domingo, febrero 22, 2009

Simone de Beauvoir: Cuadernos de la Juventud

OFRECEMOS DISCULPAS POR NO HABER PUBLICADO A TIEMPO LAS TRES PARTES DE ESTE ENSAYO. RAZÓN POR LA CUAL HOY ES PUBLICADO DE MANERA ÍNTEGRA.Por: Gloria Comesaña Santalices

En el 2008 hemos recordado el centenario del nacimiento de Simone de Beauvoir. En el mes de Marzo se publicaron en Francia sus Cahiers de Jeunesse (1926-1930) o Cuadernos de Juventud, diarios íntimos escritos entre los 18 y los 22 años. La edición, así como el Prólogo, se deben a su hija adoptiva: Sylvie Le Bon de Beauvoir. Los Cuadernos nacen de la necesidad que siente la joven Simone de encerrarse en su interior y reflexionar cada vez que un dolor, una ruptura, se presentan en su vida, pero también cuando se siente “en exilio”, alejada de las opiniones y las acciones de los demás. A medida que vamos leyendo las páginas, asistimos al surgimiento de aquella que está en proceso de convertirse en Simone de Beauvoir, según los documentos oficiales, Simonne Bertrand de Beauvoir.


Inteligencia y esfuerzo
Encontramos frecuentemente en estos textos, afirmaciones de un existencialismo anterior a su conocimiento de Sartre, y sin conceptualizar aún. Como este fragmento:
Pero yo, ¿quién soy? Mi unidad no viene de ningún principio, de ningún sentimiento al cual yo subordinaría todo: ella no se hace sino en mí misma. No puedo definirme ni clasificarme: mi gusto por la nitidez se acomoda poco de ello, sin embargo, detesto las etiquetas. No, verdaderamente; lo que amo por encima de todo, no es la fe ardiente y el gran acto simple que me conmueven sin embargo, con un respeto admirativo; son los impulsos rotos, las búsquedas, los deseos; son las ideas sobre todo, es la inteligencia y la crítica, los cansancios, las derrotas. Son los seres que no pueden dejarse engañar y que se debaten para vivir a pesar de su lucidez.

Ella lee toda clase de autores, sobre todo literatura y filosofía, y considera que lo que lee la transforma. Pero no es una intelectual fría. Su inteligencia va unida a una gran sensibilidad, incluso apasionamiento y emotividad, que funcionan como un todo orgánico unidos a su razón. Para ella vivir y pensar son la misma cosa. Pero esta joven devoradora de libros y que puede pasarse un día entero leyendo y escribiendo, es además una muchacha muy sociable, que cultiva sus amistades. Entre esas amistades de los primeros tiempos, cuatro permanecerán a lo largo de su existencia, aunque a algunos, como a su amiga Zaza la muerte se la haya arrebatado muy tempranamente.

Los otros son Stépha Avdivovitch, René Maheu, que llegó a ser director de la UNESCO, y Maurice Merleau Ponty. Con Stepha vive una amistad muy sensual, tratando de conocer un mundo muy distinto al de la joven formal que siempre había sido. Maheu, con quien vive una amistad amorosa sin ir más allá, por razones que ambos respetan, es quien la da el sobrenombre que permanecerá, Castor, porque Beauvoir se la parece al inglés beaver, castor, y porque los castores andan siempre en bandas y trabajan muchísimo, tal como ella hace. Años después, sus más íntimos, comenzando con Sartre, seguirán llamándola Castor, el Castor, en una curiosa masculinización del sobrenombre.

A Zaza, Elisabeth Lacoin, la conoció en el curso Desir, cuando ambas tenían diez años. Desde entonces, si no estaban juntas en vacaciones, se escribían constantemente. Zaza deviene novia de Merleau Ponty, a quien su familia rechaza, por ser de familia poco notable. Zaza, llena de terribles contradicciones e incapaz de desobedecer a su familia, sucumbe a una enfermedad fulminante. Esta pérdida afectará muchísimo a la joven Beauvoir, que deja constancia de ello en las últimas páginas de su último cuaderno:

Zaza. No puedo soportar que estés muerta (…) sería preciso que estuvieras aquí, amiga mía. Podías hacer tanto por mí. ¡Oh! Devuélvanme mi pasado. ¿Es que se ha acabado todo, Zaza, es que sólo quedan estas cartas? (…) Esta tumba con esas flores, esas fotos, y este horrible recuerdo. Y yo, yo vivo. Mañana tendré un vestido malva y estaré con Sartre. Cuánto hemos detestado esta vida, esta vida de las personas mayores que han abdicado. Pero estoy sola sin ti y ni siquiera se lo que quiero. Quisiera partir; quisiera dejar a Sartre y partir a pasearme contigo, sola contigo, para hablar, y amarte, y pasearnos, lejos de aquí, lejos. ¿Caricias, trabajo, placeres, es eso todo? Oh mi amiga. ¿Era de tal manera otra cosa, te acuerdas? No tengo la fuerza de recordarlo sola. Se ha acabado.

El tiempo y la muerte
Estos dos temas, presentes en toda la obra de Beauvoir, aparecen ya claramente expresados en los Cuadernos. Ella experimenta con mucha fuerza el fluir del tiempo. Cada instante es único, pero se va para siempre y no podemos retenerlo. Y junto con esa sensación viene la de la vejez, la idea de que el paso del tiempo implica envejecer constantemente y acercarse a la muerte. A Sylvie Le Bon, que le preguntaba cuándo se había sentido vieja por primera vez, ella le contesta que a los doce o trece años. Estas angustias, que le provocaban cuando la asaltaban, crisis de lágrimas, la persiguieron toda su vida. Así, en el segundo Cuaderno, escribe:

No puedo creer que eso no será más. (…) Hay tantas otras cosas que habría querido prolongar. En mis notas del año (se refiere a lo escrito en el primer Cuaderno, que se perdió), hay sobre todo esta angustia de saber que el minuto vivido iba a desaparecer para siempre. Tengo una especie de remordimiento de ya no llorar por su desaparición; y sin embargo, es al saber que ya no lloraría hoy, por lo que lloraba entonces. La vida es una perpetua renovación, he aquí a lo que no podré habituarme.

Sin embargo, tal como lo señala Sylvie Le Bon en su Prólogo, frente a esa angustia que le causa la temporalidad, ella responde mediante la intensidad, la fidelidad, y la totalización. El transcurrir indetenible del tiempo, hace que cada momento sea precioso, lleno de riquezas que hay que vivir en profundidad, que hay que devorar.

He tomado entre mis manos el día de hoy y el futuro y de ello he hecho una embriaguez; y de esta embriaguez la gran felicidad ha surgido. Y si es esto lo que llaman felicidad, no hay nada mejor que hacer con la propia vida que el hacerla dichosa. He hecho entrar el cielo rojo, y la atmósfera amarilla translúcida en mi sueño resucitado más bello; y Notre Dame estaba allí toda entera, mi bella hija esculpida que había sido hecha para mí. Esta hora de mi vida, ya no la viviré jamás, me decía; y qué embriaguez tenerla así, única, entre mis dedos. La catedral estaba tan negra, que uno no veía las lágrimas sobre los rostros; los vitrales violetas, el sonido del reloj eran un decorado lejano y encantado: maravilla de encontrarme allí, yo. ¿Quién, yo? ¿Dónde, allí? ¿En qué mágico país, a qué hora irreal que ningún reloj podría marcar?

Esta fidelidad salvadora, implica que en la mujer que será perviva la adolescente que fue, y en ésta la niña. Ella pacta consigo misma esa fidelidad y confía en sí misma:
Mi propia fuerza: yo se que, durante toda mi existencia, podré contar conmigo misma; que no necesitaré consejos ni energía, sino siempre ese gran poder de retomarme. Este amor y este ardiente interés, este deseo de perfección para mí misma. Se que me seré fiel, que sabré siempre reencontrarme en toda mi integridad en medio de las banalidades necesarias. Camino con confianza hacia ese yo del futuro, que no me traicionará.

Finalmente, su lucha contra el devenir que nunca se detiene, culmina con el esfuerzo de totalización. Ella quiere vivir el presente, a la vez que mantiene vivo el pasado y se avanza hacia el porvenir.

La clarividencia ha venido a mí, y el gusto de los análisis minuciosos, al mismo tiempo que disminuía mi poder de salir fuera de mí. La acción me atraía menos; en los libros, me buscaba más, pero lo que era esencialmente lo mismo, creía en el valor místico de todos los momentos del yo. (…) Yo no me abandonaba: dominaba los instantes, exprimía cada acontecimiento para hacer salir de allí una pieza de oro con la que me enriquecería.” Ahora bien, la verdadera solución a este problema del tiempo y de la muerte, es su voluntad de hacer una obra, de ser una escritora.

II PARTE
En esta segunda entrega de los Cuadernos, a lo largo de páginas y páginas, Beauvoir ama, sufre, es feliz, interpretando a su manera cada frase o gesto de Jacques, su primo, mayor que ella, que le abre las puertas de la literatura contemporánea, de autores de teatro de vanguardia. A su vez se suscita su encuentro con Sartre, sobre esto último, la autora del Prólogo, Sylvie Le Bon, deja muy claro que cuando Simone de Beauvoir conoce a Sartre, ya ella existe como ser autónomo que se ha construido a sí misma.

Amor ficción

El primo Jacques Charles Champignneule conocía a Simone desde la infancia. Lo que era un amor infantil, se convierte, a los diecisiete años, en lo que ella considera el amor definitivo de su vida, que cree compartido, idealizando a su primo y fabulando constantemente sobre su comportamiento hacia ella. Su pasión por su primo, y su imaginario amor de él hacia ella, concluyen finalmente, cuando éste le anuncia su matrimonio por razones de interés. ¿Cómo explicar este amor hecho de una mezcla de autoengaño y lucidez, pertinaz, obsesivo?
Más allá de las interpretaciones facilistas recurriendo al romanticismo juvenil, lo que escribe Sylvie Le Bon en su Prólogo nos parece lo más acertado:

Construcción imaginaria, pues. Precisamente. Mediante este amor soñado ella vive una experiencia imaginaria comparable a aquellas, igualmente imaginarias, que nos hace vivir la lectura apasionada de ciertas novelas. Experiencias en ciertas condiciones tan concretas, vertiginosas, estructurantes, como las experiencias llamadas reales, las que también, por otra parte, están invadidas por lo imaginario. Este juego virtual tiene un valor inmenso, sobre todo en la juventud. Mediante la potencia alucinatoria de la proyección imaginaria, Simone multiplica las exploraciones de la condición amorosa. Entonces, ¿qué importa si este amor no es recíproco? (…) el amor por él, (…) es una anticipación, es existencia ficción. Ella habrá ya dejado atrás, esta vida posible de Mme. Champigneulle, y si ella la elimina es con conocimiento de causa. ¡Cuántos conflictos evitados, cuánto tiempo ganado!

Autonomía y orgullo

En 1929 pues, hay en su vida un nuevo comienzo. Aunque por momentos duda de su valor, lo que aparece más veces bajo su pluma, es la seguridad de ser fuerte, inteligente, es un orgullo que debe entenderse de una manera ontológica, como la tranquilidad que proporciona el saberse un ser único e irrepetible, toda vez que vive y escribe en función de hacerse, de superarse y llegar a realizar la gran obra de la que se sabe capaz.

Retorno a Paris. No solamente un nuevo año, sino un nuevo ciclo, me parece que comienza. (…) Y ahora, heme aquí comprometida en la historia verdadera de mi vida, concluido el aprendizaje que he resumido en el cuaderno verde. Heme aquí, vieja de tres años más, sabiendo exactamente lo que puedo esperar del mundo y de mí, deseosa de vivir, y tan nueva como si no hubiese sufrido jamás, como si no supiera nada. (…) Metafísicamente, estoy en el mismo punto que hace unos meses, creyendo en el espíritu, en su valor moral, en su potencia creadora; el universo reposa sobre mi voluntad de amor ayudada por mi inteligencia. (…) Conciencia de toda mi fuerza, confianza en un “genio” que podrá realizarse en una obra, pero el programa para este año es seguirme, enriquecerme aún más, puesto que no tengo el tiempo de producir.

Este orgullo del que hablamos, consiste también en saber que existe por ella misma y para sí misma, que nadie puede ayudarla a ser, que esa es su tarea, vivir su libertad.

Qué gozo austero en esta certidumbre de de ser un ser independiente en el sentido más metafísico, que tiene un sentido cualesquiera que sean las contingencias: ocasiones de desplegar su propia actividad, felicidad, pena, opinión y afección al prójimo. En esta concepción absolutamente despojada encuentro el equilibrio, y allí solamente, cuando tengo plena conciencia y plena posesión de mí.

A todo esto, dice Sylvie Le Bon, hay que añadir la extremada coherencia de Beauvoir durante toda su vida, acordando sus actos a su pensamiento, y así afirma la misma Le Bon:
Sartre no hará lo mismo, al menos, no en la esfera privada: entre su pensamiento, de un atrevimiento innovador y revolucionario, y su vida personal, conforme a menudo a los esquemas tradicionales, criticables a sus propios ojos, habrá contradicción.

En ese momento, los pilares sobre los que construirá su vida están ya colocados y sus metas definidas.

Ella está ferozmente decidida a tener su vida entre sus manos. Esta victoria, no la debe sino a sí misma, a nadie más, ella no la debe, evidentemente, a Sartre. Si todavía fuese necesario probar que Simone de Beauvoir no debe a Sartre ni sus elecciones de vida y de pensamiento fundamentales, ni la columna vertebral de su ser, ni su vocación de escritora, los Cuadernos de Juventud lo probarían.”

Sobre todo, teniendo en cuenta, que estos Cuadernos, y mucho menos cuando fueron escritos, no estaban pensados para ser publicados. Precisamente, subraya Le Bon, es justamente porque ella había devenido ya Simone de Beauvoir antes de conocer a Sartre, que pudo darse entre ellos este mutuo reconocimiento.

Encuentro con Sartre

A una persona como él quería entregarle su amor. Porque ella soñaba con el gran amor, pero tenía una idea bastante precisa de lo que ese amor debía ser:
…no comprendo el amor sin amistad, desagradable, que se queda demasiado fuera de la vida. Me aparece que ante el amor todo lo demás no debe desaparecer sino simplemente teñirse de nuevos matices; quisiera un amor que me acompañe en la vida, no que absorba toda mi vida.

Y analizando diferentes tipos de amor, añade unas páginas después:
Hay el amor por un ser de valor aproximadamente igual al vuestro, y ése es el más difícil, quizás el más fecundo. No es una subordinación y deja a aquel que ama el cuidado de elegir sus propias direcciones, de llevar una vida intelectualmente independiente”.

Estas ideas, se volverán a encontrar, ya plenamente conceptualizadas, en muchas páginas de El Segundo Sexo, publicado 23 años después.

Los dos últimos de los Cuadernos, muestran que la joven Beauvoir va saliendo del imperio que sobre ella ejerce su primo, que aunque forjado por su corazón, e imaginario, no por ello es menos real para ella, que divaga como cualquiera de su edad sobre el futuro. En el plano de la vida a dos, este futuro se le presenta muchas veces como vida matrimonial con Jacques, a cuyo lado imagina una vida feliz, serena, él trabajando en la empresa familiar de vitrales y ella en su estudio, realizando su obra de escritora.

Todavía en Septiembre de 1929, aún después de haber conocido el amor físico con Sartre, y de sentirse segura de su amor por él, escribe:
…yo estoy allí, simplemente- él está allí, nada más. Y soy feliz. Dulzura de amar todo aquí, de reconocer el amor de los vitrales, la Casa, y de escucharlo hablar de los arreglos que va a hacer. Yo me decía: vivir aquí. Él en la oficina, yo, allá arriba, trabajando para mí, escribiendo mis libros. Vida de tiempo libre y de confort. ¡Y qué! Él es rico y lo amo. Los pequeños camaradas eran agradables visitantes. Mi vida estaba allí. Y después, una hora en la galería. Lo reconocí demasiado, lo he mirado con demasiada severidad; he apreciado su encanto, pero también sus límites; estaba ante él como una extraña. (…) pero ya no te amo más, no te amo más. Tú no puedes comprender; tú no pones la vida donde yo la encuentro; tú amas cosas como yo; eres poeta, artista, pero no es eso lo que yo necesito. (…) Me ahogo a tu lado; yo no soy yo, soy inútil. Y Maheu puede haberme dicho que me case, y la Casa puede haberme tentado un momento, y la seguridad de un nombre, de una fortuna – jamás.

Y más abajo, escribe:
Yo siempre he amado lo que me abría puertas- tú me has abierto la primera puerta, ahora no puedes sino cerrar sobre mí una existencia confortable- no. Por otra parte, es simple, amo a Sartre. ¡Ah! ¡Qué de puertas abre él!

II PARTE
En la edición de hoy publicamos la última parte de la reseña de Los Cuadernos de Juventud de Simone De Beauvoir, recién publicada en francés. Al culminar las tres entregas consecutivas, queremos destacar que para Palabra de Mujer constituye un gran honor, un inmenso regocijo, ser la fuente original y el medio a través del cual esta importante y hermosísima obra, traducida por primera vez del francés al español por nuestra querida compañera del equipo editorial Gloria Comesaña Santalices, analizada y comentada por ella para su publicación en este espacio de la mujer, ha podido ser conocida por un muy amplio conglomerado de lectoras y lectores en nuestro país y en otras latitudes. Agradecemos pues, difundir estos artículos y citar correctamente la fuente para seguir brindándoles el mejor de los servicios.


¿POR QUÉ SARTRE?

En Julio de 1929 aparece Sartre en su vida, presentado por Maheu, quien pese a estar casado y rechazar la infidelidad, tanto por respeto a su esposa, como a Beauvoir, no deja de expresarle sus sentimientos.

Finalmente, ella decide que quien de verdad le interesa y colma todas sus expectativas es Sartre:
Mi admiración por los otros es más o menos cosa decidida, poesía; sólo Sartre me ha dado la libertad de una sinceridad absolutamente entera, de una simplicidad que no trata de construir nada. Ahora, gracias a ello, he comprendido a mi príncipe de los Lamas. ¡Y bien!, no, no lo estimo mucho, y conservo la impresión penosa que me había dado hablando de su mujer, del mundo, de la sociedad- sensualidad, arribismo, un poco de vanidad, puerilidad- y falta de generosidad. Moralmente no lo aprecio. Intelectualmente, no me basta: no se interesa a suficientes cosas, no comprende suficientemente rápido, no domina todas las cuestiones. (…) y esta clara y pura sequedad de su espíritu es para mí un poco asfixiante. Viendo todo eso, pensaba en Sartre, a la forma tan parecida a la mía en que las cosas existen o no existen para él, sus relaciones con las mujeres, con el mundo, su cultura, su pasión por las ideas, todo eso por el contrario lo admiro, lo estimo sin reserva, lo veo netamente, lo coloco a una altura extraordinaria.

Y haciendo, como acostumbra, el balance del año transcurrido, escribe en Septiembre de 1929:
Julio- agosto-septiembre. Sartre. El mundo acaba de abrirse. Aprendo lo que es un destino de mujer y que es éste el que yo quiero. Aprendo lo que es pensar, lo que es un gran hombre, lo que es el universo. Me libero de todos los viejos prejuicios religiosos, morales, y falsos instintos. Aprendo la sinceridad entera, la libertad de pensar y de vivir su pensamiento con su espíritu, su corazón, su cuerpo. Inmensas revelaciones- sin trastornar, porque todo estaba preparado. Consumación del pasado, apertura a un porvenir diferente a estos cuatro últimos años. (…) y diez días en La Grillère donde acabo de conocerlo y amarlo. Y la promesa de un fuerte amor, de una amistad de siempre.

En todos estos análisis sobre sí misma, sus aspiraciones y sentimientos (sorprendentes en su detalle, finura y acuidad) y particularmente en los que se va revelando cómo surge su amor por Sartre, nos atrevemos a decir que se encuentra la clave de su permanencia al lado de este hombre, que por otra parte la hizo sufrir bastante al negarse a cualquier compromiso que no fuese su amor necesario, al lado de los otros que ambos tendrían, que fueron siempre, aunque no sin dificultad, a veces, llamados por él, contingentes.

Y aquí coincidimos con los análisis que al respecto hace Sylvie Le Bon. Para ella está claro que, si bien ambos están de acuerdo en lanzarse a esta aventura, no parten en igualdad de condiciones: "Porque ella es mujer, el coeficiente de adversidad de las cosas, está multiplicado por su lado, y lo excepcional comporta un peso de riesgos que Sartre ni siquiera sospecha".

Y por el hecho de que Beauvoir es amante de correr riesgos, dado su valor y su orgullo, no debe minimizarse la importancia de estos riesgos, ya que en aquella época, al rechazar el matrimonio, ella se expone de una manera enorme. Pero además, dadas las condiciones del pacto que le propone Sartre, ella acepta, en palabras de Le Bon, “en el seno de la dicha la precariedad, la inseguridad, un porvenir quizás de nuevo solitario”.

Ella no puede saber, en ese momento en que lo arriesga todo, que esos dos años se convertirán en una relación de cincuenta años, de toda una vida. Sin la lectura de estos Cuadernos, no podríamos comprender por qué ella estaba preparada para vivir esta aventura. Sartre, en cambio, no corría prácticamente ningún riesgo, dado su estatus como varón y la cantidad de roles sociales aceptables para él.

No es él, sino ella la que apuesta fuerte en este juego. Además, Sartre es según sus palabras, una especie de “pez frío”, al cual “una distancia interior infranqueable separa de él sus sentimientos. Si bien es sensible, no puede apasionarse, afligido de una especie de mutilación afectiva, de frigidez pasional, por la cual es más digno de compasión que de censura, pero que de hecho le facilita las cosas”, sigue diciendo Le Bon.

Simone de Beauvoir, en cambio, es totalmente diferente en este sentido, lejos de tal ataraxia. Ella es, como hemos visto, emotiva, apasionada, vulnerable y excesiva:
Desde el comienzo de su relación ella analiza lúcidamente la diferencia que, en el seno de su gemelaridad la opone a Sartre. Diferencia que no pone en cuestión su proximidad. Pero que hay que admitir y afrontar – el esfuerzo sobre sí misma no puede sino asignársele a ella, sostenido, ciertamente, por la inmensa confianza que tiene en Sartre.

Y con respecto a todo esto, la joven Simone, cuando decide unirse a Sartre, está muy clara en cuanto a los riesgos que corre, jugándose su autonomía, que ha conquistado a lo largo de los cuatro años que dura la escritura de los Cuadernos.

Y así escribe en Septiembre de 1929:

No tengo miedo del porvenir, tengo una confianza total en Sartre; él jamás me hará daño, más allá de lo que será absolutamente necesario, y yo me las arreglaré también. No lamento nada de lo que dejo detrás de mí, de esta adolescencia, de esta querida Casa; creo por el contrario que este bello sueño en el que he vivido durante tres años no puede conservar su pureza sino de esta forma. Cielo azul. Biblioteca Nacional, Stendhal, café helado, Tullerías. Atardecer placentero y tierno. Amor inmenso por Sartre.

Ella elige pues a Sartre, como lo hará siempre a lo largo de su vida, aunque haya otros amores apasionados, y más arrolladores que lo que en esas etapas más maduras de su vida representa la relación con Sartre, como es el caso de su relación con Nelson Algren, que le propone matrimonio, y cuyo anillo ella portará hasta su muerte.

Pero ningún otro hombre le proporciona lo que ella encuentra en Sartre: ciertamente, ella lo admira, pero además él la comprende, la apoya, y estimula en el camino de la escritura que ella ha elegido desde muy joven, como prueban los Cuadernos, donde casi desde las primeras páginas, esboza argumentos para las obras que se propone escribir.

Y es esta fe en su vocación de escritora lo que la une más fuertemente a Sartre. Con una diferencia entre ambos, que señala muy acertadamente Sylvie Le Bon:

La singularidad de Simone de Beauvoir, sin embargo, con relación a Sartre , es que, dividida entre dos postulaciones contrarias, escribir y existir, ella no quiso sacrificar ni la una ni la otra. Las dos valen para ella absolutamente: la dicha de existir, y la necesidad de escribir, por una parte el esplendor contingente, por la otra, el rigor salvador. Hacer de su existencia el objeto de su escritura, le permitirá en parte, salir del dilema (…) apuntando a lo universal la novelista se transforma en ensayista, en filósofa, y para Simone de Beauvoir no hay por qué elegir entre estos dos modos de expresión, ni preferir el uno al otro.

Literatura y filosofía no se oponen, se completan, y tan pronto ella sentirá la necesidad de la una como de la otra.

LÚCIDOS AUTOANÁLISIS
No puede decirse que la relación con Sartre, que va a durar toda la vida, con su estatuto tan diferente de una relación tradicional, no haya sido sopesada y definitivamente elegida con conocimiento de causa. Así, el 3 de Noviembre de 1929, escribe:
Estoy feliz. Siento más claramente que nunca toda la fuerza que exige un amor tal, la falta de seguridad, las amenazas. Siento cómo una promesa definitiva, cómo el matrimonio comportan un reposo, una dulzura, un gozo sin temor, pero siento que esto es mucho más bello, y que no tiene ninguna importancia sufrir las noches en que uno es débil, que no dejaría mi lugar por todo el oro del mundo. Estoy satisfecha de mí, y lo amo (...)
No dudo entre dos amores. Dudo ante el amor. Tengo miedo. Siempre he tenido miedo. (…) Hay en mí un deseo desenfrenado de libertad, de aventura, de historias, de viajes, de otras almas; un deseo de mantener todas las puertas abiertas, de darme a todo, un rechazo de todo lazo, un temor al matrimonio, que siento lo más alejado de mí.

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