miércoles, agosto 26, 2009

El Género como propuesta ética...

Por: José Ramón Merentes*
El género implica no solo un enfoque teórico sino una postura ética que obliga por sí misma a su consideración en cualquier análisis serio y sistemático de lo que llamamos “la realidad”; sea esta realidad social, económica, política, antropológica y aun cualquier aporte teórico sobre el mundo natural. Porque simplemente no se trata de “visibilizar lo femenino”, ya sea en el discurso o en el análisis, sino que es un método para llevar a cabo este análisis, esta aproximación desde una perspectiva relacional, lo cual implica una amplitud y un rigor mucho mayor que simplemente “enunciar todo desde lo femenino”.

¿QUÉ SE ENTIENDE POR GÉNERO?
Se trata de una palabra multívoca. Esto es, expresa y ha expresado muchos significados durante el tiempo que tenemos conociéndola y manejándola. Sin embargo, describamos el Género inicialmente como el enfoque que no solo “incluye” y “visibiliza” la existencia histórica y los aportes de las mujeres en el desarrollo social, sino que intenta superar la errónea idea de que la versión masculina de la realidad, a través del discurso androcéntrico, autoritario y opresor, es la única posible o la única aceptable.

En principio el género ha sido definido como una construcción cultural que determina las relaciones sociales entre los sexos formulando las normas y valores-filosóficos, políticos, religiosos, a partir de los cuales se establecen los criterios que permiten hablar de lo masculino y lo femenino. Se trata además, de unas relaciones de poder asimétricas, subordinadas, aunque susceptibles de ser modificadas en el transcurso del tiempo.

Desde 1984, cuando emerge con su mayor fuerza el enfoque o análisis de género en la política internacional a través de su inclusión como recomendación por parte de la Organización de las Naciones Unidas en las políticas y planes de desarrollo, éste se ha venido consolidando como una herramienta no solo útil sino imprescindible para entender nuestra realidad y comenzar a superarla con la esperanza de poder generar mejores condiciones de vida.

Hoy día es inconcebible cualquier abordaje que no se remita a las relaciones de género señalando cómo éstas permean todas las situaciones de la vida, de nuestra vida, y como generan también estructuras de poder excluyentes, abusivas y profundamente empobrecedoras de nuestra condicion como personas.

EL GÉNERO COMO PROPUESTA ÉTICA

En un primer momento, se refiere, a una serie de valores, ya muy bien conocidos y manejados en el discurso, pero que lamentablemente todavía no forman parte de nuestra forma de actuar en el día a día, de nuestra forma de llevar nuestras relaciones con las demás personas, sino que permanecen en el ámbito de “lo ideal”, de “lo deseable pero a largo, muy largo plazo”.

Cuando pretendemos interpretar al Género desde la Ética, lo hacemos con una inevitable consecuencia en mente: su confluencia e integración en un paradigma de análisis y de interpretación de los hechos que difícilmente pueda ser acusado de parcial o limitado, tanto en sus alcances como en sus posibilidades de aportar herramientas epistemológicas y práxicas (la praxis es cualquier practica coherente con la teoría que le sirve de soporte), útiles al progreso social.

¿CÓMO DARLE ESPECIFICIDAD A LA DIMENSIÓN ÉTICA DEL GÉNERO?

La Ética es el ejercicio supremo de la libertad. Tomemos por ejemplo el concepto de “igualdad”. Es obvio que si no se le interpreta en el sentido de “igualdad de género”, muy difícilmente pueda cumplir una función liberadora. Aun más, quizás esta expresión de “igualdad de género” puede ser todavía limitada.

Es posible hablar de “igualdad en el género”, perspectiva que incluye a la diversidad humana más allá de la dicotomía “varón/mujer” y considera la diversidad de géneros, identidades de género y orientaciones sexuales como un elemento legítimo e inseparable de nuestra especie. Pero sigue siendo la perspectiva de género ineludible en esa búsqueda de la equidad y de la representación idónea de la diversidad, de la amplitud de nuestra condicion en todas sus expresiones y dimensiones.

EL ANÁLISIS ÉTICO DE LOS ROLES DE GÉNERO

El aporte conceptual de Margaret Mead acerca de la construcción esencialmente cultural de los roles de género es fundamental para entender la historia no tanto como “lucha de clases”, sino como una lucha de géneros (sin negar que “sexo” ya está también modelado a partir del género, de modo que es mejor hablar de sistema de sexo-género). Entender esto es entender como ha sido posible la invisibilización absoluta de las mujeres del libreto de este planeta.

El androcentrismo en el discurso público y privado es de tales dimensiones, ha invadido y dominado de tal manera nuestro lenguaje y nuestra realidad, que la aparición de las mujeres en su superficie ha provocado reacciones ciertamente intensas.

Son harto frecuentes los discursos defensivos de ciertos líderes públicos que responden a la exigencia de una mayor participación política de las mujeres, con afirmaciones tales como: “pero si ellas lo dominan todo”, “pero si ya están en todas partes”. Olvidando el pequeño detalle de que en cuanto a la ocupación de cargos públicos –de elección popular o por designación- son una minoría más que exigua. De inmediato aparece la afirmación consoladora “pero aquí están mucho mejor que en otras partes del mundo”.

LA DICOTOMÍA ENTRE LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

Cuando el análisis de género descubrió e hizo evidente la trampa contenida en esta división “natural”, contribuyó aun más a superar esa repartición ridícula de roles, que no tienen nada que ver con las aspiraciones, aptitudes, habilidades y proyectos de vida de las personas reales, mucho menos con sus derechos. “Lo personal es político” es una de las afirmaciones más poderosas, mas contundentes y con consecuencias más perdurables en nuestra historia como especie.

Entonces, los roles de género, desde una perspectiva estrictamente ética, no pueden ser más que determinados individualmente, nunca socialmente y menos desde el Estado o las religiones. Cada quien se autodefine en su relación con sus semejantes y define entonces los roles que decide cumplir.

La autodeterminación es un componente imprescindible de esta visión ética, así como el género lo es. Y esto tiene que ver, de nuevo, con el contenido de la libertad, la llamada “soberanía individual”, que incide en la autonomía de cada persona para tomar decisiones asertivas acerca de su propio destino y posición en medio de su entorno social, político e histórico. Estas afirmaciones causan escozor, mucho de incomodidad en nuestro entorno cultural, seudo religioso y con muchos elementos aún de tribalismo patriarcal (entre los cuales destaca el concepto de “Dios” como mistificación suprema de la condicion masculina, con toda su violencia y ansias de control).

Pero tampoco hay que olvidar la necesidad de legitimar el espacio doméstico como algo digno y deseable para cualquier persona, pues he aquí la trampa ideológica en la que se puede incurrir muy fácilmente si nos conformamos con la idea de que las mujeres simplemente tienen que irrumpir en el espacio publico, como si éste no fuera el de ellas y lo doméstico les fuese exclusivo.

La dicotomía entre lo público y lo privado debería tender al equilibrio de legitimación entre ambos espacios, asumiendo las normas compartidas. Lo doméstico puede ser –es- para cualquiera tan placentero e importante socialmente como lo público-político. Esta afirmación la hago consciente de la trampa ideológica del liderazgo androcentrista que respondería:”entonces ya está, valoramos tanto el rol doméstico de las mujeres como el rol que nosotros los varones debemos seguir cumpliendo en el espacio publico”.

Este riesgo se subsana simplemente con el compromiso de educar en y para la igualdad, que no uniformice, sino que respete las opciones individuales. Mi libertad de decidir el rol socialmente legítimo que quiero cumplir, es esencial en la comprensión del género como enfoque ético.

*Politólogo. Coordinador de Unión Afirmativa de Venezuela

1 comentario:

Anónimo dijo...

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