El reclamo de organizaciones feministas al nuevo gobierno por la mínima participación de mujeres en el gabinete, en las direcciones generales, superintendencias e instituciones autónomas (de 13 ministerios, sólo dos son dirigidos por mujeres y de 21 superintendencias y autónomas sólo una mujer aparece como titular), me permite hace algunas consideraciones sobre la explotación ancestral de la mujer, la lucha de clases, el trabajo invisible y otras formas de marginación y discriminación.
¿De qué se trata cuando se habla de la explotación económica y sexual de las mujeres, cuando se habla de “sexismo” y “chovinismo masculino”? De modo, evidente y fundamental, de reconocer el dominio histórico del sexo masculino sobre el femenino y de plantear la liberación de la mujer a través de la politización de la vida doméstica y las costumbres sexuales. Pero ante la evidencia, los privilegios económicos y eróticos del sexo dominante, bajo la forma de la moralidad, mistifican la explotación de la mujer y ridiculizan los alcances de su liberación; la profunda confusión teórica que acompaña al tema y su presentación amarillista y superficial son de por sí una muestra de la fuerza ideológica del sexismo y la dominación del macho.
¿De qué se trata cuando se habla de la explotación económica y sexual de las mujeres, cuando se habla de “sexismo” y “chovinismo masculino”? De modo, evidente y fundamental, de reconocer el dominio histórico del sexo masculino sobre el femenino y de plantear la liberación de la mujer a través de la politización de la vida doméstica y las costumbres sexuales. Pero ante la evidencia, los privilegios económicos y eróticos del sexo dominante, bajo la forma de la moralidad, mistifican la explotación de la mujer y ridiculizan los alcances de su liberación; la profunda confusión teórica que acompaña al tema y su presentación amarillista y superficial son de por sí una muestra de la fuerza ideológica del sexismo y la dominación del macho.
En esta sociedad a lo largo de los años ha existido mucha discriminación contra la mujer, muchas de manera escondida y otras públicamente; los sucesivos regímenes areneros nunca se preocuparon por promover su participación ni en lograr la liberación en el trabajo doméstico, además de las infames relaciones establecidas a nivel del área rural: la simpleza y la demagogia del programa Red Solidaria apenas si logró ridículos incentivos económicos, dejando a un lado las auténticas reivindicaciones de la mujer, como centro y pilar fundamental en la protección y amor familiar; por lo tanto, es justo y adecuado el reclamo de las organizaciones femeninas al nuevo gobierno de izquierda por la marginación tan evidente a las mujeres profesionales en la conformación del gabinete de gobierno, sobre todo si tomamos en consideración el papel fundamental que han jugado no sólo en el triunfo del FMLN, sino que las luchas de liberación libradas a lo largo de la historia.
El feminismo cuenta con antecedentes remotos y ya clásicos, pero en el curso de los últimos 30 años, el movimiento ha iniciado una nueva etapa en la que se despliegan sus más radicales exigencias políticas. La cuna de este renacimiento se localiza en los Estados Unidos, modelo contemporáneo de la sociedad tecnológica; la liberación de la mujer empieza a cobrar un nuevo sentido estratégico con Betty Friedan, autora de The femenine mystique y fundadora de la Now (Organización Nacional de la Mujer); nace el Women´s Liberación y el feminismo adquiere una nueva dimensión revolucionaria y un nuevo estilo literario que se expresa a través de autores como Ti-Grace Atkinson, Kate Millet, Gloria Steinem, entre muchas otras.
En el mismo interior del partido FMLN a la hora de elegir a sus autoridades, candidatos a diputados y alcaldes, las mujeres han exigido una gradual participación y cuotas como corresponde a su legítima militancia y al papel que han jugado en la consolidación y evolución de este instituto político. Los debates, de acuerdo con las informaciones a las que hemos tenido acceso, han sido largos y bien fundamentados; de hecho en la Comisión Política y actualmente en la Asamblea Legislativa y en las alcaldías hay cierta representación de las féminas. Esto no significa ninguna concesión, sino que un derecho ganado por las mujeres.
Como en ningún otro capítulo de lo que ahora se denomina revolución cultural o contracultura, en el movimiento de liberación femenina se plantean problemas que sobrepasan el marco ideológico y económico del sistema capitalista. La satisfacción de sus exigencias más radicales sólo sería posible luego de la revolución político-económica; la liberación de la mujer es, por tanto, un aspecto esencial de la incipiente revolución cultural del Siglo XXI. En estos próximos cinco años esperamos que las distintas instancias gubernamentales, y no sólo la Secretaría de Inclusión Social, dirigida por la primera Dama de la República, presten mucha atención a la participación de las mujeres campesinas, obreras, profesionales e intelectuales, como una reivindicación legítima y largamente esperada, pues como dicho está los regímenes de derecha las han discriminado y nunca se preocuparon de asignarles el papel que protagonistas y promotoras de la sociedad, se merecen.
En la mayoría de ensayos, documentos y libros que hemos consultado, los análisis se desarrollan aplicando las categorías del materialismo histórico y la filosofía marxista. La situación de la mujer está determinada por la explotación económica específica que padece dentro de la estructura de clases y el modo de producción capitalistas. Aquí es más evidente en las fábricas maquileras. La formulación más breve y completa es la que propone Christine Dupont: “Se verifica en nuestra sociedad la existencia de dos modos de producción: 1) La mayoría de mercancías se produce de modo industrial; 2) Los servicios domésticos, la educación de los niños y un cierto número de mercancías son producidos de modo familiar. El primer modo de producción da lugar a la explotación capitalista. El segundo a la explotación familiar, o, más exactamente, patriarcal”.
Así las mujeres constituyen una clase social por lo específico de su explotación económica en el modo de producción patriarcal; pero las mujeres representan también una “casta”, como señalan destacados expertos en el tema, en tanto categoría de seres humanos, destinados por nacimiento a la servidumbre biológica, económica y cultural. Se desprende de esto que el “sexismo” tiene como familiares cercanos al racismo y la esclavitud.
La división sexual del trabajo se inicia desde el Neolítico; la mujer es explotada en su capacidad biológica de reproducción, al mismo tiempo que es sometida al trabajo de la unidad productiva originaria: la familia patriarcal primitiva. La autoridad del jefe determinaba su explotación en la producción agrícola, dedicándola siempre a las labores más tediosas y detestables. La fuerza de trabajo de las mujeres ha sido desde siempre una fuerza enajenada por los hombres; en el patriarcado primitivo y en la familia monogámica, el hombre ha explotado el trabajo femenino al mismo tiempo que lo desvaloriza y lo niega. Pero las pruebas etnológicas y sociológicas demuestran la importancia económica de la producción femenina a lo largo de todo el proceso histórico.
Con el desarrollo del intercambio mercantil y el régimen de propiedad, se consuma la división sexual del trabajo: el hombre se dedica al trabajo social productivo, visible en mercancías y dinero; la mujer se sumerge en el trabajo doméstico privado, en el trabajo invisible que sólo produce valores de uso para el consumo inmediato. Las consecuencias de esta división primitiva y sexual del trabajo las define Isabel Larguía: “La polarización de esta división del trabajo es el origen de la división de la vida social en dos esferas: la esfera pública y la esfera doméstica”. No hay que olvidar que, actualmente, todos los servicios domésticos industrializados son altamente remunerativos; pero en cuanto se penetra al recinto sagrado del hogar patriarcal, el trabajo doméstico aparece como tarea exclusiva y gratuita de la mujer. Es claro que no existen diferencias de naturaleza entre estos dos tipos de trabajo; la división es arbitraria y sólo representa el dominio de un sexo sobre otro.
A nadie escapa que la explotación de la mujer (hasta en la prostitución) tiene un fundamento económico. Se le niegan sus valores intelectuales y de aporte al desarrollo de la sociedad e integración familiar; pero hipócritamente se “reconocen” sus virtudes de belleza física, sobre todo si es dueña de unas piernas bien torneadas y de un rostro radiante de belleza. Al respecto, hay mucho que decir, sobre el mito y la institución del coito escribiremos en un próximo comentario; por de pronto, esperamos que las nuevas autoridades tomen en cuenta el justo reclamo de las organizaciones feministas y con el correr de los meses incluyan una mayor representación en distintas dependencias, sobre todo direcciones generales e instituciones autónomas. Los errores se pueden corregir; pero no se pueden multiplicar las discriminaciones y la marginación de las mujeres, sobre todo cuando en el Plan de Gobierno, en el capítulo “Hacia una sociedad justa y solidaria” se habla de “Acciones legales y administrativas que aseguren acceso a las mujeres a espacios de poder en la toma de decisiones en responsabilidades públicas y en las estructuras de dirección de los partidos políticos”.
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