Al patriarcado se le sumó el
neoliberalismo entramado en todos los aspectos de la vida, y esa concentración
de poder retroalimentada trajo nefastas consecuencias: la denigración de
cuerpos abusados, la producción de excluidos, el aumento de las desigualdades y
la estimulación del odio en los lazos sociales.
El cuerpo abusado, cosificado y sometido,
constituye una convergencia entre patriarcado y neoliberalismo, más allá de las
especificidades de cada uno. Mientras el patriarcado refiere al abuso machista
hacia el cuerpo de las mujeres, el neoliberalismo implica el descuido y
desprotección de los cuerpos por parte de un Estado incapaz de escuchar el
grito angustiado de la urgencia y la necesidad de amplios sectores sociales. No
resulta casual que, en este espantoso encuentro entre patriarcado y
neoliberalismo, haya surgido con una fuerza intempestiva la denuncia del
colectivo de mujeres sobre los abusos machistas, buscando restituir la dignidad
del cuerpo y plantear un límite. Alguien, un nuevo agente político, tenía que
responder por el desprecio del cuerpo e inscribir un tope al poder patriarcal,
y por añadidura a lo ilimitado del discurso capitalista.
El feminismo se convirtió en un nuevo
agente político, una potencia que se interroga sobre asuntos cruciales que la
política hasta ahora no tuvo en cuenta: el cuerpo, el amor, el deseo, la
sexualidad, la maternidad como una opción y no una obligación, el derecho al
aborto.
Lo novedoso es que el eficaz límite
feminista, que comenzó con las denuncias por abusos machistas hacia los cuerpos
de las mujeres, no consistió en un pedido a las instituciones para que se
reconozca la dignidad del género, sino en una decisión colectiva que, sin pedir
permiso, plantea un nuevo pacto social: nunca más ser tomadas como objeto de
uso y abuso de los hombres.
“No es no” es una consigna
que expresa la asunción del derecho al respeto y a la dignidad del cuerpo,
significa un límite a la manipulación machista y un cambio en la posición de
las mujeres que expresa el cansancio por la mordaza resignada, del hacerse
cargo de la vergüenza ajena y de soportar solitariamente el secreto de un
padecimiento íntimo. Las mujeres rompieron el silencio del cuerpo abusado y
avanzaron incomodando el orden establecido, desconcentrando el monopolio
naturalizado de la palabra y el poder masculino.
Una de las grandes novedades que trajo el
feminismo a la cultura es dejar de lado el cuerpo idealizado para alojar la
inscripción del cuerpo abusado de la mujer. En la cultura hasta ahora sólo hubo
lugar para la madre-amada-idealizada, que tiene el hijo en el lugar del falo, o
para la mujer deseada cosificada y degradada. Comienza a visibilizarse el
“volverse mujer”: la mujer-deseante en tanto sujeto que encarna la falta. En
esto consiste la feminización del mundo que se incorpora a la vida republicana
y se presenta como un componente que plantea el pasaje de un discurso a otro.
Lacan en el Seminario Aún afirma que la emergencia del amor es un signo que
indica un cambio de discurso. El amor para Lacan se inscribe a partir de la
falta estructural del sujeto: dar lo que no se tiene, lo que no entra en
ninguna contabilidad ni cálculo, no se compra ni se vende; resiste la lógica
del discurso capitalista que consiste en un rechazo del amor.
La sororidad, nueva relación de amor entre
mujeres, implica un cambio de discurso. Rechaza las distintas formas del poder
machista, relaciones de abuso-sometimiento, violencia, propone vínculos
igualitarios y solidarios. Constituye un nuevo amor, una forma política del
amor que configura y politiza lo íntimo.
El psicoanalista François Jullien en Lo
íntimo afirma que lo más profundo de un ser es lo que configura una relación y
reúne desde lo más secreto; lo íntimo no necesita probarse, sólo se comparte,
hace entre dos o más personas lo que no se puede hacer solo. Cuando algo que
era secreto se exterioriza no como exhibicionismo sino como liberación, al
romper el solipsismo hace que lo privado devenga público, es un acontecimiento
que crea y abre un campo común. Lo íntimo deja de ser propiedad privada de
alguien y se cooperativiza, ya no es de ninguno, se vuelve de todxs, que se
desapropian igualmente. Las mujeres decidieron salir del lugar de víctimas –que
es también el de objeto– y politizaron el sufrimiento singular. La “privacía”
se transformó en “nosotras”, no como identidad sino como una fecundidad que va
de lo individual a lo relacional y colectivo. Se trata de un adentro que
desborda “mi” frontera, desea compartir y, rompiendo el encapsulamiento,
arriesga, porque requiere de un gran coraje atreverse a lo íntimo dejando de
lado pudores y convenciones. La intimidad a la que accedimos compromete, apunta
a una puesta en común y a un compartir cuyo contenido es lo humano y cuyo
horizonte puede volverse humanidad.
* Psicoanalista. Magister en Ciencias
Políticas. Autora de Populismo y Psicoanálisis y de Colonización de la
subjetividad.
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