rechazan la asunción del constructor sujeto por ser masculino. Piensan que, como el sujeto mujer no está en la representación, no puede transformar los códigos: solo puede transgredirlos, crear problemas, provocar, pervertir, convertir la representación en una trampa.
Para ellas, es necesario prescindir de la construcción sujeto, rechazar la igualdad y apelar a la diferencia. Las mujeres deberán reunirse en un espacio marginal donde se acepten mutuamente y dedicarse al cuidado de sí, un proyecto estetizante que termina, muchas veces, en una desmovilización política.
Por mi parte, a pesar de no adherir al feminismo de la diferencia, el artículo de Lauretis me pareció interesante por la reivindicación de la posición de sujeto sustentada en Carla Lonzi. (5) Los grupos terapéuticos con óptica feminista son una herramienta en el cuadro general de una estrategia positiva de liberación, porque promueven concientización y estímulo hacia el mundo público. Estoy de acuerdo con la reivindicación de un sujeto, en principio varonil y racional, y a partir de allí, trabajar en la construcción de una sujeto-mujer-libre. El grupo funciona con esta utopía terapéutica. Yo, con mis ideales, que se entrecruzan en el proceso del tiempo, con los ideales de las pacientes. Los deseos se dirigen hacia una tercera figura imaginaria social que está en relación con esta sujeto mujer libre.
En los grupos terapéuticos sostengo que lo importante es desarrollar una razón crítica hacia todo lo patriarcal y acceder a la posición de sujeto desde esa mirada crítica. Aunque desde la post -modernidad, que adhiere al feminismo de la diferencia, se sostiene que no es conveniente identificarse con un sujeto, que es igual a varón, blanco, racional y que toda creación de subjetividad posible implica un sujeto fragmentado, escindido, diluido; sin embargo podemos recordar, en cambio, a propósito de estas posiciones del feminismo de la diferencia, la posición de Simone de Beauvoir, para la cual –a diferencia de Sartre– el sujeto es un sujeto en situación, la subjetividad situada. Según dice María Luisa Femenías (6), el par igualdad-diferencia es una falsa antítesis ya que lo opuesto a igualdad es desigualdad, y lo opuesto a diferencia, es identidad. Su análisis implica la lectura desconstructiva de la distinción igualdad diferencia. La fórmula de la igualdad de derechos ante la ley es también portadora de un mensaje de verdadera transformación ética de la sociedad. Por tanto, ni igualdad ni diferencia sino ambas.
Finalmente, en un grupo terapéutico, en la medida en que las mujeres reconocen su situación, se van transformando en sujetos situados, vulnerables, críticos.
De acuerdo a categorizaciones Beauvoirianas, Femenías sostiene que cada mujer cuenta con “espacios fácticamente limitados donde se ejerce la autonomía”. Dejar de ser hechas por la sociedad, en el sentido determinista, para pasar a auto construirse, sería una de las tareas de una psicoterapia feminista. De acuerdo a la construcción de sujeto de Simone de Beauvoir, las mujeres, para auto construirse, deben dejar lo dado para elegir tanto valores como proyectos. Se trata de un proceso de autoconstrucción dependiente de la voluntad. El proceso pasa por una deconstrucción y una nueva construcción a partir de la conciencia y la experiencia vivida en una comunidad de mujeres.
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