martes, junio 09, 2009

“Las mujeres viajeras fueron usadas para validar proyectos civilizadores”

Por: Sergio Kisielewsky / Rebelión.org
Entrevista a Mónica Szurmuk, doctora en Letras por la Universidad de California y profesora-investigadora en el Instituto Mora de México
–¿Cómo surge en su obra el interés por las mujeres viajeras?

–A través de la literatura de un hombre, Guillermo Enrique Hudson. Cuando llegué a Estados Unidos en 1988 tomé un seminario doctoral con un profesor de literatura comparada que era japonés y especialista en literatura poscolonial. Había gente de todos lados, de Africa, Asia, Europa, de Estados Unidos y varios latinoamericanos, y empezamos a leer la literatura del imperio como la literatura inglesa, francesa, que había viajado y había colonizado el resto del mundo. Para ese seminario escribí un trabajo sobre Hudson, de quien había leído en la escuela primaria el libro Allá lejos y hace tiempo. El se crió en una zona del ramal de Quilmas. Era una zona de casas donde él define la identidad. La primera lectura de un viajero tuvo que ver con él, con esa mirada sobre la pampa. Hudson, en el Manuel de alumno bonaerense, incluía sus textos traducidos y ésta fue una figura que fue leída por Borges y Martínez Estrada.

–¿Cómo llegó a las mujeres viajeras?

–En esa época había gente que estaba leyendo a los viajeros en la Argentina. Ya había trabajos sobre los viajeros británicos. En Estados Unidos se empieza a leer desde la mirada del imperio. Empiezo a trabajar con Mary Flatt, que es una profesora que estaba escribiendo un libro sobre los viajeros en el imperio británico y los viajeros franceses y ella me invita a la Universidad de Stanford y en la biblioteca me asombró ver un área entera de viajeros sobre la Argentina, entre ellos una parte importante de mujeres.



–¿Cuál fue la primera que le llamó la atención?

–Florence Dixie es una inglesa que viaja a la Patagonia. Ella es una mujer de la aristocracia. Tiene tiempo libre y quiere conocer algo exótico. Ella tiene una imagen idealizada de los tehuelches, pero ella no se da cuenta de que se está llevando a cabo la Campaña del Desierto. Es una inocencia que en la vida no le va a durar. Su próximo destino fue en Sudáfrica y ya toma partido político y reclama por los derechos de las poblaciones.

–¿Qué es lo que le llama la atención?

–Se concentra en las mujeres tehuelches. El libro de ella lo ilustra un ingeniero y las ilustraciones de ella y él son totalmente diferentes. Las mujeres viajeras del período 1850-1930 y ella forman parte del paisaje. Ella ve la injusticia como sistema, como no la ven los hombres del momento.

–¿Qué no ven los hombres?

–Lina Beck Bernard, una de las escritoras viajeras, ve una mujer blanca emperifollada y al lado hay una mujer indígena y ella dice: “Son irreconciliables, como siempre lo serán los vencedores y los vencidos”. Puede ver el costo que tiene la civilización.

–¿Qué le llamó la atención de Eduarda Mansilla?

–Era la hermana de Lucio, el autor de Una excursión a los indios ranqueles. Es una mujer de la clase alta, sobrina de Rosas, vivió la mayor parte de su vida en Europa y ella escribe un libro de viajes sobre Estados Unidos.

–¿Cuál es la diferencia entre una mujer argentina que va a Estados Unidos y una mujer europea que llega aquí?

–Estas mujeres, en realidad, son muy parecidas, porque comparten una serie de códigos culturales de lo que es la burguesía blanca del momento. Tienen valores semejantes y son usadas para validar proyectos civilizadores, proyectos de clase y a la vez son narradoras, toman la palabra. Hay algo que hace Mariquita Sánchez, ella toma distancia y dice: “¿Por qué esa obsesión por matar indios?”. Critica esa centralidad que tiene el genocidio en la creación de la patria. Ella lo puede ver.

–Mientras Eduarda Mansilla dice que “recordar es vivir”.

–Es preciosa esa frase. El libro sobre Estados Unidos lo escribe muchos años después de la experiencia del viaje. Lo escribe a pedido de un pariente y lo escribe aquí.

–¿Por qué cree que hay poca literatura de la mujer obrera?

–En el siglo XIX la mayoría de las mujeres obreras no estaba alfabetizadas. A partir de 1910, en la Argentina empiezan a escribir mujeres militantes, políticas del anarquismo y el socialismo. Hay mujeres inmigrantes como Cecilia Grierson que el gobierno la manda a Europa a investigar la educación de las mujeres.

–Mujeres que viajan para conocer y narrar.

–El viaje les permite narrar. En el siglo XIX, en el caso de Mariquita Sánchez quiere escribir la historia de las mujeres de la Argentina. Las mujeres hace siglos que escriben cartas, narrativa personal, diarios íntimos. Lina Bernal es alsaciana, llega a Santa Fe y escribe con la estructura del diario íntimo, pero es publicado. Escribe siempre sobre la Argentina, un sitio que le da la oportunidad de escribir algo que alguien quiere leer. Se van abriendo los espacios y los géneros de la realidad permite más la entrada de las mujeres. Muchas mujeres publican en la revista Dos Mundos en París sobre la Argentina. Y hay mucho escrito sobre Lucía Miranda, que fue una mujer blanca cautiva que se enamora de un indio.

–¿Y de aquí qué les llama la atención a las escritoras?

–Les llama la atención las guerras internas, la falta de paz, la poca libertad de las mujeres, la poca libertad de elección. Juana Manuela Gorriti se preocupa del tema indígena y Mariquita Sánchez por la situación de las mujeres pobres. Ella es un personaje político: le llama la atención la violencia constante. Hay un intento de preservar la paz en el hogar y en el hogar-nación.

–Se excluía a las mujeres de los derechos de ciudadanía. ¿Cómo evalúa que Sarmiento haya traído maestras norteamericanas para enseñar aquí?

–Sarmiento quería un modelo de mujer independiente, sin ataduras a la Iglesia. Quería desterrar la educación religiosa, la religión de las escuelas.

–Jernnie Howard era otro personaje que usted describe en el libro.

–Era una mujer maravillosa, era una de las maestras que recorrieron todo el país. En el Litoral tiene un éxito enorme. La gente hace cola para anotar a los hijos y en Córdoba nadie se anotó por la presencia católica, las autoridades resisten la educación normal. Las mujeres que comienzan a ganarse el sustento y trabajan en la cultura son “hijas” de estas maestras. Son las primeras mujeres universitarias que se reciben alrededor de 1910. Todas fueron maestras, fueron a la universidad, entraron al periodismo y a la literatura.

–¿Cómo fue que surgió el primer best seller publicado por una mujer?

–Ema de la Barra es una mujer de buena familia, criada en Rosario. Publica con seudónimo como si fuera un hombre. Se publicó primero en inglés. Es una novela de una viajera que se llama Alejandra y es hija de una mujer argentina de clase alta y un científico noruego. Viene a conocer a la familia de su madre y puede ver todos los vicios de la clase alta.

–Todo un recurso para narrar.

–Y para criticar a su clase de origen. El libro se llama Estela. Alejandra es una figura que aparece en la literatura de mujeres europeas que miran con horror a las mujeres que no educan a sus hijas, que las crían para el despilfarro. Al ser un best seller todo el mundo se pregunta quién es César Duaya.

–Usted nombra a Cecilia Grierson y con ella comienza a ser pie el romanticismo y la influencia de Echeverría. ¿Por la poesía empiezan a tener presencia?

–Creo que hay una crítica del romanticismo. Como Grierson, tiene una distancia enorme con el romanticismo y de esta relación de la mujer con el sentimiento. En especial del siglo XIX de Lucía Miranda, de Eduarda Mansilla, que sí está inscripta en el romanticismo. Cecilia Grierson es una mujer más profesional. Y su manera de serlo es distanciar lo íntimo.

–Está presente el tema del exilio en la escritura. ¿Cómo vivieron el destierro, el exilio?

–De hecho, Mariquita Sánchez pasa un tiempo en el exilio en Brasil y Uruguay. En sus cartas le escribe a su familia y tiene todo un contacto epistolar continuo porque parte de su familia también se va al exilio en tiempos de Rosas. Hay una cantidad enorme de cartas donde ella trata todos los temas, desde el control de la natalidad, el tema económico, lo doméstico; lo que aparece en ella es una independencia, porque una de las ventajas de estar tan lejos, en Europa, es que determinadas reglas son mucho más flexibles. Mariquita se quiere casar con alguien que los padres no quieren, pero ella apela al virrey y logra casarse, cosa que en Europa sería impensable. Lo mismo que las mujeres en América, que heredan tierras y en Europa no pueden hacerlo. Hay una serie de conquistas que las mujeres europeas obtienen mucho más tarde que las mujeres de aquí. El caso de Ada Elflein es fascinante, porque ella publica en la década de 1920. Ella es maestra, “la madre de todos los chicos”, y eso le permite no ser la madre de nadie. Vive con su pareja y hace la vida que ella quiere.

–De alguna forma, todas estas mujeres nos llevan a Victoria Ocampo, a su modo de encarar el viaje en sus obras.

–Lo que me pareció muy interesante es que cuando Victoria escribe sobre Europa es cuando escribe sobre los barrios de inmigrantes en la ciudad de Buenos Aires. Fue famoso su affaire con un escritor de su época y tiene ella un pequeño departamento cerca de San Telmo. La descripción de esos encuentros furtivos con el amante están en su Autobiografía, que tiene ocho volúmenes... Con Delfina Bunge se escribe cartas en francés pese a que vivían a pocas cuadras. Las mujeres obreras en esa época tenían una libertad de movimiento que las mujeres de la clase alta no tenían. Viajaban solas en el tranvía. Hay testimonios en revistas del anarquismo, el socialismo. No escriben textos de viajes porque no se van de vacaciones.

–No aparecen los maridos en los relatos.

–En el libro no están los maridos ni los hijos en muchos casos. Es un espacio de independencia. Cuando escriben novelas, las historias de amor son el centro del conflicto.

–¿Tienen sus obras contacto con lo que escriben las mujeres escritoras del siglo XX?

–María Rosa Oliver sigue en esa línea. Hay una marca que va quedando. Hay un libro de Matilde Sánchez que se llama La canción de las ciudades que es precioso. Hay mucha literatura del exilio. Esa obsesión por la tranquilidad se repite en las mujeres del siglo XX. La nave de los locos, de la uruguaya Cristina Peri Rossi, es un caso muy claro; La rompiente, de Reina Roffé, y a fines del siglo XX el libro de María Negroni sobre Buenos Aires. Alicia Dujove Ortiz escribe un libro en francés sobre Buenos Aires.

–¿Como llegó a entusiasmarse para escribir una biografía sobre Alberto Gerchunoff?

–Con una colega francesa comenzamos a analizar el período 1880-1945 en Europa, el momento de la emancipación de los judíos, la época anterior al caso Dreyfus, el momento de la educación pública y cómo aparecía eso en la literatura, cómo aparecía la actividad de los judíos en la vida laica de Francia en textos latinoamericanos y europeos. En un seminario de investigación para estudiantes de literatura comparada y trabajando con estudiantes de distintos países, apareció como referencia obligada Gerchunof.

–¿Por qué?

–Porque Los gauchos judíos era un canto a la emancipación. Teníamos que conseguir libros que estuvieran traducidos al inglés. Lo volví a leer después de muchos años (antes lo había hecho con la interpretación de David Viñas que lo veía como el que se compró el proyecto de la Argentina “crisol de razas”) y de pronto vi un libro que había que trabajar. No te daba nada digerido.

–¿Qué otras obras le llamaron la atención?

–Tiene una biografía sobre el poeta alemán Heine preciosa. Se puede leer a Heine como lo presenta Borges y ahí podés ver alguna que otra marca de Gerchunoff. Esta preocupación de cómo se vive en una sociedad laica y algunas crónicas de Buenos Aires que son hermosas.

–Le llamó la atención el ensayista.

–Y el biógrafo. Lo que me parece fascinante es recuperar el momento de un Buenos Aires que se puede transitar de un mundo a otro al menos entre 1910 y 1950. Llega como niño inmigrante a los 8 años y antes de los 20 ya dirigía un diario en Rosario, era director de escuela, trabajaba en las revistas literarias más importantes y tradujo libros del idisch... Hay perlitas.

–¿Por ejemplo?

–Le ofrece a Borges publicar cuando Borges todavía no había publicado en la Argentina. El lo lee en una revista francesa y lo quiso publicar en La Nación y Borges le dice que no estaba lista para publicar en el diario. No deja de ser una cosa interesante que un inmigrante le ofrezca a alguien como Borges publicar. En todas las peleas está del lado correcto. Habla en contra de la segregación en Estados Unidos, defiende la República española. Ofrece a intelectuales mexicanos durante la revolución asilarse en la Argentina y después del ’30 es un crítico feroz del nazismo. Hay un archivo maravilloso en el Instituto Ravigniani, donde hay cartas de Gerchunoff. Siempre estaba del lado de lo ético. Le dan el Premio Nacional de Letras, tiene un problema político y no lo acepta. Lo echan de los lugares por defender a los que tienen problemas y tiene un gran compromiso con el periodismo, escribió en una cantidad de publicaciones enorme. Durante la guerra escribe en el suplemento literario de La Nación y escribe sobre política en Antinazi y Argentina Libre, que eran dos publicaciones antifascistas. Era un laburante. Después se iba cerca de Hebraica a tomar café y hablar en idisch con los jóvenes y después cenaba con Manuel Gálvez. Es una figura que da cuenta de muchas cosas en la cultura.

–Se lo conoce muy poco.

–Los gauchos judíos, el libro por el que se lo conoce y se lo critica tanto, es un best seller a sus 24 años. El gobierno argentino lo envía a la Feria Internacional de Leipzig. Viaja a Europa en 1914. Viaja con su mujer y sus dos hijas y se encuentra en París con Proust...

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