miércoles, octubre 29, 2008
La Familia como Agente Económico
Las fuerzas de producción ubican a la familia como medio de reproducción de la fuerza de trabajo. En las sociedades capitalistas el capital es incapaz por sí mismo de reproducir la fuerza laboral necesaria para la producción social de mercancías; por tanto debe existir un agente que actúe como medio de reproducción de dicha fuerza laboral, responsabilidad que corresponde a la familia en general, pero que recae casi exclusivamente sobre la Mujer.
En una economía de mercado la gran mayoría de trabajadores depende de un salario que se incorpora como recurso para su subsistencia y la de su familia. Se está en presencia de una multitud de personas, hombres y mujeres, que en el devenir histórico han perdido su existencia objetiva, es decir, no son propietarios de medios de producción, -han sido separados de la tierra- y dependen de la venta de su fuerza de trabajo; por tanto, ahora su existencia es subjetiva y sólo al encontrar un comprador pueden conectarse al flujo de la economía. El capitalismo convierte así al propietario en asalariado, miembro de la clase trabajadora y, a las familias, en emprendedoras de procesos para proveer mano de obra, a la vez que homogeniza la iniciación de tales procesos pues éstas parten de la adquisición de un salario. En tal circunstancia su fuerza de trabajo es mercancía y en consecuencia, debe tener valor de uso y valor de cambio.
El valor de cambio de la fuerza de trabajo está dado por el valor de los medios de existencia indispensables para satisfacer necesidades físicas, sociales y culturales del obrero y de su familia. La fuerza de trabajo debe tener un soporte; alguien que la contenga; y sólo existe mientras ese ser depositario esté vivo; desaparecido éste, desaparece la fuerza de trabajo. Para mantener la vida del trabajador y de su familia se necesitan medios de existencia: alimentos, vestido, techo, drogas, etc. Las personas se agotan a diario y deben recuperarse, en una dinámica continua que hace que puedan estar siempre dispuestas a producir; la compensación se hace a cuenta del trabajador y de su familia con base, en parte, en un salario y este es, en síntesis, el valor de cambio del trabajo expresado en dinero.
Como cualquier mercancía, la fuerza de trabajo debe tener un valor de uso, es decir servirle a alguien para algo; ese alguien es el capitalista que compra la mercancía para satisfacer su necesidad de acumulación de excedentes como requisito necesario para mantenerse en el mercado. En esta línea, la mercancía fuerza de trabajo, la compra el capitalista porque en el proceso de producción el obrero genera un valor superior al valor de la fuerza de trabajo que el capitalista le reconoce a través del salario; es decir, crea un excedente que va para el capitalista y que Marx denomina plusvalía.
En palabras de ZARETSKY, “la clase capitalista organiza la producción material como un sistema de producción de mercancías e intercambios con base en la organización del trabajo a partir de la mano de obra asalariada, para el caso, una mercancía. A través de una remuneración inferior al valor que el trabajador produce, el capitalista está en capacidad de apropiarse del excedente proveniente de un tiempo laboral no pagado. El excedente es la base social para la existencia de la clase capitalista”.
El tránsito de una existencia objetiva a una subjetiva, significó para el trabajador y su familia la pérdida del carácter de propietarios; una vez separados de los medios y del material de trabajo, la propiedad se reduce a la fuerza de trabajo que va al mercado para el intercambio y allí quedan veladas las relaciones entre las personas. De la misma manera como la relación entre dos mercancías -pan y lino- oculta los vínculos entre el panadero y el tejedor, las relaciones salario-fuerza de trabajo son en el fondo intercambios entre el portador de la fuerza de trabajo y un patrón que la requiere para extraer trabajo excedente y convertirlo en plusvalía, la cual se acrecienta por la existencia de “cierta forma de vida familiar... el trabajo asalariado es sostenido por el trabajo socialmente necesario, pero privado, de amas de casa y madres”. (ZARETSKY, 1976: 25)
En el mercado los objetos adoptan la forma de mercancías pero son simplemente productos de trabajos privados, que en conjunto constituyen el trabajo colectivo de la sociedad. Como sólo se aprecian las relaciones entre mercancías, los trabajos privados no aparecen como relaciones sociales de las personas en sus trabajos, sino como relaciones materiales cuantitativas entre personas y los bienes económicos.
Según Marx, el proceso histórico de tránsito hacia relaciones capitalistas significó el cumplimiento de cuatro condiciones básicas que colocan la riqueza como el objetivo de la producción.
Disolución de la relación con la tierra. Ya no se es por más tiempo propietario; ni individualmente, ni en calidad de pertenencia a un colectivo.
Disolución de las relaciones en que el individuo aparece como propietario del instrumento o herramienta de trabajo.
Diferenciación de los fondos de consumo y fondos de producción.
Disolución de las relaciones según las cuales los individuos mismos son unidades vivas de fuerza de trabajo, parte directa de las condiciones objetivas de producción; el trabajador que antes dependía de sí mismo, ahora depende de quien le quiera comprar su fuerza de trabajo.
En el capitalismo, la riqueza se convierte en el objetivo de la producción y, ambas, riqueza y producción comienzan a interpretarse como un hecho social, alejado de la naturaleza. Antes la producción, además de ser natural estaba integrada a otros campos: a la cultura, a la religión, a la política y a otros ideales más elevados que sólo fueron posibles mediante la apropiación del excedente proveniente de la producción material realizada por los individuos en la unidad doméstica. (ZARETSKY, 1976)
El cambio de objetivo requiriere organizar la producción material bajo la forma de trabajo asalariado y socializar procesos básicos de producción de mercancías centralizados en factorías de producción a gran escala; esto representa algunas consecuencias a nivel de las familias; por ejemplo, la función económica de la familia es oscurecida debido a que ciertas formas de producción que se daban en su interior fueron sustraídas. El sistema de factorías elimina algunas funciones productivas de la familia; sin embargo esta no es una situación uniforme. Para el caso de la familia burguesa su función “fue simplificada a la preservación y transmisión de la propiedad capitalista, mientras la función productiva de la familia proletaria quedó reducida a la reproducción de la fuerza de trabajo”. (ZARETSKY, 1976)
A partir del desarrollo y consolidación de la economía de mercado, la familia -unidad doméstica- se concibe como “unidad de producción de fuerza de trabajo” (SHERIDAN, 1991); este es el objetivo común de las familias proletarias, como igualmente común es el origen de las remuneraciones: la venta de fuerza de trabajo. La transformación del salario en alimentos, vestido, recreación, salud y techo, en teoría, permite al obrero la reposición cotidiana de su energía aplicada al trabajo, al tiempo que garantiza su permanencia en el proceso de producción; y teóricamente también, debe contemplar la reproducción generacional de la fuerza laboral; esto es, la manutención de la familia como espacio de producción de los futuros trabajadores.
En el proceso de reproducción cotidiana y generacional de la fuerza de trabajo, el salario es sólo uno de los variados recursos que se implementan; a él se agregan materias primas, instrumentos, edificaciones, materiales auxiliares o infraestructura, la división del trabajo por género y edad, las operaciones de toma de decisiones. La disponibilidad, cantidad y calidad de estos recursos señalan diferencias en el logro del objetivo, o sea, en la calidad de la mercancía fuerza de trabajo. Así, un proceso que se supone homogéneo, dado que parte de algo común a las familias proletarias como la venta de fuerza laboral por un salario, se hace heterogéneo en la ejecución y en los productos finales; pese a ello, “los resultados del trabajo doméstico serán siempre los mismos: la manutención (reposición cotidiana de la capacidad de trabajo) y reposición a largo plazo de la fuerza de trabajo”. (SHERIDAN, 1991)
Más que unidad de consumo, la familia es unidad de producción de fuerza de trabajo, espacio de la reproducción cotidiana y generacional del obrero. El carácter de unidad productiva de tan peculiar mercancía, se deriva del desarrollo de la economía de mercado que surge en la identificación de dos amplios sectores: de una parte, el productivo donde se realiza la producción para el mercado siguiendo la tendencia del desarrollo capitalista de socializar los procesos de producción en unidades de fabricación en masa (ZARETSKY, 1976) y de otra, el sector de la reproducción, de la subsistencia o de la economía doméstica, no productor de bienes y servicios mercadeables.
Tras la función de la familia de ofrecer fuerza de trabajo al sector formal de la economía, el sector de la reproducción subsidia la actividad productiva de las empresas, en razón de que los hogares soportan la subsistencia del obrero y así disminuyen los costos de fabricación de mercancías y, en ese sentido, pueden considerarse portadores de un vínculo con efectos indirectos sobre los procesos de acumulación. Así lo concibe MEILLASSOUX (1979) quien aduce que la fuerza de trabajo es producida en una institución denominada familia. En el capitalismo resulta muy barato suministrar lo necesario para que el trabajador y su familia restituyan y mantengan la capacidad de trabajo. Por la vía de extracción continua de valor, las unidades domésticas se ven involucradas en un proceso de eterno aporte a la acumulación de la economía capitalista, al tiempo que se preservan como productoras de alimentos y de otros bienes. La familia sigue siendo la institución en cuyo seno nacen, se alimentan y se educan los hijos, gracias al trabajo benévolo de los padres, en particular de la madre; es sitio de la reproducción conyugal de fuerza de trabajo, o sea producción de una mercancía.
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