Sin duda, las militantes feministas que conformaron el grupo de cuarenta y seis mujeres asambleístas, debieron haber influido para que la nueva Constitución rompa el silencio y, por primera vez, reconozca nuestra existencia diferenciada del género masculino en expresiones como, "nosotras y nosotros, el pueblo soberano del Ecuador", "todas las ecuatorianas y ecuatorianos", y así por el estilo. No debe pasar desapercibido este hecho histórico, pues nada consagra con mayor crudeza la supremacía masculina en la sociedad que el lenguaje con el que nos comunicamos en la cotidianidad, en el que lo femenino es silenciado y no puede representarse por sí mismo sino siempre a través de signos masculinos.
Ignoro si la cristalización de este nuevo lenguaje constitucional tuvo que vencer resistencias. Seguramente, sí. Porque al ser el lenguaje una expresión de realidad, pero, al mismo tiempo, un creador de realidad, su modificación evidencia los cambios que está sufriendo el mundo patriarcal y los obstáculos que deben seguir siendo removidos para la visibilización de lo femenino. Y, en ese proceso, se manifiestan no pocas resistencias de hombres, pero también de las mismas mujeres socializadas en el imaginario patriarcal. Yo misma tuve que librar una lucha contra este entrenamiento cultural hace más de una década, cuando empecé a aproximarme a las propuestas feministas. Tuvieron que pasar años hasta que logré interiorizar un nuevo lenguaje con perspectiva de género y lo empecé a socializar con mi familia, mis amigos/as, mis estudiantes y mis colegas. Ha sido, precisamente, en ese proceso que he podido apreciar las fuertes resistencias a modificar los hábitos comunicacionales en distintos espacios.
"Nada consagra con mayor crudeza la supremacía masculina en la sociedad que el lenguaje..."
Por ejemplo, hace cuatro años preparé un libro para una onG e introduje una perspectiva de género en la escritura, pero al editor (¿o editora?) no le gustó y masculinizó todas las palabras. Seguramente, con el mismo criterio que un colega expresaría en un taller hace algunos meses: "Están destrozando el idioma de Cervantes", al referirse al uso de diagonales o arrobas en la escritura para visibilizar lo femenino. Cuando les digo a mis alumnos/as que debemos hablar de "ser humano" y no de "hombre", no pocas veces me he topado con varones que me han respondido que "no es necesario ya que 'hombre' incluye a la mujer". En algunas reuniones académicas he podido advertir cierta condescendencia para visibilizar lo femenino, no exenta de burlas. La mueca sarcástica masculina no tiene edad. La he visto en rostros de más de 40 y de menos de 20. Algunos están persuadidos de que es un exceso, una actitud intransigente o extremista, o un "machismo al revés", cuando, en realidad, solo se trata de afirmar la capacidad de lo femenino para representarse por sí mismo.
Que las diagonales o arrobas afeen la escritura o que nos demoremos más diciendo "ellos" y "ellas", será quizá la condición para que dentro de cien años, la sociedad registre nuevos signos y un nuevo lenguaje, libre de supremacías de género, que socialice a hombres y mujeres en una nueva cultura de la equidad.
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