La cuestión que quiero plantear es esta: ¿cómo se perpetúa la dominación?Ya dijeron otros que la pregunta no es ¿por qué hay revoluciones? Ya quedó claro que la pregunta difícil de responder es ¿por qué no las hay a diario?
Las masas populares viven sometidas a unos procedimientos de dominación muy precisos, que incluyen, por un lado, el control (en el sentido más aséptico del término) hasta el sometimiento más crudo, por el otro. Todos estos procedimientos sirven para sujetar unas clases y grupos aplastados, y no se excluyen, se realimentan, se nutren unos de otros.
La escuela y las restantes instituciones educativas son, en realidad, redes de relaciones en las que se transmite, se reproduce y se fomenta un ideal de clase, y esto se logra por medio de un repertorio de procedimientos de control, sometimiento y dominación. Que el control de una transmisión cultural de una generación a otra se logre o no, no dependerá tanto de una mayor resistencia de los educandos como de la puesta a punto y engrase de las instituciones pedagógicas que, públicas o privadas, son a la postre, terminales y engranajes del sistema de aparatos del Estado.
El género: es, sin lugar a dudas una construcción, un artefacto. Como he sostenido en “Antipatriarcado y marxismo ” y en otros trabajos, el Patriarcado es anterior al Capitalismo y ha venido, en buena medida, a sumarse a la lista de instituciones arcaicas que reforzaron el sistema de dominación del modo de producción capitalista. El control, la dominación y, finalmente la sumisión de y sobre los cuerpos femeninos en el interior de los hogares así como en las calles y aldeas de Europa coadyuvó a la imposición de un sistema productivo en el cual la reproducción de la fuerza de trabajo, necesariamente mediada por vientres femeninos, pudo caer bajo el control de “patrones delegados”, los varones, que, aun siendo obreros o campesinos, pudieran obedecer (no de manera necesariamente consciente) los dictados del Capital: obtener formatos estandarizados y fácilmente homologables de familias trabajadoras que, a semejanza de las burguesas (el “ideal” impuesto a las obreras y campesinas), pudieran canalizar los cuerpos humanos hacia la disciplina del trabajo asalariado.
Madres fecundas, cuerpos fértiles y con una sexualidad homologable en todo con la propiedad privada como garantía de orden y estabilidad del sistema.
La valorización: el modo de producción capitalista es insaciable en su afán de hacer “valorizable” todo objeto, criatura o relación social con el fin de convertirla en mercancía. Los tapujos y disimulos con los que este proceso se realiza en nuestro mundo son cada vez menores. Un porcentaje nada desdeñable del PIB de los estados del mundo se obtiene a través de la prostitución, el tráfico de personas (incluyendo la venta de niñ@s) y otras maneras diversas de esclavismo. Los “yacimientos” para la obtención de ganancias capitalistas desmesuradas no consisten únicamente en el aprovechamiento de la fuerza humana de trabajo, como mediación necesaria para la explotación de la naturaleza (y así obtener plusvalía en sentido estricto). Los intercambios de “servicios” suponen, junto a la explotación genérica del trabajo asalariado, la tapadera de relaciones de servidumbre y esclavitud que, dentro del sistema, no hacen más que aumentar. Junto a las tradicionales “casas de lenocinio”, asistiremos pronto a la existencia de verdaderos criaderos y granjas de mujeres bioquímicamente tratadas para rendir mejor como máquinas del sexo.
La ominosa categoría de la “propiedad privada” se extiende como un cáncer y alcanza al sector de las relaciones humanas y sociales, por vía de la institución medieval del matrimonio monogámico heterosexual (verdadero invento potenciado por el clero) que no deja de ser la contrafigura de la casa de lenocinio, complemento de aquel (ver mi trabajo “Curas, putas, burdeles”).
Así pues, el clero medieval, la Iglesia cristiana occidental, está en la base de los muy importantes cambios pre-capitalistas que permitieron el acceso de este modo de producción nuestro, cuyo núcleo germinal es la mercancía. La mujer sometida a su marido y una propiedad exclusiva de su dominio, tanto como el niño o el joven sometido a la disciplina horaria y a unas reglas que delimiten su esparcimiento o descarrío, el aprovechamiento de “servicios” que, de suyo, habrían de ser tan ajenos a toda mercantilización, como se trata del sexo, la ayuda mutua, la cooperación no competitiva, la amistad (relaciones humanas tan “naturales” como el agua, el aire) son procesos que potenciaron y amplificaron el tremendo poder de la mercancía y de la producción de mercancías.
Entre tanto, la dominación se extiende y perpetúa. L@s dominad@s acaban siempre desarrollando una cultura propia, aunque aplastada y negada por la cultura Oficial, que lleg a ser un reducto sitiado de humanidad. La dominación pasa por una mercantilización general de todas las relaciones sociales, incluyendo en esto la conversión del ser humano en “cosa”. El proceso de cosificación ya venía dado en tiempos pre-capitalistas muy antiguos por medio del Patriarcado (esclavización específica de la hembra) y de instituciones como la Esclavitud (prolongación militarista y estatalista de la domesticación del ganado humano). Pero el advenimiento del Capitalismo significó en realidad la incorporación de estas instituciones y formas de control, sometimiento y dominación tan antiguas a la propia lógica de la valorización. Como complemento y potenciación de la explotación de la Naturaleza aparecen sin cesar nuevas formas de explotación de cuerpos humanos.
La propia especie humana es entendida ahora como una superficie de carne, nervios, huesos y músculos sobre la que poder ensayar de manera progresiva las tecnologías (físicas y sociales) de control de cuerpos, que incluye el control de voluntades e inteligencias.
El monasterio como máquina de control exhaustivo sobre el cuerpo y el espíritu del interno, minuto a minuto, segundo a segundo, sirve como modelo para la sucesiva creación de instituciones como la Escuela, la Cárcel, la Fábrica, verdaderos espacios de control minucioso de los cuerpos y las mentes, presididos por la lógica del tiempo cronometrado y la regulación férrea de cada movimiento y gesto.
“Aprovechar” cada latido, cada acción, cada instante, cada esfuerzo dimanado de un cuerpo humano que debe ser considerado “útil” para la dictadura de la Mercancía: esa es la consiga que gobierna nuestras sociedades desde los siglos XVII y XVIII, por lo menos.
Con este género de “aprovechamiento”, queremos que los niños se acomoden a una clase social que, si es proletaria, deberá venderse como fuerza de trabajo, y si es burguesa, deberá saber competir en el espacio de cualificaciones y talentos creado para esa clase. Dominación y canalización de los años jóvenes de cara a una titulación y a un sometimiento a las “demandas” generadas por el Capital.
“Aprovechamiento”, igualmente, de esa clase de sub-humanidad que, desde tiempos patriarcales, ha sido construida artificialmente bajo la categoría “hembra”. Como esclavas o ganado humano domesticado al servicio, se supone, incluso de los más pobres, (machos), la desigualdad de género es construida en realidad como paradigma de la cosificación general del ser humano. Lo femenino en nuestros tiempos es institucionalizado de mil maneras, cosificado y hasta ensalzado como en otros tiempos se hizo con los valores e instituciones “viriles” (militarismo, agresividad profesional, fútbol, etc.). Las revistas de belleza y moda, el feminismo “integrado” y presuntamente desideologizado (apología de las mujeres empresarias, mujeres militares, y demás horrores de la “igualdad” de nuestro tiempo), suponen la nueva máscara que oculta en realidad los más sutiles hilos y cadenas de sometimiento y dominación de los cuerpos y las almas humanas que requiere este sistema Capitalista.
Hoy estamos en trámite de legalizar todo género de esclavitudes, sometimientos y cosificaciones. La humanidad, con ello, está dejando de existir. El “humanismo” se convierte cada día en una palabra más hueca. Se imponen las dominaciones, los controles exhaustivos, la inserción de cuerpos de aspecto humano en engranajes que les aplastan y aniquilan sin que se puedan escuchar, si quiera, los quejidos.
¿Y no hay revoluciones? Esa es la gran pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario