Porque el imperio no es enemigo de otra lucha, sino una de las caras visibles de esa pelea más grande y sistémica que las mujeres emprendemos cuando nos hacemos feministas.
¿Cómo ser feministas sin reconocer la importancia de otros cruces que nos atraviesan, como la clase, más aún en un continente donde la pobreza es evidente y constatable nada más abrir los ojos por la mañana? ¿Y donde las más pobres seguimos siendo las mujeres?
¿Cómo ser feministas sin asumir que la diferencia étnica y el color de la piel es una marca que llevamos de por vida y redunda en inequidades; si vivimos en países donde las etnias originarias son duramente reprimidas y nos convertimos en inmigrantes no deseados, nada más pisar uno de esos países ricos en los que no nacimos?
¿Cómo ser feministas sin comprender lo que significa que con sus experimentos, tecnologías y buena vida, los países del norte destruyan el medioambiente en el que nos toca vivir a todas? Y a nuestras hijas. Y a las hijas de nuestras hijas.
Éstas, no son otras luchas. Son nuestras. Y no será una Hillary quien cambie la historia de nosotras en el mundo. Ni tampoco –y muy a pesar de tanta alegría desatada- un presidente afroamericano quien defienda a las espaldas mojadas que atraviesan la frontera, y son expulsadas, no importando si cruzan porque están desesperadas y no por gusto de las luces y rascacielos que encuentran en el país vecino.
Las feministas tenemos que tomar partido. Debemos hacerlo o nos quedamos en un limbo. Debemos, porque somos sujetas políticas. Y quedarse calladas –ya sabemos- es ser cómplices de lo que no se denuncia.
Restringirnos a los llamados "problemas de las mujeres" es ahogar el potencial de nuestra lucha, es permitir que nos dividan, es no comprender que esos "problemas de mujeres" tienen orígenes múltiples.
Es no querer ver lo en países como el nuestro es más evidente. Que las mismas que somos golpeadas, somos reprimidas por pedir la tierra que nos corresponde, trabajamos enfermándonos con plaguicidas y aún así el dinero no nos alcanza para vivir dignamente.
La lucha feminista es la lucha por la dignidad y libertad de todas las mujeres, y ese TODASse cruza con otras tensiones que pueden complejizar el debate, pero no deben desenfocarnos de lo importante: Hay enemigos claros. Hay divisiones claras.
Allá están ellos, los poderosos del mundo. Con sus millones, su piel blanca, acabando con los recursos naturales de nuestros países para darse lujos, decidiendo por todo el resto, satisfechos cada vez que una de nosotras cruza el mar para trabajar como prostituta aún sin saberlo; cada vez que una de nosotras disminuye la tensión del capitalismo cuando nos quedamos haciendo la tarea que el Estado debiera asumir o asumió en otros tiempos: cuidar gente mayor o enferma, quedarnos a cargo de las hijas e hijos de las amigas o trabajar más que las horas requeridas.
Y en este otro lado estamos nosotras. Con muchos otros y otras que nos acompañan en la gran batalla que protagonizamos queramos o no ser parte. Estamos obligadas a tomar partido desde el día en que nacimos en un país pobre. Y ese deber moral, originado en un dato del azar, se reafirmócuando decidimos llamarnos feministas.
Si en medio oriente le tiraron un zapato a Bush, bien vendría un taconazo feminista en las narices del Imperio.
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