Con el objetivo inicial –e inaugural para el momento– de hacerse visibles como lesbianas, cada una y en grupo, a mitad de los años ’90 nació Lesbianas a la Vista, una agrupación que articuló su trabajo tanto con organismos de derechos humanos como con agrupaciones de travestis y trans y de mujeres en situación de prostitución o trabajadoras sexuales. María Luisa Peralta y Fabiana Tron hablan de esa experiencia ya histórica y miran desde allí el estado del activismo Glttbi después de la ley de matrimonio.
Por Juan Manuel Burgos /Página 12
¿Cuándo y cómo surgió Lesbianas a la Vista? ¿Cuántas integraron el espacio?
María Luisa Peralta: –Yo no estuve en la fundación, que fue en agosto de 1995. Varias compañeras se estaban encontrando en talleres de reflexión y en actividades feministas, y sintieron la necesidad de organizarse como grupo específicamente de lesbianas; así formaron Lesbianas a la Vista, que tuvo siempre como uno de sus ejes centrales la visibilidad. Algunas compañeras ya habían pasado por otros grupos que había en ese momento, como Las Lunas y las Otras, pero eran separatistas y hacían un activismo más cerrado, no hacían visibilidad. Me incorporé al grupo en febrero del ’96 y permanecí allí hasta su disolución, en 2001.
¿Cuáles eran los objetivos y los principales intereses del grupo?
Fabiana Tron: –En esa época, los gays ya tenían ciertos referentes y algunos espacios conquistados; pero, para las lesbianas, ser visibles era muy difícil, la palabra lesbiana ni siquiera se nombraba, se utilizaban eufemismos. Por eso nuestro objetivo principal ligado al sector Glttbi era dar cuenta de nuestra existencia; y aunque la visibilidad personal también es política y hace a lo político, nos interesaba construirla desde lo colectivo. Hacer conocer a la sociedad que existía un conjunto de personas que tenían una sexualidad diferente a la norma heterosexual y que por esa situación eran discriminadas, marginadas y sufrían violencia. Otro de los objetivos que teníamos era tratar de incorporar los derechos Glttbi a las agendas de los derechos humanos. Trabajamos por un lado con las lesbianas para fortalecerlas y contenerlas, y con los organismos de derechos humanos para concientizar que los derechos de lesbianas, de gays y travestis también existían. No hablábamos tanto de bisexuales en ese momento, desconozco si existe un grupo de activismo bisexual, pero es muy difícil la visibilización de este colectivo por la misma entrada y salida constante de la norma hétero.
¿Qué actividades y acciones definían a Lesbianas a la Vista?
F. T.: –Teníamos como dos líneas fuertes de trabajo, por un lado el activismo que hacíamos era más de la calle, ligado a la visibilidad, a las acciones callejeras, a los graffitis y a las volanteadas, y también en talleres de reflexión, con el objetivo de empoderar a las participantes y crecer juntas.
M. L. P.: –Siempre fuimos un grupo de acción, un grupo de militancia directa. Sacábamos ideas de nuestra práctica y del contacto con otras y otros. Nosotras no aprendimos de transgeneridad leyendo en los libros. Los libros nos dieron palabras y elementos para articular mejor lo que decíamos, pero lo más importante lo aprendimos de las travestis y algunas transexuales, luego de algunos varones trans y, por supuesto, de nosotras mismas y de otras lesbianas que venían a los grupos y con quienes compartíamos acciones. Lo más importante lo aprendimos de la palabra y el cuerpo de otras y otros, del contacto directo, por eso algunos compromisos que teníamos como grupo eran tan inamovibles, no tenían que ver con modas teóricas sino con la vida de gente con la que tomábamos mate o que veíamos golpeada por la policía.
¿En qué consistían los talleres de reflexión, qué problemáticas abordaban? ¿Qué incidencia tenían en la vida de las participantes?
M. L. P.: –En los talleres de reflexión se hablaba del mundo y sus alrededores. Los temas eran varios: cuerpo, sexualidad, autoestima, lesbofobia social e internalizada, miedos, poder, orgullo, visibilidad, patriarcado, parejas, roles, género, edad, salud, maltrato, familia, coming out y todo lo que salía espontáneamente, como decenas de episodios de violencia sexual que las participantes habían soportado en algún momento de sus vidas, la relación con los maridos y ex maridos (muchas todavía estaban casadas), cómo hablar con l@s hij@s, el miedo tremendo a que les quitaran l@s hij@s. Estaban los grupos “generales” y luego grupos más especializados, como el grupo de padres víctimas de relaciones de maltrato de sus parejas y el grupo de madres lesbianas (todas tenían hijas e hijos concebidos en relaciones heterosexuales anteriores). Cada grupo funcionaba una vez a la semana. En un momento llegó a haber 5 grupos funcionando al mismo tiempo, cada uno con entre 15 y 20 participantes.
¿Dentro de qué genealogías se inscribían? ¿Cuáles autoras leían, quiénes las inspiraban teórica y políticamente, de qué ideas se nutrían para pensarse?
M. L. P.: –En esas épocas nosotras tomábamos como inspiración las ideas y textos de Audre Lorde, Gloria Anzaldúa y Monique Wittig, reconocíamos como referente activista a Ilse, en el sentido de que era una militante que nos había abierto caminos: ella fue la primera en ser muy pública, era visible siempre y en todos lados, y eso era algo que nosotras valorábamos mucho. También leíamos cosas de Leslie Feinberg y Kate Bornstein, que para nosotras eran lesbianas en tanto ellxs se presentaban como tales. Nosotras validábamos esas identidades (Leslie fue variando sus identificaciones y nosotras siempre le consideramos una fuente de ideas, en todas sus transiciones). Luego leímos a Judith Butler y también teníamos conocimiento de Eve Kosofsky Sedwick. Como ves, no estábamos leyendo a las clásicas. Obviamente casi todas leímos de Adrienne Rich, Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana. Hay que aclarar que hasta pasados mediados de los ’90, Internet no era algo de acceso masivo. No había prácticamente producción local, comprar de afuera era caro y la mayoría estaba en inglés (había producción de las españolas, eso sí). En ese contexto me gustaría destacar la biblioteca que habían armado Chela y Alejandra Sardá, que se llamó Escrita en el Cuerpo. Alejandra hacía un gran trabajo militante de traducción.
¿Cuál era la relación del grupo con el feminismo y con el movimiento de mujeres?
M. L. P.: –El grupo nunca se identificó como feminista, algunas de las que lo integraban lo eran, pero otras no se identificaban así. La mayoría de nosotras no nos habíamos reconocido como lesbianas dentro del feminismo, además nos planteábamos una agenda lésbica, no feminista (podía haber superposiciones, pero el objetivo era lo lésbico) y eso nos llevaba más a buscar alianzas con gays y travestis (en ese entonces sólo esas identidades), cosa a la que el feminismo no era muy abierto.
F. T.: –De alguna manera tratábamos de especificar que las lesbianas como colectivo somos diferentes que las mujeres; es cierto que compartimos muchos problemas comunes cuando nos visibilizan como mujeres, pero en realidad tenemos una serie de vivencias y de problemáticas distinta a las de las mujeres.
A propósito de este último comentario sobre las especificidades de las lesbianas como colectivo y sus problemáticas diferentes a las de las mujeres, sabemos que desde los ’90, y aun en la actualidad, existen grupos de militancia lésbica, digamos, que prefieren reivindicarse como mujeres que aman a otras mujeres. ¿Cuál era la perspectiva de Lesbianas a la Vista al respecto?
F. T.: –Yo creo que no se puede forzar una definición de lo que una lesbiana es, y en esto hemos trabajado desde Lesbianas a la Vista y también actualmente en los talleres que sigo realizando en Córdoba. No me gusta cerrar la categoría en una definición porque siempre queda gente excluida, pero decir que una lesbiana es una mujer que ama a otra mujer tiene varias implicancias problemáticas para mí. En primer lugar hay un prejuicio sobre las identidades genérico-sexuales muy ligado a la cuestión romántica, que implica que hay algo de la sexualidad que todavía no se puede decir. Es como si se justificara un tipo de orientación o de práctica sexual a través del amor. El amor aparece como un pero: por amor todo, y el amor lo justifica todo. Es como decir: “Y bueno, cogerá con otra mina, pero viste cómo se aman”. No es lo mismo decir que es una mujer que ama a otra mujer a decir que es una mujer que coge con otras mujeres (en plural). Si seguimos hablando de amor, otra vez el tema de la sexualidad queda tabú y se omite, y eso es jodido porque en un punto es seguir con la idea patriarcal de que las mujeres no cogen y no tienen sexualidad. Por otro lado clausura la posibilidad de pensar en la identidad lésbica como un género en sí mismo que va más allá de una preferencia erótica o sexual sino que tiene que ver con un montón de otras cuestiones que hacen a tu identidad. Clausura la posibilidad de pensar que nuestro género no está constituido por el genital que tenemos sino por un montón de otros factores, como las formas en que nos relacionamos con el mundo. En esta concepción de las lesbianas siempre quedan dando vueltas preguntas. ¿Quién es lesbiana? ¿Quién puede ser lesbiana? ¿Qué están entendiendo por mujer? ¿Sólo aquellas que tienen tetas y vagina? ¿Una travesti entra en la categoría de mujer? De todas las definiciones, ésta que sugerís es la que más clausura y más gente deja afuera. Y además te pone en la misma obligación que la de las mujeres heterosexuales: primero tenés que amar a alguien para ser lesbiana. Amemos. Yo amo a millones de personas, pero no me gusta coger con todas.
Hablaban de diversidad y mencionaban alianzas con gays y travestis. ¿Cómo era la relación del grupo con estos colectivos?
F. T.: –Hasta ese momento, las lesbianas feministas tenían relación con el movimiento de mujeres, pero no tenían relación con los gays y mucho menos con las travestis, sabemos que hubo muchas acciones violentas y reaccionarias de parte de feministas con las travestis. Fuimos el primer grupo que empezó a tener una relación más cercana. Nos reuníamos en el bar Tasmania (calle Dellepiane) para promover discusiones conjuntas, para presentarnos unos a otros los temas de mayor interés y ver cómo funcionaba cada grupo, y esto de alguna manera desembocó en el primer encuentro Glttbi en Rosario del año ’96. Se podría decir que fue el primer paso para generar un movimiento Glttbi, fue muy lindo porque hablábamos de las problemáticas que tenía cada grupo específico y nos fuimos encontrando y conociendo. Por ejemplo, conocimos las situaciones tremendas que vivían las compañeras travestis que para nosotras eran muchas veces completamente extrañas, no por desinterés sino porque circulábamos por diferentes lugares. Ni siquiera en boliches de ambiente, porque a las travestis no las dejaban entrar. En el año ’95 nos reunimos con todos los grupos de travestis de ese momento, con Lohana Berkins, Belén Correa, Nadia Echazú, por entonces estaban ellas como tres de las referentes más importantes, también lo conocimos a Mauro Cabral (activista transexual e intersex) en ese primer encuentro nacional... es muy emocionante recordarlo, era una época en la cual había una voluntad política de articular.
M. L. P.: –No quisiera dejar de mencionar a las putas, mujeres en prostitución, trabajadoras sexuales (los distintos grupos se identifican y posicionan de diferentes maneras). El movimiento Glttbi de entonces compartió mucho con ellas. Por un lado estaba el HIV/sida, el acceso a los medicamentos, a los tratamientos. Por otro, los edictos policiales, los arrestos arbitrarios, las torturas y otros apremios ilegales en las comisarías. Y además teníamos en común el lugar del estigma, de ser intocables, de que siempre algún/a expert@ tuviera palabra más autorizada para hablar sobre nosotr@s que nosotr@s mism@s, cosa que no ha cambiado tanto, al contrario, pululan expert@s y expertit@s.
¿Y qué creen que pasó con ese movimiento Glttbi que comenzaba a surgir?
F. T.: –Luego de estos encuentros comenzaron a aparecer otras diferencias que tienen que ver con lo político e ideológico, yo comprendí que había por lo menos un sector de la comunidad, que podemos llamar “asimilacionista”, cuyo interés mayor era conseguir derechos civiles para gays y para lesbianas, no tenían mucho en cuenta a las travestis y reclamaban acceder a los derechos que habían perdido por ser gays o lesbianas, pero su reflexión sobre el género y la sexualidad no iba más allá. Personalmente considero que este tipo de organizaciones tiene una acción limitada: una vez que conseguís la unión civil o el matrimonio, te quedás sin agenda porque ya está todo hecho. En cambio cuando uno reflexiona sobre cómo el patriarcado influye en la vida cotidiana, y entendés que la sexualidad involucra cuestiones identitarias y de múltiples opresiones que se ponen en juego, cuando empezás a reflexionar sobre eso te das cuenta de que no alcanza con derechos civiles. Sentís la necesidad de repensar tu identidad de género, los modelos de familia, las instituciones en general. Al empezar a (re)pensar eso, se vino una ruptura muy fuerte del movimiento, y se hace cada vez más difícil conciliar estas posturas.
Estos caminos o estas líneas de acción política diferentes que se abrieron en los ’90, tras diez años de la democracia, ¿afectan directamente a la vida de las personas Glttbi?
M. L. P.: –Estaba claro en ese momento que el tiempo de la política identitaria había pasado. Eso es algo muy bueno, que hayamos logrado subir nuestros pisos sociales como para poder permitirnos tener diferencias entre l@s Glttbi. No es malo que haya un movimiento con tendencias muy distintas, con sectores más radicalizados y otros más asimilacionistas. Si podemos permitirnos esas diferencias y los debates que implican, es porque ya no estamos en la situación de parias totales y teniendo que conformarnos con lo mínimo. Insisto en que hay necesidades a las cuales hay que dar respuestas. Desde una perspectiva de clase, no es menor el reclamo de que las obras sociales amplíen su cobertura, por ejemplo, o que gente que compartió durante años la vida y la vivienda tenga la tranquilidad de saber que no quedarán en la calle si a su compañer@ le pasa algo. Pero hay distintas maneras de responder a esas necesidades. Se eligió el matrimonio. Como much@s otr@s militantes que compartimos la crítica al matrimonio, salí a la plaza cuando fue necesario y seguí el debate parlamentario voto a voto, hasta las cuatro de la mañana. Grité como todo el mundo cuando se ganó la votación, porque lo que estaba en juego ya era mucho más que el matrimonio. Era la pretensión de la Iglesia Católica, apoyada por otros sectores como algunas iglesias evangelistas, de seguir tutelando las vidas de tod@s l@s habitantes del país y de erigirse ellos, tan pedófilos y tan misóginos y tan homofóbicos, en estándar moral. Se jugaba no sólo esa ley sino el terreno para otras leyes ya impostergables, como la de identidad de género o la de aborto. La sanción del matrimonio igualitario para mí fue un logro, pero no tanto por la ley en sí (por las críticas que ya hice al matrimonio) sino por lo que movilizó socialmente y por quiénes se alinearon con la posición fundamentalista que perdió. Quedó claro que la sociedad argentina quiere más laicismo, más apertura y menos tutela. Que miles de heterosexuales no militantes llamaran a las radios y escribieran en los diarios apoyando lo que era visto como un reclamo de la comunidad Glttbi: ése es el gran logro.
F. T.: –Yo creo que como activistas tenemos grandes deudas con el movimiento Glttbi. Se ha hecho mucho trabajo hacia afuera, pero muy poco hacia el interior. Necesitamos espacios y tiempo para pensarnos y repensar nuestras prácticas, para reflexionar sobre cosas que hacen a nuestra vida diaria, a nuestra cotidianidad. Lo sabemos aquí en Córdoba de una manera dramática, con la muerte de una lesbiana fusilada, aparte de la muerte de las travestis y de las personas trans todo el tiempo. Creo que están buenas las conquistas que se van logrando, pero hay que estar muy atentos y atentas l@s activistas porque también las reacciones fóbicas se van a manifestar con mayor fuerza.l
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Lesbianas a la Vista cerró su sede en diciembre del año 2000, pero el grupo continuó militando hasta diciembre de 2001, cuando cesó sus actividades. Para entonces quedaban pocas activistas con proyectos diferentes (talleres, actividades callejeras, trabajo sobre violencia, entre otros). Costaba mucho esfuerzo, en ese momento de la Argentina, vivir trabajando de otra cosa y después militar. Dice Fabiana Tron: “Hasta ahí llegamos y estuvo bien llegar hasta allí. No es malo que los grupos tengan un comienzo y un final. De las últimas que quedamos, todas seguimos haciendo militancia en otros lugares, encontrándonos con otros colectivos, y entre nosotras de vez en cuando”.
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