Susana Gómez Ruiz
Insumisas El capitalismo tiene modos de explotar a las mujeres muy directos y brutales, pero algunas veces utiliza formas muy sutiles, que son difíciles de percibir y atacar, como la que se camufla detrás de esa supuesta “manera fácil de obtener ingresos, siendo más boniiiiita todavía”.
Nos referimos a esas cadenas de ventas, que bajo la forma de “franquicias” de venta por catalogo de productos de belleza, limpieza, ropa, bisutería,… terminan embaucándonos, super-explotando nuestro trabajo, transforman nuestros vínculos de amistad, familiaridad y solidaridad en relaciones mercantiles, y que, al contrario que incrementar los ingresos familiares, los reducen y trasladan a empresas multinacionales que los sacan del país. Estas empresas, que funcionan a manera de sectas, comienzan estafando a algunas mujeres que serán en adelante las encargadas de perpetuar su propio embaucamiento e incluir a muchas más en la trampa, ya sea como clientas o como nuevas vendedoras.
Empresas capitalistas tipo Ebel, Avón, Jade …. no pagan salarios fijos, ni la hora trabajada, ni seguros sociales, no incurren en ningún tipo de inversión física y ni siquiera cubren los gastos de desplazamiento de sus vendedoras. Mientras, las mujeres atrapadas por estas “redes de estafa masiva” trabajan sin horario fijo, obligadas a “captar” a sus círculos familiares, laborales y de amistades más íntimos para provecho de este circuito mercantil informal.
Las mujeres que se dedican, o alguna vez se han dedicado, a estas ventas por catálogo pueden hacer la prueba de lo que realmente significa este trabajo en cuanto a incremento de ingresos y, peor aún, en cuanto a retribución por hora trabajada. Si a los reducidos ingresos que estas ventas aportan al mes, les restamos los gastos de desplazamiento y las ventas cuyo ingreso nunca se hizo efectivo, ya que aquella prima o amiga nunca terminó de pagarnos lo que nos había pedido; y después lo dividimos ente las horas que empleamos en entregar los catálogos, tomar el café, recoger los catálogos y visitar una y otra vez a las clientas (que antes de que estas empresas entraran en nuestras vidas eran simplemente hermanas o amigas) para intentar cobrarles lo que nos deben, ¿en cuánto realmente están pagando la hora trabajada estas “empresas de rapiña”?
Si además tenemos en cuenta que todo el riesgo por robo o pérdida de los artículos los tiene que asumir la vendedora y que, como contrapartida, ella también tiene que comprar otros artículos a precios altos a sus otras amigas o familiares que también se dedican a la venta por catálogo de otros productos (yo te compro, si tú me compras), el ingreso casi siempre se convierte en pérdida. Y a lo mucho, lo poco que un mes ganamos, lo perdemos los dos siguientes…
Claro que ahí no termina el problema, porque hasta aquí hemos analizado sólo el efecto en el ingreso individual de la persona que vende. Cuando tenemos en cuenta además la variación en el ingreso del círculo familiar y de amistades que rodean a la compradora, es cuando nos aparece con más claridad el talante de estafa que caracteriza a estas empresas. Si supusiéramos, lo cual no debe estar lejos de la realidad, que las familias venezolanas gastan el 5% de su ingreso mensual en estas redes, tendríamos que estas empresas se embolsan cerca de 1.000 millones de bolívares fuertes mensuales, de lo cual ni un 8% revierte en las mujeres que trabajan para ellas. Si calculamos, de forma excesivamente generosa, que los costos de producción de los productos alcanzan el 20% del precio total, tenemos que estas empresas multinacionales sacan del país como ganancias netas 720 millones de bolívares fuertes mensuales sin ningún esfuerzo, ni riesgo. Para hacernos una idea, con este dinero, el gobierno bolivariano podría construir 3.600 viviendas de interés social al mes.
Las marcas en cuestión, no sólo utilizan a las vendedoras para convertir en mercado los dignos y escasos espacios de encuentro y amistad que nos quedan a las mujeres, sino que se aprovechan de esos lazos de amistad y afecto para colocar sus productos con importantes sobreprecios y a despecho de que compremos lo que realmente no necesitamos. De esta forma, estas mezquinas multinacionales hacen que lejos de buscarnos y encontrarnos como amigas, hermanas y compañeras, nos busquemos como vendedoras y compradoras, que vayamos transformando nuestras relaciones de afecto en interesadas relaciones de compra-venta. Y todo para engordar sus bolsillos y, al contrario de lo que promete el anuncio, “ser más pobres y explotadas todavía”.
Por supuesto, está en nuestras manos, a través de la organización y la lucha, desenmascarar y parar a estas empresas que, mercantilizando la solidaridad de las mujeres, se quedan con una parte importante de los ingresos de las familias venezolanas y explotan de la forma más embaucadora y tramposa a las mujeres que trabajan para ellas.
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