Fecha de publicación: 08-06-1944
Se ha dicho con bastante insistencia que sobre la mujer, y en especial sobre la mujer trabajadora caen todas las desigualdades, porque hace mucho tiempo que ella es víctima de todas las opresiones. Desigualdad en los códigos, en la política y en la economía.
Encaucemos este afán reivindicador de la mujer, esta patente rebeldía a su opresión; no con leyes restrictivas ni con derechos limitados e ineficaces, sino poniéndole en condición de comprender los grandes problemas políticos, económicos y sociales que la afectan, en cuya solución ella debe luchar con clara conciencia para hacer posible el advenimiento de ese anhelado mundo de libertad y de justicia que se ha hecho carne de dolor en sus propias e indefensas vidas.
Encaucemos este afán reivindicador de la mujer, esta patente rebeldía a su opresión; no con leyes restrictivas ni con derechos limitados e ineficaces, sino poniéndole en condición de comprender los grandes problemas políticos, económicos y sociales que la afectan, en cuya solución ella debe luchar con clara conciencia para hacer posible el advenimiento de ese anhelado mundo de libertad y de justicia que se ha hecho carne de dolor en sus propias e indefensas vidas.
En nuestro país la mujer trabajadora está muy lejos de obtener igual salario por igual trabajo. Aún aquellas mujeres que logran conseguir un trabajo donde ganarse sus sustento y el de sus hijos, reciben un salario inferior, que en la mayoría de los casos no le alcanza ni para cubrir sus más ingentes necesidades, por cualquier tarea realizada por un hombre, representaría un pago más remunerativo.
La mujer trabajadora en nuestro país está agobiada. Cada día que pasa aumenta sus miserias y dificultades para la vida. La gran mayoría de hombres que no encuentran trabajo en nuestro medio, por razones de todos conocidas, empujan a la mujer a buscar el sustento en las fábricas y en las oficinas públicas para subvenir a las muchas necesidades diarias. Y mientras la mujer trabaja en la fábrica y en el taller o en la oficina, no tiene un lugar seguro donde dejar sus pequeños hijos cuidados y alimentados; al abrigo de cualquier contingencia desgraciada. Y el resultado es que, las principales víctimas de este estado de cosas son los niños que quedan abandonados en la pieza de vecindad al cuidado de algún vecino que quiera atenderlos, o en la calle, hasta que la madre regrese del trabajo para repartirles el poco alimento logrado con su mísero jornal.
No existen en nuestro medio suficientes Jardines de la Infancia, donde los hijos de estas mujeres, que tienen que pasar el día entero desempeñando una jornada agotadora, mal alimentadas, reciban cuidado y alimento durante el día. Los comedores escolares son favorables solamente para los niños en edad escolar que puedan asistir a ellos solos, o acompañados de la maestra o por la Trabajadora Social. Pero para los pequeños hacen falta estos Jardines de la Infancia, donde estos niños proletarios puedan pasar el día alejados de peligros y alimentados como corresponde a sus cortos años.
El número de niños recluidos en los distintos establecimientos públicos destinados al efecto de protegerlos y alimentarlos, son incapaces para albergar la gran cantidad de niños sin padres; hijos de mujeres que llevan sobre sus hombros la carga del hogar, o de familias en la miseria, que buscan la manera donde encontrar lugar donde alimentar sus pequeños hijos y asegurarles su porvenir.
El alto costo de los víveres, de lo que constituye el alimento diario, aunque escaso de estos niños pobres, hace ahora más difícil y onerosa la vida de la familia trabajadora, y aumenta la miseria en el lugar de todas las mujeres.
La carestía de la carne, de la leche, de las medicinas y de todos los artículos de consumo indispensable, están en manos de acaparadores y empresarios que aprovechan la coyuntura que les da la guerra y la difícil situación que vive el mundo para aumentar sus ganancias a costa de la sangre, de la vida y del porvenir de miles de niños y de familias trabajadoras.
En el campo, los latifundistas aumentan considerablemente las penalidades de las familias laboriosas. Los acaparadores pagan miserias a los campesinos por el fruto de su trabajo. Los desalojos están a la orden del día en nuestro país, sin que se tomen medidas enérgicas para contener estos abusos. El hambre de las ciudades, la orfandad de los niños y la falta de empleo, están empujando a la mujer con mayor fuerza cada día al camino de la prostitución, del vicio y de la depauperación.
Por todo esto que queda anotado, creemos que las mujeres trabajadoras deben unirse en un amplio frente de lucha general para concretar toda su aspiración en un solo punto: mejorar su miserable condición económica, y luchar por la Democracia y el mejoramiento de las clases populares.
En esta lucha de la mujer trabajadora no existe sino un solo sitio desde le cual ella pueda a la lucha con la esperanza de ver algún día coronados sus esfuerzos: el sindicato o la Liga Campesina. Tiempos difíciles están pasando en la actualidad los hombres y mujeres que vieron desaparecer sus organismos de lucha; y con las dificultades que les ha traído consigo la Reforma de la Ley de Trabajo, estatuyendo garantías a los patronos en desmedro de los trabajadores; y restringiendo y trabando el libre funcionamiento de las organizaciones obreras.
En estas circunstancias a la mujer trabajadora no le queda otro camino que organizarse dentro de su sindicato o en alguna otra organización que le preste algún hábito de cooperación. Toda sociedad es producto de la cooperación de los hombres y las mujeres; y hasta hoy la mujer trabajadora, con pocas excepciones, ha permanecido totalmente alejada de esta cooperación. Su trabajo ha sido individual, tanto en la casa como fuera de ella. Y en nuestro país existen organizaciones donde ellas pueden y deben asistir, para que vayan adquiriendo costumbres de organización, de vida colectiva de cooperación; para ayudarse unas a otras en el trabajo diario porque en estas organizaciones donde se desarrollan las aspiraciones de la mujer para ascender, para mejorar y para aprender algo nuevo.
Hay una notoria inquietud espiritual en la mujer de hoy. Un afán de mejorar, de aprender, de liberarse de la esclavitud doméstica. Y esta señal es extraordinariamente importante en la movilización de la mujer para la lucha. "El esclavo que aspira a la libertad, que piensa en mejorar, ya deja de ser esclavo, y es un combatiente por la libertad y por el futuro", ha dicho alguien. Nuestra mujer ha sido esclava toda su vida: esclava de la situación económica; de las leyes injustas y anacrónicas, de la sociedad, de los prejuicios de toda índole. Pero por esa su misma condición de esclavitud, en ella está latente la rebeldía. Y esta notoria inquietud que palpamos en la mujer de hoy, no es sino un signo que nos indica que ella quiere liberarse y vivir una vida más generosa y más en armonía con los postulados de la libertad y de la democracia.
Encaucemos este afán reivindicador de la mujer, esta patente rebeldía a su opresión; no con leyes restrictivas ni con derechos limitados e ineficaces, sino poniéndole en condición de comprender los grandes problemas políticos, económicos y sociales que la afectan, en cuya solución ella debe luchar con clara conciencia para hacer posible el advenimiento de ese anhelado mundo de libertad y de justicia que se ha hecho carne de dolor en sus propias e indefensas vidas.
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