lunes, febrero 02, 2009

La presión estética: una forma de violencia de género

Por: Laia Estrada / La Haine

Para todos y todas aquellas que no comprenden esta afirmación y para quienes no comprenden qué es la opresión de género.

No es casualidad que se haya generado revuelo alrededor de la campaña “Això també és violencia de gènere!” (¡esto también es violencia de género!) que lleva a cabo la asamblea feminista revolucionaria de Tarragona (Cau de llunes), con el objetivo de denunciar las múltiples facetas de la opresión patriarcal que sufrimos las mujeres en nuestra sociedad. En estas fechas de rebajas, la denuncia se ha centrado en el tema de la estética. En respuesta, algunas voces se han alzado indignadas, clamando que se desvariaba al respecto, invitando a no comprar ropa si no era del gusto de las protestantes, pero dejando que quien quisiese tuviese la libertad de hacerlo.


Algunas de estas voces pertenecen a personas con ánimo de deslegitimar la lucha feminista; son las mismas que se oponen, también, a cualquier avance hacia la emancipación nacional y de clase. Lamentablemente, otras, las mayoría, provienen de personas que realmente ignoran la situación de desigualdad a la que estamos sometidas las mujeres, que consideran la causa feminista como algo anacrónico porque son incapaces de identificar la dominación patriarcal y sus consecuencias. Mediante este breve artículo, se pretende arrojar algo de luz, a partir de tres aclaraciones fundamentales:

- Qué se entiende por violencia de género.
- Qué es y qué implica la presión estética.
- Qué es la libertad en nuestra sociedad.

1. La violencia de género

En general, lo que nos viene a la cabeza al hablar de violencia de género, son las mujeres que sufren malos tratos físicos y/o psicológicos por parte de su pareja sentimental, y que en ocasiones acaba dramáticamente con la muerte de éstas. Se trata de una cuestión mediatizada que se ha aceptado como una problemática social, pero al mismo tiempo, la asociación con el ámbito doméstico y los estereotipos de maltratador y de mujer maltratada conducen a que la mayoría de la población lo entienda como un conflicto personal, que sufren familias concretas de capas sociales bajas. Esta idea es terriblemente perjudicial: invita a olvidar la famosa consigna feminista que clamaba lo personal es político, y al mismo tiempo reduce la problemática de género a los casos concretos de violencia machista doméstica.

Si se consulta la ley catalana contra la violencia de género (Llei de dret de les dones a eradicar la violència masclista) se encontrará la definición siguiente:

“Según la Ley, por violencia machista se entiende aquella que se ejerce contra las mujeres como manifestación de la discriminación y de la situación de desigualdad en el marco de un sistema de relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres y que, producida por medios físicos, económicos o psicológicos incluidas las amenazas, las intimidaciones y las coacciones, tenga como resultado un daño o un sufrimiento físico, sexual o psicológico, tanto si se produce en el ámbito público como en el privado”.

A partir de esta sencilla definición queda claro que hablamos de una problemática que va más allá de los episodios domésticos, sin olvidar que estos representan la cara más trágica. Así, podríamos diferenciar la violencia machista doméstica de la violencia machista estructural (siendo substituible en ambos casos, el término machista por de género), que hace referencia a la discriminación en sí que sufren las mujeres en una sociedad patriarcal y que, lógicamente, conlleva un daño o sufrimiento. El problema se agudiza cuando el daño o sufrimiento ocasionado es ignorado, tanto por aquél o aquello que lo propicia como por aquélla que lo recibe, que es lo más habitual, dada la interiorización de las normas de conducta a través de los agentes socializadores de género.

2. La presión estética

Una vez aclarado que las muertes de mujeres a manos de compañeros o excompañeros sentimentales son la punta del iceberg, y por lo tanto, la parte visible de la problemática de la violencia de género, y al mismo tiempo la más reducida (en relación al total de mujeres), discutamos si la presión estética puede considerarse una forma de violencia de género.

Comencemos definiendo qué es la presión estética. Se trata del bombardeo constante de un estereotipo de mujer imposible, a menos que se lleven a cabo medidas disciplinarias estrictas en cuanto a la alimentación, o grandes gastos económicos en tratamientos, quirúrgicos o no. Iniciativas, en ambos casos, que llevan a algunas mujeres a poner en peligro su propia salud y a atentar contra ella, como es el caso de los trastornos alimentarios, algunas operaciones estéticas, las pastillas o fórmulas para adelgazar, etc.

Hay quien dice que la presión estética es también ejercida sobre los hombres. Totalmente de acuerdo, pero no conlleva las mismas implicaciones. La ampliación de la presión estética dirigiéndola también hacia el colectivo masculino es consecuencia de los intereses económicos neoliberales. La industria de la imagen ha encontrado un nuevo mercado en el que invertir, de manera que las depilaciones, cosméticos, la moda, etc. destinan sus consignas por primera vez a los hombres, con buenos resultados. En este sentido, la cuestión mercantilista afecta a unos y a las otras por igual. Pero la realidad está configurada por diferentes elementos que se combinan entre sí. En la cuestión que analizamos, se visualiza con claridad como capitalismo y patriarcado obran unidos, pero el segundo, en este caso, sólo actúa sobre las mujeres.

Es cierto que los estereotipos de moda ocasionan frustraciones y quebraderos de cabeza tanto en mujeres como en hombres, pero mientras éstos lo experimentan fundamentalmente en la adolescencia, aquéllas lo arrastran desde la más tierna infancia hasta el final de sus días. Veamos, sino, qué quieren ser las niñas de cinco y seis años y comprobaremos que siguen queriendo ser princesas. Es decir, personajes que para triunfar se valen de su belleza, que es al mismo tiempo la razón por la que son queridas y valoradas. Veamos, también, como las señoras de más de sesenta años son las clientas habituales de las peluquerías, volcadas en conservar una buena imagen a pesar del implacable paso del tiempo. La explicación de este fenómeno la encontramos en los roles que desarrollan las unas y los otros en la sociedad, porqué aunque las formas han cambiado, la esencia es la misma. Las mujeres hemos entrado en la esfera masculina y hoy día podemos desarrollar los mismos papeles que ellos, pero sin que hayamos abandonado nuestros roles originales, aquellos que responden a los dos intereses fundamentales que motivan la apropiación masculina de la mujer: el interés reproductivo (o productivo, ya que los hijos e hijas son un recurso) y el erótico (el de proporcionar placer sexual, ya sea en forma de acto consumado o de estímulo para el imaginario).

Se han producido muchos avances en cuanto a los derechos de las mujeres, gracias a la lucha feminista, téngase claro, pero las aspiraciones más internas siguen siendo las mismas: velar por los demás y agradar. Sólo hace falta observar los juguetes de las niñas y pre-adolescentes: muñecas para que jueguen a ser mamás, primero, y muñecas bonitas, fashion y sexies que gustan y triunfan en la vida pública, más tarde. Miremos, también, cuántas revistas de moda o consejos estéticos van dirigidas a hombres y cuántas a mujeres, o cuántos casos de trastornos alimentarios son diagnosticados a chicas y cuántos a chicos. La explicación debe ser buscada en la combinación perversa antes mencionada: las mujeres somos educadas en el vivir para los demás, ya sea para las hijas/os, pareja, padre y madre, compañeros/as, etc. se nos transmite una idea de la gran importancia que tiene nuestra imagen a la hora de relacionarnos con los/las demás, a excepción de la prole, para la cual se nos educa en la servitud. Por todo ello, a pesar de que el bombardeo mediático del culto a la imagen se lanza sobre hombres y mujeres, el efecto que ocasiona no es el mismo ni de lejos. Del mismo modo que un mismo temporal no causará los mismos efectos sobre un substrato rico y compactado que sobre uno previamente erosionado. Las mujeres sufrimos una constante erosión patriarcal.

Tomemos ahora, de nuevo, la definición que hace la ley catalana contra la violencia machista. En base a esta, podemos afirmar que la importancia y las implicaciones que tiene el cuidado de la imagen para las mujeres es una manifestación de la discriminación y de la situación de desigualdad en el marco de un sistema de relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres. Esta manifestación es producida por medios psicológicos, a partir de la suma de agentes socializadores de género: el entramado de medios de comunicación, que lanza los estereotipos y crea opinión; la familia, que transmite los valores patriarcales; los cuentos, que invitan a las niñas a identificarse con esas princesas; los juguetes, cuyos anuncios, en su mayoría, son profundamente sexistas, etc. Y por último, esta manifestación tiene como resultado un daño o un sufrimiento físico y psicológico, tanto en el ámbito público como en el privado. Miremos sino, los casos de trastornos alimentarios, sean o no diagnosticados, entendidos como un daño físico; miremos las frustraciones, obsesiones, y efectos en la autoestima y el autoconcepto de las mujeres que se derivan de dicha presión estética.

Dicho esto, es totalmente legítimo y necesario afirmar que la presión estética que sufren las mujeres a todos los niveles, y a partir de diferentes agentes, es una forma de violencia de género.

3. La libertad en nuestra sociedad

Hemos aclarado la cuestión fundamental que nos preocupaba pero aún queda un último punto por abordar. ¿Puede alguien afirmar que las mujeres que han estado comprando en las rebajas, gastando cantidades nada menospreciables, teniendo en cuenta el panorama actual, han actuado en libertad?

Antes de responder, partamos de la idea de Aldous Huxley en su novela un mundo feliz, en la que todas las personas son felices y actúan en libertad, después de que sus aspiraciones y pulsiones hayan sido determinadas incluso a nivel genético. Recuperemos la idea que lanza Marcuse en su libro el hombre unidimensional, cuando afirma que las personas son incapaces de imaginar una realidad diferente y siguen las pautas del sistema por la alienación a la que están sometidas, principalmente a partir de los mass-media.

¿De qué libertad estamos hablando? ¿De la libertad para escoger entre unos pantalones pitillo o unos acampanados? Hablar de la libertad de las chicas para ir a comprar es un signo de profunda ignorancia o de cinismo. Recuperando lo dicho en el apartado anterior sobre la transmisión cultural de la importancia de la imagen, no se puede hablar de libertad cuando una ha sido manipulada desde pequeña, recibiendo mensajes que sitúan a la mujer en un lugar secundario, que la rebajan a la condición de objeto. Los niños y las niñas crecen con la televisión y, a medida que se hacen mayores, la sustituyen por Internet; observad los contenidos, qué mujer se muestra en la mayoría de casos. Mirad los video-clips de la música de moda y que escuchan chicos y chicas. ¿En qué hemos avanzado? Las heroínas y modelos de referencia de estas niñas y chicas son mujeres que lo único que ofrecen al mundo, transmitiendo la idea de que eso es lo que la mujer debe ofrecer, es un cuerpo esbelto, tonificado y bronceado. La mujer que es mostrada como una triunfadora participa en la vida pública, a diferencia de la de años atrás, pero a parte de ser emprendedora tiene que ser atractiva sexualmente, porque es esta segunda condición la que se lanza en todas las esferas mediáticas, como característica fundamental de la mujer. El mensaje que se lanza a la sociedad es que la mujer debe ser belleza para complacer a los demás, y nosotr@s (todos y todas) nos impregnamos de ella.

Cuando llegan las rebajas, una mujer no puede escoger entre ir de rebajas o no, libremente, cuando no se ha cuestionado de donde proviene esa necesidad imperiosa de renovar el vestuario continuamente. Por esta regla de tres dejemos que las adolescentes (y las cada vez más no tan adolescentes) tengan la libertad de dejar de comer para estar igual de delgadas que sus modelos de referencia.

En todas las sociedades se le ha dado importancia a la imagen. Hombres y mujeres se han vestido, tatuado y perforado el cuerpo de acuerdo con las tradiciones de su cultura, pero esto no tiene nada que ver con reducir a una persona a su físico.

4. Conclusiones

Por todo lo que se ha comentado a lo largo de estas páginas, la denuncia de la presión estética sobre las mujeres es de gran importancia hoy en día. Es necesario que empecemos a fijarnos en lo que vemos en los medios de comunicación y que no nos sea indiferente que se muestre a mujeres reducidas a meros objetos sexuales, porque no es sólo a ellas a quienes se rebaja a esa condición, sino al conjunto de todas las mujeres.

Cuidemos nuestra salud, procuremos tener un cuerpo sano y ágil, del mismo modo que una mente despierta y curiosa, como una muestra de estima y respeto hacia una misma, pero no como la finalidad de nuestra existencia, y el centro de todos nuestros intereses. No nos dejemos reducir a la categoría de ser inanimado, no pretendamos ser un maniquí; no se debe anhelar no-ser. Mientras nuestros pensamientos y preocupaciones quedan centrados y son absorbidos por el culto a nuestro físico, desperdiciamos energía creativa, despilfarrando nuestro potencial. En la entrega a los demás impedimos y olvidamos nuestro desarrollo personal.

Para romper con todo ello, el único camino es mediante la propia toma de conciencia, destapando el entramado de herramientas que sirven al patriarcado en alianza con el capital, y visualizando los intereses que se ocultan detrás. Por ello, si queremos que la mujer continúe avanzando en el camino de la emancipación, es imprescindible la organización y la lucha en colectivos autónomos, que den tanta importancia a la formación como a la práctica y la acción, y que combatan a la par, las opresiones imperialistas y capitalistas.

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