Centro Nacional de Educación Sexual (Cuba)
Mi acercamiento a las cuestiones de la masculinidad ha estado ligado fundamentalmente, al tema de la paternidad, tanto desde lo práctico como desde lo teórico. La asunción de este estudio de la paternidad me ha colocado inevitablemente ante dos dimensiones: su nexo respecto a la maternidad, con la cual funciona como un par de categorías indisolublemente ligadas por su carácter mutuamente complementario, y su condicionamiento histórico cultural. ¿Por qué elegir la paternidad y la maternidad como ejes directrices de la reflexión teórica y práctica?
Sin el ánimo de convertirlas en supracategorías de análisis, considero que su propia estructuración las convierte en núcleos reflejos de la compleja configuración de la subjetividad humana a nivel individual y social. Ambas devienen procesos y productos subjetivos, esencialmente ilustrativos de la problemática de género. Por tanto, el abordaje de la paternidad y la maternidad pudiera ser un interesante punto de partida en el afrontamiento y la solución de múltiples situaciones presentes en la realidad contemporánea, a debate en los foros políticos y científicos internacionales.
En la discusión sobre el tema de la pobreza, prioritario en la preocupación manifiesta mundial, la problemática de género tiene una fuerte presencia. Las tasas de natalidad disminuyen, particularmente en el llamado mundo desarrollado. El incremento de la población en el planeta se opera a expensas de los países más pobres, y los recursos necesarios para su sobrevivencia escasean y se encarecen. En estos contextos resultan realidades emergentes los hogares monoparentales encabezados por mujeres solas, subempleadas y mal pagadas, que aportan crecientemente a la llamada feminización de la pobreza (Arriagada, 2004; CEPAL, 2004).
Conceptos como esperanza y calidad de vida, considerados como indicadores del nivel de desarrollo social y de salud, son asuntos polémicos actuales, ya que constituyen paradigmas de lo deseable, en medio de una compleja situación caracterizada por la existencia de profundas desigualdades que limitan su consecución. Las estadísticas de los sistemas de salud apuntan a un incremento de la esperanza de vida en todo el orbe que no necesariamente se apareja al aumento de la calidad de vida en la población, especialmente en los países del tercer mundo, donde las diferencias de clases son mucho más marcadas. Se piensa que en «el Sur» este fenómeno está asociado fundamentalmente a la disminución de las enfermedades infectocontagiosas, debido a acciones de salud como las campañas de vacunación masiva y a la tecnologización de los servicios sanitarios. De modo que las evidencias señalan la complejidad del fenómeno.
La mirada al futuro parece incierta. En el discurso imperante se expresa inseguridad y temor ante la amenaza de la extinción de los recursos y las condiciones que garantizan la supervivencia. Los adultos de hoy vivimos preocupados y anhelantes por un mañana al que miramos con desesperanza desde el prisma de nuestras realidades presentes.
Se aboga por los derechos de la infancia porque, como acotara Martí: «Los niños son la esperanza del mundo.» Si la esperanza del mundo está en manos de seres que han aprendido a vivir en la lucha por la subsistencia, entre la inseguridad y la desprotección desde sus primeros años; si el modelo de familia del que provienen fomenta el desarraigo, la violencia y el desamor, ¿en manos de quién está el porvenir? Las niñas y los niños de hoy serán las mujeres y los hombres de mañana, constructores de la sociedad futura. En la infancia se crean las bases del desarrollo de las siguientes etapas de la vida.
En la psicología no existen dudas acerca de que las experiencias de los primeros años son fundamentales en la configuración de la subjetividad adulta. Desde las referencias socioculturales existentes, se espera que éstas transcurran en el seno de la familia (grupo primario del ser humano), esencialmente vinculadas a las figuras parentales, de ahí el reconocimiento de su importancia. Sin embargo, las realidades de los países del tercer mundo hablan de miles de niñas y niños que viven en situación de calle o tienen que salir a la calle para intentar sobrevivir, al amparo del azar, del trabajo explotador, de
la prostitución, la droga y la muerte. Duro panorama para la infancia de estos tiempos que, al decir de Eduardo Galeano, ni siquiera aquellos que parecen protegidos, «los ricos», se exoneran de los efectos del funcionamiento social:
“Día tras día, se niega a los niños el derecho de ser niños. Los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños” [Galeano, 1998: 7].
Durante muchos años, predominó en la psicología el análisis de la figura materna como fuente de la satisfacción de las necesidades psicológicas primarias, como eje central en la socialización y configuración de la subjetividad individual de sus hijas e hijos. Hoy, la situación social y la visión de la ciencia convoca a cambiar la perspectiva. La figura paterna, a cuyo rol se le cuestionó el valor, empieza a ser revalorizada.
El padre, presente o ausente físicamente, constituye junto a la madre, desde lo simbólico y desde lo real, la fuente que permite el acceso al crecimiento. A partir del vínculo con ambos se estructura y organiza la personalidad del sujeto. La idea de que el nexo con las figuras parentales es esencial para el desarrollo del individuo, resulta innegable.
La explicación al asunto puede ser desde una u otra posición teórica, pero el reconocimiento de esta condición es unánime. Numerosas investigaciones, surgidas sobre todo a partir de la década del ochenta del pasado siglo, asocian la ausencia del padre con fenómenos como delincuencia, deserción escolar y baja inclusión de jóvenes en el área laboral.
La propia situación actual a la que se aludía al inicio del texto al mencionar el problema de la monoparentalidad familiar, puede conducir a varios cuestionamientos: ¿qué ha ocurrido con los padres de estas familias a cuya cabeza sólo está la mujer?, ¿cómo configura los conceptos de los roles paterno y materno, la infancia que crece sumida en las carencias generadas por la ausencia de la figura del padre y la sobrecarga de la madre?
Ser madre y ser padre son roles de género que han cambiado al ritmo de la sociedad. En la misma medida, constituyen expresión y condicionante importantes de la masculinidad y la feminidad. La identidad de género estereotipada y legitimada por la sociedad patriarcal ha sido removida de sus míticos espacios en las últimas décadas. Los atributos que tradicionalmente caracterizaban a las mujeres y a los varones se han visto cuestionados.
Con la introducción de la anticoncepción, fruto de las luchas de los movimientos de mujeres, el padre de familia perdió la capacidad, que hasta entonces poseía, de decidir cuándo y cuántos hijos tener. Ello condujo a que su rol de autoridad intrafamiliar se haya comenzado a desdibujar. Una característica distintiva del varón desde los estereotipos patriarcales ha sido la de ejercer la autoridad y ostentar el poder. De ahí el término «patriarcado», que significa el poder del padre. Este poder se ha visto limitado en el espacio familiar desde entonces.
Asimismo, a partir del acceso a la anticoncepción, las mujeres han comenzado a disponer de la posibilidad de decidir si tienen hijos, cuántos y cuándo, lo cual ha llegado a romper la visión identitaria «mujer = madre».
Muchos varones en el mundo se cuestionan el lugar en la relación con su descendencia y se agrupan para defender sus derechos a ejercer una paternidad cercana, en tanto que crece el número de mujeres que han decidido no asumir la maternidad como un proyecto de vida. Aunque sigue siendo un referente de afirmación de la feminidad, la maternidad ya no es la única ni la primera opción para las mujeres.
En un reciente estudio cualitativo que estableció la relación entre la representación social de la maternidad y el proyecto de asumirla en mujeres jóvenes, entre veinte y veinticinco años sin hijos, se observó la existencia de conflictos en torno a este objeto. Ellas mantienen la visión ancestral de que ser madre exalta el valor de la mujer y la perciben como un espacio de realización femenina; sin embargo, consideran que la maternidad constituye una fuente de renuncias o desplazamientos de la satisfacción de otras necesidades significativas, para lo cual no se consideran preparadas en esta etapa de la vida.
Si bien este grupo manifestó el deseo de asumir la maternidad, lo proyectan en la mediatez, hacia el futuro percibido por ellas como distante. Casi todas lo fijan después de los veinticinco años de edad, aun cuando algunas ya alcanzan esta edad. Consideran que son muy jóvenes, que deben culminar sus estudios y crear condiciones económicas y materiales para asumirla. En todos los casos mencionan la maternidad en la escala de motivos; sin embargo, no la señalan en primer lugar (Benítez, 2007).
En otros trabajos realizados, que emplean el paradigma cualitativo con la finalidad de caracterizar la representación social de la maternidad y la paternidad en varios grupos de tres municipios de la capital (Plaza de la Revolución, Playa y Centro Habana), se aprecia un cambio en el imaginario social en torno a estos objetos. Si bien se concibe la maternidad como fuente de realización femenina y se valora altamente, no es percibida como la única área de gratificación para la mujer, ni sus funciones se limitan a brindar afectos, pues se han diversificado y abarcan áreas que fueron tiempo atrás, destinadas exclusivamente al varón. Por su parte, la paternidad ya no se asocia únicamente al ejercicio de la autoridad, de provisión económica, sino que en el discurso se reconoce un reclamo a su presencia física y psicológica en el vínculo con la descendencia. Se espera de él que desempeñe un rol activo en la satisfacción de necesidades afectivas de la progenie. La manera en que el conocimiento de sentido común concibe estos procesos, es expresión importante del lugar que ocupan los mismos en la subjetividad individual y grupal. A su vez, es el resultado de las vivencias subjetivas a lo largo de la historia vital (Quintana, 2001; Benítez, 2007; Ramos, 2007; Aguirre, 2008; Fáez, 2008).
En 2001, con la intención de establecer la relación entre el modelo parental y la representación social de la maternidad y la paternidad, se desarrolló un estudio con una muestra intencional conformada por cuatro grupos de personas, residentes en el área de salud del Policlínico La Rampa, dos de mujeres y dos de varones. Todas y todos emprendían por primera vez estos procesos. Unos se preparaban para el nacimiento del nuevo ser; otros eran padres y madres de pequeñas criaturas que tenían entre cero y cinco años de edad. Se empleó el grupo focal y la entrevista individual con preguntas abiertas para lograr los propósitos de la investigación.
Se definió como modelo parental aquel que la madre y el padre ofrecen a su descendencia en el ejercicio de sus roles materno y paterno. Sobre la base de los indicadores desarrollados por la doctora Patricia Arés en Mi familia es así (1990), se consideró identificar el modelo como tradicional, con emergentes de cambio y no tradicional (véase Quintana, 2001: 51).
El estudio condujo por los interesantes caminos de la paternidad y la maternidad, con todos sus complejos entramados entre discurso y acción. Fueron muy reveladores los avatares del proceso en la constitución de los grupos, fundamentalmente de varones. Muchas veces, al llegar a la casa, se encontraba la mujer. Al explicar la intención de la visita, ella se encargaba de esgrimir el argumento de que su esposo seguramente no podría participar en la investigación, porque «él trabaja hasta tarde, cualquier día de la semana, cualquier día del año…».
Esta situación fue interpretada como expresión del conflicto presente en torno a la paternidad y la maternidad en mujeres y varones. La madre con frecuencia se siente y se queda sola en el ejercicio de la parentalidad, lo cual emerge como reclamo al varón en su rol de padre; sin embargo, reafirma y naturaliza en su discurso la distancia del hombre respecto a las cuestiones vinculadas a la paternidad. Por su parte, el varón elabora su discurso desde el reconocimiento de la importancia de la paternidad al mismo nivel que la maternidad. La mayoría de los progenitores al referirse al lugar del padre, dijo: «Es el primero, como el de la madre»; otra parte afirmó: «El segundo eslabón de importancia para el hijo; no quiere decir que para el hijo sea el segundo. Su papel sólo es protagónico si la madre le deja lugar.» El tema del lugar de la paternidad emergió constantemente entre ellos y se develó conflictivo respecto al de la maternidad.
De manera general, los resultados de la investigación condujeron hacia las siguientes formulaciones.
El modelo parental constituye un referente en la construcción de la representación social de la paternidad y la maternidad, sea por la reiteración de sus elementos, sea porque se censuren y eviten. Este hecho fue reconocido por todos los sujetos estudiados. El modelo parental de los sujetos participantes en esta investigación se caracterizó por responder a los preceptos de la ideología patriarcal tradicional, aun cuando fue influenciado por los cambios sociales que favorecieron la inserción de la mujer en la esfera pública y el reconocimiento de sus libertades sexuales. Elementos esenciales
del modelo forman parte del eje de la representación social; esta continuidad es expresión de las condiciones sociales que la determinan.
La inserción en trabajos asalariados de las madres de las personas estudiadas con frecuencia después que sus hijos e hijas casi terminaban la enseñanza primaria, su participación progresiva en las tareas sociales y políticas de la Revolución, el divorcio de la pareja o la ausencia paterna en algunos casos, constituyeron fuentes de vivencias individuales en la relación con las figuras parentales que incidían en sus expectativas personales en el ejercicio del rol (madre o padre) y tomaban parte de la configuración de los conceptos de maternidad y paternidad. El nivel de elaboración de los contenidos estaba mediatizado por la posición social del sujeto y del grupo al que pertenecían; las mujeres y varones cuyas hijas e hijos tenían entre cero y cinco años, mostraron juicios más reflexivos y cercanos a la práctica cotidiana que quienes estaban en la etapa de la gestación.
En la representación social de la maternidad y de la paternidad se expresó la lucha por el poder entre los géneros. Las mujeres se manifestaban en posesión del poder sobre la descendencia, lo cual se expresó en su lenguaje posesivo respecto a su hija o hijo. Ellas referían con una sonrisa en el rostro que la decisión de la ropa, la comida y las salidas de su bebé, era de su competencia, y que el padre debía consultarla para asumir cualquiera de estas tareas.
También censuraban a los varones por la manera en que asumían el rol de padres, por el ejercicio distante y en ocasiones poco responsable, de sus tareas y funciones. Esta visión crítica fue mucho más acentuada en el grupo de gestantes. A partir de su discurso, no parecían interesarse en compartir su lugar. Los hombres, por su parte, manifestaban su disposición a ocupar un lugar protagónico en el vínculo con la prole. Se consideraron con igual responsabilidad que las madres, aunque pautaban las diferencias cuando se trataba de asumir las labores domésticas. Las diferencias biológicas entre mujeres y varones fueron consideradas por ambos como condicionantes diferenciales en el ejercicio del rol parental.
Los resultados de este trabajo revelaron contradicciones entre las concepciones patriarcales tradicionales y los nuevos valores que sugieren el cambio en la relación de poder entre las personas (Quintana, 2001).
La vida cotidiana refleja claramente la complejidad de los cambios que se van produciendo en varones y mujeres en torno a las cuestiones de la paternidad y de la maternidad. Éstas se encuentran marcadas por conflictos y contradicciones, propios de sus condiciones cambiantes que expresan e inciden de manera importante en la construcción de la masculinidad y de la feminidad en los tiempos que corren.
Siguiendo esta línea de estudios, Aguirre se centró en la cuestión de la construcción del imaginario social acerca de la paternidad en adolescentes de doce y catorce años, hijas e hijos de padres separados, cuya custodia estaba a cargo de las madres. La pareja parental se separó antes de los tres años de vida de los sujetos estudiados. Este hecho ha marcado una distancia física y, en casi todos los casos, psicológica entre el padre y el hijo o hija, con su expresión en el discurso manifiesto: «la madre es la que siempre está, en las buenas y en las malas», «los padres se alejan», «muy pocos padres se ocupan de sus hijos» (Aguirre, 2008: 62). También apreció en la mayoría de los sujetos de la investigación que el ejercicio de las funciones parentales recaía casi exclusivamente sobre la progenitora. Al explorar las actividades compartidas con ambos padres, refirieron que participaban con sus madres sólo eventualmente en actividades recreativas y sociales, mientras que con la figura paterna apenas tenían espacios de común intercambio. La tarea que más cumplían sus progenitores varones era la de aportar la pensión alimentaria estipulada por la ley para casos de separación o divorcio.
En este grupo se evidenció que «los contenidos de la representación social de la paternidad se encuentran estrechamente ligados a sus vivencias personales de carencia en el vínculo con la figura paterna» (Aguirre, 2008: 103). Las muchachas y los muchachos afirmaron un conflicto en torno al padre, lo valoraron altamente, consideraron la necesidad de su presencia física y sobre todo psicológica, y esperan de él que «esté siempre a tu lado», «no te abandone», «un buen padre está contigo en todo momento» (Aguirre, 2008: 62), al tiempo que expresaron demandas y quejas respecto al desempeño del rol.
Otro hallazgo interesante de esta autora fue al analizar los puntos de continuidad y ruptura con la visión tradicional de la paternidad. Las y los adolescentes asociaron la presencia del padre como proveedor de seguridad, saber y autoridad en situaciones problemáticas de sus hijos e hijas, lo cual se corresponde con los estereotipos de género que colocan al padre como representante de la autoridad, del saber. Además, al conceptualizar la paternidad y plantear las expectativas del rol paterno, fue recurrente en todos los sujetos el empleo de términos como amor, cariño y ternura, que sitúan al varón en una dimensión afectiva, tradicionalmente asignada a la madre. En este sentido, advertimos una ruptura en la manera tradicional de concebir la paternidad.
Me adscribo al grupo de personas que considera la necesidad de la equidad entre varones y mujeres como vía de solución de múltiples problemas sociales existentes. En el terreno de la paternidad y de la maternidad, la propuesta para alcanzar este propósito parece ser la manifiesta en el concepto de coparentalidad, que supone el ejercicio implicado y responsable de ambas figuras parentales en todos los períodos de la vida de sus hijas e hijos. La coparentalidad contiene y expresa un cambio en las relaciones de poder entre varones y mujeres, en el ámbito de los vínculos con la descendencia. Nexos primarios que devienen fundacionales en la configuración de la subjetividad humana. Su ejercicio no sólo compromete la necesidad de cambios en las relaciones de poder entre los géneros respecto a la prole, sino que requiere redimensionar esos vínculos en el espacio privado y público; también supone transformaciones en las relaciones de producción.
¿Es la coparentalidad una realidad posible o una utopía? Para hacerla posible, queda aún un buen trecho por andar, tanto en la teoría como en la práctica. Es función de los profesionales de las ciencias sociales dedicar pensamiento y acción a este logro, introducir estos temas al unísono, en campos de investigación diversos y complejos, con la integración de los paradigmas cuantitativos y cualitativos. Es tarea de los hacedores de políticas públicas considerar y accionar sobre las múltiples repercusiones de la asunción de los roles parentales para mujeres y varones, además de las consecuencias de estos ejercicios en las condiciones actuales para las generaciones en formación. En última instancia, somos todos los seres humanos de hoy y de mañana quienes construiremos modelos de vida que garanticen la supervivencia.
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