El tráfico de mujeres y la prostitución en América Latina y el Caribe se remontan a la época de la conquista, cuando los españoles, dando cumplimiento a la “ley de guerra”, tomaban o entregaban el “botín de mujeres” al vencedor, ello originó el comercio sexual en la región y en los establecimientos para su ejercicio. Durante la colonia aparecieron las primeras normas para penar dicha actividad, y también el proxenetismo, con sanciones que podían llegar hasta la pena de muerte (Molina, 1995).
Durante todo el Siglo XX, pero de forma más acentuada después de cada guerra mundial, este tráfico continuó, y también fueron víctimas las mujeres europeas, que huyendo del hambre y el horror de la guerra, eran presa fácil de los traficantes. Este hecho llevó a que la actividad tomase el nombre de trata de blancas, denominación que luego se trasformó en trata o tráfico de personas y que actualmente es penalizado en todas las naciones.
El tráfico de mujeres en América Latina y el Caribe tiene dos características principales: el tráfico interno, en el que las mujeres son trasladadas de una zona a otra dentro de su propio país, y el tráfico externo, en el que son trasladadas a otro país. Este último esta dirigido a cubrir una demanda más amplia en el mercado internacional y por ello esta relacionado directamente con redes de Estados Unidos, de Europa y Asia, que tiene sus puntos de operación y reclutamiento en nuestra región. Los centros más activos estarían localizados principalmente en Brasil, Surinam, Colombia, Republica Dominicana y las Antillas, donde se inicia el tráfico hacia los centros de distribución ubicados en países ricos del hemisferio norte, principalmente Europa (España, Grecia, Alemania, Bélgica y Holanda), medio oriente (Israel) y Asia (Japón).
Solo en España , los datos facilitados por los centros de acogida y protección sostenidos por instituciones de la Iglesia Católica muestran que la mayoría de las mujeres traficadas provienen de América Latina (Colombia, Brasil, Republica Dominicana, Ecuador), y el resto tiene su origen en Europa del Este (Rusia, Lituania, Croacia).
Esta información es coincidente con los datos entregados por la Dirección General de la Guardia Civil (año 2000), en los que se cita a América Latina como lugar de procedencia del 70% de las víctimas de la trata de mujeres (1).
Aunque los países citados son los que tienen el papel principal en la organización del tráfico, actualmente las conexiones y envíos se originan en casi todos los países de la región.
Pero no sólo los centros de emisión se diversificaron, pues las redes de traficantes han creado nueva modalidades de trata que intentan burlar la tipificación de tráfico como delito y evadir las responsabilidades legales. Una de estas modalidades consiste en un contrato de trabajo. Generalmente las redes de traficantes publican avisos en los diarios, en los que ofrecen empleo en el exterior, y en ellos incluyen información parcial sobre el trabajo en los países de destino, ocultando la realidad.
Si bien algunas de las personas que son atraídas por los anuncios tienen una idea aproximada del trabajo que van a realizar, las perspectivas son más glamorosas y atractivas cuando aparecen en los anuncios y no se coinciden con la realidad que encuentran las mujeres al llegar a destino. Cuando se enfrentan a la situación y se resisten a aceptar su nuevo trabajo, son presionadas y forzadas.
Otra modalidad es la adopción. En 1991, cerca de mil peruanas fueron llevadas a Holanda mediante un mecanismo de adopción simulada. La víctima entra legalmente al país, pero su “padre” la somete a condiciones de trabajo abusivas.
En otros casos, las mujeres llegan al país receptor mediante su matrimonio con un nacional o residente legal, o se casan por medio de agencia matrimonial; después de unos meses, la mujer es prostituida y sigue viviendo en su propia casa en condición de prisionera.
Las formas actuales de tráfico muestran más similitud con las antiguas que lo que pudiera parecer. El avance tecnológico acelerado no ha servido para eliminar esta plaga sino que sólo permite informar con amplitud de su expansión y múltiples aspectos en todo el planeta.
Es frecuente que en los medios de comunicación - y sobre todo en Internet - aparezcan noticias que no son del pasado sino de la actualidad reciente, en las que abordan los siguientes temas:
Tráfico de mujeres para el mercado matrimonial (entre países asiáticos, o desde Latinoamérica, Asia y África hacia Europa, Japón y los Estados Unidos.
Caravanas de mujeres traficadas e instaladas en las cercanías de las bases militares para entretenimiento y uso sexual de los oficiales y soldados.
Mujeres traficadas como mano de obra barata y que trabajan sin ninguna protección laboral.
Mujeres ofrecidas como esclavas en sitios de Internet, donde se las promociona explicando su capacidad de resistencia al dolor, a la tortura y todo lo que puede hacerse con ellas. En algunos de estos sitios se aceptan propuestas que promedian los 60.000 dólares.
Miles de mujeres traídas por un supuesto contrato de trabajo rentable y que terminan destinadas a burdeles o clubes nocturnos de diferentes lugares del mundo.
Mujeres y niñas provenientes de áreas rurales que son vendidas y traficadas para llenar la demanda del turismo sexual.
Anuncios y promociones turísticos sobre mujeres y niñas exóticas a las que se puede acceder fácilmente en un vuelo charter con todo incluido.
Como en la antigüedad, observamos mercado matrimonial, utilización de la mujer como objeto sexual y como mano de obra (ya no siempre gratuita, pero todo caso barata).
En cuanto a la magnitud del fenómeno, cifras parciales y aisladas dan cuenta de algunos datos que permiten alguna aproximación. Millones de mujeres en el mundo entero son traficadas con diversos propósitos y es visible el alarmante crecimiento del problema. El negocio mayoritario lo constituye el tráfico con fines de explotación sexual, que, según estimaciones de las Naciones Unidas, mueve anualmente entre cinco y siete billones de dólares, y las cifras de desplazamientos se acercan a los cuatro millones de personas (Raymond, 2001). Son numerosos los casos de mujeres traficadas para trabajos domésticos que terminan siendo explotadas sexualmente (2).
Según la OIM, las mujeres colombianas constituyen el tercer grupo en número de mujeres emigrantes que trabajan como prostitutas en Japón (después de las filipinas y tailandesas) y esa cifra parece seguir creciendo (OIM, 1998).
Se estima que casi cincuenta mil mujeres dominicanas ejercen la prostitución en Holanda y Alemania y que alrededor de tres mil mujeres mexicanas lo hacen en Japón, luego de ser reclutadas por una red de traficantes de ese país (Azize y Kempadou, 2002).
Denuncias realizadas en Colombia muestran que los mediadores exportan a las mujeres por valores que oscilan entre quince y veinte mil dólares cada una; en Japón las compran por aquel precio y las venden a la industria sexual local. Los dueños de bares pagan por las mujeres entre 35 mil y 40 mil dólares y les dicen que estar endeudadas por esa cantidad de dinero. Para poder pagar esa deuda, la mujer es obligada a prostituirse. Para impedir que huya, se le mantiene bajo la estrecha vigilancia de mafias organizadas. Es confinada en un departamento y obligada a recibir “clientes” de día y de noche. Si protesta o si trata de huir, se abusa de ella como “castigo”, y si se enferma o se hiere, no tiene derecho a seguridad social ni a ningún tipo de asistencia estatal. Se conoce de mujeres que han llegado al suicidio por desesperación, de otras que son asesinadas. A menudo la familia no puede pedir siquiera la devolución del cadáver, porque la mujer entró al país con pasaporte falso (Molina, F., op.cit.).
(1) “El Drama Humano y Moral del Tráfico de Mujeres”, Declaración de la LXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Madrid, España. Abril 27, 2001.
(2) Jornadas sobre el Tráfico de Mujeres con Fines de Explotación Sexual en Europa. Madrid, España. Noviembre 22, 2001.
No hay comentarios:
Publicar un comentario