Comienza el mes de marzo, que trae el recuerdo del
cambio de plano del comandante Hugo Chávez, quien nos devolvió la lucha
por la justicia y la convicción de que es posible un mundo mejor. Y es
también, el mes del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que se
celebra el 8 de marzo desde hace más de 100 años.
En todo momento, el presidente Chávez reconoció la
importante entrega de las mujeres al proceso bolivariano, y su
participación entusiasta en la construcción de la nueva Venezuela. Es
más, veía esta participación protagónica femenina como una de las
garantías de transformación sin retroceso, consideraba que solamente con
la incorporación plena de las mujeres podría haber socialismo real,
socialismo en la práctica.
Hay quienes creen que el Día Internacional de la Mujer
Trabajadora fue una idea de las Naciones Unidas, pero no es así. Es un
día producto de la lucha de las trabajadoras, que lo establecieron como
tal en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas reunida en
Copenhague en 1910, para impulsar el sufragio femenino y la igualdad de
derechos laborales.
Para entonces, la jornada laboral era de 16 horas y 7
días a la semana, sin ningún descanso ni protección a la maternidad.
Los beneficios con que actualmente cuentan las mujeres trabajadoras en
algunos países son productos de las luchas feministas no exentas de
muerte y sangre.
Las mujeres siempre han trabajado cuidando hogares y
familias, y también produciendo para la sociedad. Fueron mujeres de las
épocas prehistóricas quienes descubrieron la agricultura mientras sus
compañeros se dedicaban a la caza, y siguen siendo las mujeres quienes
producen gran parte de los alimentos, constituyen el 43 % de la mano de
obra agrícola en los países en desarrollo.
En el siglo XIX, cuando comienza la economía industrial
las mujeres se incorporaron en los peores puestos, los más mal pagados y
más inestables. La separación del trabajo y el hogar que trajo la
organización industrial del trabajo las dejó en las peores condiciones y
sin tiempo para cuidar de sus hijos. Las mujeres fueron mayoría en la
industria textil (lavadoras, planchadoras, costureras, alpargateras), y
en la industria tabacalera y de fósforos (donde también la contratación
de niños era moneda corriente). La máxima explotación era su
característica.
Hoy después de más de 100 años de lucha hemos logrado
–aunque no en todas partes y para todas- la reducción de la jornada
laboral y la protección a la maternidad, aunque con muy desiguales
beneficios según los países.
Sin embargo, según la OIT, las mujeres ganan un 22.9%
menos que los hombres. Además, son las primeras despedidas cuando en
los países se toman medidas de ajuste y son la mayoría de quienes
realizan trabajos precarios. Hay más de 95 millones de mujeres migrantes
de los países pobres, cuyos aportes al bienestar de los países de
recepción no es reconocido, son perseguidas, explotadas y sometidas a
toda clase de violencia. En América Latina, la principal ocupación de
las mujeres sigue siendo el trabajo doméstico. En todas partes, las
mujeres están más limitadas para conseguir empleo, los prejuicios
sociales y las responsabilidades familiares constituyen un cerco de
hierro. Finalmente, es poco lo que podemos esperar el trabajo como
emancipación y realización para las mujeres mientras no exista
corresponsabilidad social y de género para el cuidado familiar de niños
y mayores. ¡Todavía nos deben mucho, dicen las hermanas Arañas!
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