La mujer trabajadora está sometida a una doble explotación: por un lado, debido a su clase -a manos del sistema capitalista- y, por otro, por su género, a manos del patriarcado. El patriarcado no ha sido creado por el capitalismo; sin embargo, el capitalismo le ha dado unas características propias. Ambos sistemas se complementan como en una simbiosis. Vamos a hablar de ambas formas de explotación, empezando por tratar de explicar las bases de el patriarcado.
La explotación patriarcal
Una de las principales características del patriarcado es la división sexual del trabajo. Esta división sexual se traduce en la explotación de género, en perjuicio de las mujeres. Para analizar el patriarcado y la división sexual del trabajo no debemos centrarnos en casos concretos y excepciones, sino en el modelo general hegemónico de relaciones entre sexos. De esta forma, la explotación de género se produce por el trabajo no remunerado que realizan las mujeres en el ámbito familiar y en las relaciones sociales. Según esta división del trabajo, las mujeres han de encargarse del trabajo doméstico, las tareas reproductivas y crianza de los hijos e hijas y el cuidado de las personas con dependencias o discapacidad. Los hombres se benefician de este trabajo y se lo apropian a cambio del sustento en el caso de las amas de casa, o gratuitamente en el caso de las mujeres que además tienen un trabajo asalariado. Esta división sexual del patriarcado está sustentado gracias al modelo de familia patriarcal.
La explotación patriarcal
Una de las principales características del patriarcado es la división sexual del trabajo. Esta división sexual se traduce en la explotación de género, en perjuicio de las mujeres. Para analizar el patriarcado y la división sexual del trabajo no debemos centrarnos en casos concretos y excepciones, sino en el modelo general hegemónico de relaciones entre sexos. De esta forma, la explotación de género se produce por el trabajo no remunerado que realizan las mujeres en el ámbito familiar y en las relaciones sociales. Según esta división del trabajo, las mujeres han de encargarse del trabajo doméstico, las tareas reproductivas y crianza de los hijos e hijas y el cuidado de las personas con dependencias o discapacidad. Los hombres se benefician de este trabajo y se lo apropian a cambio del sustento en el caso de las amas de casa, o gratuitamente en el caso de las mujeres que además tienen un trabajo asalariado. Esta división sexual del patriarcado está sustentado gracias al modelo de familia patriarcal.
Como consecuencia de ello, las trabajadoras llegan al mercado laboral en desventaja: tras su jornada laboral no gozan de un tiempo de reposición personal, sino unas cargas familiares que el hombre no tiene. Los contratos laborales no se ajustan a los horarios y vacaciones escolares, ni contemplan la atención hospitalaria o las necesidades asistenciales de las personas dependientes, lo que hace que muchas mujeres se vean forzadas a buscar trabajos a tiempo parcial. Existen 2,4 millones de trabajadores y trabajadores a tiempo parcial, de los cuales el 80% son mujeres. Esto hace que la mujer vea disminuído su salario y la cotización para la jubilación. Por otro lado, un 10% de las mujeres que trabajan a tiempo parcial están sobrecualificadas para el trabajo que realizan.
El Instituto Nacional de Estadística ha hecho un estudio utilizando la Estadística de Empleo del Tiempo de 2002-2003, donde se determina que el valor del trabajo realizado en el hogar (atención de la casa, los hijos o los mayores) y que no se computa en el producto interior bruto, supone más del 27% del PIB nacional.
Para justificar esta base material, el patriarcado construye el género, una categoría social y cultural que asigna a cada sexo unos roles y obligaciones de forma artificial y jerárquica. Como el género se construye sobre el sexo -varón o hembra- el patriarcado lo justifica basándose en diferencias biológicas y de capacidad reproductiva. La división en géneros es común a todas las clases sociales, aunque se expresan de forma distinta. El género asigna al hombre derechos sobre la mujer, teniendo como consecuencia la debilidad femenina, el acoso sexual, el menosprecio de las tareas propias del género o la violencia patriarcal.
Al género femenino se le atribuyen las características para llevar el hogar y la familia (por eso, se realzan en ella los sentimientos como la maternidad, ser más sensible, más cariñosa, etc.). Según los datos del Instituto de la Mujer, en el Estado Español los hombres dedican casi 4 horas menos al día a tareas domésticas.
La Iglesia católica, otras instituciones religiosas y los medios de comunicación, son los principales mecanismos de promoción y perpetuación de estos valores. La Iglesia animando a la mujer y al hombre a aceptar sumisos las condiciones del sistema en el que les ha tocado vivir por decisión divina, y a la mujer a ser sumisa ante su marido.
Los medios de comunicación siguen presentando a la mujer sumida en dos roles opuestos: o ama de casa abnegada a sus hijos, o un mito erótico.
Por otro lado, el modelo de pareja que se forja desde esta ideología es una forma de perpetuarse a sí misma. La heterosexualidad obligatoria, es otro instrumento para imponer roles. También juega el mismo papel la ficticia monogamia, que en la práctica ve natural las relaciones de los hombres con varias mujeres, mientras impone a las mujeres la fidelidad absoluta. Algunas de las raíces de la violencia patriarcal de género están aquí.
Hay violencia allá donde se alimentan relaciones desiguales. Violencia no es exclusivamente sinónimo de agresión física ni de malos tratos domésticos. La violencia patriarcal se expresa como violencia física, psíquica, sexual, doméstica, cultural y estructural. La violencia de género hunde sus raíces en factores sociales, económicos, personales, culturales, ideológicos… que, por lo tanto, deben ser situados y abordados en su complejidad.
Si miramos los datos, es alarmante que el grupo de edad donde más mujeres mueren a manos de sus parejas son entre 21 y 30 años, siendo la cifra de 19 mujeres sobre las 75 que han muerto en estas circunstancias en el 2008, siendo así en los últimos 10 años. Pasa algo parecido con las denuncias emitidas por algún tipo de malos tratos recibido por la pareja. Para el 2007 las denuncias emitidas por este grupo de edad fueron 21.338, dato alarmante teniendo en cuenta que muchos ataques no son denunciados, sobre todo cuando se refieren a violencia psicológica.
Por último, una de las características nuevas que aporta el capitalismo al sistema patriarcal es la segregación del espacio público y el privado. La esfera pública está destinado al hombre, incluyendo el ámbito político, cultural y económico. Mientras tanto, la mujer se recluye en el espacio privado, compuesto por el “hogar familiar”. Cuando la mujer se incorpora al espacio público, lo hace bajo hegemonía de varones, con sus esquemas y ritmos.
Una prueba de la exclusión de la mujer en la vida pública se puede comprobar por su ausencia en la historia escrita y en el lenguaje. El papel que las mujeres han jugado en la historia está prácticamente borrado de los libros. El lenguaje, por otro lado, igualmente excluye totalmente a la mujer y contribuye a que el patriarcado se perpetúe. La transformación del lenguaje en toda la sociedad es muy dificultosa, sin contar con la dificultad para encontrarle alternativa neutra.
La explotación capitalista
La explotación capitalista de la mujer trabajadora, se agrava por el componente de género. De esta forma, la fuerza de trabajo masculina y la femenina reciben distinto valor en el mercado laboral: las mujeres cobran menos que el hombre, tienen mayores tasas de paro y mayores dificultades para encontrar y mantener trabajos estables. La situación se complica aún más si hablamos del colectivo de mujeres inmigrantes y/o jóvenes.
Por estar sometida a una doble jornada, la mujer tiene muchos problemas para reforzar su formación académica y profesional. Además, siguen existiendo ciertas carreras “para mujeres”, como las relacionadas con las ciencias de la salud o humanidades, así como puestos de trabajo, como los domésticos. Hay un gran porcentaje de mujeres sumidas en la economía sumergida, no solo mediante la prostitución o la pornografía, sino a través de muchos trabajos domésticos (la costura, la alimentación, etc.). De esta forma, existe una tendencia a feminizar la pobreza.
Feminismo institucional.
A la hora de intervenir en la lucha feminista, uno de los mayores problemas es el feminismo institucional. La social-democracia nos ofrece sólo soluciones hipócritas, que no atacan las raíces de la explotación de las mujeres: el capitalismo y el patriarcado. En este sentido, en el Estado Español, se han dado una serie de medidas que proclaman la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Las principales leyes son las siguientes: la “Ley Orgánica de medidas de protección integral contra la violencia de género”, la “Ley de igualdad”, la “Ley de Dependencia”, y las directivas ultraliberales de la UE junto a la Reforma laboral.
La igualdad de derechos ante la ley no podrá acabar con la explotación de las mujeres, pues el origen de la desigualdad no está en las leyes, sino en estructuras económicas, políticas y sociales con las que la social-democracia -hoy en el poder- está comprometida.
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