Periodista con Especialización en Estudios de la Mujer por el PIEM de El Colegio de México, se ha desempeñado como guionista y productora de radio; colaboradora, editora y coordinadora editorial en diversos medios como el IMER y la SEP, La Jornada, El Día, Uno más uno, Fem y Notimex. Trabajó en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer “Esperanza Brito de Martí” en y fue coordinadora de la Unidad Delegacional de Iztacalco del Inmujeres-DF. Ha recibido reconocimientos a su labor periodística y en defensa de los derechos de las mujeres por parte de la AMMPE, Conmujer, Cimac y la delegacion Iztacalco del DF.
¡Jijos! Creo que me vi muy dramática con el título de esta columna rojiza, pero es que no encuentro otras palabras para describir ese acontecimiento biológico-hormonal que es vivido por muchas, muchas mujeres como algo feo, sucio, molesto y desagradable. Desde las amas de casa de las colonias populares o campesinas en comunidades rurales, hasta las más billetudas o profesionistas, o desde las jóvenes punk o fresas, hasta en las maduras, hay historias de dolor o vergüenza en torno de la llamada “regla”.
No quiere decir que todas vivamos esa experiencia de la misma forma. De las mujeres indígenas, de otras regiones del país o de otros países poco puedo hablar. No sé cómo vivan ese ciclo, pero aquí en la ciudad de México, muchas historias coinciden.
Después de escuchar algunos comentarios en una plática informal, pensé que algunas creencias o mitos ya estaban rebasados y que ya no era como “antes”; que ahora ya se podía hablar más libremente de ese tema resbaladizo y viscoso, pero parece que la construcción cultural y social que se ha hecho en torno del sangrado, como un elemento más del género y del sexo, sigue pesando en muchas, muchas mujeres.
Bueno, para confirmar mi teoría acudí con una experta en esos menesteres: la dependienta de una farmacia al interior del mercado al que acudo casi a diario. Yo le comentaba que hace algunos años, en las décadas de mi juventud, los años ochenta y noventa, cuando compraba en la farmacia las toallas, las envolvían en periódico, o las ponían en una bolsa negra o en esas bolsas de papel que no se ve nada, pues daba mucha pena que nos vieran con el paquete en la calle.
La experta comentó que sigue siendo lo mismo, pues hay muchas jóvenes que van a comprar y se esperan a que se vaya toda la gente y si está su marido en el negocio no piden nada. ¿Lo mismo que el condón? Pregunté. “No, no tanto, pues los hombres los compran”, me dijo. Bueno, ni pensar mandar a un chavo, al hermano, al hijo, al marido o al papá a comprar unas Kotex.
Hace un par de años me sorprendí cuando en un comercial televisivo, una pareja heterosexual de jóvenes se iba de excursión, y como a la chava no le cabían más cosas en su mochila le aventó el paquete de toallas a su novio y le dijo que se las guardara. El chavo, rió sorprendido. Me agradó ese promocional pero nunca lo he vuelto a ver o al menos uno parecido.
De los comentarios que se dieron en esa plática informal que les comento, algunos fueron negativos y otros positivos. Se mezclaron varios temas como la menopausia, la reproducción, la sexualidad, las y los hijos y los famosos bochornos. Una expresó que al menstruar se “sentía mujer”; aspecto que se relaciona por ejemplo con la matriz, pues cuando se extirpa por cuestiones de salud, muchas mujeres piensan que están incompletas; o cuando llega la menopausia, casi, casi es cuando una deja de “funcionar” como mujer.
Otra expresó la forma en que su madre la “introdujo” (comillas y palabra mías) en esa etapa de la vida: “ya te llegó esa cochinada”, y otra comentó que disfrutaba más la sexualidad (sin el temor de quedar embarazada). Una más expresó que la experiencia personal sobre algún acontecimiento, en este caso la menstruación, lo asociamos con el momento en el que nos encontramos y se valora en términos del presente.
¡Con razón! Y aunque ya no pude hablar en aquella plática, por supuesto que pensé cómo había sido “mi iniciación”. Fue como a los doce años. No sé por qué muchas mujeres tienen presente la edad, yo no supe y mi mamá ni se acuerda. Ella fue la primera en saberlo. Me dijo que no me asustara, que era normal. Claro que nunca me había hablado de ello. A ella tampoco nadie le dijo algo, ni lo habló con alguien. Ella me contó que cuando eso pasaba, las mujeres se iban al río solas, y ahí se tenían que lavar pues se sentían sucias. Por la forma en que lo comentó supuse que no se refería a una suciedad común y corriente.
Aquella primera vez sólo me dio unos trapos de ropa vieja y me indicó cómo ponérmelos, pero entendí mal. Primero me puse las pantaletas y luego los retazos. La vergüenza para mí no era la sangre, sino ¡los trapos! ¿Por qué no podía comprarme unas Kotex como mis amigas? Cada mes teníamos que lavarlos y dejarlos varios días en cloro y luego lavarlos para quitar todas las manchas.
Fue hasta muchos años después cuando empecé a usar Kotex y luego Evax. ¡Qué agradables eran! Ponerse y tirar. Pero luego se me movían y me manchaba el calzón y me tenía que poner un suéter en la cintura. Los avances en esa materia llegaron mucho después. Las marcas se diversificaron, los tamaños, las texturas, el grosor, las “alas”, extralargas, nocturnas, extradelgadas, con adhesivo, con gel o con olor a manzanilla. Ya pasados otros años, encontré las ideales para mí: nocturnas –que las usaba de día-, extralargas y con alas.
Eso de los trapos había quedado en el pasado y los recordé mucho tiempo después cuando entrevisté a principios de los años 90 a Milagros Hernández, en ese entonces directora de Radio Habana, en Cuba, sobre la situación que vivían las mujeres cubanas por el bloqueo comercial de Estados Unidos, y cuyos efectos llegaban hasta ahí, en la intimidad. Me sentí apenada por el privilegio de usar toallas femeninas.
Me molestaba mucho que la ropa “interior” se me manchara y llegué a pensar que ese era el motivo por el cual las mujeres no podíamos bailar, bañarnos, brincar, correr o montar a caballo (como si todas viviéramos en La Marquesa –un parque recreativo en la periferia del Distrito Federal-) cuando estuviéramos sangrando. Como no había toalla que pudiera mantenerse en su lugar, lo mejor era que nosotras nos quedáramos quietecitas. Afortunadamente nunca puede hacerlo.
Otra cosa que me ha “marcado” en todos estos años es que ¡soy irregular! Sí. Soy de las del grupo que nunca sabían cuando nos iba a bajar. Cómo envidiaba a mis amigas que me decían que a ellas les bajaba el 27 o el 30 del mes y les duraba exactito tres días. Yo no era “regular” y por eso me sentía una mujer “anormal”. Se me adelantaba, se me atrasaba, me duraba cinco, siete o diez días. A veces el flujo era abundante, otras no.
Entonces empecé a acudir al/la médico/a, pidiendo que “me arreglaran”. La única solución eran los anticonceptivos, aún sin tener relaciones sexuales. Pero como siempre se me olvidaba tomar la dichosa pastilla pues nunca “me compuse”. Después de otros años más entendí que todas las mujeres somos regulares, pues reglamos por periodos. Siempre nos baja, ¿o no? Bueno, cuando hay algún acontecimiento diferente o un embarazo.
¿Por qué se empeñan en decir que somos irregulares? Puros mitotes, pues. Hasta por eso me sentí “anormal”. También están las que en cada menstruación sienten fuertes dolores y de nueva cuenta me sentía rara por no sentir los “cólicos”. De ahí nos dicen que cuando estamos en nuestro periodo mejor que ni nos toquen pues tenemos un genio terrible. O sea, somos, como el título del libro de la investigadora Oliva López Sánchez, Enfermas, mentirosas y temperamentales (en el cual critica la concepción médica del cuerpo femenino en la segunda mitad del siglo XIX en México).
Bueno, pues todo eso recordé en la plática aquella en la que no hablé. Ya cuando estábamos terminando, conté los años de aprendizaje con ese acontecimiento: 34. Por cierto, en tantos años de experiencia nunca había escuchado la frase aquella de que cada mes nos visita Andrés o el licenciado Rojas. Nuevamente, a ocultar la realidad, pero ahora de otra manera.
Recordando a aquella persona quien comentó que cada una habla de acuerdo con el momento en que está viviendo, tuvo razón. Yo hubiera contado todo en pasado pues mi menstruación está de retirada. En este año he reglado unas cuatro veces. No sé ni cuándo viene, ni cuándo se va. Sé que así es esta etapa, hasta que por fin, la regla no se vuelve a “presentar”.
Estas han sido mis vivencias en torno de ella, algunas veces incómodas, otras como si nada. Me hubiera gustado un aprendizaje más rápido; aunque ahora espero que en esta etapa de mi vida así sea, para poder disfrutarla y gozarla más. No tengo hijas, pero muchas sobrinas e hijas de mis amigas de las que espero se puedan relacionar de otra forma con su cuerpo. Al menos mi hijo de 13 años le resulta “normal” ver el sangrado y lo mando a comprar mis toallas sin problema alguno.
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