jueves, junio 04, 2009

Paraguay: Las sintechos, con la injusticia clavada en las manos

Por: Marta Escurra / SEMlac

Sonia Raquel Rodríguez tiene 33 años, nueve hijos y dos clavos incrustados en cada una de sus manos. Como ella, otras tres mujeres se han infligido este castigo en protesta contra el gobierno paraguayo. El objetivo es reclamar la construcción de viviendas populares en asentamientos ubicados, en promedio, a 15 kilómetros de la capital del país.

"¿Que si me duele? Claro que me duele, pero más me duele que el gobierno aún no haya cumplido su promesa de levantarnos nuestras casas", dice a SEMlac, mientras es asistida por paramédicos en la Plaza de Armas, frente al Congreso Nacional, en el microcentro de la ciudad de Asunción.


En noviembre del año pasado, el propio presidente Fernando Lugo había mediado en un conflicto entre organizaciones de Sintechos y la Secretaría de Acción Social, prometiendo la construcción de viviendas populares a los asentamientos "24 de Octubre" ubicado en Luque (a 15 kilómetros de la capital), "Nueva Esperanza" de Capiatá ( 20 kilómetros) y "Mangal" de San Lorenzo (15 kilómetros).

Sin embargo, hasta la fecha, dicha promesa no se ha cumplido y como consecuencia, un contingente de unas 2.000 personas realizó una manifestación, a mediados de mayo, frente al Congreso Nacional.

Sonia es parte de ese grupo y, junto con Myrian López de Ibarra, Raquel Ramírez y Yenny Raquel Quiñónez, recurrió a la medida extrema de incrustarse clavos en las manos en señal de protesta.

Efectos

En opinión del siquiatra Carlos Portillo, esta determinación tiene sus ribetes efectistas y, definitivamente, logra el objetivo de llamar la atención. Pero, analizando más profundamente, sostiene que ante la impotencia y la frustración de reclamos que no son escuchados, "notamos que estas metodologías son tal vez más efectistas que efectivas".

"Tratándose de víctimas de abusos —como el no contar con una vivienda digna—, se da una tendencia, una inercia a que las relaciones se mantengan en los mismos esquemas abusivos. Es posible que la víctima termine siendo maltratadora con otros, sobre todo aquellos sobre los que ejerce un poder o con ellas mismas", analiza Portillo en entrevista con SEMlac.

El evento de autoflagelación en público no debiera de considerarse como un problema o desorden mental necesariamente. "Habría una resignación a una vida llena de maltratos, a la posición de ser víctimas", explica el profesional, quien agrega que las consecuencias de vivir dentro de este círculo pueden ser devastadoras.

"Especialmente en los hijos, ya que los mensajes de violencia y resignación que estarían recibiendo los llevarían, primero, a vivenciar modelos contradictorios provenientes de sus padres, que toleran u ordenan algo, como de las madres que incurren en este tipo de actos de violencia sobre ellas mismas", abunda.

Negación y déficit

Sonia no cree tener algún tipo de problema que requiera atención sicológica; insiste en el discurso de la legitimación de sus reclamos de tener un techo digno donde criar a sus nueve hijos.

Pero, ¿vale la pena llegar a tanto? "Lo vale y mucho más", enfatiza. En su asentamiento viven unas 1.000 familias cuyas casas fueron construidas con cartones y chapas de zinc, en el mejor de los casos.

Si son tantos miembros de la comunidad, con dirigentes masculinos, ¿por qué sólo las mujeres recurren a este tipo de protesta? Sonia piensa… queda callada… y luego con una sonrisa de disculpa se mira las manos ensangrentadas y dispara: "hay también hombres en la lista para clavarse, pero todavía no es el momento".

"Nosotras no somos haraganas como se piensa, trabajamos, tenemos muchos problemas… ustedes tendrían que ver cómo vivimos", se queja. Pero cuando los organismos encargados de los censos o de asistencia sanitaria intentan ingresar al asentamiento se produce una verdadera batalla campal, ya que quienes habitan el lugar prohíben la entrada a cualquier persona extraña.

En este momento, Paraguay sufre un déficit de 500.000 viviendas, según estimaciones realizadas este mes por el Consejo Nacional de la Vivienda (Conavi). La mitad de esa cifra corresponde a familias asentadas en el departamento Central, donde se encuentran los asentamientos de Luque, San Lorenzo y Capiatá.

Gerardo Rolón Pose, director de Conavi, dice que se necesitan unas 200.000 casas en las zonas de Asunción y sus alrededores, y reparar alrededor de 50.000 para subsanar la crisis habitacional; fenómeno que se ha disparado debido a la migración de personas desde el interior hacia la capital del país en busca de mejores horizontes económicos.

El Conavi cuenta con líneas crediticias para construir viviendas de clase media, pero la demanda aumenta en 15.000 casas por año. Rolón Pose reconoce que el presupuesto de la institución a su cargo sólo tiene capacidad para cubrir una demanda anual de 5.000 casas, lo cual "es insuficiente".

La protesta y la política

En apariencia, el problema de las Sintechos no tiene que ver tanto con el déficit de Conavi sino con cuestiones políticas. La lucha de Sonia y el grupo de las Sintechos extremistas no parece gozar del respaldo social, debido al desprestigio de sus dirigentes, denunciados por hechos de corrupción e investigados por la Fiscalía General del Estado a pedido del Ministro de acción Social Pablino Cáceres.

Este, al asumir el cargo de ministro el año pasado, había solicitado investigar presuntos hechos de corrupción ligados a dirigentes de Sintechos, como sobrevaloración en la compra de terrenos y construcción de viviendas. Por ello, a los reclamos de vivienda, la protesta también exige la destitución de Cáceres.

"Yo sigo firme en mi cargo, no voy a renunciar y tengo el pleno respaldo del presidente Lugo", declara Cáceres en momentos en que la protesta sigue con medidas extremas como la autoflagelación y la huelga de hambre.

"El impacto que ocasionan hechos de esta naturaleza es, posiblemente, adverso a lo que se busca, como conmoverse y sentir. Al contrario, generan ideas de rechazo y hasta de repulsión. Además, aunque se busque legitimar con ello el reclamo, cualquier acto de violencia, sea esta autoprovocada o llevada al extremo del martirio, cierra, bloquea posibilidades de diálogo, entendimiento y acuerdos", finaliza el siquiatra Carlos Portillo.

Entretanto, Sonia sigue con los clavos incrustados en la mano, como si el dolor por la injusticia de no tener un hogar digno no fuese suficiente.

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