Según un estudio reciente publicado en la Revista de Estudios de la Violencia, no es lo mismo la violencia familiar que la violencia doméstica, cito: “la primera supera el ámbito doméstico y puede haber violencia familiar entre parientes”. Esto me hace recordar el caso reciente del ataque en mitad de la celebración de una boda en Turquía donde murieron 45 personas y según dice la noticia ‘tanto los muertos como los sospechosos tienen en su mayoría el mismo nombre familiar… se trata de un ataque por hostilidades entre familias del mismo pueblo. Claramente estaríamos en un caso de violencia familiar.
En cambio, en el caso de que la violencia se genere en el ámbito doméstico, “está más circunscrito a las relaciones que se producen en el lugar de residencia de la familia”. En este supuesto, entenderíamos que la agresión se produce dentro del hogar y la llamaremos violencia doméstica.
Se trata de nombrar cada problema por lo que realmente es, sin embargo... lo personal, es y sigue siendo, político...
En cambio, en el caso de que la violencia se genere en el ámbito doméstico, “está más circunscrito a las relaciones que se producen en el lugar de residencia de la familia”. En este supuesto, entenderíamos que la agresión se produce dentro del hogar y la llamaremos violencia doméstica.
Se trata de nombrar cada problema por lo que realmente es, sin embargo... lo personal, es y sigue siendo, político...
La violencia de género hace referencia a los roles y papeles de género. A la definición de hombre y mujer, al papel que está asignado. Así, el conflicto que puede surgir cuando estos papeles chirrían o entran en oposición está en la causa de la violencia doméstica.
La violencia machista proviene fundamentalmente de un sistema de género determinado que viene marcado por un sistema patriarcal que genera relaciones basadas en lo que llamamos machismo. Lo que ocurre, es que, en general, en muchos de los casos en los que se da un acto de violencia, a menudo utilizamos una de estas etiquetas y luego lo que acaba sucediendo es que hay un poco de todo y difícilmente solamente violencia de género, difícilmente violencia familiar o doméstica. Los agravantes de la violencia de género tienen que ver con los procesos de cambio y con la transformación del sistema de género en las últimas décadas. En la historia que más o menos hay documentada ha habido formas distintas de violencia contra las mujeres. Sin embargo, -cito al autor- ” creo que la actual violencia de género se fundamenta en estas transformaciones de género”.
El género es algo que se construye, se reconstruye, se va creando continuamente. Sobre todo, son los cambios protagonizados por las mujeres lo que ha sido nuevo y revolucionario en la historia. Se podrían destacar tres grandes componentes de cambio y que implican un gran protagonismo de la mujer. En primer lugar, una mayor presencia en el ámbito educativo. En segundo lugar, el acceso de las mujeres al ámbito laboral remunerado. Y, finalmente, el protagonismo que han tenido las mujeres en el control de su propio cuerpo y de los procesos vinculados a él. Sobretodo, un mayor control en la reproducción; no sólo la biológica, sino también en la reproducción social, es decir, en el ámbito de las tareas domésticas, el cuidado de los demás. Todavía hay un desequilibrio, un mayor papel de la mujer que del hombre pero hay cada vez más algunos hombres que empiezan a incorporarse a asumir algunas obligaciones en este terreno. Toda esta nueva situación produce un proceso de ‘anomia’ -una falta de referentes claros-. Y cito: “Cuando un conjunto de normas y de reglas sociales entra en crisis y tiene que ser cambiado por uno nuevo que todavía no se ha aceptado, entonces se produce un proceso de anomia; lo que podríamos decir en plan coloquial, un proceso de desorientación”. Concluye el autor diciendo que “uno al final acaba actuando de una forma anormativa porque no tiene claro cuál es la norma”. Y que “algunas formas de violencia contra las mujeres son precisamente una de forma, de cómo hombres que crean procesos de reacción, a lo que ellos interpretan como una pérdida de protagonismo, de papel y de poder”. Siguiendo la línea de su arguentación, viene a decir que ‘es la resistencia al no saber cómo actuar porque el modelo tradicional que todo el mundo tenía asumido ya no funciona y que hay una situación de falta de seguridad porque los modelos que sirven para dar tranquilidad, para adecuar y ordenar la conducta, están en crisis; sencillamente están cambiando. Lo viejo no existe pero lo nuevo todavía no está interiorizado ni está normalizado. Puede que alguno pueda actuar de una forma poco aceptable socialmente pero por otro lado también tener incluso un punto de violencia ante esta situación de anomia sin tener claro los mecanismos, los rituales, los nuevos valores y las nuevas formas de proceder. No necesariamente se trata de violencia física, sino que también de violencia simbólica.
Hay un tema que cada día cobra más actualidad y es la creciente violencia entre las parejas jóvenes. Existen estudios sobre violencia de género y todos constatan que no es un fenómeno que se puede aislar ni por niveles educativos ni por clases sociales ni por generaciones ni por edades, sino que es un fenómeno transversal. Sí que puede haber algunas capas sociales donde sea más acusado que en otras, sí que la variable formación/educación puede tener alguna relevancia. Pero, en general, concluyen la mayoría de los especalistas en violencia: ”La mayoría de los estudios demuestran que es transversal”. Hay algunos autores que dicen que es precisamente la forma de reacción, que tal vez estos procesos de igualdad lo que han hecho ha sido alimentar resistencias en forma de resentimiento y que en un momento este resentimiento sale a la luz en forma de violencia. Obviamente, hay que ver el entorno de los referentes sociales en general. Hay que ver que la violencia ha aumentado en el ámbito, por ejemplo, de las relaciones internacionales importantes como la guerra de Irak, etc. Y, naturalmente, hay que considerarlo en un entorno general porque desde la influencia de los medios de comunicación, de cómo se socializan los niños, en qué tipo de historias, de películas…
En realidad, no hay una respuesta rotunda en este sentido. La única verdad es que la violencia contra las mujeres se sigue ejerciendo, no importa edad, clase social, ni siquiera si está en programas de protección. El agresor está al acecho y ejecuta su ira, no importa si hay hijos -si están presentes, a veces, corren el mismo peligro que la madre. ¿Hay una rehabilitación para estos asesinos que transgredieron el umbral de los malos tratos físicos, psíquicos o como queramos llamarlos? Lo que sí debería haber es un castigo ejemplar, cumplimiento de las penas integras -sin rebajas por buena conducta y por trabajos o estudios realizados dentro de la prisión-. En cuanto a las víctimas, a las que logran sobrevivir, todo tipo de ayuda. En estos casos sí que hay que reeducar -más que reinsertar- a estas mujeres para que se conviertan en verdaderas mujeres, en ciudadanas con los mismos derechos, con las mismas reivindicaciones y con el orgullo y dignidad de plantarle cara al agresor de turno.
Para concluir, apuntar que nos dejemos de eufemismos. La violencia contra las mujeres es violencia contra las mujeres. No importa si es en el ámbito privado -léase doméstico, familiar- o en el ámbito público: lugares de trabajo, violaciones sistemáticas en las guerras étnicas y religiosas, etc.
Como colofón unas palabras escritas por Simone de Beauvoir que, para mí, marcan qué es género:
“La mujer no nace, se hace”
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