(IPS) - La tailandesa Nowares Khlangkamnerd, de 34 años, se enteró de que su esposo la había contagiado con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) cuando la citaron del hospital, poco antes de que naciera su primer hijo. Un tercio de los 1,1 millones de seropositivos de este país son mujeres.
"Me enojé mucho con él porque no me dijo que fuera portador", señaló Nowares, en un encuentro de mujeres que pasaron por experiencias similares.
"La manera en que me contagié constituye una forma de violencia doméstica porque de haberlo sabido, podríamos haber tenido relaciones sexuales con preservativo y no me habría contagiado" con el virus causante del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), añadió.
Hay casi 400.000 mujeres con VIH en Tailandia.
Las mujeres comparten sus historias en la tranquilidad de templos budistas, confesión que profesa la mayoría de la población de este país de Asia sudoriental.
Las autoridades se volcaron a esos sitios sagrados para realizar "campamentos familiares", destinados a frenar la propagación de la violencia doméstica contra la mujer.
Los campamentos anuales, que se realizan desde hace cuatro años, se organizan en varios templos de esta ciudad, en la frontera sur entre Tailandia y Camboya. Unas 30 familias participan en cada sesión.
Los funcionarios tienen intenciones de organizar más campamentos este año, a pedido de las familias que están interesadas en continuar con la iniciativa.
"Muchos de los participantes de los campamentos quieren volver", señaló Marasri Poonkasem, jefe de un grupo comunitario que trabaja con funcionarios de varias localidades al sur de Trat.
"Hay otras cuatros localidades cercanas con campamentos similares, pero pueden aumentar", añadió.
La química que surge en los debates sobre violencia doméstica, realizada en los templos, confirma que la mezcla de religión y asistencia terapéutica da sus frutos.
"Al principio, los familiares no se hablan, pero al final es diferente. Hablan e interactúan entre sí", explicó Marasri, en alusión a los campamentos que reúnen a monjes y especialistas en la materia que ofician de orientadores.
La preocupación por la propagación de la violencia doméstica en las localidades rurales cercanas a Trat llevó a las escuelas rurales a tomar cartas en el asunto. La población de la zona está integrada por campesinos dedicados a la agricultura, a la recolección de caucho y a la pesca.
Estudiantes de una escuela rural hicieron una obra de teatro sobre violencia doméstica, representada en un acontecimiento organizado por el gobierno provincial para generar conciencia sobre la problemática.
La historia se centraba en un hombre que tras emborracharse de noche en un karaoke vuelva a casa y agrede física y verbalmente a su esposa.
"Alentamos a los estudiantes a presentar su propia idea sobre violencia doméstica", señaló Suchada Sirikul, director de desarrollo social y seguridad humana de la provincia de Trat. "Las mujeres son víctimas silenciosas", apuntó.
Su padecimiento se refleja en el perfil de las pacientes que llegan al hospital de esta ciudad, cuya capacidad es de unas 312 camas.
"La mayoría de las personas que atiendo están deprimidas y trataron de suicidarse", señaló Dararat Boonpok, psicóloga del hospital. "Noventa por ciento de ellas sufrieron algún tipo de violencia doméstica y la mitad agresiones físicas".
"Hay un vínculo entre tentativas de suicido y violencia doméstica" aseguró Dararat, quien señaló que muchas de sus pacientes son adolescentes de entre 14 y 20 años y jóvenes de entre 20 y 30. "El alcohol suele ser un factor que permite comprender al agresor. Muchas veces consumió algo antes de tener un comportamiento violento", explicó.
La cantidad de personas que se quitaron la vida en Trat es una de las razones de la gran cantidad de trabajo que ha tenido la psicóloga en los últimos años. Esta provincia elevó el promedio nacional de suicidios, 6,5 cada 100.000 personas en la mayoría de la provincias.
En Trat hay siete suicidios cada 100.000 personas.
Muchas de las personas que pensaron quitarse la vida son mujeres con VIH.
"Pensé en suicidarme muchas, muchas veces", señaló Yuphin Soonthorn, de 32 años, dedicada a la producción de frutas. "Es por la discriminación y los insultos que sufro en casa y por tener el VIH", explicó.
En los últimos años aumentó la comprensión sobre el fenómeno de la violencia doméstica y contra la mujer. Ya no se restringe a agresiones físicas, sino que incluye abuso verbal, mental y emocional.
La ley contra la violencia doméstica, aprobada en 2007, es uno de los factores que inciden en el cambio de mentalidad. La norma sirvió de parámetro para las autoridades y los líderes comunitarios que apuntan a modificar actitudes y comportamientos para proteger y garantizar los derechos de las mujeres.
Organizaciones no gubernamentales impulsoras de la ley la utilizan para involucrar a las comunidades donde la violencia contra las mujeres es moneda corriente.
"Hace dos años que a través de nuestras redes difundimos el mensaje de que la violencia contra la mujer no es un asunto privado. Es una grave violación de derechos", explicó Areerak Uamim, de la Fundación Raks Thais, dedicada a crear conciencia sobre el problema.
"En algunos hospitales nos decían que no tenían casos de violencia contra la mujer porque sólo contaban las agresiones físicas", añadió.
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