Gracias a las luchas realizadas por los movimientos obrero y feminista, el pueblo cubano alcanzó un nivel socioeconómico superior al existente en Portugal, España y la mayor parte de América Latina.
Para poder comprender las conquistas logradas por la mujer cubana durante el período 1901-1940, es necesario señalar que desde mediados del siglo XIX la mujer cubana participó en el movimiento feminista.
Para poder comprender las conquistas logradas por la mujer cubana durante el período 1901-1940, es necesario señalar que desde mediados del siglo XIX la mujer cubana participó en el movimiento feminista.
Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga (1814-1873)
No hay un campo de la actividad humana donde no nos encontremos con al menos, una mujer cubana que se haya destacado. Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga, conocida como ‘la Avellaneda’, es un buen ejemplo de ello.
Nació en Camagüey, el 23 de marzo de 1814. Cuando tenía nueve años, murió su padre; su madre volvió a casarse con un oficial español.
En 1836, a los 22 años, partió con su familia hacia España. Se instalaron en La Coruña, un lugar demasiado conservador para su gusto. Pronto ella y su hermano dejaron a la familia y se establecieron en Cádiz y luego en Sevilla. Cuando llegó a España, la Avellaneda ya era reconocida como una escritora de talento.
Su primera novela, Sab, publicada en 1841, ha sido comparada con La cabaña del tío Tom; ambas constituyen una protesta literaria contra la esclavitud. Sab fue prohibida en Cuba por su visión poco convencional de la sociedad y sus problemas. Su contenido abolicionista y su crítica al matrimonio fueron considerados subversivos. Otras de sus obras también se consideraron escandalosas por los temas recurrentes de amor interracial y divisiones sociales.
Según la biblioteca virtual Miguel de Cervantes (www.cervantesvirtual.com):
“Gertrudis Gómez de Avellaneda fue considerada en su tiempo como una de las mejores expresiones del movimiento romántico. Su vida y su obra siguen interesando a los estudiosos actuales, tal como se aprecia en los numerosos trabajos de investigación publicados en estos últimos años. Sus personales circunstancias biográficas, su apasionado carácter, su generosidad y su marcada rebeldía frente a los convencionalismos sociales, que la llevó a vivir de acuerdo con sus propias convicciones, la apartan de la mayoría de las escritoras de su época, convirtiéndola en precursora del movimiento feminista en España”.
La Avellaneda fue elogiada y criticada por su obra. Inspiró a hombres y mujeres con sus historias de amor, feminismo y un mundo diferente.
En 1864 salió de Cuba -para no volver más- en un viaje a Estados Unidos; de allí pasó a España, donde estableció su residencia. Fue propuesta para ingresar en la Academia de la Lengua, pero no lo logró por ser mujer. Murió el 1 de febrero de 1873 a los 58 años de edad.
Ana Betancourt Agramonte (1832-1901)
Ana Betancourt Agramonte nació en Camagüey, el 14 de diciembre de 1832, en el seno de una familia acaudalada. Recibió la instrucción que correspondía a las mujeres de esa época y posición económica: religión, labores de costura, bordado, tejido, música y economía domestica.
Ana se casó el 17 de agosto de 1854 con Ignacio Mora y de la Pera, quien según Ana, fue su maestro y su mejor amigo.
Ignacio ayudó a Ana a emanciparse de la ignorancia en que se encontraba sometida la mujer de esa época. Le enseñó idiomas e historia.
Ignacio se alzó en armas, al producirse el levantamiento de los camagüeyanos en Las Clavellinas, el 4 de noviembre de 1868, menos de un mes después de haber comenzado la Guerra de los Diez Años. Ana lo despidió y alentó: “Por ti y por mí, lucha por la libertad”.
Ana convirtió su casa en centro de conspiración contra los colonialistas. Allí se guardaban armas y ropas que posteriormente eran enviadas a los insurrectos, se hospedaban emisarios procedentes de Oriente, se preparaba la propaganda y se recogía información sobre el movimiento de las tropas españolas.
Tanta era la actividad revolucionaria de Ana que fue designada agente del Comité Revolucionario del Camagüey, lo que llegó a oídos del gobernador de la ciudad, que ordenó su detención. Ana fue avisada y pudo huir a la manigua, el 4 de diciembre de 1868.
Según el historiador Manuel Pena Benavides: “Y ya para marzo del 69 se encontraba viviendo en Guáimaro junto con su esposo que estaba muy delicado de salud”.
Entre el 10 y el 12 de abril de 1869, en Guáimaro, Camagüey, se produce la Asamblea Constituyente de la República en Armas.
Según nos dice el historiador Gonzalo de Quesada, Ana Betancourt Agramonte pudo hablarle a la Asamblea:
“Ciudadanos:
La mujer cubana en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora sublime en que una revolución justa rompe su yugo, le desata las alas.
Todo era esclavo en Cuba: la cuna, el color, el sexo.
Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna, peleando hasta morir si es necesario.
La esclavitud del color no existe ya, habéis emancipado al siervo.
Cuando llegue el momento de libertar a la mujer, el cubano que ha echado abajo la esclavitud de la cuna y la esclavitud del color, consagrará también su alma generosa a la conquista de los derechos de la que es hoy en la guerra su hermana de caridad, abnegada, que mañana será, como fue ayer, su compañera ejemplar”.
Según el historiador Manuel Pena Benavides, Ana Betancourt no participó en la asamblea de Guáimaro, a donde sólo asistieron los 15 delegados electos a la convención; ni Ana ni su esposo eran delegados. Afirma que aunque Ana no participó en la Asamblea, sí reclamó los derechos de la mujer el 14 de abril de 1869, en un mitin celebrado en horas de la noche, en una callecita de Guáimaro.
Tras celebrarse la Asamblea Constituyente, los españoles planearon tomar la ciudad; los cubanos prefirieron quemar todas las edificaciones antes de dejarlas en manos del Ejército Español.
Junto con Ignacio, Ana se va a vivir a la manigua insurrecta. En 1871 su esposo enferma y deciden trasladarse a la finca ‘Rosalía del Chorrillo’. El 9 de julio son sorprendidos, Ana hace que Ignacio huya solo; nunca más se verían.
Ana es capturada por el Ejército Español y enviada prisionera a La Habana, hasta que por gestiones de sus familiares logra embarcar a Estados Unidos donde permanece un año, luego a Jamaica, donde trabaja enseñando a niñas cubanas. Pasa por El Salvador, donde dirige una escuela y recibe una hermosa misiva del esposo en la cual le alienta: “Bien, mi Anita, principias a recoger el fruto de tu bella inteligencia”.
En 1875 conoce la noticia del fusilamiento de Ignacio.
Regresa a Cuba después del Pacto del Zanjón (1878). Ana vuelve a conspirar por lo que es deportada a España.
Establece contacto con el general Calixto García y le entrega los pocos fondos de que dispone, para la nueva gesta –la Guerra Chiquita (1879)-, se mantiene atenta a las salidas de tropas españolas de lo que informa a los emigrados cubanos en Estados Unidos. Realiza apuntes biográficos sobre patriotas de la Guerra de los Diez Años y los envía a los exiliados para su publicación.
Contacta a su sobrino Gonzalo de Quesada a quien le escribe constantemente, dándole noticias de la situación de España. Cuando conoce del fracaso de la expedición de La Fernandina, Ana le escribe:
“La mala suerte nos persigue y esos perros yanquees nos hacen todo el mal que pueden... mas no hay que desalentarse por ello...”.
Ana conoció a José Martí, de quien escribió: “Mediante su palabra vibrante, transmitía al alma de sus oyentes sus sentimientos…”
Cuando se disponía a regresar a Cuba, Ana Betancourt Agramonte falleció en Madrid, el 7 de febrero de 1901, de una bronconeumonía. Sus restos estuvieron en España hasta 1968, que fueron trasladados a La Habana. Actualmente reposan en un panteón erigido en su memoria en Guaímaro, en el mismo lugar donde su voz se alzó proclamando los derechos de la mujer cubana.
Luchas y conquistas 1901-1940
Las Constituciones independentistas de Guáimaro, Jimaguayú y La Yaya, las bases del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y el Manifiesto de Montecristi no tuvieron en cuenta las reivindicaciones de la mujer; de forma arbitraria, fueron excluidas de su derecho a ser ciudadanas con derechos políticos.
En la Convención Constituyente inaugurada el 5 de noviembre de 1900 –durante la primera intervención norteamericana- la controversia sobre el sufragio universal traería encolerizados encuentros entre los constituyentes, que no se pondrían de acuerdo en un asunto tan importante. En la sesión nocturna del 29 de enero de 1901, donde se discutieron las enmiendas relativas al sufragio, el delegado por La Habana, Miguel Gener, sorprendería con el reclamo del sufragio para las mujeres:
“La enmienda que se ha propuesto, es una enmienda que aunque parece amplísima, es restrictiva, y es restrictiva en una Constitución que con dificultad puede reformarse. Verdad es que en la enmienda se pide el sufragio universal, pero es el sufragio universal falso, no es el verdadero sufragio universal. Hasta ahora tenemos por sufragio universal el sufragio de que gozamos los hombres, pero no se cuenta para nada con las mujeres”.
Gener continuó su intervención fundamentando que en algunas regiones de Estados Unidos, ya se había considerado el voto para las mujeres, y advirtió las consecuencias que tendría para Cuba, cuando este derecho se exigiera, que no se pudiera hacer por una ley, sino por una reforma a la Constitución, lo que haría el proceso muy complicado.
La propuesta de Gener fue rebatida por Manuel Sanguily quien adujo una serie de razones conceptuales sobre el sufragio universal y las nefastas consecuencias de no limitarlo. En una parte de su intervención señaló:
“...el voto femenino no existe en todas partes, nace de las costumbres, de las circunstancias especiales de determinadas localidades, pero ya ha empezado a considerarse y aceptarse, lo que representa el primer paso que se da en una evolución que luego culminará, pero que no está maduro el pueblo cubano aún para aceptar esa forma de sufragio, este no es oportuno, no es momentáneo, no urge, no interesa en estos momentos. Mañana que haya un movimiento feminista, primero entrará la idea en las costumbres y así vendrá a las leyes, y más adelante a la Constitución”.
La opinión de Sanguily tuvo más seguidores que la de Gener. La moción de sufragio femenino fue desaprobada por 9 votos a favor y 17 en contra.
La adición de una base a la sección correspondiente al sufragio fue firmada por Miguel Gener, Salvador Cisneros y José Lacret Morlot. El texto decía: “Las mujeres como los hombres, tienen derecho a votar según el Sufragio Universal y las Leyes Electorales que se establezcan”.
El 20 de mayo de 1902 se constituyó oficialmente la República de Cuba. Su primer mandatario, Tomás Estrada Palma, había tenido vínculos muy directos con miles de emigradas que habían pertenecido a los clubes afiliados al disuelto PRC, organización en la cual Estrada Palma ocupó el cargo principal, el de Delegado, después de la muerte de José Martí.
Estas cubanas le hicieron pedidos en cientos de misivas donde le expusieron diversas inquietudes. La patriota Clemencia del Castillo de Mola le diría en una carta: “Suplico a V. se sirva si tengo derecho a representar mis intereses pues tengo bienes y no los puedo administrar, y sobre todo adquirir poderes para mi defensa”. También le recordó su pasado patriótico para ayudar a alguna compañera de su antiguo Club “...se encuentra tres años en nuestra patria redimida, sin que su esposo haya encontrado adonde ganar el sustento”.
Sin embargo, el esfuerzo fundamental realizado por el primer gobierno republicano se dirigió a la superación de maestros. Los cimientos de este proyecto de instrucción pública habían sido creados durante la primera intervención estadounidense, cuando se enviaron 1.256 maestros a la Universidad de Harvard a pasar gratuitamente, un curso de verano. De este grupo, 601 eran mujeres, que tuvieron en su programa contactos con los Women Clubs de Boston, con el objetivo de conocer sus estatutos para que “...sean establecidos allí para mejorar la cultura si cabe entre las familias cubanas”.
Estos viajes serían decisivos para que resurgiera el feminismo en Cuba y se discutiera cómo debían insertarse las mujeres en la sociedad cubana.
La fuerza ganada por las sufragistas en Estados Unidos y Europa asustó a los políticos de la época, quienes sugirieron que la incorporación podría significar cooptación, con la asimilación de formas negativas del comportamiento masculino y la pérdida de los valores femeninos.
A comienzos del siglo pasado, Cuba tuvo un movimiento feminista dinámico. Fundó periódicos y revistas, y creó organizaciones, permitiendo su cohesión y fortaleza. Se caracterizó por un profundo sentimiento anti-imperialista.
Antes de la Primera Guerra Mundial, las mujeres cubanas utilizaron la prensa escrita para cuestionar el círculo hegemónico masculino del poder. Una de las más combativas en este inicio lo fue la independentista Magdalena Peñarredonda, quien en un artículo titulado ‘El Feminismo en Cuba’ diría:
“¿Por qué no han de ser las mujeres electoras y elegidas? ¿No son abogados, médicos, farmacéuticos, etc., etc.?”
En noviembre de 1912 se constituyó en La Habana el Partido Popular Feminista, con Emilia Pérez de Viñas en la presidencia.
En diciembre de 1912 se crearon el Partido de Sufragistas Cubanas, presidido por Digna Collazo, y la organización feminista más importante: el Partido Nacional Feminista, en la casa de Amalia E. Mallén, en El Vedado.
El Partido Nacional Feminista pidió el voto femenino y otras reivindicaciones para las trabajadoras.
El 31 de marzo de 1913 se acordó la fusión del Partido Nacional Feminista y el Partido Popular Feminista, fusión a la que se integraría, el 23 de noviembre de 1914, el de Sufragistas Cubanas, dando lugar al Partido Nacional Sufragista, que tendría en la presidencia a Mallén.
Con la ampliación de la organización feminista en el Partido Nacional Sufragista, también se lograría un mayor prestigio e intercambio con personalidades e instituciones extranjeras, como la destacada escritora feminista española Aurora Areis y Rico, quien recibió una misiva en diciembre de 1915 de la periodista María Collado, en la que señalaba:
“Dice usted entre otras cosas, que por fortuna las cubanas somos entusiastas defensoras de nuestra causa, o sea del feminismo. Pues... sí, tiene razón, la cubana de hoy es feminista aun sin saberlo, y digo sin saberlo porque, aunque somos un grupo muy reducido, dada la gran población femenina que hay aquí, las que nos atrevemos a decir en alta voz, ‘soy feminista’; basta ver cómo ha invadido la mujer en Cuba, la industria, el comercio, las oficinas y todas aquellas empresas que dan vida al país para comprender que son feministas, basta ver como acuden a los colegios, a los institutos, a la Universidad, para comprender que son feministas”.
En 1916 se promulgó la Ley de Accidentes de Trabajo.
Se logró la aprobación de leyes que habían suscitado innumerables polémicas: la Ley de la Patria Potestad (18 de julio de 1917) y la Ley del Divorcio (30 de julio de 1918).
Cuba se convirtió en el primer país iberoamericano en tener leyes tan progresistas.
La primera de estas leyes, la de la patria potestad, permitió a las mujeres liberarse de la tutela de padres y esposos para administrar sus bienes según expresaba el artículo segundo: “En ningún caso será necesaria la licencia del marido”.
En 1918 se promulgó la ley que estableció el divorcio con disolución del vínculo matrimonial, liberando a los cónyuges para contraer nuevas nupcias. Es decir, cincuenta y dos años antes que Italia (1970) y sesenta y tres años antes que España (1981).
El 21 de marzo de 1918 ocurrió un hecho trascendental para las mujeres cubanas: se fundó la organización feminista más importante: El Club Femenino de Cuba, que se dio a conocer, oficialmente, el 3 de julio de 1918, en una sesión publica en la Academia de Ciencias, que tuvo como oradora principal a Dulce Maria Borrero.
La procedencia social, cultural y política hizo del Club Femenino de Cuba el grupo más heterogéneo conformado hasta entonces en nuestra patria. Compuesto por intelectuales de las letras, periodistas, pedagogas, abogadas y pintoras, esta asociación animó un debate feminista superior, igual al que se realizaba en Europa y Estados Unidos.
Aunque tenía una presidencia formal, el liderazgo del Club Femenino de Cuba fue realizado por Pilar Jorge, Enma López Seña, Hortensia Lamar, Rosario Guillaume y Dulce María Borrero, asistidas por reconocidas personalidades femeninas como Maria Luisa Dolz, Lola Borrero y Dulce María Sainz de la Peña.
La integración tan diversa del grupo complicaría sus relaciones con el resto de las agrupaciones feministas del país, de quienes recibieron críticas ante cualquier desliz. Uno de los primeros cuestionamientos fue el de no pronunciarse a favor del voto femenino y su negación a mezclarse en la política. Un poema aparecido el 23 de septiembre de 1918 en El Fígaro, le daría crédito a sus opositoras:
“¿Política? No señor
ella nos causa temor
por los frutos que nos da
gusta más al corazón
prodigar ilustración
fe, esperanza y caridad”.
Estas declaraciones iniciales nunca dejaron de ser criticadas, aún años después: “(...) y entonces, ante la evidencia de un posible triunfo, el Club Femenino de Cuba olvidó sus escrúpulos pasados y se declaró también partidario del voto femenino que a toda costa quería ser él quien lo conquistara”.
Sin embargo, los artículos posteriores de sus integrantes demostraron lo contrario. Veamos lo que expuso Mariblanca Sabas Aloma:
“Creen los hombres inferiores que nosotras queremos usurparles sus derechos, que queremos descender a la prosa de la vida, a endurecer nuestros sentimientos en ella, creen que las teorías que sustentamos las tenemos que defender con pantalones, cuello y corbatas, alzando los puños y endureciendo el gesto; que queremos el voto para hacer de él lo que hacen los hombres vulgares: un motivo para guaperías y egoísmo; todo eso, y mucho más opinan de nosotros. Los ilustres hermanos de D. Juan”.
Una declaración de Loló de la Torriente, una de las integrantes más jóvenes del Club Femenino de Cuba, abundaría sobre méritos reconocidos ya que “(…) el Club Femenino se había nutrido. Ofrecía clases y daba conferencias, conciertos y actos culturales empleando sus mejores cuadros en la campaña pro-sufragio femenino”.
El Club Femenino de Cuba significó un gran adelanto en el movimiento feminista nacional, al superar el discurso tradicional en relación con las mujeres y desarrollar intensas campañas más allá del sufragio femenino. Fundó escuelas nocturnas para obreras y para la enseñanza del comercio, y creó la primera institución de niñeras que funcionó en Cuba.
También solicitó la promulgación de importantes leyes, como la de la silla -le permitiría a las empleadas que trabajaban más de 6 horas disponer de éstas para cuando no fuera necesario permanecer de pie-; la ley del 50% de empleadas donde se vendían artículos femeninos, y otras de carácter social, como la lucha contra la mendicidad infantil, las drogas y la prostitución.
Una de las obras sociales más importantes del Club Femenino de Cuba fue en la cárcel de mujeres de Guanabacoa, donde se reeducaron reclusas, a las que se les ofrecían cursos de instrucción primaria, y de corte y costura, además de garantizarles camas, ropas y alimentos.
Esta relación entre mujeres intelectuales y reclusas fue bastante sui-géneris en un momento de profundas divisiones sociales entre ‘Las Honradas’ y ‘Las Impuras’, títulos de dos célebres novelas de Miguel de Carrión, quien asistía a las reuniones literarias del Club Femenino de Cuba.
La participación de personalidades masculinas de la cultura en las veladas del Club fue una constante. Frecuentaban estas reuniones Enrique José Varona, Carlos Loveira, Miguel de Carrión, Gustavo Sánchez Galarraga y Arturo Montori, entre otros.
En 1921, por iniciativa del Club Femenino, se creó la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba, que estuvo compuesta inicialmente por cinco asociaciones: Club Femenino de Cuba , Congreso Nacional de Madres, Asociación de Católicas Cubanas , Asociación Nacional de Enfermeras y Comité de la Creche Habana Nueva. Estas agrupaciones representaban a 8 mil mujeres.
La Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba convocó el 11 de octubre de 1922, a la celebración del Primer Congreso Nacional de Mujeres, que tuvo lugar del 1 al 7 de abril de 1923 en la Academia de Ciencias de La Habana
En el acto inaugural, Pilar Morlón pronunció un discurso donde ella misma se sorprendía de que el Congreso fuera ideado y financiado por las mujeres:
“Una revolución, si, efectivamente es, revolución pacífica o evolución, no importa el nombre, pero algo nuevo, algo desconocido entre nosotros, donde hasta hoy la mujer tuvo sus actividades limitadas a un papel humildemente pasivo, algo cambiado inexorablemente en la marcha habitual de nuestras cosas (...) Es ésta nuestra Revolución”.
Las palabras de Morlón no estuvieron lejos de lo que pasó, se habló de temas ecológicos, nacionalistas, sociales, políticos, económicos y de legislación obrera.
De las conclusiones aprobadas, la primera fue:
“(…) que se emprenda por todas las mujeres de la República una campaña intensa para obtener el voto, como primera medida de profilaxis social”.
Y la última:
“Trabajar intensa y eficazmente, con todos los medios lícitos a nuestro alcance y sin contraer compromisos con ningún partido para obtener el derecho al sufragio”.
El Primer Congreso Femenino llamó la atención de la prensa y permitió que un grupo de mujeres empezara a realizar un nuevo tipo de periodismo, alejado de los “recetarios de cocina y atenciones domésticas”; ayudaba así en la formación de una esfera pública en la que estas periodistas opinaban y cambiaban el estereotipo banal que se les otorgaba. Entre ellas destacó quien asistió como delegada a este Primer Congreso: la periodista Mariblanca Sabas Aloma.
Las constantes críticas a la República y al sistema eleccionario se hicieron presentes en el debate cubano del primer cuarto de siglo. La elección del general Gerardo Machado como mandatario del país, para el periodo 1925-1929, creó expectativas en un buen número de personas.
En 1925 se promulgó la Ley de Protección de la Mujer Trabajadora, que reguló las condiciones sanitarias en el lugar de trabajo, el derecho a silla para el descanso y estableció períodos de lactancia para madres con bebés.
En 1925 se realizó el Segundo Congreso Nacional de Mujeres, del 12 al 18 de abril de 1925; contó con la presencia de Gerardo Machado, el presidente electo, lo que auguró un nuevo impulso para el sufragio femenino, que era la demanda fundamental de este Congreso. En la sesión solemne de apertura, en un breve discurso, afirmó Machado:
“(...) que la mujer tiene derecho a ejercitar las funciones cívicas, ya que ese derecho aparte de la razón humana y universal que lo abona, surge también legítimamente, de los esfuerzos que la mujer cubana realizó en la lucha larga y terrible por la conquista de la República Cubana”.
En el Congreso participaron 76 hombres denominados ‘congresistas adictos’, entre los cuales había políticos ortodoxos e intelectuales simpatizantes como Fernando Ortiz, Juan Marinello, Enrique Loynaz del Castillo y Ramiro Guerra.
María Collado sería de las más aclamadas con su declaración:
“El voto es, señoras congresistas, un arma poderosísima en las manos de quien sabe ejercitarlo, él es también como un lazo de unión entre el ciudadano y la patria. Por mediación del voto demuestra el elector su civismo, su amor al suelo en que nació y su preparación para la vida pública, pues según el sepa elegir, demostrará que sabe sentir, que sabe pensar y que sabrá mantener, por sobre toda consideración el amor a su bandera”.
La intervención final del viernes 17 de abril, en su sesión nocturna, fue para Ángela Zaldívar, quien con un discurso agresivo cuestionó que la mujer hubiera sido alguna vez ciudadana en Cuba. “Yo entiendo que no lo es (...) la mujer no pertenece a la clase de ciudadanos”.
Las palabras finales de Zaldívar fueron para pedir que siguieran “serenas y tranquilas” ante la ignorancia de los hombres que las excluían “(..) no podemos a los seres que hagan gala de aquello que les falta (...) el dique no detiene la corriente que puede derribarlo o que lo salta”.
El Club Femenino y las delegadas de tres provincias se retiraron del Congreso ante la presencia de organizaciones religiosas, que fueron presentadas como oficiales para contrarrestar los temas más polémicos, como lo era el reconocimiento de los hijos ilegítimos.
El Segundo Congreso contó con la presencia de la mujer negra trabajadora, representada por Inocencia Valdés, veterana luchadora del Gremio de Despalilladoras, y la presentación de temas candentes como la condena contra el aumento de la pornografía en anuncios, libros, periódicos y espectáculos.
Para la Presidenta del Congreso, Pilar Morlón, nada de lo sucedido era síntoma de un debilitamiento:
“Indudablemente todas no pensáis de igual modo, pero eso no es un mal. No dais vuestra adhesión a los mismos sistemas, pero tampoco eso es un mal. No es un mal otorgar su preferencia a unos métodos sobre otros. Tanta variedad en el pensamiento es signo de vitalidad y no solo no es malo, es bueno, es útil”.
En 1925 se fundó la Confederación Obrera de Cuba.
En 1925 nació la Organización Nacional de Asociaciones Femeninas, que unió a once asociaciones y realizó campañas en favor de la educación de las mujeres.
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